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Israel ataca a Siria

La sesión especial que el Consejo de Seguridad de la ONU ha dedicado al ataque israelí contra Siria no ha desembocado en una resolución. Estados Unidos ha dejado en claro que vetará toda propuesta que no condene también el atentado terrorista en Haifa, del pasado sábado, que causó la muerte de 20 personas.


En realidad, el blanco del ataque israelí debió ser Ramallah, pero finalmente se atacó a un campo de entrenamiento situado a menos de 10 kilómetros de la capital siria, Damasco. Tras el sangriento atentado perpetrado por la Yihad Islámica en Haifa, creció el clamor de venganza en Israel.



Con ello aumentó la presión sobre el Gobierno de Ariel Sharon, para que ponga en práctica la decisión tomada hace un mes de expulsar al presidente de la Autoridad Palestina, Yasser Arafat, y, en consecuencia, el asalto a su cuartel general en Ramallah. Pero Estados Unidos, de momento el principal aliado de Israel, se opone al exilio del líder palestino, pues teme que la medida, o peor aún, la muerte de Arafat durante el asalto, atice el conflicto.



Por tal razón, haciendo alarde de astucia, Sharon optó por Siria, y evitó de tal manera desatar un conflicto con Estados Unidos. Según Israel, los atentados como el de Haifa son preparados en Siria por líderes de Hamas y la Yihad Islámica. En consecuencia, Israel se atribuye el derecho de un ataque preventivo para evitar que se planifiquen nuevos operativos. En la teoría de ataques preventivos se fundó Washington para iniciar la guerra contra el régimen talibán en Afganistán y el de Saddam Hussein en Iraq.



No es casual que el Gobierno israelí se refirió al ‘eje del terror’, que se extiende desde Teherán, a través de Damasco, hacia Gaza. Y si bien Siria no pertenece al ‘eje del mal’, en el que los norteamericanos incluyen a Iraq, Irán y Corea del Norte, sí figura en la lista estadounidense de países que apoyan el terrorismo.



En resumidas cuentas: Israel presenta su acción militar como componente de la guerra contra el terrorismo que Estados Unidos adelanta a escala mundial. Y lo hace con éxito, pues, ayer domingo, el embajador estadounidense ante la ONU, John Negroponte, criticó sobre todo a Siria, y lo acusó de hallarse en el lado equivocado en la lucha contra el terrorismo. Al mismo tiempo, Estados Unidos instó a Israel a que evite un desbordamiento de la situación. Si la crítica de Washington se limita a este llamamiento, la condena pronunciada por los países árabes y europeos a todo ataque israelí y a atentados como el de Haifa, no causará gran preocupación a Sharon.



Entretanto, Siria ha prometido observar el máximo autocontrol posible, y que sólo protestará a nivel diplomático. Si bien la actitud parece muy razonable, de hecho Damasco no tiene otra opción, pues desde el punto de vista militar, Siria es mucho más débil que Israel. No menos importante es la presencia de 140.000 soldados norteamericanos en el vecino Iraq.



Por otra parte, posiblemente las acusaciones israelíes contra Siria carecen de fundamento. Después de la guerra contra Saddam, Washington criticó a Damasco por el contrabando de armas y material militar a Iraq y por la afluencia de voluntarios que defendían a Saddam y entraban en Iraq a través de su territorio. La dura advertencia norteamericana de que podría ser el próximo país candidato a sufrir un cambio de régimen fue tomada muy en serio por Siria, cuyas autoridades han instado claramente a las organizaciones palestinas en Damasco a mantener la calma, y han clausurado las oficinas.



Un mensaje similar que se envió a Hezbollah, en el Líbano, ha sido bien entendido. Para Sharon, el ataque a Siria ha sido sólo una fácil maniobra de distracción con poco riesgo. Sin embargo, a largo plazo esta política conlleva también sus peligros. En 1967, la entonces primera ministra israelí, Golda Meir, descartaba toda amenaza de los países árabes. Esta ‘arrogancia del poder’, tal como se calificó en Israel, condujo finalmente a la guerra de Yom Kippur, hace 30 años.


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