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Carmen Waugh: «Estoy tranquila porque puedo dar la cara en todas partes»

La ex directora del Museo de la Solidaridad Salvador Allende piensa viajar próximamente a Nicaragua para rearmar el museo de la solidaridad de ese país, que en los ’80 ayudara a gestar. Ya lejos de la polémica con la Fundación Allende, confiesa sin embargo su distanciamiento con José Balmes, nuevo director del recinto que ella encabezara, y quien fue su amigo por cinco décadas.


Exposición de Roberto Matta en Galería Carmen Waugh en 1971.
Aparecen: Mario Carreño, Patricia Israel, Florencia de Amesti,
Roberto Matta, Delia del Carril, Carmen Waugh, José Balmes,
Guillermo Nuñez, Gracia Barrios, Rodrigo Maturana y Roser Bru.




Abre el portón de su casa. Vive prácticamente en los tobillos de la cordillera, y para ver la nieve desde su ventana no hace falta forzar la mirada. En este lugar no funcionan las obviedades: los perros se refriegan mimosos entre las piernas y el gato muerde. Las salas están llenas de arte, desde las sillas en adelante: en las paredes, en las mesas, en los escritorios. No en vano Carmen Waugh ha vivido su vida inserta entre los artistas más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX.



Dice ‘Julio’, y eso significa Julio Cortázar, su amigo durante años. Dice ‘Nemesio’ y es Nemesio Antúnez; dice ‘El Padre’ y es Ernesto Cardenal. Dice ‘Matta’ y el nombre es Roberto. No lo hace conscientemente, sino a fuerza de familiaridad: todos ellos fueron estrechos colaboradores en el proceso de la formación de los museos de la resistencia, durante los años de las dictaduras latinoamericanas. El papel de Carmen Waugh en la formación del museo Julio Cortázar de Nicaragua y el museo de la Solidaridad con Chile en su fase post ’73 fueron centrales. Y las redes y confianzas personales, lo único que sustentó proyectos que en ese momento parecían utópicos.



Todo partió casi por azar. A mediados de los ’50, cuando las únicas exposiciones en plástica las hacían los institutos culturales y una que otra librería -la Francesa, por ejemplo-, Carmen Waugh tuvo la audacia de abrir una galería de arte. Primero fue una pequeña sala junto a su tienda de marcos en calle Bandera, y por razones netamente comerciales. Ya en esa época hizo amistad con Nemesio Antúnez, y a partir de entonces el arte la fue atrapando, a tal punto que fue cambiándose a locales cada vez más amplios y finalmente, casi en los ’70, cerró la tienda de marcos, que había financiado las exposiciones durante los años previos. Para ese entonces, la galerista estaba ya inserta en el circuito artístico latinoamericano; poco después abriría una sala de exposiciones en Buenos Aires y en el 72, en España. Allá estaba para el golpe de Estado chileno. Inmediatamente comenzaron a emigrar sus amigos artistas, varios de ellos hacia El Escorial, donde ella estaba.



-¿Cómo funcionó la red de solidaridad en España?
-Los españoles son tremendamente solidarios. Nosotros llegábamos allá como quien llega a su tierra. Hubo todo un grupo que se fue al Escorial: María Eugenia Samudio, Sergio Castillo, Emilio Miguel, Andrea Morales, Carlos Vásquez, Dolores Walker. En eso creo que tuve cierta responsabilidad.



-Usted fue también responsable de que varios artistas chilenos, incluido Matta, se hicieran conocidos en España.
-La galería de España se abre en el ’73 con una exposición que se llamaba "Surrealistas del nuevo mundo", y había una obra de Matta, pero también de otros países. Después Matta hace una exposición que se llama "El gran Burundún Burunda ha muerto", que es un texto de Jorge Zalamea, y que narra la muerte de un dictador; y la hace Matta inmediatamente después de la muerte de Franco. Esa fue la primera exposición de Matta en España, y con esta galería se abrió un espacio nuevo. El ’76 me salí.



Los años de la aventura común



Durante sus años en España e Italia -donde vivió con el poeta argentino Juan Gelman-, Carmen Waugh se sumó a la empresa de Miria Contreras, para generar una colección de obras de arte donadas por reconocidos artistas, en solidaridad con el pueblo de Chile. Durante esos años también auxilió a Ernesto Cardenal en una tarea similar para Nicaragua; una labor que la llevó a vivir a Nicaragua durante comienzos de los ’80, y hasta su regreso a Chile, a fines del ’84.



