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‘La vara con la que van a medir a Michelle Bachelet es la del género’

Investigadora y autora de un estudio sobre género que indaga en el liderazgo de las mujeres, especialmente en el mundo político, asegura que el machismo ha resurgido con especial fuerza en esta campaña electoral, y que una ley de cuotas o de discriminación positiva es necesaria para permitir a las mujeres franquear las barreras de acceso a los cargos de poder.


Conflictiva. Así le decían a Clarisa Hardy, directora ejecutiva de la Fundación Chile 21, hace un par de décadas, cuando miraba fijamente a su interlocutor(a) para decirle que no estaba de acuerdo con su opinión. Hoy lo recuerda entre risas. En su momento, debe haber generado más de una chispa de ira.



Conflictiva, violenta, agresiva, poco femenina. Son los calificativos que, hasta hace poco, se usaban para sepultar la capacidad de liderazgo de una mujer. Hoy, más sutiles, los cuestionamientos persisten, aunque a veces las máscaras sean más difíciles de detectar. En tiempos electorales, el tema resurge con fuerza inusitada, más aun luego de que las mujeres del PPD pidieran que, dentro de la reforma al sistema electoral, se incluya la obligatoriedad de que el número de candidatas sea al menos el 40% del total.



"Necesitamos ley de cuotas", dice, tajante, Clarisa Hardy. Y no es voluntarismo feminista. Es que tiene en la mano un estudio que demuestra lo complicado que es para una mujer acceder a cargos de poder político, y lo determinantes que son las redes sociales, las ‘ayudas’ familiares, para que ello ocurra. Estas escasas excepciones, además, se dan casi exclusivamente en las clases altas, en las elites. Tras una larga investigación, publicada bajo el nombre de Eliterazgo, la socióloga se ha convencido de la necesidad de iniciativas legales que aceleren un cambio cultural.





-Se ha generado un gran debate acerca de la (in)conveniencia de tener una ley de cuotas, porque si por un lado se necesita equiparar oportunidades, por el otro hay resquemores respecto de si las mujeres estarán ahí por cuotas o por capacidad.
-Uno se puede hacer la pregunta inversa: ¿Por qué, a pesar de su alto nivel de capacidad, las mujeres no pueden romper las barreras de ingresos? El otro día le decía a alguien: ‘¿estás de acuerdo con que el Estado tenga iniciativas de acción afirmativa para los más pobres? Si a ellos no les garantizas una política proactiva de integración, ¿se podrían integrar de manera natural y espontánea?’ No. Bueno, acá pasa lo mismo: por más méritos que tengan las mujeres, por más esfuerzos que hagan, no rompen las barreras de ingreso. Y esta ley es para eso; por cierto que van a entrar las meritorias. En 15 años hemos pasado del 10 al 20 por ciento de mujeres en el Gobierno, y eso es por una decisión personal del Presidente. En el parlamento pasamos del 12,5 al 15 por ciento, y casi ninguna se perdió, eran un 20% de las candidatas. Está lleno de mujeres talentosas, no hay razón para que estén afuera.



-Se ha hablado del voto de género, que existió, aunque de manera moderada, en estas elecciones presidenciales. Mucha gente dijo que las mujeres no votarían por mujeres, pero no fue así. ¿Habla esto de un cambio cultural?
-Históricamente, en las parlamentarias, las mujeres votan mujer. Y eso, mujeres de derecha y de izquierda, por lo tanto no corre el criterio de que las mujeres votan conservador o progresista; en ambas tendencias hay un sesgo de ‘mujer vota mujer’. Pero lo interesante es que en las mesas más nuevas, en las que se supone que hay más jóvenes, es muchísimo más el voto de mujer por mujer. Ellas son las más escolarizadas, las que están entrando más al mercado laboral, y son ellas las que más votan por mujeres.





El elemento machista está apareciendo en la campaña



-Al leer el estudio Eliterazgo, uno queda informado, pero también deprimido. Uno esperaría que la situación estuviese ya más igualada, pero en verdad la discriminación con las mujeres ha cambiado muy poco.
-Ha cambiado muy poco, efectivamente. Hay un elemento que es el machismo, pero tiene que ver con un sistema político muy renuente a revisarse. Creo que ésa es la explicación más de fondo. Además, el elemento cultural machista está apareciendo mucho en esta campaña; Piñera ha buscado incidir en los grupos que tienen dudas sobre las capacidades de las mujeres. Se alimenta de esa pregunta: ¿podrá una mujer ser presidenta de la República? ¿Podrá una mujer ser científica? Y tenemos una premio nacional de ciencias. ¿Podrá una mujer manejar el metro? Puede. ¿Podrá estar en el ejército? Puede. Se lo han preguntado cada vez.



