Publicidad

Voto biográfico

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
Ver Más

Tenemos un sistema político que ha dotado de notable estabilidad al país, pero que se ha ido congelando a falta de dinamismo y flexibilidad. La línea divisoria de aguas de la política chilena sigue siendo retrospectiva. Los hijos de cada tribu están condenados a permanecer en la tribu. Hace unos meses un viejo amigo me increpó por llenarme la boca hablando de superar el plebiscito, pero sin asumir los costos de cruzar yo mismo esa frontera.


Hace unas semanas publiqué en revista Qué Pasa una columna titulada «Darse vuelta la chaqueta».  En ella argumentaba a favor del cambio en las preferencias políticas, pero no me hacía cargo de las razones que, en concreto, me hicieron cambiar mi propio voto desde Sebastián Piñera a Marco Enríquez-Ominami. De eso pretendo hacerme cargo a continuación.

Uno de los comentarios que más he escuchado es «¿Cómo puedes estar en el mismo barco de Alejandro Navarro, de Max Marambio, de Andrés Pascal Allende?» El supuesto que subyace a esta pregunta, aparte de ser livianamente descalificatorio, es que Marco sería de izquierda y yo pertenecería a la derecha. Me parece inoficioso revertir esa percepción. Por eso he llegado a la conclusión de que la mejor manera de explicar mi adhesión a la única candidatura presidencial independiente es con un enfoque biográfico y no ideológico.

Quizás justamente por esto resulta imposible no referirse al personaje. Lo que ha hecho Marco Enríquez-Ominami me representa más allá de estrictas consideraciones de racionalidad política. Me siento identificado en sus contradicciones, en su apertura a cambiar de mirada, en su desafío a la comodidad. Tiene que ver con esa maldita, o bendita, enfermedad del discolaje, la que padecieron Bilbao y Joaquín Edwards Bello. Esa rebeldía que hasta Piñera le destaca. La misma tendencia cuasi patológica que me hizo abjurar del gremialismo en mi estadía universitaria y fundar una opción política propia y que años más tarde me llevó a rechazar el camino de los partidos tradicionales y ponerme la camiseta de Independientes en Red: la incesante búsqueda de lo que recién comienza, de construir algo nuevo. Un día saliendo del metro me topé con una portada de «El Rastro» que acompañaba a la imagen del candidato la leyenda «Súbete al carro de la historia». Sentí un remezón y en ese momento decidí sumarme a la causa.

Pero, ¿qué causa? Desde mi perspectiva la candidatura de Marco Enríquez-Ominami pone sobre la mesa tres asuntos fundamentales, coherentes con los valores que humildemente he promovido como discurso político.

El primero es renovación. A diferencia de los otros candidatos, que pertenecen a una generación de chilenos que ha hegemonizado el escenario político desde hace 20 años, Marco tiende a representar a la nueva generación de chilenos, esa que no carga con un pasado de honda división. Piñera y Frei, sin ir más lejos, son mayores que mi padre. Marco me supera apenas por 6 años. El mundo en el que le tocó crecer se parece mucho más al mío. Ese que no está pintado en blanco o negro, entre los buenos y los malos, como le recordó a Arrate en el último debate.

El segundo, asociado a esta nueva visión de la política, es la transversalidad. Tenemos un sistema político que ha dotado de notable estabilidad al país, pero que se ha ido congelando a falta de dinamismo y flexibilidad. La línea divisoria de aguas de la política chilena sigue siendo retrospectiva. Los hijos de cada tribu están condenados a permanecer en la tribu. Hace unos meses un viejo amigo me increpó por llenarme la boca hablando de superar el plebiscito, pero sin asumir los costos de cruzar yo mismo esa frontera. Me quedó dando vuelta. Este también es resultado de esa reflexión.

Finalmente, en un plano más programático, veo en Marco un espíritu liberal: cree en los derechos civiles y en la capacidad de las personas de decidir su propia opción de vida. Su apertura en materia de drogas, reconocimiento a la diversidad sexual o control de la natalidad son coherentes con una visión que le entrega a la persona el máximo de libertades, en contraste al conservadurismo que desde cierta derecha pretende imponer modelos de «buen vivir» y al socialismo dogmático que sacrifica al individuo en nombre del colectivo.

Sobre estos tres pilares he construido mi adhesión a su proyecto, entendiendo que a veces no resultan tan nítidas como me gustaría, entendiendo que en plena campaña la ambigüedad juega un rol si el objetivo es dar una batalla competitiva y no sólo testimonial. Pase lo que pase en diciembre, estos temas quedarán sobre la mesa para ser recogidos por alguna expresión política original o reciclada. En ella la familia díscola es bienvenida. Hasta que llegue el momento de una nueva rebelión. 

*Cristóbal Bellolio es académico de la Universidad Adolfo Ibáñez.

Publicidad

Tendencias