"En Italia me tocó organizar la settimana latinoamericana en homenaje al triunfo de la revolución sandinista, que había sido en julio del 79. Se hizo una gran muestra a la que fue Ernesto Cardenal. Él anuncia que se va a crear un museo de solidaridad con Nicaragua, y que la idea era que estos artistas donaran obras por la causa. Julio Cortázar nos apoyó y trabajó muy cerca de mí. Armamos un museo sólo con artistas de América Latina. Con este museo no me quedó otra que irme a Nicaragua", recuerda, sonriendo.



Hoy, este proyecto cobra de nuevo vigencia, puesto que tras una serie de problemas de infraestructura el museo fue trasladado y luego cerrado. Las obras se encuentran en el antiguo palacio de gobierno y, según pudo constatar Carmen Waugh hace algunos años, no están en las mejores condiciones. En su último viaje a Chile, el poeta Ernesto Cardenal le propuso que volviera al país para armar el proyecto, ahora con un sitio definitivo. "Yo voy a ir por algunos meses. Quiero ver en qué puedo ayudar, porque hay obras muy importantes", anuncia.



-Paralelamente a su trabajo con Nicaragua usted colaboraba en la recolección de piezas para el museo de la solidaridad para Chile.
-Sí. En Chile ya había existido el museo de la Solidaridad, hasta el ’73. Afuera se armó un comité, porque Mario Pedroso se fue exiliado a Francia. Allá estaba la ‘Paya’, que fue el alma del museo. Y estaban Rojas Mix, y Balmes y Pedro Mira. En España estábamos la Eugenia Samudio, Nemesio y yo. Se armó este secretariado y se empezó a trabajar. Fue una sociedad, una aventura de todos juntos. Todos queríamos una galería de estas características, que no se acabara. No teníamos un peso para nada, era todo a pulso; así se armaron las colecciones. A los artistas se les decía que el día en que se recuperara la democracia en Chile sus obras vendrían a incorporarse al museo anterior, y a hacer un museo más grande en apoyo al pueblo de Chile. Ellos creyeron y quisieron participar de esta manera.



El distanciamiento con Balmes



-Usted ha tenido una estrecha relación de amistad por décadas con José Balmes. ¿Qué pasó con esa relación? ¿está intacta o está en stand by, encontrando un nuevo equilibrio?
– Con Balmes fuimos amigos por cincuenta años. A partir del 94 ó 95 yo empecé con la teoría de que el patrimonio del Museo de la Solidaridad era de todos los chilenos, y él me apoyó. La Fundación decía que las obras eran propiedad de la institución, porque ellos conseguían el dinero para que el museo funcionara. Hicimos una campaña, y ahí siempre estuvimos Balmes, Pedro Mira y yo, hasta marzo del año pasado, cuando conseguimos lo que queríamos: que se resguardaran las obras para toda la vida, que se traspasaran las obras a Lagos. Esto se hizo el 4 de mayo, y al día siguiente nos echaron a todos. Yo me quedé trabajando un mes más en el inventario, más o menos hasta el 20 de junio, porque había 2400 obras que inventariar. Después de eso hice un viaje a China, en octubre del año pasado. En noviembre un artista paraguayo que venía a exponer al Mavi, Osvaldo Salerno, me dice que habló con Balmes, y que él es ahora el director del museo. Yo me quedé plop. Llamé a Justo Pastor Mellado, y me confirmó la información.



-¿Usted no habló con él?
-No. Balmes nunca me llamó. Si él me hubiera llamado y me hubiera dicho que le habían ofrecido el puesto, estaba en todo su derecho. Yo le habría dicho ‘¡feliz!, porque eres uno de nosotros, ¡quién mejor!’. Pero nunca me llamó. Hasta hoy. Somos vecinos en la playa, y no lo vi.



-¿No han vuelto a hablar?
-No.



-¿Cree que tienen una conversación pendiente, después de una amistad de tantos años?
-Yo creo que sí. Pero en este momento me da un poco lo mismo. Él está ahí y está contento.



-¿Se siente orgullosa de haber dado la pelea y que las obras finalmente sean del Estado?
-Absolutamente.



-¿Aunque en esa pelea usted se haya jugado su cargo?
-Bueno, la guerra se gana, y se pierden algunas batallas. Uno de los costos para mí fue que me echaran.



-¿Valió la pena?
-Por supuesto. Estoy tranquila, puedo dar la cara en todas partes. Todo está bien inventariado, en Bienes Nacionales; no va a pasar nada con las obras, no se van a perder, y se sabe que son de todos los chilenos. Valió la pena, sí.

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