-Este tema toma especial relevancia política ahora que la primera vuelta es entre una mujer y un hombre. Pasada la valla del balotaje, y asumiendo que gane Bachelet, ¿continuará la discriminación incluso con una primera mandataria?
-Te lo planteo de la siguiente manera: si un presidente lo hace más o menos, dirán ‘qué presidente mediocre’, y a cambiar de presidente. La vara con la que van a medir a Michelle Bachelet es la del género: si lo hace bien, esto le abre camino a las mujeres, si no, el costo lo paga el género. A los hombres nadie los mide como colectivo; miden quién hace la función. Michelle Bachelet va a ser medida con una doble vara: ella como tal, pero también para saber cómo lo hace, y si se le da oportunidades a otra. Creo que las discriminaciones culturales están muy asentadas, son muy difíciles de remover. Es un camino que no tiene regreso, porque hay un cambio generacional, pero no hay una solución mágica.



Hay cosas que van a ayudar, como el hecho de que ella esté proponiendo paridad en el gobierno. De hecho, en España, sirvió para probar que las mujeres pueden hacerlo tan bien o mejor que los varones -la vicepresidenta tiene un prestigio espectacular, y todas las ministras-, y temas que no estaban puestos en la agenda se han puesto como nunca, como el femicidio. Puede que todo eso ayude a un cambio cultural, pero va a ser una tarea difícil.



El liderazgo heredado



-Uno pensaría que en el ámbito de la política -en el que hay gente con mucha educación y , supuestamente, con cierta apertura-, la discriminación en términos de género es menor que en otros ámbitos de las sociedad, pero no es así.
-No, para nada. Mientras en el resto de la sociedad la cultura machista es manifiesta, en el ámbito de la elite política masculina, es muy encubierta, y es muy difícil de confrontar. Tiene elementos de difícil manejo, y eso se refleja de una manera tremenda. Las mujeres que están en el poder tienen méritos más que suficientes, pero claramente no fueron los méritos los que determinaron su ingreso, sino las redes familiares y las redes sociales. Eso lo hace muy complicado, porque deja muchas mujeres meritorias fuera.



Soledad Alvear y Michelle Bachelet rompen con la trayectoria de las elites, pero son la excepción que confirma una cierta regla. Es muy difícil de trabajar en la política precisamente por eso: porque tiene un elemento de complicidad con las elites. Creo que eso, precisamente, va a cambiar si sube una mujer como Michelle Bachelet. Ella no conoce los códigos de las elites, eso es cierto. Se maneja en la política de otro modo, al punto que fue una manera muy exitosa de hacer política: horizontal, cercana a la gente. Parte del ruido que hay en torno a ella es porque rompió todos los códigos.



-Según el estudio, generalmente es la herencia paterna, o de los hombres de una familia, la que determina la vocación como líder político de una mujer. Tú, además, has dicho que las mujeres tienden a democratizar el liderazgo.
-Sí. Las mujeres, a pesar de sus méritos, llegaron por su tradición familiar, heredada por el lado paterno. Nosotros vimos cómo influyen ellas en sus sucesores. Y vimos que sus hijos y sus sobrinos ingresan mucho menos que lo que entraban en la generación de ellas. Se rompe la heredabilidad, o la tradición familiar. Hay dos explicaciones: una, que los costos que pagan las mujeres en el ejercicio del liderazgo, en términos personales y familiares, es muy alto, y eso lo viven sus herederos. Probablemente eso desestimula de alguna manera. Pero como la tradición de la herencia sigue siendo masculina, con las mujeres eso no ocurre, y por lo tanto, cuantas más mujeres entran, es más la garantía de que se rompa la tradición de la heredabilidad familiar, y que se abrirá mucho más la competencia al mérito. Eso permitirá la renovación de las elites.



-En ese sentido, ¿podría ser que la ley fuera adelante del cambio cultural, empujándolo?
-Si ingresan más mujeres, existen más condiciones para que alteres los patrones tradicionales de distribución de roles. Si hay muy pocas, es difícil incidir. La ley de paridad obliga a que se revise esta división tan drástica de roles, y los hombres tendrán que hacerse cargo de los roles tradicionalmente femeninos, y los costos estarán más equilibradas. Y por lo demás, creo que esto les va a hacer muy bien a los hombres: no tener que probar siempre que son los proveedores, que son exitosos… eso puede aflojar mucho la tensión permanente de estar cumpliendo con un papel. Si las exigencias -en lo público y lo privado- son compartidas, es también un alivio para muchos de ellos.





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