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Mauricio Electorat: «Vivir en Chile es una deuda que tengo pendiente»

El escritor, ganador del premio Biblioteca Breve y recientemente galardonado por el Consejo del Libro y la Cultura en la categoría novela, anuncia que, tras vivir en Europa por más de veinte años, piensa reinstalarse en Chile a partir de octubre de este año. Acá hará clases en universidades y talleres literarios, mientras afina los detalles de su tercera novela.


Suena el teléfono. Allá son las 23:30; acá, las 17:30. Contesta desde el verano barcelonés, ha pasado un caluroso día junto a sus hijos y recién terminó de comer. Acá la tarde es helada. De sus 45 años, Mauricio Electorat se ha pasado los últimos 24 entre Barcelona y Francia. Viene también, regularmente.



Su ‘allá’, desde el otro lado del aparato, es el ‘acá’ para nosotros, pero sólo hasta octubre, fecha en la que piensa establecerse en el país por un tiempo largo. Por estos días se dedica a escribir su tercera novela y apronta su llegada a un Chile diferente del que conoció.



Recientemente recibió el premio del Consejo del Libro y la Lectura por su novela La burla del tiempo . La misma obra que lo convirtió en el primer chileno en recibir el Premio Biblioteca Breve, de la editorial Seix Barral, el año pasado. Asegura que no se esperaba la reciente distinción, aunque es tercera vez que recae en sus manos.



-¿Te demuestra este premio el impacto que tiene tu escritura en Chile?
-Sí. Al mismo tiempo pienso que vivo desconectado de lo que podría ser la vida literaria del país. Pero los temas que abordo en mi escritura son profundamente chilenos, aunque ocurran mitad en Santiago, mitad en París. El hecho de que en Chile se reconozca el valor de lo que hago, para mí es muy importante, porque quiere decir que mi punto de vista y mi trabajo está dando algún resultado a pesar de no vivir allá.



-¿Vienes constantemente?
-Sí, hace dos o tres años voy y me quedo por lo menos un mes. Y ahora -en octubre o principios de septiembre- voy a instalarme en Chile un tiempo, y voy a dar un par de talleres. Creo que tengo un pequeño espacio allá por descubrir.



-¿Harás un taller de narrativa?
-Sí. Es un taller de estructura de la novela. Es lo que llamo "organización de los materiales narrativos". Es para gente que ya escribe, que tiene alguna experiencia o que tiene clara conciencia de que quiere escribir; no son clases de narrativa, es para gente que ya quiere empezar a escribir novela, que es algo que se da poco en Chile. He abordado así este taller porque he sido lector durante muchos años, en Barcelona y París, para editoriales, agentes literarios, etcétera. Eso me ha permitido darme cuenta de que la mayoría de las novelas fallidas, se frustran por un problema técnico, de estructura. En general no es el tema, porque cualquier historia puede ser digna de ser contada en una novela.



-¿Cuánto tiempo estarías en Chile?
-Doy este taller desde octubre hasta mediados de diciembre, en febrero vuelvo a Barcelona y en marzo regreso a Chile. Creo que me voy a quedar algunos años. Voy a dar talleres, estoy en conversaciones para hacer clases de literatura en un par de universidades. Piensa que yo salí de Chile en 1981, cuando tenía 21 años recién cumplidos. Tengo 45 ahora, y nunca he vuelto a vivir en Chile. Es una cuenta que creo que tengo pendiente. No sé cómo resultará la experiencia, pero me gustaría tener, antes de los 60, la experiencia de vivir en mi país. El Chile que tengo en la cabeza es el de mi infancia y mi adolescencia.



-Por esa época era un poeta; ¿Te sedujo la narrativa o te pateó la poesía?
-No sé si era un poeta realmente. Yo partí escribiendo poesía, como todo el mundo, a mediados de los años 70, pero cuando me vine a estudiar a Barcelona, me empezó a seducir la narrativa. No es que la poesía me haya pateado, pero yo creo que en poesía uno es Garcilaso de la Vega, Verlaine, Rimbaud, Neruda o nada. O tienes genio absoluto o eres un poeta del montoncillo. En cambio la novela es un tema de trabajo, es un oficio -como decía Faulkner- de oficinista, pero al mismo tiempo tiene una dimensión arquitectónica que a mí me fascina. Se nace poeta, pero creo que uno puede convertirse en novelista.



"El tiempo borra la inmediatez del odio"



En La burla del tiempo es una compleja historia que transcurre en dos escenarios: Santiago y París. A partir de la noticia de la muerte de su madre, Pablo Riutort decide viajar a Chile. En el trayecto, recuerda los sucesos que lo llevaron a su exilio, y el encuentro con su delator, 20 años después, en Francia.



