Publicidad

Somos siúticos, no pesados

Desde un senador hasta los retornados cosmopolitas, pasando por los pobres que se tiñen el pelo y la familia árabe que invitó a la gente »bien» para terminar con la casa hecha un desastre. Ellos y más son los que pasan por las casi trescientas páginas en que las que el autor se acerca con la lupa de un entomólogo a diseccionar los bichos raros que entretejen la vida social de la República. Y todo con una agudeza tal, que hasta permite saber, entre otras cosas, por qué en los cimientos de la U


Este libro no es una novela, pero tiene personajes de ficción. Tampoco es un ensayo, ni sociológico ni histórico, pero está perfectamente documentado y a lo largo de trescientas páginas hay tiempo para desarrollar elocuentes tesis sobre las costumbres nacionales. Por último, Siútico tampoco es una colección de anécdotas (aunque las tiene y muy buenas) que permitan juzgar entre el bando de los buenos y los malos. El segundo libro de Oscar Contardo (después de "La Era Ochentera", escrito con Macarena García) contiene todos estos elementos como si no hubiera otra forma de explicar la "siutiquería", una condición endémica de Chile.



Pero más que nada está a medio camino entre todos los géneros mencionados porque el autor, mezclándolos, parece haber encontrado la mejor manera para hablar de un fenómeno demasiado complejo, que en una palabra (siútico) resume los temas que cruzan todo el libro: la desigualdad, la segregación violenta, el racismo y la meritocracia como el mejor chiste de mal gusto.



Lo primero es identificar y describir a la élite, nuestra aristocracia, que no lo es en el sentido griego de la palabra. Pero que se remite a un grupo de 30 o 40 familias, fundadoras del país, dueñas de las tierras en el Valle Central, sin dinero necesariamente, austeras, católicas y de costumbres medio rústicas; cuyo gran y único valor es su sangre y la propiedad de la tierra. Con eso basta. Jamás importa si el auto es un Peugeot viejo o la chaqueta está remendada. O de otra manera: una chaqueta Ermenegildo Zegna en el asiento de un Porsche 911 jamás indicará que su dueño está entre la gente "conocida". Todo lo contrario. Por eso hay mucha gente "bien" que no gravitan en el Producto Interno Bruto, pero conservan la pertenencia por la que los siúticos se sacan los ojos.



El Cadillac de Zapallar



Los aristócratas chilenos en la forma desprecian el dinero, no como el gringo que lo muestra como prueba de su esfuerzo y éxito. El libro cuenta cómo a mediados del siglo XIX llegaron a Santiago las familias enriquecidas con las minas de plata y el salitre. Entre ellas los Subercaseaux, que nadie ahora podría tildar de nuevos ricos, pero que en su momento alimentaron el mito, extendido por los hacendados en los salones de la capital, de que el primero de ellos en llegar a Chile fue un cocinero negro de la Martinica, que los capitanes del barco dejaron botado en Coquimbo.



El detalle de que el protagonista sea "negro" es algo esencial. Contardo usa argumentos antropológicos, estadísticas (el 60% de los chilenos dice que es "blanco"), certeras descripciones y hasta giros idiomáticos ("yo era rubio cuando chico", o el 52% de las tinturas más vendidas son de tonos rubios) para mostrar lo importante que son el color, el apellido, el colegio, la playa, y hasta hace poco el número de teléfono, en el camino de un chileno que quiere sentirse exitoso, socialmente encumbrado y en suma digno de respeto.



El respeto se transforma en odio cuando la gente bien se da cuenta que los extraños quieren entrar al salón. Se incluyen testimonios explícitos de familias ordenando a su gente combatir a los siúticos. Como la historia de (supuestamente) Salomón Sumar, que afuera de un hotel en Zapallar estacionó un Cadillac que amaneció rayado y con los vidrios rotos.



