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La ceremonia del adiós

No existen los muertos malos y el que enlutó al país esta semana no es la excepción. Conozca los adjetivos con que fue despedido por lo más granado de la curia católica, el empresariado y la política, y por  qué su astucia, inteligencia y aporte a la cultura lo llevaron, seguramente, directo al cielo.


Por Felipe Saleh

Igual que el Papa cuando se trata de dogma en asuntos de fe, el obispo Fernando Chomalí fue infalible a la hora de caracterizar a Ricardo Claro. “Si alguien me pregunta diría que fue sencillamente un católico ejemplar”.
 
El que hiciera la pregunta podría tardar un poco más en comprender en qué sentido fue un ejemplo y tendría, al menos, que examinar  la vida del difunto. Lo de “sencillo” claramente no es lo mismo que entenderían los católicos de comunas populares: hubo 15 sacerdotes con estola púrpura. Entre ellos, dos cardenales: Medina para la liturgia y Errázuriz para el responso. El nuncio apostólico Giuseppe Pinto leyó una carta con las condolencias del Papa para la viuda y otra de Monseñor Ángelo Sodano, por años el segundo hombre del Vaticano y ex nuncio en Santiago en tiempos de Pinochet.
        
El astuto
 
La semblanza del obispo Chomalí continuó apuntando a que entre los presentes había empresarios y políticos, “porque (Claro) fue un emprendedor, muy astuto, siempre interesado en lo que pasaba en el país y el mundo”. Pruebas de astucia tiene más de una. En los recuentos con motivo de su muerte se ha consignado el olfato que tuvo para anticipar dos crisis globales. También la manera en que hizo parte importante de su fortuna, en sus inicios: comprando los papeles que los accionistas desesperados –por el devenir político del país- vendían a fines de Frei Montalva y en plena época de Allende.
 
De su alto interés por la  política tampoco se enteraron muchos feligreses, hasta que sacó y prendió la radio Kyoto con la grabación de Piñera. En adelante muchos de los que ahora estaban en la iglesia supieron que lo del hombre más informado no era un mito. Y de que era uno de los personajes más temibles de Chile, tampoco.
 
Antes, durante la dictadura de Pinochet, se mantuvo muy detrás de la primera línea. En las sombras. No quiso ser ministro para que no lo apuntaran con el dedo, como a Hernán Felipe Errázuriz o Francisco Javier Cuadra. Gracias a eso, para los que no están pendientes de los negocios o la alta política, Claro será siempre sólo una compañía de teléfonos. Otra prueba de su astucia.
 
Una vez muerto, el miedo hacia Ricardo Claro se transformó en un respeto un poco más alto del que merecen –por lo general- los finados.
 
Aunque la ceremonia es solemne mientras dura, Bernardo de la Maza habla distendido de televisión digital con Jaime Bellolio. Lo que no hubiera ocurrido antes por posibilidad de haber sido fulminados por la mirada del “jefe”. En realidad el temor quedó transformado en un amplio dispositivo de seguridad alrededor de la misa, que incluyó carabineros de civil mezclados con los feligreses anónimos.
        
La estética Claro  
 
Entre los asistentes, el padre Chomalí menciona también “artistas, porque Ricardo siempre estuvo preocupado de la cultura y la estética”. Estaba el elenco de “Casado con Hijos” y escribieron condolencias Don Francisco, delante de Nicolás Larraín. Y es cierto, Claro se preocupó de la cultura, fue benefactor del Teatro Municipal y del Museo Andino, de valiosos objetos precolombinos. Pero también impuso otras tendencias: su canal gana en sintonía con humor para la tropa basado en hombres vestidos de mujer y revirtió las pérdidas de la estación gracias a una versión posmoderna del Bim Bam Bum en horario vespertino.

“No siempre se ganó la simpatía de todos, pero sí fue respetado por todos”,  continuó Monseñor Chomalí y no necesitó cerciorarse en detalle de la masiva concurrencia, en la que estaban sus viejos amigos como Juan Colombo, presidente del Tribunal Constitucional, y el abogado José María Eyzaguirre, y también antiguos enemigos como Carlos Alberto Délano.
 

Los oportunistas

Gente como Pedro Sabat (secreteando tomado de los codos con Bellolio) quien  seguramente lo respeta por  su capacidad para salir ileso de los conflictos y también  amistades póstumas, como  Pablo Zalaquett, quien no pudo coronar de mejor manera su entrada a las ligas mayores del poder.

El alcalde electo de Santiago demostró una vez más que tiene intuición para saber dónde hay que estar, tanta como los desconocidos que llegaron tarde pero hicieron lo imposible por conseguir espacio y entrar a comulgar.
 
Al fin de su discurso Chomalí concluyó para el bronce: “todo lo que hizo Ricardo valió la pena, porque lo hizo mirando a Dios”.

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