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La noche del crimen: la cruda autorepresentación de Al Pacino

Junto con funcionar como un interesante ejercicio fílmico que busca denunciar la corrupción presente en las clases altas de Manhattan, este oscuro melodrama parece establecer y retratar más que una historia o el desarrollo de un personaje, el real y destruido estado físico y mental del actor neoyorquino.


Es un hecho que la cuesta abajo de Al Pacino viene fuerte desde hace ya algunos años. Cintas como Simona o El discípulo no han hecho otra cosa que materializar el descenso del otrora genial interprete de El Padrino, Perfume de mujer, Fuego contra fuego y tantas otras.



Al parecer esta tendencia del actor por participar en filmes menores se explica por varios factores: un momento artístico bajo, el gran decaimiento físico -visible en sus recientes actuaciones-, y una aparente apatía cotidiana incapaz de ser erradicada de su vida.



Es muy probable que Al Pacino este consiente o inconscientemente interpretándose así mismo y el actual momento por el que atraviesa. Su nuevo trabajo, La noche del crimen, es una clara muestra de ello, en donde el alcohol, las drogas, una decadencia existencial y el cansancio de todo y todos, terminan por destrozar a su personaje en una especie de alocado y revelador really show sobre la vida de uno de los mejores actores que ha pisado este planeta.



Lo más interesante de la cinta dirigida por Dan Algrant es esa asombrosa sensación que crea la ilusiona de ver a Pacino interpretando a Pacino. ¿Se habrá convertido en un patético y destruido personaje sin metas?, ¿estaremos frente al espejo de su vida?, ¿por qué últimamente interpreta solo papeles de características similares: cansado, agobiado y decadente? Ingredientes como el estrés, la desesperación, el desencantado de la vida, el rostro demacrado, las profundas ojeras y el pelo revuelto, se han trasformado con el correr de los años en la constante más visible en la filmografía de Al Pacino.



Lamentablemente, la trama de La noche del crimen -aunque plantea destacados momentos de cinefilia, lo que prima es la lograda pero archiconocida y sobrecargada interpretación de su actor protagónico- recoge un poco de cada deshecho que Pacino ha ido dejando en sus últimos trabajos. Eli Wurman (Al Pacino), legendario relacionador público de Nueva York y cuyos días de gloria se remontan a varios años atrás, se halla actualmente perdido en un torbellino de prensa rosa, celebridades y política.



Su afición a mezclar alcohol y barbitúricos tiene a Wurman con su instinto y sus sentidos algo adormecidos, pero ningún remedio temporal logra quitarle la triste sensación de que ha llevado una existencia superficial.



Son las 2:30 de la mañana y Eli Wurman está en comisaría, pagando la fianza de una joven y temperamental estrella de la televisión (Téa Leoni). En realidad, le está haciendo un favor a Cary Launer (Ryan O’Neal), un gran galán de Hollywood, y el último cliente importante que le queda a Eli.



En las horas siguientes, Eli se verá involucrado en una tupida red de conspiraciones políticas y asesinatos, dirigida desde las sombras por poderosas personalidades de la ciudad.



En este pleno huracán en el que Eli está inmerso, Victoria Gray (Kim Basinger), la viuda de su hermano, aparece para aconsejarle una huida inmediata del mundo absurdo en el que habita. Le pide que se vaya con ella a su vieja casa de Virginia para llevar una vida relajada y tranquila. Es una oferta tentadora para Eli, que se siente paralizado por lo vacuo de su existencia.



En general, la cinta de Algrant discurre con un ritmo bastante sagaz pero se frena en la agilidad que exige este tipo de cintas para adentrarse acertadamente en los personajes, creando más que una película de intrigas melodramáticas, un trabajo bastante interiorizado sicológicamente en cuanto a construcción y desarrollo de intérpretes se refiere.



Este sobrio y elegante thriller más que indagar y escudriñar en la oscuridad y discutible selectividad de las altas esferas, se mueve entre la intención del director por aunar los elementos apropiados para asombrar, impactar y entretener y la capacidad de Al Pacino para recrear un mundo externo e interno de caos, desolación y desgano.



Sin ser una película memorable, La noche del crimen logra componer un rompecabezas fatídico al dejar volar al personaje principal, lidiando con un vacío existencial, su autodestrucción, la pesadumbre y sobre todo el cansancio por vivir.



A pesar del título, en esta película lo último que importa es el asesinato, pasando a segundo plano para dar paso a la construcción y destrucción en cuerpo y alma de un hombre, de hombre enfrentado a una cámara, a sus miedos, a sus realidades, a sus conflictos internos.



En un retrato lúcido y áspero el director Dan Algrant crea una gran atmósfera agobiante que provoca la transformación de un rollo de celuloide de mediana calidad en un interesante y demencial viaje por la mente de Eli Wurman.



Es muy probable que La noche del crimen no sea del total gusto del público general -sobre todo de los amantes del cine clásico de Al Pacino- pero es innegable que la sordidez, su mordacidad, ese aire de Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick (especialmente por la escena de la orgía), la solidez de sus personajes y la posibilidad de estar ante una de las últimas películas con Pacino en sus cinco sentidos hacen de este un filme potente, lúgubre, sencillo, correctamente narrado y particularmente sincero.

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