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La ideología disfrazada de ciencia en caída libre

El experimento de 30 años de thatcherismo, incluido el Consenso de Washington, claramente fracasó. Y ahora están de nuevo de moda las regulaciones, las supervisiones, las nacionalizaciones, los impuestos, las políticas de desarrollo hacia adentro, los organismos internacionales, etc., es decir, el retorno de la política.


El neologismo «neoliberal» me desagrada, es una apropiación por los conservadores del lema de sus adversarios tradicionales, los liberales. Recuerdo que mi padre, cuado era muy niño, me repetía con sus amigos apristas en Santiago una frase de Indalecio Prieto, un líder de la república española, «soy socialista a fuerza de liberal». Por ello prefiero «thatcherismo» o «consenso de Washington».

Gideon Rachman, el analista político del Financial Times, publicó un artículo que encabezó con la frase «El cierre de la era de Thatcher». Gordon Brown, el premier británico y uno de los practicantes de la Tercera Vía, proclamó en la cumbre del G-20 la sustitución del «consenso de Washington» por el «consenso de Londres». Y todos se olvidaron  de Friedman y Hayek, y renació el culto de Keynes con un curioso tinte de Prebish.

Thatcher, al ser elegida primer ministro en 1979 dijo: «El pueblo británico dejó al socialismo. El experimento de 30 años claramente ha fracasado». A ella la siguió Reagan en EE.UU. Mitterand en Francia se vio obligado a privatizar lo que había nacionalizado. Y un nuevo catecismo se extendió incluso a la Unión Soviética, América Latina y al resto del planeta, gracias al consenso de Washington. Dos de los consejeros íntimos de Thatcher escribieron eufóricos el libro «Privatizando el mundo». Y hasta sus adversarios se renovaron en la «tercera vía», una pretensión de thatcherismo con rostro humano.

El gerente general del Citibank, en 2007, justificó su astronómica remuneración por su aporte a la sociedad. Y los banqueros de inversiones, que dominaban las sesiones periódicas del Foro Económico de Davos, fueron llamados los «amos del universo». Y cuando Sarkozy fue elegido presidente en Francia, hizo trascender que sería como Thatcher en su país.

Hoy, Wall Street y la City de Londres cayeron en desgracia. Sarkozy clama por la moralización del capitalismo y, según las malas lenguas, puede aparecer en público con  un libro de Marx en las manos. Bos, ministro de Finanzas de Holanda, dijo a principios de año en París, «La primera cosa que hice para demostrar que era un laborista moderado fue, en 2003, redactar una declaración de principios en que diluía el proyecto de nacionalización de los bancos. Así era moderno. Hace dos meses, ¡se han nacionalizado los bancos!» 
¿Cómo terminó la fiesta? Bueno, en la crisis económica mundial más grande desde la depresión que comenzó en 1929. El dinero que emitieron los bancos, a través de los instrumentos «derivados», fue virtual, algunos dicen falso, y simplemente se esfumó. Se calcula que desaparecieron 4,1 billones de dólares (una cifra de 12 ceros), dos tercios en EE.UU., y un tercio en el resto del mundo. Equivale a un 8% de la economía mundial, y pueden ser más una vez que se limpien los escombros.

Según Simón Johnson, quien fuera economista jefe del Fondo Monetario Internacional, 2007 y 2008, en un artículo titulado «El golpe silencioso» (The Atlantic), el sector financiero de EE.UU., aliado con sus intelectuales orgánicos, los economistas ortodoxos, se apoderó del gobierno, como es típico de las oligarquías en los mercados emergentes que entran en crisis, y ahora hay que desarticular ese poder financiero porque bloquea las reformas esenciales para salir del problema.

Rachman, el analista del Financial Times, tiene sus dudas. Cuando Reagan cambió la política norteamericana en 1980, dice, presentó un programa preparado en años. En cambio ahora, el proyecto para salir de la crisis sería una improvisación. No estoy de acuerdo. La nueva administración norteamericana y sus aliados se inspiran en una versión modernizada de Keynes y Prebish, lo que parece una buena idea. ¡Veremos si Obama y el G-20 lo logran!

En todo caso, parafraseando a Thatcher, el experimento de 30 años de thatcherismo, incluido el Consenso de Washington, claramente fracasó. Y ahora están de nuevo de moda las regulaciones, las supervisiones, las nacionalizaciones, los impuestos, las políticas de desarrollo hacia adentro, los organismos internacionales, etc., es decir, el retorno de la política.

La razón es muy obvia. Si comparamos las proyecciones económicas para este año (abril) del Fondo Monetario Internacional para los primeros 15 países en el Indice de Libertad Económica (Heritage Foundation y The Wall Street Journal) con los del resto del mundo, los resultados son devastadores para los países «libres». Esos 15 son, en orden de rango, Hong Kong, Singapur, Australia, Irlanda, Nueva Zelandia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Suiza, Gran Bretaña, Chile, Holanda, Estonia, Islandia y Luxemburgo, los más granados participantes en el Consenso de Washington.

En promedio, según el Fondo Monetario Internacional, esos 15 países «libres» tendrán, en 2009, un crecimiento negativo (un eufemismo de economista) de – 4,97% (Chile es el único del grupo que tendrá crecimiento, pero sólo de 0,1%). En contraste, la economía mundial disminuirá sólo – 1,3%, los países desarrollados en general, – 3,8%, y Europa Oriental, – 3,7%. En el mundo en desarrollo, Asia crecerá 4,8%, el Medio Oriente, en 2,5%, y África, 2,0%. Y solamente disminuirá el Hemisferio Occidental, – 1,5%.

El único grupo de países que tiene un nivel de decrecimiento similar al de los países más «libres», son los de la Confederación de Estados Independientes, es decir, la mayor parte de las republicas que integraron la Unión Soviética, – 5,1%, un legado de la oligarquía de Yeltsin.

En resumen, una nueva demostración de que la ideología, aunque se la disfrace de ciencia, no es la mejor manera de gobernar un país. Creo que Bachelet, Piñera, Frei, Arrate, Zaldívar y los demás candidatos presidenciales deberían sumarse al rumbo de la historia, navegar en contra de la corriente en tiempos de temporal no es lo más sabio.

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