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El payaso de la familia

Por suerte no ha perdido su saludable sentido del humor y la acidez que nos hizo reír en los 90′. El escritor invitó al ministro Andrés Velasco a presentar su tercer y más incómodo trabajo literario. Llegaron los de siempre, el clan concertacionista, los íconos del red set y la fauna más cool de la ciudad ilustrada.


Bar Catedral, 19:00 horas del lunes. El ministro Andrés Velasco ha dejado su personal de seguridad en el Volvo que lo espera en José Miguel de la Barra y conversa tranquilamente como si fuera un parroquiano más con Paula Escobar, la editora de revistas de El Mercurio. Está tranquilo, con las manos en los bolsillos de su traje a rayas, una pierna en el piso y la otra apoyada en el taburete. Sabe que este lugar es como estar en familia: no vendrá ningún sindicalista odioso, ni un deudor habitacional a enrostrarle su manejo de la economía. Por suerte para él, en este lugar difícilmente un deudor habitacional pueda tomar un trago, sin sentir que está derrochando su plata. No podemos decir lo mismo de un sindicalista.

Pero a juzgar por el sutil reclamo al barman del guionista de telenovelas Víctor Carrasco («me parece un poco caro») cuando recibe sus dos vodka tónic, en este bar están agarrando las mismas malas costumbres del Liguria. Carrasco invita un trago a Álvaro Díaz, cerebro de Plan Z, Factor Humano y 31 minutos. Díaz da las gracias y Carrasco responde que «nada es gratis en esta vida». Sería fantástico que la paga se tradujera en la participación de Díaz y Peirano como co escritores de una teleserie.

El ministro ondero

Lo de sentirse en familia no es gratuito. Cuando el ministro Velasco está presentando el libro confiesa que «después de pasar con mi familia una temporada en el infierno, quedamos con una deuda impaga de cariño y varios de los acreedores están aquí». Velasco antes de empezar a leer admite que «lo más cool sería improvisar, pero yo preferí anotar algunas de las cosas que voy a decir». Aunque no lo quiera, Velasco es cool y lo sabe. Tomemos nota: hizo clases en Harvard,  corre media maratón, cita a Rimbaud para describir lo que sintió mientras su hija de dos años estaba en la clínica, habla en perfecto slang gringo con la esposa neoyorkina de Rafael Gumucio, tiene el trabajo más serio de Chile y escribió una novela, pisoteada por la crítica y los lectores, pero ahí está, antes que la de Foxley o Eduardo Aninat.

Rafael Gumucio también llevó a su familia. Aparte de su esposa y su hijita en brazos, llegaron todos sus amigos del canal Rock &Pop, sin duda su época más creativa. Estuvieron Ángel Carcavilla, Peirano y Díaz, y Montserrat Álvarez. Lástima que Gumucio se haya cortado el pelo y no pueda vestirse de Allende como en el segmento de Plan Z que enfureció a las autoridades de la época porque mostraba al ex presidente ebrio y carreteando con mujeres.

Aunque Gumucio  aseguró que a ningún periodista podía interesarle esta novela «porque no tiene denuncias ni pedofilia», igual entre los asistentes estaban Héctor Soto, Iván Guerrero, de CQC, y Juan Cristóbal Guarello.  

«La Deuda», por lo que leyeron los presentadores, (con Velasco estaba Gonzalo Garcés, cuya incontinencia verbal hizo sufrir a algunos, entre ellos a Mónica Pérez) es una muestra de que Gumucio conserva, además de su incapacidad para modular, un saludable sentido del humor. «(La novela) habla de una derrota social, nadie gana y nadie pierde», dice el autor. En otro de los pasajes que leyó Garcés, el personaje principal, Fernando Girón, dice «¿por qué tengo que ser solidario? me cago en la Teletón, me cago en la Concertación». Garcés apunta que la novela es incómoda, que leerla es como «andar con los pantalones orinados». Y es cierto, en el libro hay alusiones a oscuros financiamientos de campaña; un personaje le ofrece a otro un cargo público a cambio de que retire una demanda. En el público seguro hubo gente a la que estas citas tan directas pudieron incomodarle, aunque no se orinaran, como a Ricardo Solari, que estaba presente y por estos días se ha puesto su antiguo traje de negociador para llegar a un acuerdo parlamentario con los comunistas.

Ampuero a la hoguera

Velasco en su estilo irónico lo deslizó: «Puras malas juntas», le dijo en tono de sorna a Pablo Dittborn cuando se saludaron y el ministro dio un vistazo a la concurrencia. «Toda la gente sana está acá», le apuntó el gerente de la editorial Random House, antes que comentaran en no muy buenos términos la marca que logró José De Gregorio en la maratón de Santiago. 

Para el marido de Consuelo Saavedra esta es una novela sobre la meritocracia, sobre la desigualdad, sobre un personaje de Macul y su esposa del Villa María, sobre un país donde a diferencia de Estados Unidos, la gente te pregunta «¿donde estudiaste?» en vez de «¿a qué te dedicas?». Como sea, Rafael Gumucio no hubiese podido escribirla aquí, tenía a su familia concertacionista demasiado cerca. Por eso lo hizo en Nueva York, desde lejos, así de vuelta tendría sanas las cicatrices de la autoflagelación que contiene este libro. Por último, Gumucio dio luces de la guerra que se va a armar entre la clásica institucionalidad cultural y el «nuevo orden» que promete instalar Piñera. Cuando Gumucio explicaba que la dicotomía ochentera del Sí y el No, ya se había terminado y que era necesario explorar los nuevos matices, usó a Roberto Ampuero para justificar su mirada: «Ampuero, en una columna muy estúpida, como todo lo suyo, dijo que Chile sigue siendo un país dividido entre el Sí, y el No, yo no lo creo». Y ahora el autor de «Nuestros años verde olivo» es uno de los asesores culturales de Piñera.

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