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Helmut Frenz: Son los conservadores los que piden neutralidad a la iglesia

Ex obispo de la Iglesia Luterana, Frenz fue uno de los actores más relevantes en defensa de los DDHH durante los primeros años de la dictadura: ayudó a poner un freno a la represión indiscriminada, consiguió asilo para cientos de chilenos y su declaración fue central en el proceso que en España se llevó a cabo contra Pinochet. Este jueves presenta su testimonio sobre esos días.


"¿En realidad no ven que ustedes se quieren construir un futuro sobre los escombros y lágrimas, sobre las esperanzas y anhelos de los trabajadores? (. . .) Ustedes no lo quieren ver; pues quien tiene ojos para ver, aquél puede ver que miles de personas vagan sin domicilio por nuestra ciudad porque nadie los quiere acoger; vecinos llenos de odio los han denunciado por ser comunistas aunque no saben nada de ellos (. . .)
Que miles esperan temblando en sus casas su detención.
(. . . ) Que una ola de terror se alza sobre los que piensan diferente".




Helmut Frenz, Obispo de la iglesia luterana. Sermón pronunciado dos semanas después del golpe militar



Cuando el pastor Helmut Frenz, por esos días cabeza de la Iglesia Luterana en Chile, pronunció estas palabras frente a un recinto colmado de fieles, en su mayoría derechistas, sabía que estaba arriesgando no sólo su reputación, sino también su suerte. Dos años después, efectivamente, sería expulsado del país, hacia su natal Alemania. Su ‘vida chilena’, sin embargo, no terminaba en el exilio. Desde allí siguió gestionando el refugio para chilenos.



Décadas más tarde, el primer día de su jubilación, y ya muy alejado de sus días en Chile, Frenz recibió una llamada de Madrid. Era el abogado Joan Garcés. Le decía que su testimonio acerca de una entrevista con Augusto Pinochet era central en el proceso que se estaba llevando a cabo en España contra el ex dictador. Durante esa entrevista, que había tenido lugar en 1974, Pinochet había reconocido la existencia de torturas en Chile, y las había justificado plenamente, ante Frenz y Fernando Ariztía, copresidentes del recién formado Comité Pro Paz. El religioso alemán declaró, y esa experiencia fue el inicio de su nueva ‘vida chilena’. Garcés lo convenció de que escribiera sus memorias sobre ese tiempo, ya que estaba jubilado.



El viaje secreto a Chile



El pastor Frenz le hizo caso a Garcés, y hoy sus recuerdos de ese tiempo son un libro. Se trata de un relato que da cuenta de todas las contradicciones que hubo en el mundo ecuménico durante los primeros años de los 70, y especialmente a partir del 11 de septiembre del 73. Mi vida chilena: solidaridad con los oprimidos se presenta este jueves en la Biblioteca de Santiago, y entrega un vívido testimonio de la infiltración política ordenada desde el poder en diversos sectores religiosos, de un profundo cisma en la iglesia evangélica que persiste hasta hoy y de la importancia del papel que cumplieron pastores y sacerdotes para refugiar y ser escudo de los perseguidos.



"Escribí los primeros capítulos en Alemania, y los mandé a una editorial que me había publicado otros libros. Eran unas cien páginas; les pedí que fueran críticos y que vieran si les interesaba. Si no, les decía, seguiría escribiendo para mi hijos y nietos. A los tres días me llegó la respuesta: Helmuth, sigue escribiendo para tus nietos. ¡Qué desilusión!", recuerda, con humor. Tiempo después, sería un grupo de chilenos los que lo volverían a presionar para que diera testimonio de una época en la que fue actor crucial: uno de los eclesiásticos más relevantes durante los primeros años de la dictadura. Frenz, ya convencido, decidió viajar a Chile sin que nadie lo supiera, para procurarse la documentación necesaria.



"Entré a Chile clandestinamente, sin informar a nadie, en el 2004. Me fui a Copiapó, escondiéndome, sólo tenía amigos en el obispado, por mi relación de casi hermanos con Fernando Ariztía. Pensé que nadie me conocía ahí, pero al segundo día, pasando por la plaza de Copiapó, me llamó una voz que se escuchó hasta Panamá: ¡¡Obispo Frenz!! Era un periodista, me pidió una entrevista, y se la di con la condición de que no contara a nadie en Santiago que yo estaba en Chile."



-¿Por qué le importaba tanto que se mantuviera en secreto que usted estaba en Chile?
-Sabía que cuando se dieran cuenta de que estaba en Chile me iban a comer con actividades, cursos, conferencias, etcétera, y yo realmente quería trabajar, escribir. Copiapó era el lugar que yo necesitaba para inhalar el espíritu de Fernando Ariztía. Después me trasladé a Valparaíso, y viajaba a Santiago a estudiar otras fuentes. No me encontré con nadie, pero había gente que me reconocía a veces en el metro. Siempre les dije que estaba prácticamente por el día en el país. Hasta que me invitaron a una conferencia, y de Hamburgo les respondieron que yo estaba acá. Así se supo, y pasó lo que yo temía: empezó el trabajo fuera de mi libro.



