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El rol democratizador de Arrate

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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El esfuerzo de Arrate no es impedir que MEO crezca para favorecer a Frei, sino en cumplir la labor propia de una candidatura que desea conservar su patrimonio político. Quitarle a Arrate el mérito y virtud de independencia es desconocer una de las características esenciales de la izquierda republicana durante décadas, que en los momentos más inverosímiles decidió llevar candidato propio.


¿Por qué una lista parlamentaria y dos candidatos presidenciales?

La curiosa situación surgida en esta campaña política es una consecuencia directa de la existencia en Chile del sistema electoral binominal. Para algunos es posible abstraerse de esto y afirmar que derechamente ambas coaliciones están unidas porque siempre lo estuvieron o creer -otros cuantos- que la candidatura de Arrate es funcional a la de Frei. Ambas explicaciones, la profecía apocalíptica y la de instrumentalidad, son igualmente erróneas y quienes las sostengan, corren serios riesgos de sumar para la resta.

 En primer lugar, la candidatura de Arrate surgió antes que la de Marco Enríquez-Ominami y previo a la de Frei. Salvo que en el JPM existan oráculos, presumir que la candidatura de Arrate se haya levantado como un obstáculo a otros candidatos o como instrumentales a la Concertación, hace caso omiso al camino que JPM diseñó tras las elecciones municipales del año pasado. En ese camino hubo hasta una foto donde, junto a Arrate y Teillier, aparecieron entonces dos insignes apoyos actuales a Enríquez-Ominami: Hirsch y Navarro. De modo que la candidatura de Enríquez provocó una merma en el apoyo a lo que JPM estaba haciendo. Atribuirle ahora a Arrate un destino manifiesto a favor de otro candidato como Frei, considerando ese largo camino de nominación de candidato presidencial por parte de JPM, carece de respaldo empírico.

 En segundo lugar, la exclusión parlamentaria de la izquierda no se romperá con la sola voluntad de un sector de chilenos, ni siquiera con su voluntad mayoritaria. La Historia reciente se encargó de probar la imposibilidad de estas alternativas por cuanto la derecha en este país se ampara en un modelo electoral que le da en promedio una representación de casi 8% más que los votos que obtiene y se esmera en conservar un privilegio ilegítimamente obtenido. Ese 8% es, en gran parte, votación de la llamada izquierda extraparlamentaria. Para remediar eso, las opciones son básicamente dos: proponer una insurrección general del pueblo, asaltar el poder y poner fin a un modelo insustentable, o utilizar la legalidad e intentar alcanzar los doblajes que le darían a esa izquierda una representación congresal. Hacer una lista común con la Concertación fue una idea que surgió cuando aún no había otros candidatos presidenciales y ninguno de los que vinieron, Enríquez, Navarro ni Pamela Jiles, dijeron algo así como «aguántense que yo voy de candidato». Es fácil ahora criticar el Pacto anunciando ser de izquierda, pero esos mismos candidatos cuando estuvieron en la Concertación, y no de forma instrumental sino como abnegados militantes con votos del oficialismo, no se desligaron de una política que era igualmente elitista, excluyente y mercantilizada de la que ahora reniegan. Y esto lleva al tercer punto.

 El Pacto en contra de la exclusión es un acuerdo político, sin dudas. Pero el sentido de llevar dos candidatos presidenciales de una misma lista parlamentaria radica precisamente en reflejar que cohabitando en el empeño común de democratizar el país, las fuerzas políticas que sostienen el Pacto no convergen en los objetivos ulteriores de su estrategia política. No es un crimen construir acuerdos en los grandes problemas del país y establecer diferencias en esos mismos grandes problemas y en ello, hay que tener visión política y saber combinar los acuerdos con las diferencias, siendo firmes y a la vez poseer la humildad precisa. De lo que se trata es de crear mayorías proclives a los cambios y no minorías auto erigidas en salvadoras. En política, es un activo saber diseñar y construir cambios beneficiosos para una mayoría.

 La lectura, en síntesis, es sencilla. Sustituir el modelo binominal es uno de los grandes objetivos contingentes y para ello, hay que sumar toda la fuerza posible porque mientras persista, no habrá democracia en Chile. Y toda la fuerza posible no es una consigna, sino una necesidad. Considerando la evidencia histórica reciente, no basta con tener mayorías para abordar la reforma electoral, sino que se requieren grandes mayorías, y ese esfuerzo implica subsumirse en una cultura política distinta, esfuerzo que el JPM asume como riesgo, pero se ha hecho con mucha valentía. La nota distintiva en este sentido, como factor de continuidad de una política anti neoliberal y evitar así lecturas erróneas sobre los pasos tácticos, lo constituye la candidatura de Jorge Arrate. He ahí su relevancia.

 La inclusión de comunistas en el Congreso constituiría una adquisición de orden estratégico tras un esfuerzo sistemático y dirigido desde el propio Estado y su institucionalidad para acabar con el PC durante estas últimas décadas. Contribuir a esa inclusión es un logro de la sociedad chilena y lo será también del candidato presidencial. Señalar, por parte de Arrate, que MEO no está en la derecha ni la izquierda no tiene por intención restarle votos para sumárselos, esfuerzo por lo demás legítimo, sino que consiste en ser claros ante su propio electorado. Para algunos de ellos -sobre todo los más jóvenes-  la candidatura de Enríquez constituye una señal de cambio. Es verdad que la izquierda en Chile no está a las alturas de los desafíos políticos, sin embargo, corresponde despejar el verdadero problema de los menos verdaderos o realmente no verdaderos problemas de la política nacional. El verdadero problema de Chile reside en el Estado subsidario del modelo neoliberal y su superación no pasa por ser joven, sino por desarrollar una labor política transformadora desde la realidad en la cual se está inserto.

 De manera que el esfuerzo de Arrate no es impedir que MEO crezca para favorecer a Frei, sino en cumplir la labor propia de una candidatura que desea conservar su patrimonio político. Quitarle a Arrate el mérito y virtud de independencia es desconocer una de las características esenciales de la izquierda republicana durante décadas, que en los momentos más inverosímiles decidió llevar candidato propio.

 Lo único realmente inédito de esta elección 2009 es la posibilidad de que la Izquierda Cristiana y el Partido Comunista puedan tener diputados y para ello, Arrate siente una responsabilidad cual es asegurarle a los chilenos de izquierda que esos diputados tengan su propio programa político. Y más inédito aún en estos 20 años, es que un hombre o mujer asuma un desafío tan complejo con tanta hidalguía, generosidad y convicción.

 Es triste como algunos actos y gestos nobles y preclaros políticamente se puedan reducir a una sumatoria de ingeniería política de intenciones oscuras y perversas. Bueno, como se dice «con la vara que mides, serás medido».

*Carlos Arrué es investigador de ICAL.

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