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Foxley y la caja negra de la política exterior

Juan Francisco Coloane
Por : Juan Francisco Coloane Sociólogo y analista internacional.
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Acoplarse a los Estados Unidos es más bien un fenómeno de adoptar una política de cooperación, más que de confrontación. De alguna forma lo dijo, no un politólogo, sino Salman Rushdie: "Lo peor que puede suceder después de las invasión a Afganistán, es volverse anti norteamericano". La frase puede no gustar, pero pesa. La proclividad a trabajar estratégicamente con determinado país es la coordenada central de una política exterior que asume que los Estados deben subsistir en paz y con equilibrio


Si existe una actividad que en la superficie aparece indescifrable, para legos y especialistas, esa es la política exterior de los Estados. Es como una caja negra, y lo que es más significativo, está expuesta a un mayor grado de secretismo inclusive que el artefacto que puede dar pistas en un accidente aéreo.

Chile tiene en su política exterior su propia caja negra. En un período en que la población reclama máxima apertura y transparencia, para que las políticas de Estado tengan tinte de participación ciudadana, si existe una actividad pública sobre la cual la participación ciudadana es cada vez más distante, esa es la política exterior.

En este sentido, muchos dardos se han lanzado a la política exterior chilena, desde la tribuna política local, particularmente en los últimos diez años. Este período responde precisamente al conjunto de iniciativas que adopta el país para salir del ostracismo propio de las naciones afectadas por las secuelas que deja un prolongado período de dictadura.

Un número no menor de analistas y de público, calificó la política exterior del gobierno de Ricardo Lagos como reducida a los acuerdos de libre comercio. Bien, se adujo que este tipo de acuerdos en general estimulaban un ambiente de relaciones bilaterales. De hecho en 2006 Chile ya tenía más de 50 acuerdos tipo TLC con diferentes países. La cifra actual podría acercarse a los 60. El registro de cientos de actividades y tareas sin equivocaciones, que impone el efectuar una política exterior, pasa inadvertido. En política exterior, el que está afuera está presto a funcionar con el ABC del auditor: solo detectar lo malo. ¿Pero qué es lo bueno?

Ahora es el turno de la actual administración de la presidenta Michelle Bachelet. Y su equipo de asesores en política internacional, encabezado por el Ministro Alejandro Foxley, se ha transformado en el guardián de esa caja negra de la conducta exterior del Estado.

De los ministros de RR.EE. que ha tenido Chile en los Gobiernos de la Concertación, Foxley es quizás el que más preparación ofrece y más consistencia expresa de acuerdo a su experiencia. A una trayectoria académica maciza, se le suma una cosmovisión del nuevo panorama mundial que enfrentan naciones de ingreso medio como Chile. Ha sido un testigo privilegiado desde la perspectiva del estudio crítico del ajuste estructural de la economía mundial de los años 80, que iría a transformar el capitalismo y el funcionamiento de la política y por cierto el de las relaciones internacionales.

Ministro de Hacienda en «el gobierno de enlace», después Senador y hasta Presidente (mal comprendido y sin «máquina política») de su partido, son un plus a un político con una visión y mezcla de experiencias poco habituales.

Estas características hay que enfatizarlas frente la situación de Chile, que no necesariamente es una de las naciones destinadas a jugar un papel esencial en la dinámica central de la geopolítica mundial.

Sin eufemismo, se le critica desde la tribuna más de izquierda en el país, de una marcada proclividad hacia la política exterior de los EE.UU.

Aquí hay que detenerse, y ampliar el foco, so riesgo de que este análisis se interprete como opción. Esta suerte de «acoplarse» a la política exterior de los EE.UU., es más bien un fenómeno de adoptar una política de cooperación, más que de confrontación. De alguna forma lo dijo, no un politólogo, sino Salman Rushdie, un escritor proveniente de una zona del mundo profundamente escindida como el Sur de Asia, pero de agudísima percepción política: «Lo peor que puede suceder después de las invasión a Afganistán, es volverse anti norteamericano». La frase puede no gustar, pero pesa.

La proclividad a trabajar estratégicamente con determinado país, es o debe ser la coordenada central de una política exterior visionaria, en el entendido de que los estados deben subsistir en paz y con equilibrios. Con EE.UU., Bélgica, China o los vecinos no debería ser diferente.

EE.UU. podrá ser la nación más poderosa de mundo y quizás su ambición por la supremacía planetaria está allí, centellante. Sin embargo, el rasgo de proclividad hacia los EE.UU. es un fenómeno universal, que tiene que ver más con una idea de intereses estratégicos de largo plazo de cada nación, donde el elemento de cooperación se cruza con más vigor que el de confrontación. Definitivamente el espacio es reducido para todos, y forma parte de este tipo de globalización. También responde a la necesaria desprogramación del mundo bipolar, que no es más que una nueva actitud frente a la política.

Si se revisara la conducta exterior de algunos países que estuvieron hace pocas décadas en guerra con los EE.UU,, como Vietnam, o que fueron diezmados moralmente por EE.UU., como Sudáfrica por su apoyo al Apartheid, se pensaría que se acoplaron directamente a la política exterior de norteamericana. Hasta W. Putin y Hu Jin Tao podrían verse en esa tesitura de entrar en la órbita de los intereses estadounidenses.

Claramente el tema es otro, y es que la política exterior de los países, es más y más una simbiosis con el tipo de integración que la globalización demanda.

Hablar de Imperio al referirse a los EE.UU. y a la administración republicana actual en particular (Chomsky y Negri en particular) es extraviar un punto clave: las ventajas de la moral individual y del individualismo como génesis de los sistemas políticos abiertos, por sobre otro tipo de consideraciones más transversales, han sido impuestas por el ejercicio de supremacía norteamericana, especialmente después de su victoria frente a la ex URSS.

Chile es y será siendo periférico respecto a los centros neurálgicos del poder internacional por mucho que intente jugar la carta más cosmopolita con el Asia Pacífico, y vaya a mantener más de 50 tratados comerciales.

En ese sentido, Foxley ha sido el personaje clave, con un grado de percepción altamente refinado en cuanto al lugar de las coordenadas del poder internacional.

La política internacional es el resplandor del movimiento. Tanto el espectador pasivo como al analista con objetivos, cuenta en gran parte con datos y hechos consumados. Como se trata de la protección, y tensión de los Estados, los elementos que definen la conducta exterior, necesariamente la confinan a una posición de resguardo mayor. Por eso resulta escabroso, cuando actores políticos con un determinado peso y respaldo público, intentan penetrar en ese ámbito fangoso de la decodificación de la conducta exterior de los Estados que, se supone, están para proteger.

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