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Patricia Verdugo: «La reconciliación no está en la meta de lo posible»

Autora sostiene que Chile podría aspirar a ser respetuoso de la diversidad, pero considera que es necesario que la justicia actúe en los casos de derechos humanos. Estima que la Comisión Valech es un paso más en ese sentido y rechaza cualquier intento por decretar un punto final, cuya cara visible es Clara Szczaranski.


«Conozco a mi torturador». Con esta frase, el cientista político Felipe Agüero remeció a la opinión pública en el verano de 2001. Lo sorprendente es que como victimario aparecía un académico de la Universidad Católica. Por primera vez, en los casi 30 años que habían transcurrido desde el golpe de Estado, en la prensa chilena se hablaba de un caso de torturas.



«Con sólo decir eso, ya está listo el guión de la película. Parece increíble, pero es verdad», señala la periodista Patricia Verdugo, al explicar las razones por las que escogió este caso para acercarse al tema de los sufrimientos de miles de chilenos durante su prisión política en el libro «De la Tortura (no) se habla. Agüero versus Meneses».



En 1974, Agüero, entonces estudiante de la Universidad Católica, fue detenido por agentes del régimen militar y trasladado al Estado Nacional. En ese lugar, Emilio Meneses, un oficial de reserva de la Armada, lo sometió a torturas con el fin de obtener antecedentes sobre las actividades de grupos de izquierda en la mencionada casa de estudios.



Veintiséis años después, Felipe Agüero, un destacado cientista político, dijo que sabía quien era su torturador. Hablaba de Meneses, ahora académico de la Universidad de Católica. Meneses negó haber realizado esas prácticas. Sin embargo, la justicia demostró que Agüero no mintió, al sobreseer una querella por injurias graves con publicidad, aplicando el principio de excepción de verdad.



Visión multidisciplinaria



Una de las novedades del trabajo, en el que Verdugo las oficia como editora y articulista, es que fue realizado con los aportes de profesionales de diferentes áreas, abogados, sicólogos y sociólogos, entre otros, quienes desde su experticia analizan este caso en particular, pero también entregan una visión sobre la sistematicidad de las torturas en Chile.



«Es uno de los modos de abordar al tema. Hay otros. Por aquí se empieza. Me gustó esta manera de comenzar para hacerlo del modo ‘más serio’ aparentemente. Varios especialistas lo analizan desde distintas perspectivas de estudio. Así, es un libro que primero se difunde en el mundo académico y en lectores de alto nivel cultural», explica.



Verdugo anticipa que el segundo paso para difundir este caso es publicar el mismo caso, como una historia novelada para adolescentes, para que "sepan que esto les puede ocurrir a ellos si no se pre-ocupan y ocupan de instalar una democracia sólida en Chile".



Si bien considera que el trabajo de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura fue un paso más en pos de ese objetivo, descarta que sea el final del proceso, porque para ello se requiere justicia en materia de derechos humanos y sanciones para los responsables. "No es el fin de este doloroso proceso. La clave está en hacer justicia", afirma. Por lo mismo, denuncia un nuevo intento de "punto final", cuya cara visible, a su juicio, es la presidenta del Consejo de Defensa del Estado (CDE), Clara Szczaranski.



– El debate de derechos humanos sólo se liberó en 2003, con el acercamiento de la UDI a familiares de detenidos desaparecidos. ¿Qué le parece ese gesto, así como la reacción de la Concertación?
– Así es. Fue la UDI la que «dio permiso» a La Moneda, al Parlamento y a la prensa para discutir de derechos humanos, preparar proyectos de ley y formar la Comisión Valech. Eso sólo demuestra el «poder real» de la ultraderecha hasta hoy, un poder (Fuerzas Armadas, dinero, etcétera) que no requiere estar instalado en la Moneda para ser ejercido.



– A pesar de todo, este proceso facilitó la creación de la Comisión Valech y el posterior Informe sobre Prisión Política y Tortura. ¿Cree que fue suficiente lo realizado por esa instancia?
– Fue un paso muy importante. Nada más. No es el fin de este doloroso proceso. La clave está en hacer justicia. Y para eso no podemos seguir escondiendo bajo secreto y barriendo bajo la alfombra los nombres de quienes cometieron crímenes. No podemos seguir dando impunidad. Chile se enferma mentalmente por causa de la disociación esquizofrénica de sus dirigentes.



– Se ha cuestionado que la gente "por un poco de plata" sería capaz de inventar una buena historia. De acuerdo al trabajo observado en el libro, ¿cree posible eso?
– El que lo diga está loco. En casi 40 mil casos, es posible que algún enajenado haya llegado hasta la comisión para inventar una historia. Por ley de probabilidades ello es posible. A quien diga eso, le comunico que a la Comisión llegaron menos de la mitad de los casos reales. Miles y miles de personas siguen hasta hoy en silencio, sin poder contar su historia a nadie. A lo más, compartiéndola con algún siquiatra… Los que lo dicen, no tienen idea de lo que significa recibir un golpe de electricidad en un testículo.



-En el libro, la siquiatra Paz Rojas habla sobre el proceso de las víctimas por romper el silencio. ¿De alguna manera, esa dificultad se podría extrapolar al país?
– Así es. Chile ha estado enfermo de miedo luego del trauma de la dictadura, un trauma que fue tortura masiva. Mi gran crítica a los gobiernos de la Concertación es que debieron liderar con más energía y claridad el proceso sanador, que Chile se vaya despojando capa a capa de esta coraza de miedo. Dictadura es sinónimo de terror. Democracia es sinónimo de confianza. La transición es el paso del terror a la confianza…



Punto final



El año pasado, Verdugo protestó junto a organizaciones de derechos humanos por la posición del CDE en torno a la ley de Amnistía, para pedir la salida de la presidenta de ese organismo, a su juicio, la cabeza visible de este proceso junto al comandante en jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre.



