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La cita del G-20 que viene: del soberanismo al pactismo

A mediados de marzo, además, se publicó la lista negra de la OCDE de los países y territorios que no cooperan lo suficiente en materia tributaria, en lenguaje común, paraísos fiscales, un total de 46. De ellos, 29 no cumplen con ninguna de las normas establecidas en la materia, es decir, los más intransigentes, entre los cuales figura Chile.


En nuestro país todavía no hay un claro consenso acerca de que vivimos un cambio de época, también en el sistema internacional. No se trata sólo de pasar de un mundo unipolar a otro multipolar o sin polos, que requiere un equilibrio entre las grandes potencias, a las que se suma la Unión Europea, un objeto político no identificado. Creo que vamos más allá, desde el soberanismo al pactismo; la administración Obama habla de un nuevo modelo internacional de cooperación.

El soberanismo se caracteriza por la independencia del orden externo y relaciones entre sujetos dotados de igual poder soberano y que son, por ende, limitadas. Y en el orden público interno, el poder es considerado absoluto, inalienable, indivisible, perpetuo e imprescriptible, en resumen, soberano, como sostienen los jacobinos, quienes confunden igualdad con homogeneidad.
El pactismo, en cambio, parte de la convicción de que la interdependencia es inevitable. El diálogo, el debate, el pacto, y en las relaciones internacionales, la diplomacia y el poder suave, son sus instrumentos. El derecho no sería estático ni estaría al servicio del poder político. Por el contrario, encausaría a la voluntad democrática, adaptándose a los cambios de la realidad. Sistemas similares se han aplicado en el interior de los países del noroeste de Europa, a partir de la segunda posguerra, en especial en los nórdicos, que son sociedades negociadas, y en la Confederación Helvética y la Unión Europea.

El primer gran práctico del pactismo en América Latina fue Gabriel Valdés, durante la administración Frei Montalva. Inventó o, al menos, promovió, la integración latinoamericana, y esa tarea lo llevó a su famoso encontrón con Kissinger. También restableció las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Fui secretario de una delegación parlamentaria a Moscú, y ante la sorpresa de todos, los líderes soviéticos repetían que la solución para Chile eran gobiernos tipo Frei, que la izquierda debía apoyarlos y que una nueva Cuba era imposible. Y todos mencionaban al hijo de nuestro embajador, Máximo Pacheco, en ruso, Máxim Maximovich, el primero de un diplomático occidental que estudiaba en una escuela pública moscovita.

Algunos pensamos que la política internacional de la transición se entroncaría con la prepinochetista. En América Latina había muy positivas experiencias, desde el Grupo de Río, interpresidencial, a la Comisión Sudamericana de Paz, una diplomacia más bien ciudadana que pública, con las cual nuestros demócratas tenían una activa relación. Nos equivocamos, salvo en la pasión por los tratados de libre comercio.

Ni siquiera hemos sido meticulosos al nombrar como ministros de Exteriores a personas que pueden molestar a nuestros vecinos, hasta ahora en dos oportunidades.  Y cuando la secretaría temporal de la Comunidad Iberoamericana convocó a una reunión de los ministros del ramo y gobernadores de los bancos central en Oporto, a principios de marzo de este año, para fijar una posición común para la cumbre de los G-20, en que estaremos representados por Argentina, Brasil, España y México, estuvimos presentes, pero no a nivel convocado.

El 26 de marzo, Juan Carlos Latorre, en un artículo en La Nación sobre la cumbre progresista, omite nombrar nada menos que a la presidenta de Argentina, y termina marcando «diferencias valóricas», sin mencionarlas, con la izquierda concertacionista. Y en este país, ese legado de la dictadura, como la ilegalización del aborto terapéutico, que estuvo vigente por 60 años, se pretende imponer a todos, a pesar de la separación entre el Estado y la Iglesia Católica.

En la cumbre progresista pusimos el énfasis en el estímulo de la demanda y en impedir el proteccionismo. Brown fue más allá, como lo hizo notar la prensa europea, al insistir en una nueva arquitectura financiera internacional. Y nuestra presidenta, en una conferencia de prensa conjunta con el premier británico, al repetir que el ahorro en los buenos tiempos le permitió un estímulo de 2,8% del PIB, se hizo inadvertidamente eco de la crítica conservadora a su huésped, pues en Londres de inmediato dijeron: «Gordon Brown recibe lecciones en finanzas públicas sólidas de los latinoamericanos, ¡Él no podría hacerlo!».