O la que, se dice, ocurrió en la casa de otra familia de origen árabe que quiso "entrar" en el salón con una fiesta top, invitando sólo a gente conocida. El resultado fueron paredes y alfombras vomitadas, y destrozos múltiples. Es que la gente decente en Chile es cruel. Tal como lo fueron con Luis Catalán, personaje para hablar del arribista intelectual, abogado, hijo de una familia con elefantes de loza en la mesa de centro, que se cree superior al resto de su barrio. Ya en la universidad nunca pudo ingresar al circulo del profesor con apellido y debió conformarse con ser el "Aristóteles de Gran Avenida", así como con el currículum de un colegio municipal, descartado para un cargo gerencial.



Alberto Espina ¿siútico?



Este orden social ha logrado engendrar en todo el resto, un pequeño siútico, un aristócrata no menos cruel, que se siente igual de superior al resto, pero no es nadie. El que aparece en el libro descrito por Roberto Matta, en la forma del mozo que atendía mal a los obreros de la brigada Ramona Parra, invitados a desayunar por el pintor al Hotel Crillón.



El acaballerado, según Contardo, que es el que se siente satisfecho con la nada secreta ambición de que lo que él juzga como elegante, lo que él juzga propio de los poderosos, se le pegue por cercanía, por contagio, recordando a algún familiar pretérito con mejor suerte, alguna ligazón con una situación que lo haga parecer mejor o digno de mayor respeto.



Este rasgo arribista es el que mejor se identifica con la idea común del siútico. Generalmente el siútico con plata habla fuerte, porque una característica es que desea que todos sepan quién es y a dónde merece pertenecer. Por eso en una conversación menciona lugares que sabe aristócratas, mientras trata con displicencia al garzón o a la servidumbre de su casa.



Deliciosa es la cita al episodio en que Alberto Espina llegó a un almacén de Zapallar, balneario que empezaba a frecuentar y dijo fuerte para que los demás clientes oyeran: "Se nos está llenado de gente rara". El silencio incómodo con el que contestó el resto se transformó en rumor de sobremesa y luego en una entrevista donde el senador explicó el episodio a la periodista Claudia Álamo. Es muy probable que al terminar de leer este libro se pueda entender mejor por qué en los cimientos de la UDI detestan a Sebastián Piñera.



El neosiútico



Siútico es el que quiere ascender imitando los códigos y las costumbres de la clase alta. Sobre esta cancha es el juego y da para moverse por todos lados. Está descrito el que se inscribe en el Opus Dei o en los Legionarios de Cristo porque sabe que la misa es pertenencia. El mismo que va a la "única" procesión religiosa que importa: la de la Virgen del Carmen por las calles del centro.



Con el fin de la dictadura (Lucía Hiriart y sus sombreros son ícono de la siutiquería militar así como otras palabras y costumbres lentamente en retirada) llegan de vuelta los exiliados y su mirada cosmopolita. El desarrollo económico que permite a Machuca comprar las Adidas de Infante, aunque ahora sea parte de los "neopobres". Los códigos del estatus cambian y los siúticos aparecen como hormigas antes del temporal.



Dos párrafos escogidos: "Saber de vinos, de comida, de diseño, comenzó a ser una necesidad en expansión, apareció entonces la conversación sobre la cava y el mejor Merlot o los taninos, aparecieron los restaurantes temáticos y las galerías de arte contemporáneo. El diseñador de vanguardia, el arquitecto de moda, la novela indicada, el perfume apropiado, el cantante más trendy y la banda más Indie. "Si la señora pituca cultiva el sentido del dato, la pastelería barata, la costurera confiable, la empleada de lujo, el neosiútico cultiva el sentido del dato foráneo, exclusivo: siempre destaca que no viaja en tour, que descubrió un rincón en Venecia, una esquina en Nueva York, un bed breakfast en Londres, donde todo es distinto y por lo tanto mejor, grita a los cuatro vientos que él es de mundo".



Ahora, no es suficiente imitar, sino que el podio social se alcanza con ciertos lugares comunes, como ser ecologista, valorar la conformación semirural de las ciudades antes de que Chile creciera al siete por ciento, decir que el mall ha reemplazado a las plazas, mencionar la "pérdida del espacio público".



Contardo en un intento mucho menos pretencioso que "Grandes Chilenos" o soportes similares que terminan agotando íconos como los hermanos Parra, genera un debate sobre el gran tema social de Chile, y nuestra manera de ser: absolutamente siútica.

Publicidad

Tendencias