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Colombiano Mario Mendoza: «Viajar es una manera de morir»

Escritor visita Chile para presentar su última novela, un relato que se aleja del tema urbano de sus obras anteriores para adentrarse en territorios inexplorados, como la tribu Nunak Makú del Amazonas. »Me imagino que todos hemos soñado con iniciar una vida en otra parte, con abandonarlo todo, dejar las cosas atrás», sostiene.


Luego del éxito de "Satanás" (2002), novela con que ganó el Premio Biblioteca Breve, Mario Mendoza deja el tema de la ciudad y sus conflictos a un lado para escribir "Los hombres invisibles", internándose en el Amazonas para reflexionar sobre el viaje y sacar a relucir un tema poco conocido: la situación de la tribu Nunak Makú.



En un corto periodo de tiempo, Gerardo Montenegro pierde a su esposa, su madre y su padre. Solo y sin trabajo, intrigado por un mensaje que le transmite un paciente psiquiátrico, emprende el viaje hacia la selva amazónica colombiana en busca de una tribu nómada, los últimos indígenas de América que aún no han entrado en contacto con la civilización, llamados "los hombres invisibles".



Mendoza cuenta que al escribir "Satanás", se preguntaba qué pasaba cuando el hombre se queda solo y aislado. Cuando, en la época actual, las grandes cadenas de información y comunicación al parecer no hacen más que retraernos. "Luego de lo explorado, me quedé con la imagen del asesino serial, un viejo compañero mío de la universidad que el 4 de diciembre de 1986 terminó asesinando a 29 personas en Bogotá", dice sobre la novela que fue llevada al cine por el director Andy Baiz.



En este nuevo trabajo, Mendoza, autor de las novelas "La ciudad de los umbrales" (1992), Scorpio City (1998) y "Relato de un asesino (2001)", se hace la pregunta inversa: "si no es aislándote, si no es por ahí el camino, entonces por dónde", dice, agregando que este cuestionamiento "me condujo finalmente a un individuo que lo abandona todo para ir en busca de los otros, de los demás, de un pronombre personal, del plural, del paso del yo al nosotros y decide emprender una aventura e irse en busca de los demás, en busca de alguien con quien pueda realmente comunicarse".



Es entonces como el protagonista, Gerardo, un actor joven y desilusionado, "termina en ese viaje alucinatorio, demencial, delirante, viajando por la mitad de la selva con una tribu de indígenas, los Nukak Makú. Y sólo cuando está con ellos, en la mitad de la jungla, entiende lo que se ha preguntado desde el comienzo: dónde están los demás. Tal vez detrás de todo está la historia del tipo que sale a comprar cigarrillos y no regresa nunca más. Yo me imagino que todos hemos soñado con iniciar una vida en otra parte, con abandonarlo todo, dejar las cosas atrás. Viajar es una manera de morir, te vas abandonando un poco".



-¿Por qué dices que este viaje es demencial?
-Porque él sale de Bogotá hacia el sur, hacia el Chocó, que es una zona donde hay mucho conflicto porque son los corredores de droga por donde las FARC y algunos movimientos paramilitares se disputan, porque es por donde finalmente sacan la droga hacia el Pacífico, es una zona demasiado intrincada. Termina la selva e inmediatamente después está el mar, que es un mar embravecido. Él atraviesa eso y en ese periplo le suceden cantidad de cosas, porque es una zona de guerrillas, donde no puedes pasar incólume, como si estuvieras en la mitad de un complejo turístico. Allá van a pasarle cosas terribles, pero que son necesarias para que vaya entendiendo lo que tiene que entender.



-¿Qué aspectos personales identificas en esta obra?
-Yo siempre he estado ligado a la novela de viajes y de aventuras. Escribí esta novela en un momento en que tal vez en mi propia biografía me hacía la pregunta de hasta cuándo hay que estar acá, cuánto debo permanecer. Al comienzo de esta profesión yo creo que uno no tiene la idea de si se trata de oponerse al sistema o de regalarse al sistema. Parecería que no hay más que esas dos opciones, pero uno va encontrando una tercera, que es participar creativamente en el sistema. Mientras uno pueda hacer periodismo, literatura, cine, creo que vale la pena estar aquí. Pero qué pasa el día que no te publiquen en los periódicos, qué pasa el día en que nadie quiera saber de ti, en el que los libros no se editen. Creo que valdría la pena preguntarse qué hace uno ahí y ahí quizás haya que emprender una fuga.



– Tus novelas anteriores siempre se refieren a la ciudad. ¿Qué pasa en ésta, que te alejas de las urbes?
-Sí, en la mayoría de mis libros anteriores hay una presencia urbana muy poderosa, que es una reflexión sobre las nuevas urbes, digamos tercermundistas, medio apocalípticas, que son las ciudades asiáticas y latinoamericanas. Los sociólogos hablaban hacia la década de los ’80 del big bang de estas grandes ciudades, que no estaban planificadas, que no crecían como las ciudades europeas, sino que entran los nuevos ritmos de los años ’90 -Internet, celulares, muchos canales de televisión disponibles- y la gente se queda atrapada en los nuevos vicios de la imagen contemporánea. Creo que tarde o temprano todos esos vértigos y todas esas caídas, ese abismo de lo desconocido, tenía que llegar a la literatura. Yo soy un narrador muy ligado a eso y me ha obsesionado siempre, pero este personaje mío escapa, sale y huye también de todo lo que yo he venido experimentando como escritor en los libros pasados.



– En la novela hay una mención a la tribu Nukak Makú. ¿Cómo abordas este tema?
-Esta es una tribu que apareció en 1988, un año en que hay varios enfrentamientos entre facciones de la guerrilla y del ejército que generan algunas masacres. Y ellos, muy asustados, salen de la selva. Es un año también muy raro, son casi veinte años después de la llegada del hombre a la Luna, llegamos primero allá y había pueblos aquí que no conocíamos. A partir de entonces es una tribu que está prácticamente destrozada, aniquilada. Los colonos los tienen sometidos, esclavizados, tienen muchas enfermedades como disentería, tuberculosis, enfermedades venéreas, al pulmón y caries, porque no conocían el dulce. El personaje termina entablando contacto y viajando con ellos, que son una tribu nómada del Amazonas, así se da cuenta de las cosas que se preguntaba.



-¿Te sientes heredero de escritores como Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez?
– Tengo una muy buena vinculación con el boom, que vendrían a ser como nuestros abuelos. No son nuestros padres, porque la relación con los padres siempre es un poco tormentosa, pero con los abuelos siempre es buena, es fluida. Los dicté en la universidad, fui catedrático muchos años, los estudié. Tengo una sana relación pero no tengo prácticamente ningún vínculo con la obra de García Márquez, no por el hecho de ser colombiano necesariamente debo tener un cordón umbilical que me amarre a él. De ese grupo creo que me sentiría más cercano a Mario Vargas Llosa, que es más urbano. Creo que "La ciudad y los perros" es una novela sorprendente para un tipo que tiene 23 años.



-¿Cómo se relaciona Colombia con su literatura?
– Muy bien. A partir del 2000 los bogotanos empiezan a sentir que hay una serie de escritores colombianos que estamos haciendo una reflexión sobre el país y que eso es importante y necesario. Lo mismo que está sucediendo con el cine y con algunos artistas clásicos también. Hay toda una nueva literatura que se lee en los colegios y las universidades. Y nosotros tenemos una posición muy combativa en ese sentido, estamos ligados a los institutos de cultura, colegios. Creo que es una relación muy sana y sobre todo muy generosa con el público.

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