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Grínor Rojo: «Estamos enfrentados a una aplanadora global»

Escritor y filósofo, acaba de presentar su último libro, en el que intenta depurar los conceptos de identidad, nación y globalización, entre otros, del manoseo teórico al que han sido expuestos en los últimos años. Desde la crítica y la revisión documental, plantea la necesidad de repensar a la nación y concebirla como una totalidad que sea capaz de contener las diferencias internas.


Está sentado en su oficina, en la facultad de Filosofía de la Universidad de Chile. Tiene, sobre el escritorio, un agua mineral y un libro. Grínor Rojo lee concentrado. Las nutridas estanterías del despacho hablan de su disciplina. También se evidencia en su conversación, en la que caben materias históricas, políticas, literarias y, por cierto, filosóficas.



Vehemente en sus opiniones, se siente, sin embargo, impulsado a corroborar teóricamente cada una de sus afirmaciones, con lo que la conversación toma inevitablemente cariz de clase magistral. Profesor de castellano y doctorado en filosofía, sus escritos se articulan entre el arte y el análisis de la política y la sociedad. El último de ellos es el ensayo Globalización e identidades nacionales y postnacionales… ¿de qué estamos hablando?, en el que apunta a desentrañar y clarificar el significado de términos que, de tan usados, han ido tomando diversas cargas y, finalmente, han complicado el diálogo político y académico. "Es un diálogo de sordos, porque unos están diciendo una cosa y otros están entendiendo otra. Lo que intenté fue dar mi punto de vista sobre los contenidos de estos conceptos", explica.



Aunque el tema en sí no es ninguna novedad -como él mismo sostiene en su prólogo- la prolijidad con la que construye su argumentación -en términos semánticos e históricos-, resulta poco común. Lejos del tono pontificador de otros estudios por el estilo, el rigor del estudio es una de sus más importantes fortalezas. En él -al igual que en esta entrevista- revisa la terminología, pero también los procesos políticos actuales de Latinoamérica y Chile.



-Llama la atención que la definición se haga en principio desde la filosofía y no, como estamos acostumbrados, desde la sociología, la antropología, la historia o la politología.
-Suele olvidar la gente -los sociólogos y politólogos, en particular- que la conceptualización que utilizan es heredada en medida de una disciplina más antigua, que es la filosofía. Partir trabajando el concepto de identidad en Aristóteles parece razonable, aun cuando ese concepto después experimenta afinamientos y modificaciones. La más grande de ellas, con el advenimiento de la modernidad, el siglo XVIII.



-Siguiendo su raciocinio de que la identidad, en primer término, tiene que ver con ‘el ser verdadero’ de una persona o grupo, resulta fácil entenderlo cuando se refiere a un individuo en particular, pero es más complejo a escala social. ¿Cómo se determina el ‘sí mismo’ de una sociedad?
-Ese ‘ser verdadero’ está asumido en un sentido aristotélico, que es lo que somos y no podemos dejar de ser. Desde el punto de vista moderno, sin embargo, ese ‘ser verdadero’ es construido, y por tanto puede cambiar. Hay diferentes niveles en la construcción de la identidad. Por un lado, uno tiene una identidad que está dada por mi herencia, por lo que soy -identidad singular-, pero también está mi identidad particular, que se forma respecto de mi pertenencia a diferentes grupos sociales. Además, está la identidad general, que tiene que ver con la pertenencia a un grupo más grande, como la humanidad, a la que no puedo renunciar.



La globalización -que es uno de los términos más manoseados actualmente- supone tensiones entre la pertenencia a esta ‘humanidad global’ y a una nación o un grupo más pequeño. De qué manera esta tensión afecta el desarrollo de los procesos políticos?
-La globalización, en principio, es una fuerza homogenizadora, que funciona en todos los niveles: político, económico, social. Esa fuerza disloca las naciones, como constructo. Pero como todo esto responde a un juego dialéctico, esa identidad tiene que ser reemplazada en algún sentido, y surgen otras identidades particulares que sustituyen a lo nacional, que son grupales, y responden a otras lógicas. El peligro es que se produzca una regresión, y esas identidades locales apelen a elementos que las identidades nacionales habían logrado superar, como la raza y otros determinantes. De ese modo, se generan identidades de tal rigidez, que en la relación con los otros provocan situaciones de horror.



