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Vivencial: El día del joven combatiente en Villa Francia

Barricadas, heridos y detenidos no son el único saldo de la noche del 29 de marzo. Las actividades previas a los incidentes revelan que la villa no ha perdido la práctica combativa que la caracterizó en la década de los ’80. Internamente, causó satisfacción que la única panadería del sector no fuera saqueada por el "lumpen", que acostumbra desvirtuar los actos conmemorativos.


Son las 20:00 horas y llego al punto acordado. Las reglas son simples y sencillas: observar y no exponerme innecesariamente. De esta forma me integro a uno de los grupos que participan de las actividades del Día del Joven Combatiente, en Villa Francia. Mi guía nocturno será «Rolando», una chapa que no es la real, y que por seguridad debe ser cambiada.

En una de las calles interiores de la villa han comenzado los actos que recuerdan a los jóvenes militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Eduardo y Rafael Vergara Toledo, abatidos el 29 de marzo de 1985. A esas horas, no ha llegado ningún canal, ni reportero gráfico de algún medio.

Gente de todas las edades participa del mitin principal. Velas y un lienzo colgado en una reja son el marco para el orador de turno, un señor de unos 60 años que invita a los participantes a responder tres preguntas, en forma simbólica. Una de ellas dice relación con qué es lo que quieren como país.

Mientras escuchamos atentamente, un joven en bicicleta se nos acerca: «los pacos están en la panadería», y se va tan rápido como aparece. Después del comunicado, Rolando me dice que debemos ir a otro lugar. Cuando caminamos por 5 de abril, en dirección a Cerrillos, le pregunto que significa para él Villa Francia:

– En estos momentos representa la tozudez de no dejar la historia de lado, con responsabilidad, a pesar de que se tergiversen las cosas. Hay un trabajo de largo aliento, porque la gente está acostumbrada, es guerrera. En lo cotidiano, los trabajadores, los estudiantes de la Villa Francia, tratan de llevar adelante el pequeño carro de historia que poseen, que si bien tiene una historia pasada, es una historia que la van construyendo día a día, con organización, con trabajo comunitario, con ayuda entre los vecinos…

La conversación se interrumpe cuando pasamos frente a la Copec, donde ya es posible divisar a vehículos de fuerzas especiales de Carabineros, apostados en pasajes interiores. Seguimos caminando y Rolando me muestra los murales que cubren la cara de los edificios que dan a 5 de abril, los cuales están siendo restaurados. Está es la primera vez que se comienza con la recuperación de está expresión artística, el aspecto más positivo por el que es conocida la villa.

Finalmente, llegamos a la panadería, que es saqueada por el lumpen cada vez que hay fechas conmemorativas. A corta distancia, el «zorrillo» aprovecha la oscuridad para esperar los acontecimientos. Lo cual provoca sentimientos contrapuestos en Rolando, quien considera que si bien «los pacos son la represión del Estado», también no es justo que el lumpen destruya una fuente de trabajo.

Hemos caminado ya varias cuadras y me dice que «doblemos en la esquina». Ingresamos por un pasaje y llegamos a una casa: «aquí dejaremos nuestros bolsos para andar más tranquilos». Afuera los negocios siguen abiertos y la vida transcurre como siempre.

Son las 21 horas y debemos volver a 5 de Abril. La gente que estaba en el acto bajará organizada en una marcha, hasta la zona de la bencinera. Mientras esperamos en la ciclo vía que pasa por el bandejón central de la avenida, comienzan a encenderse las velas y llegan los tambores para una batucada.

Algunos jóvenes realizan una performance con unas antorchas, quizás presagiando lo que vendría. La marcha llega, comienza la música. La bomba ya apagó sus luces para permitir que en su interior se resguarde un carro policial. Los silbidos no se hacen esperar y, paralelamente, el lumpen hace su arribo. Ellos no han estado en la marcha y comienzan a lanzar gruesos epítetos a carabineros.

Rolando me pregunta si me acuerdo cómo llegar a la casa. Contesto afirmativamente. Otro miembro del grupo indica que es mejor salir de la primera línea. Cruzamos y nos quedamos apegados a un edificio. La gente ya se ha tomado las calles. Me dicen que esté atento. Momentos antes, la tanqueta N°510 de Fuerzas Especiales, había hecho notar su presencia. El ambiente está «caliente».

