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Bachelet y el fin del ostracismo hacia Cuba

Es evidente, para todos los que estábamos allí, que el artículo de Fidel, la incorporación indebida de temas que nunca fueron tratados en el diálogo entre Bachelet y Raúl Castro fue, también para ellos, un balde de agua fría que enturbiaba una visita que para el nuevo grupo dirigente era no sólo emblemática, por la historia pasada, sino por el  rol y el liderazgo que ejerce Michelle Bachelet y Chile en el concierto latinoamericano.


La visita de la Presidenta Michelle Bachelet a Cuba fue un éxito por la importancia de las relaciones políticas y humanas que se crearon con el Presidente Raúl Castro, por los convenios suscritos en ámbitos como la biotecnología, la investigación científica, salud, cultura, deporte y otros temas en que Cuba puede ofrecer mucho a nuestro país y por la profundización de una relación comercial y de una política de inversiones que puede ser muchísimo más amplia que la actual.

Pero, además, el viaje de la Presidenta Bachelet a Cuba rompió el ostracismo de la política exterior de Chile hacia la isla que duró 32 años. En efecto, desde la visita del Presidente Salvador Allende ningún mandatario chileno había viajado a Cuba pese a que en el intertanto cayó el Muro de Berlín, terminó la Guerra Fría, y con ello la política de los enemigos irreconciliables. Chile mismo recuperó su democracia, y el mundo global cambió radicalmente la concepción de las relaciones internacionales.

Pese a ello, Cuba había seguido siendo discriminada y se transformaba prácticamente en el único Estado del planeta que por razones ideológicas, en un mundo en que ella no domina la política de los países, un mandatario chileno no podía visitar. Esta anomalía absurda termina con la decisión de Bachelet de ir a la isla, en viaje de Estado, acompañada de una amplia delegación de parlamentarios, empresarios, intelectuales y artistas chilenos.

Cae, con este polémico viaje, la discriminación ideológica y se crea la posibilidad de que Cuba pueda ser tratada como un país normal, con el cual tenemos un magro intercambio comercial de 70 millones de dólares ampliamente favorable a Chile y un enorme potencial para las inversiones y el comercio exterior de nuestro país. Un país hacia el cual tenemos gratitudes por la solidaridad que muchos demócratas chilenos recibieron durante la dictadura de Pinochet, y del que valoramos los reconocidos logros sociales y culturales existentes espués de 50 años de revolución y, a la vez, distancia política por el tipo de régimen monopartidista donde no se dan, como en Occidente, el pluralismo político, la libertad de prensa, la libertad de opinión de quién disiente orgánicamente, el recambio político y, como Chile lo acaba de señalar en la instancia correspondiente de la ONU, donde no hay un pleno respeto a los Derechos Humanos.

La revolución cubana no ha logrado, hasta ahora, lo que los propios creadores de la doctrina marxista señalaron al final de sus vidas: «No cambiar jamás la igualdad por la libertad».

Sin embargo, en Chile hay quienes siguen pensando en la Cuba de la Guerra Fría o de las batallas epopéyicas que ya no existe. No todos han comprendido que Cuba ya no es el faro del progresismo o de quienes desde una postura de  izquierda moderna creen posible construir una sociedad mejor en America Latina. No es tampoco el país que exportaba la revolución y la guerrilla, ni tampoco el país de refugio de los terroristas de todo el mundo. No es la alternativa a  los cambios pregonados por la DC en América Latina  en los años 60′, sea porque Cuba no está en condiciones de hacerlo, sea porque la DC hace tiempo que en nuestro continente dejó de ser, salvo en Chile, una fuerza política consistente.

Así ha cambiado la historia y, sin embargo, hay algunos en nuestro país que critican el ideologismo desde el ideologismo y no logran situarse, con coherencia, en el nuevo contexto y concebir a Cuba como lo que hoy es: un país pobre, azotado por el huracán del boicot americano que dura ya 50 años, aislado por la obtusidad de sus dirigentes reacios a los cambios epocales que vive el mundo, con logros sociales en educación, salud, vivienda, cultura, que son envidiables en el continente.

