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La crisis de la Concertación y la muerte del MAPU

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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No hay fracaso del MAPU; creemos que es el agotamiento de un ciclo y ha surgido la necesidad de refundar un nuevo proyecto. Necesitamos otros «Mapus» que le den coherencia a seguir construyendo esa sociedad que nos prometieron en el año 88.


El domingo 5 de julio apareció en un diario de circulación nacional, un debate antiguo que ha cobrado nuevos bríos a la luz de la crisis que está viviendo la coalición de gobierno. Esta crisis se ha visibilizado de múltiples formas: aparición de los díscolos, desafiliaciones a los partidos componentes de la misma, desorden parlamentario e incapacidad de las dirigencias de las colectividades para ordenar a sus militantes, entre otras.

En tal sentido algunos especialistas -como Eugenio Tironi- han declarado que esto es el fin de una manera de hacer política que fuera impuesta a través del MAPU como colectividad o como cultura política en un momento histórico particular; de  este  modo, las lógicas transaccionales, la configuración de una identidad concertacionista que superara las identidades político partidarias específicas, la búsqueda de los acuerdos y los consensos, etc., habrían sido superadas por una nueva forma de hacer política que está agotando a la coalición y desgarrándola fuertemente.

En tal sentido, creemos que efectivamente el MAPU fue un gran aporte a la construcción de la Concertación, pero no sólo por la transversalidad de una práctica política y una experiencia de sus miembros, sino porque junto con ello, los intelectuales y políticos del MAPU construyeron un proyecto articulado en un discurso político sumamente efectivo. Ese discurso fue el de la renovación socialista en esta colectividad y no en otra.

Dicho discurso fue efectivo por los siguientes contenidos: en primer lugar, fue  un discurso que contenía una visión de la historia, por lo que se asume integrador de varios procesos pasados y que mira con mucho optimismo el futuro. En ese ámbito, no sólo logra constituirse en crítica radical, sino que le ha dado sentido explicativo a más de 30 años de la historia de Chile y le  permitió competir con el discurso refundacional de la dictadura, que no tuvo esa potencia historicista.

En segundo lugar, fue efectivo también porque estaba basado en un «mea culpa» no sólo existencial, sino que también revisionista y posibilitó -sin traumas- apropiarse de nuevas categorías y reflexiones. Esto porque en el MAPU, dada su cultura política e identidad, esto no sólo era óptimo, sino  que necesario. De allí que sólo en los «Mapus» el acercamiento al liberalismo y otras posiciones ideológicas no fuera nunca visto como algo negativo, acaso como parte de una práctica existencial.

En tercer lugar, fue efectivo porque fue un discurso coherente que supeditó las identidades partidarias a la construcción de un proyecto de unidad, basado en experiencias de corto plazo, subordinando las ideologías al recogimiento de una experiencia traumática que permitió reconocerse en la adversidad, en la crisis. Así se permitió unir una práctica de acercamiento entre centro e izquierda, tanto como la unidad política discursiva entre socialismo y democracia, ahora entendida como progreso permanente a una sociedad más justa y no más como modelo históricamente demostrable. Es decir, fue un discurso que permitió articular una memoria emblemática lo suficientemente amplia para que bajo su alero pudieran entrar todos sin excluir a nadie.

 Sumado a lo anterior, los «Mapus» tenían también sus redes sociales, un capital cultural y político, que en un momento clave se volvió fundamental porque jugaron con maestría ese rol de puente que tanto se ha destacado, permitiendo que ese discurso circulara con mayor rapidez, pero por sobre todo, con mayor efectividad. Ese capital político es intransferible y quizás por eso, hoy hayan perdido protagonismo. Digamos que tal vez se devaluó el capital o mejor dicho no ha habido procesos de «inversión neta» efectiva del mismo. Hay un problema de recambio en las elites, ese sin duda, es un problema estructural y complejo. Al respecto es lícito preguntarse: ¿Se pueden transferir esas experiencias y capitales sociales a nuevas generaciones? ¿Cómo se hace?

 Hemos reflexionado sobre las identidades partidarias y no creemos que la construcción de la Concertación como un nuevo partido haya sido el proyecto del MAPU en términos históricos, sino que al revés, se trató de construir un nuevo referente político que sin excluir las identidades partidarias, pudiera contenerse en función de un proyecto histórico refundacional para una nación que se entendía como «destruida». Eso es lo que hoy no alcanza a convocar nuevamente a los militantes. Ergo no hay fracaso del MAPU; creemos que es el agotamiento de un ciclo y ha surgido la necesidad de refundar un nuevo proyecto. Necesitamos otros «Mapus» que le den coherencia a seguir construyendo esa sociedad que nos prometieron en el año 88.

Carecemos hoy de un proyecto de futuro que no se agote en la administración, nos faltan los sueños que la Concertación nos dio, no sólo como promesa electoral sino que como discurso histórico que nos convocó a mirarnos y comprendernos. Ese contenido tan ausente de la política contingente y de manera más aguda, de cada una de las actuales candidaturas a la presidencia 2010.

(*)*Cristina Moyano es Académica del Departamento de Historia, Facultad de Humanidades USACH. Autora del libro «MAPU o la seducción del poder y la juventud. Los años fundacionales del partido mito de nuestra transición, 1969-1973».

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