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La turbación de Ralf Dahrendorf

Avergonzado, el sociólogo alemán cuenta en primera persona cómo vivió su infancia bajo el régimen nacista. Dándole sentido a cada pasaje, llega a la edad que lo marcó: los 28 años, cuando "la energía vital encuentra su expresión más pura", según narra en su último libro, una autobiografía que todavía no es editada en español.


La señora de Dahrendorf, que es una newyorkina-hebrea, siempre le preguntaba a su marido sobre su infancia bajo el régimen de Hitler en Alemania. "¿Pero qué sabían?, ¿de qué cosas estaban precisamente enterados?", lo interrogaba sin tregua.



El sociólogo, que tenía 10 años cuando estalló la guerra, sólo creía recordar que tanto él como todos los niños de su edad estaban contentos de tener que vestirse con la nueva camisa café para ir al colegio en 1939.



Haciendo introspecciones, comenzó a visualizar más capítulos de su infancia bajo el nazismo y decidió escribir una autobiografía que publicó en Alemania con el nombre íœber Grenzen (Más allá de las fronteras) que recientemente fue lanzada en Italia.



Dahrendorf narra que si bien él era niño y sus padres lo alejaron de sus opiniones políticas contrarias al régimen nacista para protegerlo a él y a ellos mismos, confiesa haberse dado cuenta de algunas cosas, especialmente de la crueldad que imperaba en los espacios cívicos e incluso entre los niños en las escuelas.



"Hace casi mal contar nuestras niñerías y con mucho gusto ahorraría el disgusto a mí y a mis compañeros de recordarlas si no hubiésemos tocado todos los confines que hacen peligrosa a la estupidez y, por lo tanto, el límite de riesgo omnipresente en un mundo siempre más totalitario", escribe el sociólogo anglo-germano en su libro.



Reveladora es la primera parte del relato en la que narra que el padre de un compañero de escuela, un superior con poder "de vida y muerte" en Cracovia, organizó la ocupación de la ciudad polaca. Parte del plan fue llevar a todo el curso de Dahrendorf en tren a la ciudad donde fueron acogidos por un grupo de militares en un castillo.



"Todos comentaban de nuestra buena fortuna. Todavía hoy no logro pensar en ese año sin un sentimiento de culpa y de vergüenza. Culpa y vergüenza sobre todo de nuestra posición de ocupantes en un país noble (…) No pasó mucho tiempo sin que algún niño comenzara a entrar en los negocios de la ciudad para tomar sin ningún respeto las cosas que le gustaban más. Para los habitantes nos trasformamos en una peste. Todo lo que le hacíamos a los polacos permanecía impune (…) Los profesores tomaron varias medidas para impedir nuestras faltas, pero con escaso éxito. Las lecciones parecían seguir su curso normal, pero los maestros jubilados que habían sido llamados a volver a las aulas, demostraban poco ardor pedagógico y nosotros éramos una manada de mal educados", escribe en su libro.



Los padres de Daherendorf adivinando lo que sucedía, lograron llevar de vuelta a su hijo a Berlín. Volvió llorando de lo que él mismo denominaba sus "vacaciones" en Polonia, conmocionado, además, porque sus progenitores habían decidido mudarse de casa.



Por un extraño instinto de autodefensa, no comentó nunca lo que había descubierto en la bodega de la nueva casa. "Encontré una caja llena de recuerdos de mis padres, la mayoría libros y documentos. Entre otras cosas había dos anuarios del Reichstag de 1932 y 1933. Hojeándolos no sólo encontré los nombres de Hitler, Göring, Himmler y Goebbels, también el de mi padre. Pero lo extraño era que bajo su nombre no estaba la sigla del único partido que me era familiar, el NSDAP, Partido Nacional Socialista, sino que una que decía ser el Partido Social Democrático Alemán, SPD. No tenía idea del significado de social democrático, pero supe que había descubierto un oscuro secreto. ¿Hablaríamos a la hora de cena del descubrimiento? En la escuela se contaba de niños que habían delatado a sus padres al partido. A mi no me sucedería".



Todo era confuso en la época, dice el autor de "Después de la democracia". El mismo se cataloga de inmaduro respecto a su comportamiento, sensaciones y pensamientos durante esos años, pero hay un signo en su diario de vida que escribió a los 13 años que lo ayudan a reconciliarse consigo mismo. En su cuaderno escribió: "El Reich que Adolf Hitler creó de la nada, y que genialmente dirige y seguirá haciéndolo, no podrá ser jamás destruido". La frase continúa con más alabanzas, pero al dar vuelta la página sólo quedaba trascrito "El Reich que Adolf Hitler guía no podrá nunca regir más de 50 años".



Habían pasado tres años del comienzo de la guerra y Dahrendorf ya tenía varias razones para oponerse a ella. ¿Sabía lo que sucedía? Claramente no sospechaba del Holocausto como tampoco lo hizo el cónsul estadounidense en Ginebra, quien en 1942 fue informado por Riegner, el secretario del World Jewish Congress, que la catástrofe que se aproximaba.



Dahrendorf recuerda la humana explicación de Riegner que en cierta forma lo hace perdonarse a sí mismo. "Los hombres se refutan a aceptar los acontecimientos que superan su comprensión. El mal absoluto no podemos concebirlo y menos creerlo real. Que sucedieran cosas terribles, que tantas personas fueran asesinadas por el interés de estado, que la simple pertenencia a una raza pudiese significar la muerte, muchos lo sabían en algún modo vago e impreciso. Pero era un saber ignorado o un ignorar sabiendo".



"Siempre he tenido 28 años"



Dahrendorf irónico consigo mismo, confiesa sus dudas frente a su autobiografía. En el prólogo relata las burlas de un amigo respecto a su libro: "¡Ah, así es que un pachtwork biográfico postmoderno! y otro comentario no menos provocativo como "las autobiografías son mentiras existencialistas".



Dahrendorf cree que las autobiografías tienden a acentuar y dividir las experiencias vividas mediante una línea roja que en realidad no existe. Entonces decidió relatar las historias que quería contar, pero con la intención de trazar un itinerario evolutivo de crecimiento personal que en vez de relatar su vida hasta hoy, se detiene en su infancia y juventud.



El título de la autobiografía alude a "un hombre sin fronteras" que ha vivido entre Alemania e Inglaterra, entre la ciencia y la política, entre la investigación y la divulgación, entre una vida pública y otra privada. Pero en el libro hay un límite de edad que sin ser tan importante a nivel de relatos lo fue en el ámbito personal hasta hoy: los 28 años.



"A veces tengo la impresión que cada uno de nosotros lleva consigo una edad por toda la vida. Hay quien permanece para siempre adolescente. Otros alcanzan una edad mediana de hombre antes de haber dejado los pupitres de la escuela. Lo que a mí respecta, yo siempre he tenido 28 años y veinteañero permaneceré por el resto de mis días. Fue la edad designada, el culmine en el que la energía vital encuentra su expresión más pura y se entreabren miles de posibilidades", concluye.

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