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La derecha nueva, la vieja y la de siempre

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Sin restarle valor a las declaraciones del Ministro del Interior –quien por sus aciertos comunicacionales y su audacia política perfila para político del año– se requiere relativizar el alcance de sus declaraciones. Porque no habrá nueva derecha si no se convencen que se acabó la Guerra Fría y que deben desprenderse de la piocha militar que amarra la Constitución de 1980 y la cambian.


Nunca habrá Nueva Derecha si la UDI y Renovación Nacional, o al menos sectores significativos de ellos, no toman partido por la reforma del régimen político, incluido el término del sistema electoral binominal, y el centralismo autoritario de la  Constitución de 1980.

No se es nuevo solo porque se acepta la vigencia de los derechos humanos, el valor de lo popular como concepto político, la conservación ambiental, o se cultiva el desprejuicio en temas valóricos, como lo hace el vocero de la tesis, el ministro Rodrigo Hinzpeter. En lenguaje chilensis eso es no ser momio.

El liberalismo puede ser muy conservador, aunque parezca una contradicción, si se mezcla posiciones de mercado, como lo hacía Álvaro Bardon en temas como el consumo de marihuana, con autoritarismo político, algo muy propio de las posiciones políticas centristas. En sus versiones extremas esa mezcla, como ocurre en Chile con Renovación Nacional, tiene un clivaje  muy reaccionario y conservador en temas de institucionalidad política y representación democrática. O al revés, como ocurre en parte importante de la UDI, y en la vereda del frente con la DC, todo es disciplina valórica e integrismo cultural con barniz de cultura popular.

Por ello, sin restarle valor a las declaraciones del Ministro del Interior – quien por sus aciertos comunicacionales y su audacia política perfila para político del año– se requiere relativizar el alcance de sus declaraciones. Porque no habrá nueva derecha si no se convencen que se acabó la Guerra Fría y que deben desprenderse de  la piocha militar que amarra  la  Constitución de 1980 y  la cambian. Sobre todo en lo que respecta a  la representación electoral de la ciudadanía y la administración interior del Estado.

La tesis del ministro Hinzpeter requiere, además, crear fuerza social y política dentro de su coalición,  para llegar a ser creíble. No consiste por tanto solo en meras referencias de antropología social  sobre lo que es el Chile de hoy como argumento. El gobierno no es una ONG. Parte importante de la repercusión de sus palabras proviene de su cargo de Ministro del Interior, es posición funcionaria, no aura.

[cita]Como están las cosas, no hay ni nueva derecha ni tampoco oposición real. La existencia de una malla burocratizada y oligarquizada de dirigentes ascendidos por cooptación de sus partidos, vía sistema binominal, ha transformado a los requisitos sociales y económicos exigidos para el ingreso a la OECD como la gran referencia del proyecto país.[/cita]

Con  todo, en una política nacional melindrosa, llena de genuflexiones, cálculos vicarios y dinosaurios, lo actuado por el ministro tiene un gran valor personal. Demuestra su voluntad de estar en el juego grande, su capacidad de ir a casa ajena, el Consejo de la UDI, y plantear temas fuertes, y hacerlo con habilidad y sin que le pese de manera sacramental el cargo que ostenta.

La postura de Hinzpeter tiene una debilidad,  la misma que cruza todo el accionar del gobierno: es puramente mediática –es lo que se percibe- y no se ancla en acciones elaboradas y coherentes con la voluntad expresada. El trabajo cotidiano del ministro está lleno de lugares comunes como la lucha contra la delincuencia y la inauguración de retenes de policía. Incluso los temas gruesos de su cartera le pasan de a pie y por el lado, entre ellos, el control de la  policía de Carabineros.

Que efectivamente surgiera una nueva derecha, más allá de los apelativos doctrinarios, con capacidad y voluntad política reales le haría bien al país. Porque incluso tendría efectos positivos para la recomposición de una verdadera oposición de izquierda democrática, que le de aire al escenario político.

Como están las cosas, no hay ni nueva derecha ni tampoco oposición real. La existencia de una malla burocratizada y oligarquizada de dirigentes ascendidos por cooptación de sus partidos, vía sistema binominal, ha transformado a los requisitos sociales y económicos exigidos para el ingreso a la OECD como la gran referencia del proyecto país. A una y otra banda del escenario político.

Los procesos de cambio son cada vez más complejos, sobre todo si apuntan con cierta radicalidad a la institucionalidad política del país. Y requiere de acuerdos amplios sobre las nuevas reglas del juego.  La idea de una nueva derecha debiera arrastrar, por efecto espejo, la idea de una nueva izquierda, y abrir la perspectiva de una racionalidad fundante de un nuevo escenario político.

El motor de ello, a izquierda y derecha, no está en las viejas coaliciones ni en los artilugios de la  estrategia medial que en sus contenidos huele rancio. Es un trabajo lento y complejo, incluso transversal, para dar legitimidad mutua a los interlocutores, crear arenas políticas ampliadas, no sujetas al rigor disciplinario del pasado. La Guerra Fría terminó, manda la política.

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