La periodista asegura que desde hace 14 años la clase política viene asegurando que se debe dar vuelta la página en materia de derechos humanos, lo que demuestra su mala calidad. "Un buen dirigente sabe de ética y sabe de lo que realmente le ocurre a su pueblo. Y a partir de saber, conduce", afirma.



"Los defensores de derechos humanos y las familias de las víctimas hemos seguido adelante, contrariando tanto anuncio. Si fuera por los dirigentes políticos, el general Pinochet sería senador vitalicio, ejemplo de astucia anti-ética para las nuevas generaciones de chilenos. Nosotros logramos que no fuera así… algún día, una nueva generación de dirigentes políticos nos agradecerá haberlo hecho", sostiene.



– ¿Observa algún intento de punto final?

– Hay claramente un nuevo intento de Punto Final. De ahí la tesis de la «amnistía impropia» del CDE. De ahí tanta alabanza para el general Cheyre. Y estamos dando una nueva batalla para que este nuevo intento no prospere. Alguien decidió que «justicia en derechos humanos» era la moneda de cambio para que el Ejército y las Fuerzas Armadas en general se «profesionalizaran», es decir, para que volvieran a ser el brazo armado del Estado (de todos los chilenos) y no el brazo armado de la derecha política y económica. Eso es lo que hoy está en juego. Nosotros no aceptamos ser la moneda de cambio.



Según Verdugo, Clara Szczarannski es quien representa este nuevo intento, por lo que "pedir su renuncia es la forma más potente de «graficar» nuestro rechazo a esta operación política". Sin embargo, tampoco esconde sus críticas al rol de Cheyre. "Quiere pasar a la historia por instalar la Doctrina Cheyre. Ser recordado por haber «democratizado» al Ejército y con ello a todas las FFAA. ¿Cuál es el precio? Fin a todos los procesos de derechos humanos, aplicación de la «ley» de amnistía vigente, impunidad para el general Pinochet", afirma.



Pero además, agrega, esto le permitiría a Cheyre "solucionar ‘su’ gran problema familiar", porque su suegro, el general Carlos Forestier, procesado en una serie de casos de derechos humanos. de imponerse la tesis del secuestro permanente, será condenado y cumplir prisión. "Podemos sospechar, con datos reales, que está en juego la estabilidad familiar y militar del comandante en jefe", afirma.



– Pinochet hoy está procesado por la Operación Cóndor, desaforado por el caso Prats, e investigado por las millonarias cuentas del Riggs. ¿Se imaginó este escenario tras su sobreseimiento por el caso Caravana de la muerte?
– Cuando Pinochet fue sobreseído por el caso «Caravana de la muerte», lloré por largo rato. Pero, como antes, supe que había que reunir más fuerzas y seguir adelante. Volví a reunirme con mi «socia», la abogada Carmen Hertz, o con mi «socio», el ingeniero Víctor Pey, y de ahí salimos reanimados. Había que seguir luchando. Y lo hemos hecho. Es nuestro deber. Y los resultados están a la vista…



– A su juicio, ¿es posible la reconciliación del país? ¿Qué se requiere para ello?
– No, la reconciliación no está en la meta de lo posible. La verdad es que la palabra está mal usada. Hasta yo la he usado mal. Lo que es deseable y posible es que Chile sea un país respetuoso de su diversidad. Yo tenia 16 años para la campaña presidencial de 1964. Y salía por las noches con mis hermanos chicos a pegar carteles en los postes. No había temor. Nos encontrábamos con otros niños haciendo lo mismo por otros candidatos. Y nos reíamos. No había violencia. Eso deseo para mis nietos, los que aún no nacen.



La tortura, en carne propia



Pese a las fuerzas que muestra para luchar por lo que considera justo, la periodista carga con muerte de su padre, Sergio Verdugo, en 1976 a manos de agentes represivos, hecho que hasta el día de hoy la sigue torturando, tal como a miles de chilenos familiares de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos o las propias víctimas de los tormentos.



Reconoce que la tortura para su familia comenzó el mismo día en que agentes represivos detuvieron a su padre. "Ni siquiera teníamos derecho a saber a qué cárcel clandestina o campo de concentración había sido llevado. La dictadura había dictado un decreto que le daba «derecho» a arrestar a una persona hasta por cinco días sin informar de su paradero".



Verdugo recuerda que "cada minuto, cada hora, yo rezaba porque no lo estuvieran torturando… no, no es verdad. Yo sabía que lo estaban torturando. Dentro de mi, sólo una frase se repetía una y otra vez, ¡resiste, papá, resiste!… y el hecho real es que no resistió. Murió durante la tortura del submarino".



El sufrimiento que tuvo la periodista en esos años, se prolonga hasta estos días. "Algunas veces, no logro controlar mi mente y se me aparece la imagen de alguna mano puesta en la nuca de mi padre, empujando su cabeza dentro del tonel de agua… tengo que rezar mucho para que la imagen se borre. No puedo responderle más. Al hacerlo, ya estoy llorando… y eso es tortura. Hasta hoy".



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