Simultáneamente, volvieron a enfriarse las relaciones con Perú por una demanda ante la Corte Internacional de la Haya para delimitar el límite marítimo con Chile. El presidente boliviano dijo que se pretendía cerrar una de las posibles salidas al mar a su país, y Lima perdió la compostura, nosotros lo habíamos hecho antes. La explotación abusiva del patrioterismo por ambas partes aumentó varios decibeles.

Esa guerra fría larvada, como consecuencia de un conflicto que terminó hace 126 años, resulta una grotesca demostración de subdesarrollo. Únicamente sirve  para distraer la atención pública de los problemas verdaderos, mantener ejércitos de dimensiones que carecen de sentido e importar armas. Hace años que los gobiernos de la Concertación deberían haber revivido el acuerdo Pinochet/Banzer. Y si no lo hicieron, podrían haber aprovechado la demanda peruana, agregándole el mar en disputa, ya que tanto a nosotros como al Perú nos sobra océano.

Recordemos que entre 1870 y 1945, 75 años, Alemania y Francia tuvieron tres enfrentamientos bélicos, los dos últimos de  proporciones mundiales, que son incomparables con la Guerra del Pacífico. Sin embargo, en 1950, el ministro de Exteriores de Francia, Shuman (quien, por los cambios de fronteras, había tenido también nacionalidad alemana y luxemburguesa) propuso formar la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, proceso que desembocó en la Unión Europea. Uno de sus hitos fue la gira triunfal por Alemania del presidente Charles de Gaulle, quien habló en alemán y de paz. Y De Gaulle fue el jefe de la resistencia francesa a la ocupación alemana. El vencedor es siempre el primero que da la mano.

A mediados de marzo, además, se publicó la lista negra de la OCDE de los países y territorios que no cooperan lo suficiente en materia tributaria, en lenguaje común, paraísos fiscales, un total de 46. De ellos, 29 no cumplen con ninguna de las normas establecidas en la materia, es decir, los más intransigentes, entre los cuales figura Chile.

Austria, Suiza, Andorra, Hong Kong, Singapur, Liechtenstein, Luxemburgo, islas Caimán e isla de Man, también inculpados, de inmediato anunciaron que establecerán un régimen de secreto bancario más flexible. En nuestro país, en cambio, ni siquiera se ha informado del problema. Y ese será uno de los temas del G-20 en Londres el 2 de abril.

Me es inexplicable que nos neguemos a cambiar una legislación que fomenta el lavado de dinero internacional y que obstaculiza nuestro ingreso a la OCDE y la suscripción de tratados para reglamentar la doble tributación por las inversiones en el extranjero, cuya falta sirve de excusa para el uso de paraísos fiscales incluso por Codelco.

Hoy día el gran país pactista de América Latina es el Brasil de Lula. En los últimos meses convocó a una serie conjunta de cumbres, que incluyó el retorno de Cuba a la familia latinoamericana, y que se extendió a todos los países del Caribe. Citó al BRIC (además, Rusia China e India) antes de la reunión preparatoria ministerial del G-20. Fue el primer presidente latinoamericano recibido en la Casa Blanca por Obama. En una tripartita, con los de Venezuela y Argentina, los tres presidentes acordaron aportar, cada uno, 2.000 millones de dólares al capital inicial del Banco del Sur. Propuso ampliar la comunidad iberoamericana, en calidad de observadores, a todos los países lusohablantes, y se decidió también invitar a Guinea Ecuatorial y las Filipinas.

Todo ello demuestra que Lula se mueve con soltura por todas las Américas y el mundo. En la cumbre progresista de Viña llevó la voz cantante de todo el mundo en desarrollo. Ocasión en que uno de sus asesores, Marco Aurelio García, se refirió a los progresistas latinoamericanos ausentes de la cumbre y pidió respetar «nuestras diferencias», que consideró como un positivo síntoma de diversidad. Debemos respetar, dialogar y entender a los otros progresismos, dijo. Y puso sobre la mesa la integración de la región.  
En ese contexto, creo que deberíamos revivir las políticas de Gabriel Valdés. Eduardo Frei y José Antonio Gómez tienen la palabra.

 

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