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Sergio Concha: La marcha de un abogado anónimo

Cuando el jaleo de los actos por los 30 años del Golpe ya pasó, un hombre que hizo de la defensa de los DDHH un apostolado vuelve a brillar secretamente. Aquí, la historia de un abogado desconocido para la opinión pública, pero que logró fallos históricos. Sacerdote hasta 1996, jueces y colegas lo respetan. Nunca conversó con el Gobierno: es frontal y no transa.


A principios de los años setenta, se acercó al entonces sacerdote Sergio Concha Rodríguez una jovencita parroquiana de Lo Barnechea para preguntarle si se le ocurría cómo podía ir vestida a una fiesta de disfraces que tenía. El padre Sergio se acordó de su sotana abandonada en un armario, y se la regaló. Para él, el cristianismo no significaba formalidad ni observancia rígida de los mandamientos, sino el rescate de la conciencia social y la opción por los pobres.



Antes de ingresar al sacerdocio, Concha había estudiado derecho en la Universidad de Chile. Tras el golpe militar, su profesión pasó a ser un arma de combate. Ingresó al Comité Pro Paz. De los abogados de aquellos tiempos, sólo quedan trabajando judicialmente en derechos humanos Sergio Corvalán, Héctor Salazar, Álvaro Varela y él. Concha se consagró, hasta ahora y exclusivamente, a representar a las familias de las víctimas.



La dedicación del abogado es reconocida por jueces y ministros. Casi como ningún otro, recorre diariamente los edificios judiciales alegando ante las cortes, presentando escritos que prepara hasta tarde en una máquina de escribir antigua y tomando apuntes de los avances en las casi 60 causas que tramita, entre ellas, la del sacerdote británico Miguel Woodward y unas pocas de la "Caravana de la Muerte". Sus presentaciones llaman la atención de los magistrados, quienes en reserva comentan la prolijidad de ellas y el aporte de información valiosa, fruto de investigaciones que él mismo lleva a cabo.



Con una sencillez extrema, se presenta ante altos miembros del Poder Judicial logrando fallos históricos. Uno de ellos fue el pronunciado por la Sala Penal de la Corte Suprema el 12 de septiembre de 1998, cuando, acogiendo el alegato de Concha donde sostuvo la tesis del secuestro permanente y la improcedencia de la Ley de Amnistía debido a la preeminencia de los tratados internacionales, se reabrió, por primera vez, un proceso por desaparecidos. Fue el caso de Enrique Poblete Córdoba, militante del MIR, detenido en julio de 1974.



Habiendo logrado una resolución tan importante como esa, el abogado bajó las escaleras y se acercó al primer periodista que pilló. "Tengo un fallito que puede interesarles", le dijo en forma humilde. El fallito cambió la historia.



Aunque él prefiere no calificar sus actuaciones, otro de sus triunfos jurídicos ha sido lograr que, permanentemente desde este año, la Suprema traspase desde la justicia militar a la civil todas las causas de derechos humanos que llegan a manos del Poder Judicial para su revisión.



Renuncia familiar



Sergio Concha tiene 72 años. Es de tez blanca, canoso y delgado en extremo. Viste camisas antiguas, corbatas delgadas, pantalones por sobre la cintura, bototos y parcas de colores en invierno, y chalas en verano. Camina humilde, casi sin notarse, por los pasillos de los juzgados y las cortes.



Hasta hace un año vivía en un departamento en Lo Hermida. Ahora se cambió a una casa cercana. Sin haberse casado nunca, en 1996 adoptó, con todas las legalidades del caso, a un joven de 16 años que vivía en un hogar de menores. Hoy comparte techo con él, y con la esposa e hija de éste. "Esa es mi familia", dice contento.



El abogado es el mayor de siete hermanos, pero a ninguno los ve. Uno de ellos es el empresario Andrés Concha, actual secretario general de la Sofofa. Con él se peleó. Los conflictos comenzaron en la época de la Unidad Popular, cuando su familia maldecía cotidianamente al gobierno de Salvador Allende, y se intensificaron durante el régimen militar.



Costó que el abogado accediera a dar una entrevista para hablar de si mismo. "Hay tantas cosas más importantes de que conversar. Los casos están avanzando mucho", esgrimía. Sentado ya frente a la grabadora, Sergio Concha reconstruyó su historia enmarcándola siempre en el contexto social que existía en cada época de su vida.