Es esta Cuba real la que visita Bachelet. Una Cuba sacudida por una profunda crisis derivada en primer lugar de su modelo económico, con una enorme capacidad de resistencia en una población ya habituada a las «situaciones especiales», y donde la inesperada e inhabilitante enfermedad de Fidel Castro ha obligado a un recambio que, sin embargo, claramente no es sólo de nombre sino que está plagada de nuevos símbolos, de otros énfasis, de una política  pragmática que insta más a la relación con Lula, Bachelet y Fernández, a la socialdemocracia en América Latina, que al populismo. Mira mucho más al Grupo de Río que a las alianzas revolucionarias de otra época y que valora y, diría, mira con cautelosa esperanza, a diferencia de los artículos de Fidel, la llegada de Obama a la Presidencia norteamericana e incluso comprende los ritmos de los cambios que este puede imprimir en Cuba y América Latina.

Si alguno de los críticos a la visita oficial de la Presidenta Bachelet a Cuba abandonara por un instante el hálito instrumental de sus opiniones y por pura curiosidad intelectual, algo extraño en los políticos chilenos de hoy, preguntara a cualquiera de los integrantes de la delegación que acompañamos a la Presidenta, más allá de las  diversidades ideológicas y políticas, estoy seguro que recibiría una sola respuesta: hemos visto en Cuba un Raúl Castro abierto al diálogo, interesado en que la visita de Bachelet marcara una nueva página en la historia de nuestras relaciones bilaterales y sin la grandilocuencia ni los énfasis ideológicos del pasado.

Es evidente, para todos los que estábamos allí, que el artículo de Fidel, la incorporación indebida de temas que nunca fueron tratados en el diálogo entre Bachelet y Raúl Castro fue, también para ellos, un balde de agua fría que enturbiaba una visita que para el nuevo grupo dirigente era no sólo emblemática, por la historia pasada, sino por el  rol y el liderazgo que ejerce Michelle Bachelet y Chile en el concierto latinoamericano.

Nadie es ingenuo y puede pensar que Fidel no ejerce ningún rol, ni tiene ningún poder en Cuba. Fidel no es más el Presidente de Cuba y se comete un grave error cuando la derecha y otros personeros políticos le confieren una importancia mayor que la que él tiene en la Cuba de hoy. El es un líder inhabilitado por su enfermedad de ejercer el poder, imposibilitado de vincularse con la ciudadanía sino a través de sus artículos que son un verdadero programa coherente con la idea que él siempre tuvo y mantiene de una Cuba que se constituye en el último bastión del viejo socialismo. Y no está dispuesto a ninguna «concesión» ni «aggiornamento», ni siquiera con la historia.

Fidel conoce el peso de los medios en la sociedad global de las comunicaciones y aunque formalmente escribe sólo para un diario de partido, sus artículos circulan por el mundo a través de la red. Se beneficia de la moderna tecnología para ejercer un poder ideológico nacional e internacional que está cada día mas ligado a la nostalgia, en un país donde él mismo no permitió como gobernante que los ciudadanos puedan masivamente entrar a Internet y utilizarlo en sus vidas personales.

Un importante y prestigioso empresario chileno que lleva años de relación con los cubanos me decía «Fidel es el único ícono vivo y no renunciará jamás a su rol» y sin duda tiene razón. Él escribe sus artículos en el Granma, que es el órgano oficial del PC cubano, para orientar a los suyos dentro y fuera del partido y contradice de manera cada vez más flagrante los dichos y las políticas de Raúl y del grupo dirigente cubano obligando no sólo a la moderación y a la lentitud en los cambios estructurales anunciados por este al inicio de su mandato, sino que buscando que ellos sean imposibles de llevar a cabo.

