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Aniversario de un audaz crimen en el centro de Washington

En 1976 el ex canciller chileno Orlando Letelier murió a consecuencia de un atentado realizado a pocas cuadras de la Casa Blanca. El hombre que lo llevó a ese país recuerda la ira, la desconfianza y las sospechas.


Hace exactamente 35 años, Orlando Letelier, ex ministro chileno, murió cuando su auto explotó en un atentado en el distrito de las embajadas en el centro de Washington DC.

Letelier era canciller del primer presidente socialista de Chile, Salvador Allende, y cuando el gobierno fue derrocado por el golpe militar de Augusto Pinochet en 1973, Letelier estuvo entre los primeros arrestados.

Pasó un año preso en varios campos de concentración, incluido el tristemente célebre de la Isla Dawson, hasta que la presión diplomática de Venezuela provocó su liberación.

Fue entonces que el escritor y cineasta Saul Landau invitó a Letelier a Washington para trabajar en el Instituto de Estudios Políticos, una organización izquierdista.

Desde ahí se convirtió en la principal voz de la resistencia chilena contra Pinochet, al cabildear ante el Congreso y las naciones europeas para detener el comercio con el régimen.

Un año después de su llegada a la capital estadounidense, el 21 de septiembre de 1976, el auto de Letelier explotó en el área de Sheridan Circle, causando la muerte del exministro y de su asistente Ronni Moffitt, de 25 años de edad.

Saul Landau recuerda el momento en que se dio cuenta que algo andaba terriblemente mal: «Mi esposa me llamó en la mañana, desde su oficina en el Capitolio, para decirme que acababa de ver el peor accidente de su vida”, expresó.

«Me contó que salía humo y fuego de un auto y que había trozos de lo que parecía ser un cadáver. Incluso vio vomitar a un agente del servicio secreto, de los uniformados que cuidan las embajadas”.

Cinco minutos después, una llamada histérica de su recepcionista le hizo saber a Landau que su amigo estaba muerto.

Confundido, se apresuró a su oficina. Al pasar por la escena del crimen, vio un camión del FBI con una enorme aspiradora que limpiaba todo lo que podía.

La viuda del canciller

Por casualidad, esa mañana Letelier estaba dando un aventón a Ronni Moffitt y a su esposo Michael, a quienes se les había dañado el auto.

Michael Moffitt estaba en el asiento trasero y salió disparado del vehículo, aunque sólo sufrió algunos rasguños.

Su esposa salió con esfuerzo de los escombros y creyendo estar bien, se acercó a Letelier, quien estaba atorado en el asiento del conductor y murió a los pocos minutos.

Pero una esquirla de la explosión había perforado la garganta de Ronni Moffitt, quien se ahogó en su propia sangre media hora más tarde.

Agentes del FBI fueron a la casa de Letelier, donde notificaron de los sucesos a su esposa, Isabel. «Mi primera reacción fue ‘tengo que ver a Orlando’”, le dijo a la BBC en 1978.

«Alguien del FBI me llevó a otra habitación y me explicó que no fue un accidente regular, sino que había una bomba en el auto y el cuerpo de Orlando estaba destrozado, y que no lo podría ver”.

«Le respondí que era muy importante para mí verlo, que había sido mi compañero durante 20 años y quería despedirme de él o de su mano, o de lo que quedara”.

Incluso antes de su muerte, la señora Letelier había recibido amenazas telefónicas diciéndole que su marido estaba en peligro.

«Recuerdo una muy específicamente, porque fue realmente corta”, señaló. «Me llamaron y me preguntaron ‘¿Es usted la señora Letelier?’ Dije que sí y se rieron, «No, usted es su viuda”.

Unas semanas antes de su muerte, Pinochet había despojado a Letelier de su ciudadanía chilena.

Aún así, Saul Landau dice que Letelier no pensaba que nadie trataría de atacarlo en Estados Unidos.

«Todos estábamos asombrados por la audacia de esto, que alguien se atreviera a hacerlo a menos de una milla de la Casa Blanca, en la capital del imperio”, expresa. «No podíamos creerlo”.

Confesión

Una investigación del FBI reveló que el asesinato fue orquestado por agentes de la Dina, la policía secreta de Chile, bajo las órdenes de un estadounidense llamado Michael Townley.

Contrataron a militantes derechistas cubanos para llevarlo a cabo. Dos días antes de la explosión, habían pegado una bomba a control remoto debajo del auto.

Landau había cenado con los Letelier esa misma noche. Después de comer aquella agradable noche de septiembre, Landau y Letelier siguieron conversando al salir de la casa.

«Recuerdo haber apoyado los codos en el capó del auto mientras terminábamos de hablar”, afirma Landau. «Por supuesto, después supe que la bomba ya estaba allí”.

El asesinato llenó a Landau de ira, desconfianza y sospechas.

«Realmente quería vengarme, no me cabía la menor duda de que Pinochet, el dictador chileno, había ordenado este asesinato. Quería buscar a los sicarios y no confiaba en el FBI para eso”, agregó.

«Después tuve que revisar mi opinión, porque un par de investigadores criminales muy buenos y honestos del buró hicieron el trabajo”.

En 1978, Michael Townley fue extraditado de Chile a los Estados Unidos, donde confesó haber efectuado el atentado. Fue sentenciado a diez años de cárcel, pero lo pusieron en libertad antes de tiempo, como parte de un programa de protección de testigos.

El jefe de la Dina, Manuel Contreras, también fue sentenciado en Chile en 1993. Aunque las pruebas de la CIA revelaban que el gobernante chileno tenía conocimiento directo del asesinato, Pinochet nunca fue acusado por el crimen.

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