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Santificado sea tu nombre

Dueño de medios de comunicación y de una fortuna cuantiosa, su vida estuvo rodeada de un aura de poder, influencia y conflictos que lo transformaron en actor decisivo de los últimos 40 años de la vida política chilena. Sus enemigos susurraban su nombre con temor, porque nunca dejó de cobrarse una deuda. Obsesionado con el honor y la moral conservadora, hizo su mejor esfuerzo por limpiar su imagen de toda mácula.


En aquel instante, reflexión me vino: ¡Qué tristes se quedan los deudos!». (Extracto de Inspirado en Bécquer, poema escrito por Ricardo Claro Valdés en 1951).

Se lo califica de empresario pero Ricardo Claro fue mucho más que eso. Dueño de la tradicional Compañía Sudamericana de Vapores, Viña Santa Rita y Cristalerías de Chile -entre otras empresas-, amasó una de las 10 fortunas más importantes del país con una clara conciencia que el dinero es un medio y no un fin.

Obsesivo, estudioso y asertivo en el mundo de los negocios, aplicaba como pocos esa máxima de que la información es poder. Por eso alineó a los medios de comunicación de su propiedad con su ideario católico conservador, y por eso que en Mega, su canal, nunca se exhibieron los spots del Ministerio de Salud donde se promovía el uso del condón para prevenir el Sida, a pesar de que las chicas Mekano tenían licencia para perrear y exhibir piel a destajo. Y en ese misma estación encontró tribuna en horario prime el presbítero Raúl Hasbún luego de su salida de Canal 13, cuando ya era impresentable para la Iglesia Católica seguir poniendo al aire a quien en su momento defendió a Paul Schaeffer.

Ahora, en Capital -la revista de couché dirigida al mainstream ejecutivo ABC1 que Claro le compró a Guillermo Luksic en 2004-, un espacio asegurado tenía monseñor Fernando Chomalí, la voz que pontifica oficialmente la doctrina vaticana de la era Wojtyla, identificando la moral con un cinturón de castidad.

Militante de la Juventud Conservadora en sus años mozos, y proveniente de una familia tradicional, Claro siempre se sintió interpretado por una corriente pesimista para la que fuerzas perversas amenazaban, más que intereses de clase, a la sociedad cristiano occidental en su conjunto. Gran ideólogo de esta tesis fue el historiador Jaime Eyzaguirre, adscrito al hispanismo, de quien él mismo reconoció sentirse admirador en la entrevista que este año le hicieron en Capital. Muchos otros jóvenes contemporáneos suyos de la derecha se formaron bajo el alero de Eyzaguirre en las Universidades Católica y de Chile, entre ellos el actual director de El Mercurio Cristián Zegers, quien ayer fue uno de los primeros en llegar hasta su casa a dar las condolencias.

Fue con la llegada de Zegers a la cabeza del decano, en marzo de 2006, que Claro recompuso su relación con ese medio, quebrada cuando en 2001 la revista El Sábado lo eligió a través de una encuesta como el chileno más temido, relegando al general Manuel Contreras al segundo lugar y al senador UDI Pablo Longueira al tercero. Pero la recomposición de vínculos fue tan provechosa, que desde su columna en la página A2 Claro venía anticipando desde septiembre del año pasado el crash financiero en Estados Unidos, hecho que en esta hora de obituarios puso al alza su fama de gurú.

Sorprendiendo a los ministros

Bautizado como el «hombre mejor informado del país», Claro hizo honor al apelativo a lo largo de su vida, dedicando tiempo y dinero a usar la información como commodity de sus negocios con «una visión de largo plazo» y «comprensión de lo que estaba en juego para la República», recuerda el economista Sebastián Edwards.
 
Edwards formó parte de un grupo de profesionales de alto vuelo a los que Claro pedía reportes y análisis de coyuntura en diversas áreas, dispuestos a estar al teléfono si el empresario los necesitara consultar de algo. En dicha condición figuraron también los economistas Ricardo Caballero y José Luis Daza, un reducido staff de periodistas, y todo aquel profesional que Claro pensara que podía tener algo importante que decir en temas sectoriales. Algo que podía sorprender a los ministros más experimentados del Gabinete, a los cuales en ocasiones hacía comentarios alardeando de su conocimiento del trabajo y problemas sectoriales con lujo de detalles.

Capaz de estudiar por horas reportes y documentos, según confesó en una entrevista reciente, Claro además realizaba encuentros mensuales del Diario Financiero donde eran invitados a exponer desde expertos internacionales hasta figuras de primera línea de la política.