Por tanto, lo ocurrido en Cuba en estos días no es más que la debelación explícita de una disputa de poder entre el viejo ideologismo de Fidel y el pragmatismo de un grupo no homogéneo y donde Raúl ha recurrido a los viejos comandantes de la revolución y a los principales líderes que entraron con Fidel a la Habana el 59, y que hoy el mundo ve retratados en la película norteamericana sobre el CHE, para legitimar su poder en un  país donde la presencia de Fidel sigue siendo informalmente, sin cargos en el Estado, una voz influyente.

 No hay duda que Fidel sabía perfectamente que al entregar una versión antojadiza y unilateral de su informal encuentro con la Presidenta Bachelet, donde él mismo aparecía jugando un rol en la exaltación de una postura distinta a la que históricamente ha sostenido Chile en el tema marítimo con Bolivia. Esto marcaba de una determinada manera la visita, le restaba protagonismo al propio gobierno cubano que la había enfocado de manera distinta. Causaba un daño político múltiple. Sin duda, este también  era un daño al esmero con que el gobierno cubano preparó esta visita y a la amplitud y búsqueda de coincidencias que Raúl imprimió en cada conversación, en cada una de sus parcas intervenciones, en los gestos de afecto y enorme respeto a Bachelet y a cada integrante de la delegación, inspirada en lo que él llamó la búsqueda de la «unidad en la diversidad» entre nuestros países.

El artículo de Fidel es lesivo, desfigura la historia, es inoportuno, daña el buen momento de las relaciones con Bolivia con la cual se discute una Agenda de 13 puntos donde no se excluye ningún tema. Lo novedoso es que en privado, en Cuba la Presidenta Bachelet protestó directamente a Raúl Castro por este desacierto y que el Canciller Foxley, seguramente en un gesto sin parangón, criticó duramente, a nombre de Bachelet y del gobierno, el artículo de Fidel ante la prensa chilena, cubana e internacional, señalando lo que siempre hemos dicho: no aceptamos interferencias de nadie y los temas con Bolivia son estrictamente bilaterales.

De las conversaciones que sostuvimos cada uno de los integrantes de la delegación oficial en encuentros formales, en las cenas y almuerzos, donde se congregaron masivamente las autoridades de gobierno y del partido comunista cubano, es notorio que hay temas en movimiento pero aún se mantienen las viejas explicaciones en relación a por qué mantener un régimen cerrado y excluyente que limita el desarrollo de Cuba y es evidente que aún no se configura una estrategia de apertura política pluralista ni un proyecto para ella. Lo claro es que en Cuba es urgente una reforma económica profunda y el acceso del país a una economía de mercado y en ello se dan tímidos pasos que se revelan, sin embargo, positivos para la vida de la población.

En lo político, yo me quedo con la convicción, sobre todo después de lo que escuchamos del Presidente de la Asamblea Popular Ricardo Alarcón, que ella está ligada al fin del boicot norteamericano. Cuba se siente aún en guerra, pero frente a la pregunta que formulamos sobre que harían si el boicot desaparece la respuesta fue categórica: «Habría que terminar con las leyes de excepción que hoy tenemos».

Saben que la reciente suscripción del Pacto de Derechos Civiles y Políticos por parte de Cuba los obliga a modificar aspectos de la legislación interna y a tener mayor transparencia en materia de derechos humanos y de libertades públicas. En este punto están los desafíos y, como dijimos antes de partir a Cuba, una eventual decisión de Obama de terminar con un boicot que no sirve a nadie es clave para que se abra una perspectiva de cambios.

Tiene razón la Presidenta Bachelet al querer que su gobierno y Chile como país juegue un rol en este proceso y ello se logra con más diálogo, con más redes comerciales, con más cercanía en el marco de la franqueza política que debe guiar nuestras relaciones con ese país.

*Antonio Leal es diputado del PPD

 

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