-Usted es expulsado de Chile en 1975. ¿Cuándo vuelve a pisar suelo chileno?
-En 1990. Patricio Aylwin me invitó al cambio de mando, pero no pude entrar ese día, porque todavía figuraba como persona non grata. Lo que pasa es que el decreto de mi expulsión decía que se me prohibía la entrada eternamente.



-¿Pero decía eternamente? ¿Esa era la palabra?
-Sí, claro. No era vitalicio nomás; parece que pensaron que para un obispo era mejor eternamente. Pude ingresar a Chile dos días después; durante ese tiempo estuve esperando en Buenos Aires. Después vine al año siguiente, cuando el Colegio de Periodistas me otorgó la medalla Jose Carrasco. Ahí conté mi entrevista con Pinochet, y eso generó un escándalo, porque Pinochet todavía era comandante en Jefe del Ejército. Por suerte, Fernando Ariztía todavía estaba vivo y confirmó lo que yo dije.



-¿Alguna vez imaginó que esa entrevista con Pinochet, de la que usted y Fernando Ariztía salieron tan desmoralizados, iba a tener la trascendencia que tuvo?
-No, no me di cuenta. Sabía que era un punto crítico; el fiscal militar reaccionó de inmediato, y dijeron que planificaban una acusación en mi contra. Me asusté, yo no soy una persona muy valiente, pero había muchos abogados amigos dándome ánimos. Después no pasó nada.



»Decían que yo era marxista»



-En su momento, a comienzos de la dictadura, la discusión fue muy dura en torno a cuál era el papel que le correspondía a las iglesias frente a lo que estaba sucediendo. Su postura de no ser neutral fue lo que terminó finalmente en su expulsión de Chile. ¿cómo se relaciona hoy día con esa opción que tomó hace más de 30 años?
-Son los conservadores los que piden de la iglesia una posición neutral. El Evangelio no es neutral; nos solicita claramente tomar una posición al lado de los que sufren. Si uno toma en serio el Evangelio no puede ser neutral. Como predicador, yo no tenía que pensar lo que hacer. Tampoco pensé que mis propios feligreses iban a reaccionar tan agresivamente, hasta odiarme. Ahora me doy cuenta de que mi iglesia era la iglesia de los momios, en su gran mayoría. Eran pinochetistas, y esperaban de sus pastores y del obispo que bendijéramos el golpe. Los evangélicos, en su gran mayoría, aplaudieron el Golpe. Dos días antes del 11 hubo en la Plaza de la Constitución una oración ecuménica por la paz. Cuando tuvo lugar el golpe, los evangélicos reaccionaron como si Dios hubiese escuchado nuestra oración.



-¿Eso lo apartó emocionalmente de esos sectores de su iglesia? Se lo pregunto porque en ese momento usted escribe un informe sobre lo sucedido que luego cataloga como ingenuo…
-Era un informe que salió de Chile. Muchos chilenos, como yo, no tenían la menor idea de lo que realmente era un golpe militar. Yo lo califiqué al comienzo como una ‘intervención necesaria’ para evitar una guerra civil, pensando que la izquierda -especialmente el MIR- también estaba armada. Pensaba que era una intervención corta, y que después iban a llamar a elecciones. Ahora digo que era ingenuo, pero así pensaban muchos. Además los militares tenían la fama de ser democráticos, y se suponía que el golpe era para salvar la democracia. Yo no escondo ninguno de mis errores; pero ya pocos días después me daba cuenta de que se venían nuevas preocupaciones para nosotros, nuevas tareas. Así fue.



-¿Qué significó para usted íntimamente la división de su iglesia y la infiltración política que comenzó a haber en su interior?
-Para mí, personalmente, fue una división muy dolorosa. Los opositores se concentraron en mi persona; decían que yo era el culpable, que yo era el marxista. Personificaron el problema en mí. Yo estuve, en un momento, dispuesto a renunciar, pero lo bueno era la comunidad entre pastores y sacerdotes. Ellos me decían que debía seguir en mi ministerio como obispo, incluido el cardenal Silva Henríquez. Fue muy doloroso, esa iglesia sigue hasta hoy dividida, y muchos todavía dicen que el problema era yo.



-A usted lo expulsan, pero de inmediato pasa a ser un pastor chileno en el exilio, porque buscaban refugio en usted. ¿Vio con otra luz su salida de Chile a partir de esa nueva tarea?
-Sí, acepté con agrado eso. Los chilenos en Alemania me quieren hasta hoy día. Fue bonito encontrarse con esta comunidad. Ahora, en Chile, todavía se acerca la gente que estuvo en Alemania.

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