El protagonista es una suerte de alter ego de Electorat: asistieron al mismo colegio -la Alianza Francesa- y estudiaron ambos en el Pedagógico. Salieron en la misma fecha del país e inclusive la carta que se incluye en la novela es la verdadera notificación que recibió el escritor de la suspensión de sus estudios universitarios. "Está ligeramente modificada porque Agustín Toro Dávila no se firmaba ‘general de caballería y rector’, por ejemplo, sino directamente rector. Pero la carta es ésa básicamente", cuenta.



La burla del tiempo es una revisión de tu experiencia en la política chilena. ¿Este recorrido tiene que ver únicamente con la memoria o con el recuerdo procesado a través del tiempo?
-Obviamente tiene que ver con la memoria procesada a través del tiempo. Primero está la historia de un grupo de adolescentes de la Alianza Francesa y que milita en un partido político clandestino, y al mismo tiempo, está esa misma historia 20 años después, cuando el protagonista se encuentra en París con el tipo que los delató en la universidad. La novela es una visión ya procesada. No es sólo una memoria, en el sentido literario del término. Es una ficción, una construcción a partir de la memoria.



-Es curiosa la "no reacción" de Pablo, el protagonista, cuando se entera de la muerte de su mamá. Me pregunto si un modo de reaccionar es recordando su historia y, lateralmente recordándola a ella dentro de esa historia.
-Sí. Pero la falta de reacción es relativa, porque lo que traté de describir con esa escena es cómo de alguna manera la distancia lo distorsiona todo. Él recibe la noticia en la cabina telefónica de un metro en París, y a 15 mil kilómetros de distancia la vida sigue, todo está pasando allí como cada día, y en Santiago su madre ha muerto. Él es incapaz de aprehender ese momento, porque no está allí, y hace muchos años además que no está allí. Es una especie de perplejidad fría. Creo que es muy distinto cuando aprehendes que un ser querido ha muerto y estás con él en un hospital. El impacto es otro.



-Está ajeno. Geográficamente, pero a tal vez también en lo emocional.
-Emocionalmente también es un impacto muy violento. Creo que las grandes catástrofes personales se asemejan a los grandes momentos de felicidad: no te das cuenta de la intensidad de lo que estás viviendo sino hasta después. Hay una especie de anestesia, de distancia inconsciente que pones con el acontecimiento, sencillamente para poder sobrevivir. Cuando tienes un hijo, por ejemplo, vives ese momento, pero no te das cuenta realmente del alcance de ese minuto, que luego recordarás toda tu vida.



-En La burla del tiempo el delatado y su delator pueden estar juntos en un mismo café en París. ¿Tanto borra las diferencias el tiempo?
-No creo que borre las diferencias precisamente, pero lo que sí borra quizás es la inmediatez del odio. Cuando pasa el tiempo y pasa la vida, ya no odias, y puedes ver al otro. Ver que ha sido tu adversario, que es el que te delató o te torturó, pero lo puedes mirar, y puedes asumir que esa otra persona debe tener una historia también. De todos modos, la novela no es de tesis: es una circunstancia. Que se da mucho en Chile, por lo demás. Hasta a Michelle Bachelet le pasó eso de encontrarse en el ascensor con el torturador de su madre. Es un caso paradigmático chileno.

Hurgando en la historia me dije ‘¿quién es este famoso Nelson? ¿por qué delató?’, que es la interrogante que todos los que sufrieron violación de los derechos humanos se hicieron: ¿por qué? ¿quiénes eran los otros, como personas? Esta es una respuesta de ficción a esa pregunta que creo que ronda en la cabeza de muchísimos chilenos.



-¿Estás conectado con la política chilena actualmente?
-No. No tengo inguna conexión, ni pretendo tenerla, porque creo que un escritor debe intentar por todos los medios conservar su libertad de opinión y análisis. Obviamente esto no quiere decir que no tenga opiniones; desde luego me siento mucho más cercano a la izquierda que a la derecha. Pero hoy día, ni en Francia ni en Chile se me ocurriría militar en un partido político.



-Literariamente hablando, ¿en qué estás?
-Estoy comenzando a redactar mi tercera novela, que es otro tipo de historia, pero que tiene que ver con los mismos temas. Es una historia que atraviesa los años 70, pero quiero trabajar con otros arquetipos, que tienen que ver con la pérdida de identidad. Es una cantante que se cree Palmenia Pizarro, y se sabe de memoria las entrevistas que Palmenia dio a la revista Ritmo, y se las repite frente al espejo. Se empareja con un escritor y por azares del destino se encuentran en París y pasan una serie de cosas. Y al mismo tiempo, es la historia del escritor que escribe esa novela. Quiero intentar esta cosa tan cervantina que a mí me gusta mucho, que es la novela dentro de la novela, la ficción dentro de la ficción.

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