-Norbert Lechner hablaba del desencanto con la democracia. ¿Cree que estas identidades particulares surgen como respuesta a una globalización que no otorga los elementos necesarios como para construir una pertenencia real?
-No hablaría de desencanto con la democracia, específicamente. Lo que sucede es que estamos enfrentados a una aplanadora global, que debilita los constructos nacionales.



Repensar la nación



-Usted habla de que, hasta ahora, lo que entendemos por globalización ha supuesto más cambios cuantitativos que cualitativos.
-Hay dos procesos: uno es la unificación del planeta, que lleva a cabo el capitalismo por sus propios intereses económicos, y que pasa por encima de los intereses de las naciones y de los individuos; eso conduce a guerras. Ello no quiere decir que la globalización en sí misma sea mala. Si pienso en los derechos humanos, por ejemplo, o en las cortes internacionales, eso es una globalización de un signo muy distinto del anterior, y yo mal podría oponerme. Si esa globalización produce el presidio de Pinochet en Londres, yo no puedo sino pararme y aplaudir, pero hay una tendencia a confundir lo uno con lo otro.



-¿Cuál es su opinión de los procesos latinoamericanos, con lo que ha sucedido en Bolivia, en Perú, en Brasil, en términos identitarios?
-El caso boliviano es paradigmático. Desde el primer gobierno de Sánchez de Lozada se intentó una revolución neoliberal y globalizante. Lo que eso generó fue la desarticulación más salvaje que se ha producido en ese país; un país cuya construcción fue frágil desde el comienzo -porque fue una invención de Bolívar-, y lo ha sido durante toda su historia. La inestabilidad tiene que ver con la difícil constitución de la nación y el Estado, y eso se agravó con el proyecto globalizador y neoliberal. Ello redundó en un desprestigio de los partidos políticos, un rechazo masivo y la búsqueda de refugio en las organizaciones grupales. Surgen los movimientos sociales como sustitución de lo que el Estado republicano no puede dar. Ellos llevan al poder a Evo Morales. El caso de Perú es parecido, pero con diferencias. De nuevo, hay un desprestigio de los partidos políticos, y el fortalecimiento de todo aquel que se presente como una alternativa frente a ellos.



-A partir de estos procesos, liderados por diversos movimientos sociales -que no necesariamente son homogéneos-, ¿cree que pueda formarse una argamasa que permita generar un nuevo tipo de identidad nacional, que implique mayor cohesión?
-Creo que la nación no puede seguir siendo pensada en los mismos términos en que ha sido pensada hasta ahora. Y esto lo digo respecto de Bolivia, Perú y Chile. La nación tiene que empezar a ser pensada a partir de nuestra comprensión de la totalidad. Si creemos que cada una de las partes que la constituyen debe representar el sentido de la totalidad, estamos perdidos, porque en nombre de esa totalidad estamos ignorando la diferencia. Hay que pensar en una totalidad a la cual las partes pertenecen, pero al mismo tiempo, preservando una relativa independencia, su diferencia. Esa es la única solución que tenemos frente a sociedades que son cada vez más complejas.



El respeto de la diversidad fue una de las grandes ideas-fuerza de la campaña de Michelle Bachelet. ¿Usted confía en que eso pueda prosperar?
-Depende de la claridad que se tenga cuando se habla de diversidad, porque puede significar muchas cosas. Depende, también, de la voluntad política para llevar esto a cabo, y de las negociaciones que haya que hacer en ese sentido. Cuál es la claridad y capacidad para negociar, es una cuestión que está por verse.

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