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Norberto Bobbio: La conciencia de la democracia

Quienes siguieron sus gestos cotidianos, su forma de ver la vida y sus clases en la universidad escriben en los medios de comunicación europeos para recordarlo después de su muerte. De sus testimonios sale a relucir un Bobbio modesto, práctico, consecuente y sorpresivo a nivel personal e intelectual.


"Bobbio fue una suerte de conciencia de la democracia italiana", dice el diario francés Le Monde al día siguiente de la muerte del pensador italiano, en un artículo firmado por el filósofo Roger-Pol Droit.



Según el columnista, Bobbio supo combinar a la perfección una hermosa carrera universitaria con una obra filosófica original que defendía política y moralmente la democracia. "Para encontrar un equivalente habría que comparar a Norberto Bobbio con Bertrand Russell, Jean-Paul Sartre o Raymond Aron. Sin ser similares entre ellos, pertenecen a esa categoría rara de filósofos que son también hombres de acción".



Los italianos coinciden en que una de las virtudes de Bobbio era la coherencia entre su pensamiento y su actuar. Una anécdota que relata su amigo Gian Giacomo Migone en el diario L’Unití  el 12 de enero es muy ilustrativa al respecto. Bobbio una vez reprobó a un ministro por utilizar el dinero público para hacer una llamada telefónica interurbana. "Ahora Lombardini está exagerando! Pero ¿acaso no se da cuenta que este es el horario en que más cuestan las llamadas telefónicas interurbanas? ¡Ahora mismo se lo digo", le comentó Bobbio a su amigo antes de convencer al ministro de terminar la llamada telefónica.



Su producción intelectual fue abundante. Escribió aproximadamente 40 libros y un millón de artículos en muchos de los cuales habla de los límites de la democracia y de las herramientas para reimpulsarla. En su pensamiento primaba la idea de que la libertad es una condición irrenunciable, pero que era necesario combinarla con cierta dosis de igualdad. Sus argumentos no eran una simple defensa de las reglas de juego, muy por el contrario, el autor se interesaba por las consecuencias, las implicancias, los resultados.



La democracia puntualmente fue una de sus mayores preocupaciones teóricas y prácticas. En un artículo traducido por José Fernández Santillán, escrito después de la caída del socialismo soviético, plasma una idea que sigue teniendo vigencia: "La democracia ha ganado el desafío del comunismo histórico, admitámoslo. Pero ¿con qué medios y con qué ideales se dispone a afrontar los mismos problemas de los que había nacido el desafío comunista? Ahora que ya no hay bárbaros, ¿qué será de nosotros sin los bárbaros? (…) ¿Son capaces las democracias que gobiernan los países más ricos del mundo de resolver los problemas que el comunismo no ha logrado resolver? (…) Los problemas ahí siguen, justamente son los mismos que la utopía comunista había señalado y creído que eran solubles. Esa es la razón de que sea una necedad alegrarse de la derrota y decir, frotándose las manos de contento: ¡Siempre lo habíamos dicho! ¡Ilusos! ¿Creen de veras que el final del comunismo histórico (insisto en lo de histórico) ha puesto fin a la necesidad y a la sed de justicia? ¿No sería bueno darse cuenta de que, si en nuestro mundo reina y prospera la sociedad de los dos tercios que no tienen nada que temer del tercio de los pobres diablos, en el resto del mundo la sociedad de los dos tercios y hasta de los cuatro quintos o los nueve décimos, es la otra?"



Pero fue otro el argumento que lo hizo batir récord de ventas editoriales a los 84 años con un tema que todos creían agotado. Con Derecha e izquierda: razones y significados de una distinción política (Madrid: Taurus, 1994) el profesor octogenario no sólo vendió 320 mil copias en Italia y fue traducido a 23 idiomas, sino que desde su "retiro" intelectual analizó el rol que le cabía a la izquierda y a la derecha cuando la tendencia era creer que ya casi no existía brecha entre ambas.



