Publicidad

Miss simpatía

Mirko Macari
Por : Mirko Macari Asesor Editorial El Mostrador
Ver Más

Lúcida en el diagnóstico inicial de su mandato sobre la profunda y peligrosa crisis de representación de la política chilena, los vientos díscolos que hicieron zozobrar una y otra vez el armado de su gobierno, al parecer la instalaron en el software de lo posible y en la vereda de los conformes.


Telegénica, livianita y cálida, por ese carisma que explica también buena parte de su sitial en los sondeos de popularidad, Michelle Bachelet hizo que el ritual republicano de la rendición de cuentas se saliera del formato acartonado sin perder solemnidad. Algo que se agradece, sobre todo en una mañana de día feriado, sabiendo que el discurso podía también convertirse en un ladrillazo.

Distendida, con capacidad para bromear y salirse del libreto, y hasta hacer guiños nostálgicos, como la alusión a Mario Benedetti, la Presidenta está en el peak de ese ángel que en su momento la vio escalar en las encuestas y le permitió a la Concertación personificar el cambio cultural y mostrar una cara más amable que la del elenco gerontocrático que la domina tras bambalinas.   

En su última puesta en escena, la Presidenta eludió la tentación fácil del dedazo que intentara traspasar al candidato del oficialismo su alto nivel de aprobación en las encuestas. La alusión directa a las bondades de la continuidad concertacionista era un libreto obvio, que le impedía a Bachelet salir por la puerta ancha de la jefatura del Estado.

Sin embargo, muy acorde con el diseño político plasmado en los últimos movimientos del gabinete, su aporte a la obtención de un quinto gobierno de la coalición será el de pavimentar un terreno económico social más parejo que permita contrapesar, al menos desde la perspectiva comunicacional, la tormenta económica que aún no muestra su peor cara.

Así las cosas, es Eduardo Frei quien debe ver manera de colgarse del capital político de Bachelet, cuestión que viene intentando con fuerza desde el debate con José Antonio Gómez para las primarias concertacionistas. Pero como lo suyo no es el carisma, Frei no la tiene fácil. Menos ahora que la desorientación parece haberse apoderado de su comando, entrampado en la encrucijada de escenarios que le plantea el «fenómeno Marquito».

De fondo, y pese a optar por este guión más digno y mesurado, queda en el aire la sensación que después de estos cuatro años en el poder, habiendo vivido en «las entrañas del monstruo», la Presidenta se encuentra más aclimatada, es menos crítica de las cúpulas de los partidos y más condescendiente con las lógicas y prácticas del establishment oficialista al que trató sin éxito de jubilar con su gobierno ciudadano. Habla, al menos en público, más poseída del discurso del orden, tan propio del ethos portaliano de nuestras elites de izquierda y derecha. Se aferra con más frecuencia al ideal de la «gobernabilidad» y si bien siempre ha sido una militante disciplinada, esa resignación a la razón política parece no incomodarla tanto.

Lúcida en el diagnóstico inicial de su mandato sobre la profunda y peligrosa crisis de representación de la política chilena, los vientos díscolos que hicieron zozobrar una y otra vez el armado de su gobierno, al parecer la instalaron en el software de lo posible y en la vereda de los conformes.

Esa sensación que alguna vez existió de que esto era asumida y declaradamente el comienzo de un nuevo ciclo, ese entusiasmo ingenuo que transmitían las féminas que, con banda presidencial cruzada celebraban en la calle la ruptura cultural con el patriarcado, dejó paso a un cierto conservadurismo light. A la letanía espesa de la realidad cruda, a algo así como «el peso de la noche».   

Publicidad

Tendencias