"Nací en mayo de 1931, un año bastante agitado. Caía la dictadura de Ibáñez y la Armada se levantaba. Hubo grandes paros y movimientos sociales. Al año siguiente se instaló la República Socialista, que fue un signo de los tiempos. Siguieron importantes conflictos y luchas sociales. Luego, la gran crisis económica", relata.



Así son todas sus referencias en torno a si mismo. Primero la historia social, luego algunos datos de la suya. Fueron las apreturas de aquellos años las que llevaron a sus padres a instalarse en una vivienda que él define como comunitaria, pues se fueron a vivir a la casa de sus abuelos, "grande pero muy sencilla". Ahí estaban también sus tíos y sus primos. Su papá, Sergio Concha Garcés, era abogado de la Universidad de Chile, pero tenía también un cargo en la fiscalía de la Caja del Seguro Obrero. "Tenía una línea conservadora que se fue acentuando con la edad. El orden y la seguridad eran sus temas favoritos".



Para la matanza del Seguro Obrero, el año 38, Concha tenía siete años. "Ese día sonó mucho el teléfono de mi casa. Una vez contesté, y una señora estaba llorando. Mi mamá tomó el teléfono. Lo que pasó ese día con mi padre, nunca lo supe. Fue un tema que él no tocó nunca. Cuando junté todas las piezas y me di cuenta que ese día había ocurrido la matanza, ya había pasado bastante tiempo. Fue un tema que nunca salió en la convivencia familiar".



Años de sacerdote



A pesar del pensamiento conservador de toda su familia, ya a los 12 años adquirió un modo de ver los conflictos sociales que mantiene hasta hoy. Cuando ingresó a la universidad, y sin una línea partidaria clara, las ideas entonces progresistas de la Falange y aquellas de la izquierda ya estaban asentadas en su mente.



Tras titularse de abogado, a los 24 años, ingresó al sacerdocio, ingresando a la congregación de la Sagrada Cruz, de origen francés. Luego de presentar sus votos, hizo un doctorado en teología en Roma, donde estuvo cinco años. Volvió al país en las postrimerías del gobierno de Eduardo Frei Montalva para hacer clases de sexualidad y vida matrimonial en la Universidad Católica, con un enfoque hacia la realidad de las parejas de pobladores y la convivencia sin vínculo formal.



Al mismo tiempo, se hizo cargo de una parroquia de Lo Barnechea. Pero en esos años ya se daba cuenta de que la lucha por la justicia social y la opción por los pobres debía canalizarla a través de otras vías e ingresó al movimiento Cristianos por el Socialismo. Poco a poco, se fue alejando de la acción de la Iglesia Católica y, aunque continuó siendo sacerdote, se vinculó cada vez más con la movilización de aquellos años.



El año 72, fue protagonista de una conocida declaración lanzada en La Habana, Cuba, por un grupo de sacerdotes y laicos criticando la iglesia jerárquica latinoamericana por su actitud contraria a los pobres y ante los genocidios cometidos por las clases dominantes.



El Golpe de Estado de 1973 lo encontró con esa acción a su haber. Además, formando parte de la directiva del consejo local de pobladores de Barnechea. Estaba además en las listas de quienes debían ser exonerados de la universidad, confeccionadas por el Servicio de Inteligencia Militar. Un destacamento de Carabineros llegó a echarlo de la parroquia. La Congregación lo mantuvo protegido, pero debió abandonar la iglesia de ese sector y la casa poblacional que habitaba.



El año 1974 se incorporó, como abogado, al departamento jurídico del Comité por la Paz. A ese trabajo se dedicó día y noche. Presentó los primeros amparos en favor de los detenidos. "Habían unas colas interminables de gente que venía a solicitar la interposición de estos recursos", cuenta. Luego vinieron las querellas por desaparecimiento, la Vicaría de la Solidaridad y el Fasic, donde trabaja hasta el día de hoy y del que recibe el sueldo con que vive. "No es un sueldo alto, pero es mucho más de lo que ganan muchos chilenos y me considero una persona privilegiada. No necesito más", dice.



