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La nueva diplomacia

La diplomacia ha sido usada no para prevenir algo o negociar un bien, o representar un interés, sino para instalar una controversia en el medio internacional. Lo que se ve favorecido por la vigencia de un ethos cooperativo y colectivo en materia de seguridad.


Un pensamiento simplista atribuye exclusivamente consecuencias económicas o financieras a la globalización, y de ellas deriva todo el resto de los significados políticos, sociales y militares en el mundo moderno. Sin embargo sus efectos son más complejos y muchos de ellos han pasado casi desapercibidos hasta ahora.

Entre esos cambios está el de la diplomacia, tanto en su contenido como en la forma en que la operan los países.

Desde mediados de los ochenta del siglo pasado funcionó el llamado cuarto de al lado en los procesos relativos a tratados de libre comercio. La aceleración de los procesos políticos internacionales por efectos de la telemática y el transporte,  tornaron impensable un viaje presidencial a otro país o a la sede de algún organismo multilateral sin invitados corporativos en sus comitivas. Preferentemente empresarios, dirigentes sindicales o representantes de los medios científicos y de las comunicaciones.

Ese cuarto de al lado se institucionalizó haciendo de las relaciones diplomáticas un juego con fuerte contenido corporativo privado, propio de la era globalizada. Pero cambió también la forma pues la globalización abrió un escenario total donde se juega simultáneamente el interés bilateral, la convergencia o alejamiento en los vínculos multilaterales de cada uno de ellos, y la imagen cooperativa del país, la que depende en mayor medida de la intensidad de su adhesión a lo colectivo. 

Es este test de lo colectivo y cooperativo de los países el que ha relativizado el valor de los instrumentos militares. La antigua doctrina sostenía que el poder militar es una manifestación del Poder Nacional que acompaña siempre el despliegue diplomático. Y mientras más grande, mayor efecto disuasivo frente al adversario, a condición de ser usado de manera prudente y pacífica. 

Hoy no es así, y en ciertas circunstancias puede llegar a ser un lastre pues en un medio internacional cooperativo, la disuasión militar es siempre colectiva, lo que la disminuye como manifestación de un poder nacional individual.

La contrapartida es que la diplomacia, desprendida del componente militar, puede llegar a ser un instrumento de enorme capacidad ofensiva frente a un adversario que no advierte el nuevo escenario y se queda pegado en las viejas concepciones. Pues encuentra a contrapié al adversario mientras desenvuelve, prácticamente sin oposición o solo con reacción de éste, una diplomacia agresiva arropada en la imagen de una vocación colectiva y cooperativa.
 
La ofensiva diplomática de Perú frente a Chile puede ser analizada como un ejemplo exitoso, al menos hasta ahora, de esa óptica. La diplomacia ha sido usada no para prevenir algo o negociar un bien, o representar un interés, sino para instalar una controversia en el medio internacional. Lo que se ve favorecido por la vigencia de un ethos cooperativo y colectivo en materia de seguridad.

Ello ha sido hecho, además, con un uso fino de las comunicaciones y efectos de auditorio, para crear una atmósfera que induce a una percepción acerca de una reacción hostil por parte del adversario. Ello es otra explicación acerca del curso jurídico diplomático hacia La Haya y la constante referencia a la carrera armamentista de Chile. 

Como se puede apreciar es un problema de percepción fina. Esto en esencia significa que mientras Chile desarrolla una política militar disuasiva capaz de ser integrada a la seguridad colectiva y cooperativa vigente, y trata de explicarlo mediante sus mecanismos diplomáticos de una manera más bien blanda pues se mueve en el ámbito de la soberanía; Perú usando estos mismos medios instala una controversia, para luego argumentar sobre una reacción hostil de Chile y su supuesta carrera armamentista moviéndose en el ámbito de lo colectivo.

Algo de ello también se ha evidenciado con el Ejercicio Aéreo Conjunto  Salitre II programado para este mes por la FACH,  con la participación de las fuerzas aéreas de Argentina, Brasil, Estados Unidos y Francia.

Es evidente que no hay seguridad colectiva internacional sin fuerza conjunta, y esta no puede funcionar sin un acoplamiento real de las fuerzas armadas nacionales. Construir y aplicar la acción conjunta tampoco es un hecho espontáneo sino que debe ser planificado y ejercitado en tiempo y forma.

Pero tal planificación hoy excede los ámbitos puramente militares o logísticos, y tiene implicaciones de imagen que deben ser satisfechas de forma fina en el ámbito global. Un ejercicio de entrenamiento lo mismo puede ser un acto de intimidación o una señal de fuerza de intervención por fuera de la doctrina multilateral.

Solucionar tal problema no es papel de la diplomacia sino de las comunicaciones. La nueva diplomacia es un despliegue global menos centrado en países y más en funciones y núcleos decisorios del sistema internacional, con seguimientos e información atentos y reglas que no son las tradicionales. Chile y su Cancillería se han retrasado en comprenderlo.

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