A partir de ahora hay que estar atento. Una columna de jóvenes a rostro cubierto ingresa a la avenida, pertenecen al Grupo de Acción Popular (GAP). Vienen premunidos de lienzos, neumáticos. Uno de sus líderes lanza una proclama contra el sistema, mientras otro distribuye ejemplares de «Voz Rebelde», donde estampan sus demandas y visión actual de la sociedad.

Entre la multitud, aparecen los primeros «fierros» (armas). Encienden los neumáticos, los carros policiales se inquietan. Se inician los primeros disparos. Corremos hasta una plaza. Mientras esperamos, no hay que ser perceptivo para saber lo que está pasando en la avenida. Hay que volver a la casa.

En la calle de la panadería encienden un viejo sillón. Al otro extremo las barricadas son más robustas. Carabineros hace lo suyo y disparan lacrimógenas que, por accidente, caen en los patios de algunas casas. Los dueños utilizan agua para que no se expanda más el insoportable el gas.

El lumpen comienza a hacer de las suyas por el medio de la calle. Jóvenes de no más de 15 años, a rostro cubierto, sacan sus «fierros», armas recortadas y pistolas, y las disparan a un metro de donde nos encontramos. Rolando me cuenta que lo único que quieren es saquear la panadería. Con ellos hay cero posibilidad de diálogo; no se les puede persuadir de nada.

Un joven encapuchado dispara hacía Carabineros, de pie, luego acostado. Algunos tiros se le traban. Me explican que puede ser porque anda sin la munición adecuada. Las fuerzas especiales responden con más lacrimógenas. A la hora de los noticiarios, está «todo pasando» en la villa, de acuerdo a los comentarios de la gente. A las esquinas también llegan familias a ver qué pasa. No falta la pregunta inocente de un niño: «¿qué hace un zorrillo?». La respuesta de la madre no lo toma en serio: «se comen las gallinas». A esa hora y a esa edad no hay que profundizar más.

El momento más álgido es a las 22 horas. Fuerzas Especiales decide no usar más lacrimógenas y comienza a avanzar. Desde el carro policial N°846 sale un efectivo que comienza a disparar, frenéticamente, perdigones. El comentario al unísono es que «está dura la cosa». La tanqueta N°510 también hace su estreno por las calles principales, despejando, en la medida de lo posible, las barricadas.

Viene la represalia. A uno de los vehículos policiales, literalmente, lo bañan con bombas molotov, en la esquina contraria a la panadería. Los uniformados toman confianza y un destacamento avanza por las calles, protegidos sólo por sus escudos. Ahora es el turno de los pobladores. Alguien llega a un poste a rostro cubierto y hace disparos a los efectivos policiales. Sobre el arma, dicen que no es hechiza, sino una «38».

A partir de ahí todo tiene un giro inesperado. Mientras esperamos que pase el efecto de los gases lacrimógenos, llega la noticia que en las cercanías alguien fue baleado. Esto hace que las actividades de la noche se acorten. Son las 23 horas. Nadie sabe bien de dónde vino el proyectil. Lo único claro es que atravesó el hombro izquierdo de un poblador. Pese al improvisado parte policial, reina la calma. Aquí «no hay cabezas de pistola», me comenta alguien. Llegan informaciones tranquilizadoras. El dispositivo de primeros auxilios ha funcionado y está fuera de peligro, aunque perdió sangre.

Rolando me explica que son los riesgos que todos asumen al estar aquí. Pero ante una coyuntura como esa, se deben tomar precauciones. La «represión que puede venir es peor». Después de unos llamados telefónicos, me dice que debemos salir.

Cerca de la medianoche dos vehículos llegan a un pasaje cercano. Me dicen que suba primero. «Te dejará en Alameda con Las Rejas», me dice Rodolfo. Sólo atina a decir «hasta pronto». A esas alturas no hay nada más que comentar.

Al día siguiente, abro el diario y sé que el nombre del joven baleado es Andrés Villagra Peñailillo, de 33 años, quien se encuentra estable en la posta del hospital San José.

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