Sergio Concha perteneció a la congregación de la Sagrada Cruz -"en una manera nominal, pues debajo de la legalidad hay cosas que están en una profundidad mucho mas real", explica- hasta el año 1997. "Por las leyes de inercia, uno tiende a seguir en lo que está haciendo hasta que llegue otra fuerza. En la Congregación tenían hacia mi una actitud de tolerancia, casi de contemplación. Nadie me dijo que me fuera", dice.



Y la fuerza que lo hizo tomar la decisión se vincula, precisamente, a la adopción de su único hijo, Carlos. "Lo encontré en un hogar de la Congregación. Después de un tiempo él me empezó a decir papá", cuenta.



A mediados de los 90, Concha tuvo fuertes discrepancias con la gestión del hogar donde crecía Carlos. "Había un trato autoritario y duro, casi dictatorial, hacia los niños en ese lugar". Fue eso lo que precipitó su renuncia formal al sacerdocio.



El cuchillo del guerrillero



El abogado de DDHH que menos aparece en televisión y cuyo nombre es pocas veces mencionado en la prensa, ha concentrado todos sus esfuerzos en la búsqueda de la justicia en los tribunales.



Jamás conversó con el Gobierno, ni para la Mesa de Diálogo ni para la propuesta que entregara hace ya mas de un mes el presidente Ricardo Lagos. Aun cuando fue invitado a una reunión con el ministro del Interior, José Miguel Insulza, rechazó la convocatoria y sólo firmó un documento elaborado por el Fasic. "No me voy a prestar para ningún tipo de maniobra. Sería contradecirme conmigo mismo y con las personas que represento", explica.



Tal postura es valorada por varias familias de víctimas. Mireya García, vicepresidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, lo define así: "Él tiene una posición frente a la justicia que no lo hace perder el camino. Tomó un rumbo definido: trabajar para que la justicia actúe. No creo que tenga una postura radical contra Gobierno, sólo que no va a perder el tiempo en ese tipo de cosas", dice.



Al igual que muchos familiares de desáparecidos y ejecutados políticos, Mireya García tiene el mejor concepto de Concha. "Es una persona seria, responsable, metódica, constante. Está extraordinariamente comprometido con sus procesos y siempre pensando qué se puede hacer, cómo innovar, qué diligencias pedir. No se le pasa ninguna situación en los procesos. Realiza una labor extraordinaria, pero casi no se nota. Él no se hace ver".



Los colegas del abogado que se han dedicado como él a la defensa de los derechos humanos, lo respetan como a ninguno. Lo admiran como un personaje casi mítico, sacado de un libro, con convicciones radicales no sólo en su visión de la discusión política sino también, en el ámbito más material, en sus votos de pobreza y entrega exclusiva a la causa de los derechos humanos, pero cuya doctrina, a estas alturas de la historia, es muy difícil de practicar. Ellos lo bautizaron El Guerrillero.



Respecto al aislamiento de Concha en torno a las iniciativas gubernamentales, el abogado Héctor Salazar Ardiles explica: "Para él, las cosas son o no son. No caben términos medios, cuestión que en el mundo de la política es constante. En este tema, donde han existido tantas claudicaciones, su postura es intransable y frontal frente a esas renuncias y posiciones un poco más ambiguas".



"Sergio es un personaje extraordinariamente misterioso. De su vida personal no conocemos casi nada. Es un hombre de muy bajo perfil y de muy pocas palabras. Yo discrepo con él en muchas cosas, pero le tengo mucho respeto. Creo que, en el fondo, sigue siendo un cura", agrega el abogado.



Desde el punto de vista del trabajo de Concha en derechos humanos, Salazar lo define como un cuchillo para los violadores. «Tiene una persistencia, tenacidad y disciplina impresionante, una capacidad incomparable para generar información en los juicios. Va obteniendo pruebas que convencen hasta al más extraordinario de los incrédulos. A los jueces los agota, siempre encuentra una hebra investigativa que desarrollar y plantea y plantea diligencias, hasta que las saca adelante".



Los abogados de derechos humanos dicen que la entrega de Sergio Concha a sus causas, como así también la excelsitud de sus escritos y los logros jurídicos que tiene a su haber, sólo son comparables con la labor desarrollada por otros dos religiosos ya desaparecidos: Hernán Parada, abogado y ex sacerdote muerto en la década de los 80, y Blanca Rengifo, una abogada y monja, también difunta. Ambos, igual que Concha, permanecen como personas desconocidos para la opinión pública.



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