De los empresarios chilenos más acaudalados, Claro fue el que más importancia estratégica le confirió a la inteligencia financiera y demostró habilidad para usarla. En una columna escrita a página completa en el Financiero, citó el ejemplo del presidente del Banco Central de Israel, Stanley Fischer, para sugerir cambios en la política del Banco Central chileno. En los días siguientes, el titular de la entidad, José de Gregorio, el cual reconoce a Fischer como uno de sus mentores en macroeconomía, le hizo caso a las recomendaciones de Claro.  

Hombre de Iglesia

Parte de esa extraña y selecta categoría de «hombres de Iglesia», Claro inflaba el pecho como miembro de la Orden de San Silvestre, un mero título honorario que confiere el Papa y que no pasa de ser una medallita con esmalte dorado y la imagen del santo, el primer canonizado sin haber sido mártir. Pero lo inflaba porque, mal que mal, es una categoría honorífica, y él, que ya tenía todo lo material, en verdad lo que lo desvelaba era su honor y su lugar en la historia.

De hecho, su primer lugar poco honorífico en la encuesta de El Mercurio en 2001, hizo que montara en cólera y fuera personalmente hasta el edificio de Santa María 5542 a enrostrarle al director responsable, Juan Pablo Illanes, la afrenta a la que quedó expuesto en las páginas del entonces indiscutido diario de la elite (por la cual más tarde le enviaría una dura carta al dueño del periódico Agustín Edwards). Incluso, dicen, ahí mismo le dejó en voz alta el recado a Edwards de que compraría el vespertino La Segunda, cuya línea editorial admiraba en secreto, excepto por un editorial de ese medio que lo acusó con el dedo por haber apretado el play de la radio Kyoto esa noche de 1992, en lo que detonó el escándalo más bullado donde se vio involucrado: el Piñeragate. Y del que en privado se arrepentiría (ver entrevista a Tomás Jocelyn-Holt). Claro se molestó con Cristián Zegers, director de La Segunda en ese tiempo, por el editorial y se enemistó con él, argumentando que no le importaba que se publicara información del affaire Kyoto en el vespertino, pero sí que sentía la nota como algo personal. Zegers y Claro se hicieron amigos en la época universitaria y eran parientes políticos. Su viuda, María Luisa Vial, es prima hermana de María Cristina Vial Risopatrón, la mujer de Zegers. Sólo en los últimos años volvieron a tratarse. Algo que en el caso de la relación de Claro y Agustín Edwards, se mantuvo a nivel de cortesía profesional.

Pese a su talento empresarial y capacidad para predecir escenarios económicos, en el episodio de la Kyoto Claro demostró, que cuando se trataba de sus medios, se movía con la misma sutileza que un elefante en una cristalería.

No son pocos los que han sabido de esa ira, de esa cólera que le provocaba que se dijeran cosas de él. En público, como fue con Piñera. O en privado, como ocurrió en otro episodio mucho menos bullado, pero igual de mitológico en ciertos círculos, que protagonizó Claro contra el político y empresario de derecha Edmundo Eluchans. Fue en 1971 que se vio las caras con el fallecido diputado del Partido Nacional. Eluchans lo habría tildado de «eunuco impotente» en medio de una acalorada disputa profesional que escaló a lo personal (Claro no tiene descendencia). El empresario guardó silencio pero dejó pasar 12 años para ajustar cuentas. Esto ocurrió cuando Eluchans era dueño del 9% del entonces Banco de Constitución, una de las entidades quebradas durante la crisis financiera del 83. Ricardo Claro compró el crédito de un tercero contra el banco, se querelló contra todo el directorio, del cual Eluchans era vicepresidente, y lo mandó a la cárcel. Dos décadas después, las hijas de Eluchans, revivirían el incidente cuando Claro adquirió Capital, donde eran accionistas y altas ejecutivas, y pese al planteamiento del empresario de dejar el pasado atrás, optaron por dejar la exitosa publicación.

Hijo de Gumercindo Claro Matte, pariente de los Matte, Ricardo Claro, también tuvo su encontrón con el clan de Eliodoro cuando en 2004 el grupo decidió vender sus acciones de la Sudamericana de Vapores a Sebastián Piñera, lo que el empresario consideró una traición. La jugada, por parte de Piñera, le permitía tener un director en el directorio de la Compañía más emblemática y querida de Claro. Pero el dueño de Mega movió sus piezas y redujo de 11 a 7 los directores de la entidad, dejando fuera de la mesa al inversionista. En los negocios como en la vida, el que ríe último ríe mejor.

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