"La izquierda aprecia más el valor de la igualdad y la derecha más el de la jerarquía, el orden o, mejor, el de la diversidad. Se las suele distinguir también sobre la base del criterio inclusión-exclusión. La izquierda es inclusiva, la derecha es exclusiva. El proceso de inclusión depende de que se reconozca que los que hasta ahora eran excluidos son más iguales que desiguales, así como la exclusión depende de la consideración de que las desigualdades existen y que no es posible ni deseable eliminarlas".



Como éste, los temas que tocó Bobbio son los clásicos, pero los renovó y les dio una luz nueva frente a las problemáticas contemporáneas. Ese es el aporte que los entendidos destacan más de su obra.



La duda intelectual



Quien pudo gozar de la amistad de Bobbio, sabía que no debía adularlo bajo ninguna forma, como testimonia conmovido Gian Giacomo Migone.



La sencillez del filósofo quizás provenía de su clara vocación intelectual de dudar de todo, aspecto que lo hizo sufrir cuando ejerció como senador vitalicio, ya que no lograba decidirse por los proyectos de ley por ignorar, según sus propias palabras, quién tenía la razón.



La duda fue siempre su herramienta de observación. "He aprendido a respetar las ideas de los demás, a detenerme ante el secreto de cada conciencia, a comprender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en vena de confesión, les hago otra, aunque sea superflua: detesto a los fanáticos con toda mi alma", comentó en un artículo.



Muchas de sus interrogantes las dejó sin respuesta. Pese al bombardeo de los periodistas, Bobbio no cayó nunca en la tentación de responder a cada pregunta y menos de improvisar las respuestas. Así lo recuerda el periodista Riccardo Chiaberge en el suplemento cultural "Domenica" del diario Il sole 24 Ore. En una oportunidad Bobbio le escribió una carta para explicarle por qué había decidido no enviarle su opinión sobre el proceso de "manos limpias" para que la publicara en el diario Il Corriere della Sera: "Escribí el artículo, pero no se lo mandé porque me pareció haber escrito banalidades. Todo esto que sucede en Italia me da una sensación de angustia que, unida al cansancio físico, hace cada vez más difícil el trabajo del intelectual, del que siempre se esperan cosas originales e inteligentes."



La edad lo cansaba, pero a los 87 años habló en su libro De Senectute de su "vejez melancólica" en estos términos: "Es la conciencia de lo no alcanzado y de lo no alcanzable. Se le ajusta bien la imagen de la vida como un camino cuya meta se desplaza siempre hacia adelante, y cuando se cree haberla alcanzado, no era la que se había figurado como definitiva. La vejez se convierte entonces en el momento en el que se tiene plena conciencia de que no sólo no se ha recorrido el camino, sino que no queda tiempo para recorrerlo y hay que renunciar a alcanzar la última etapa".



Y continúa, pero con una alternativa: «Mientras que el mundo del futuro está abierto a la imaginación, y ya no te pertenece, el mundo del pasado es aquel donde a través de la remembranza te refugias en ti mismo, retornas a ti mismo, reconstruyes tu identidad, que se ha ido formando y revelando en la ininterrumpida serie de todos los actos de la vida, concatenados entre sí, te juzgas, te absuelves, te condenas, y también puedes intentar, cuando el curso de la vida está apunto de consumarse, trazar el balance final".



Respecto al pensamiento y la historia dejó una visión no menos pesimista: "He alcanzado la tranquila conciencia, tranquila pero infeliz, de haber llegado solamente a los pies del árbol del saber (Â…) He llegado al final no sólo horrorizado sino sin ser capaz de dar una respuesta sensata a todas las preguntas que las vicisitudes de las que fui testigo me plantearon de continuo. Lo único que creo haber entendido, aunque no era preciso ser un lince, es que la historia, por muchas razones que los historiadores conocen perfectamente pero no siempre tienen en cuenta, es imprevisible".



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