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El aborto en Chile al desnudo Informe UDP revela los detalles de una práctica clandestina

El aborto en Chile al desnudo

Bastián Fernández
Por : Bastián Fernández Periodista de El Mostrador
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Este martes se presenta la investigación de la Universidad Diego Portales sobre la situación de los Derechos Humanos en el país. El capítulo referido a la penalización del aborto es uno de los más impactantes. El resultado es una cruda muestra de cómo las mujeres quedan expuestas a una serie de riesgos cuando deciden abortar en Chile. Acá presentamos un adelanto del capítulo.


A fines del año pasado las abogadas Lidia Casas y Lieta Vivaldi comenzaron a investigar las distintas aristas que tiene la situación actual del aborto en Chile.

Entrevistaron –bajo estricta reserva de identidad– a más de 40 mujeres que se realizaron abortos, a sus parejas, a enfermeras y doctores. El resultado es una estremecedora radiografía del mundo clandestino del aborto en Chile y los graves riesgos a los que se expone una mujer cuando decide abortar.

En esta investigación –financiada por la UDP–  quedan al descubierto los riesgos extremos a los que se someten las mujeres que quieren practicarse un aborto en el país. El mercado negro del misoprostol, el chantaje, aprovechamiento y estafas, el riesgo a la muerte, la complicidad  y la desconfianza por la persecución penal, conforman el universo clandestino del aborto en el cual las certezas son escasas y donde la mujer está en constante riesgo.

“Siempre ha habido un capítulo sobre derechos reproductivos, pero esta vez tomamos la decisión de hacerlo sólo sobre el precepto de la penalización como violación a los Derechos Humanos de las mujeres”, cuenta Casas.

[cita]Otro médico entrevistado recordó que, entre las mujeres a quienes había asistido por el uso de misoprostol, tres de ellas se enfrentaron a dos tipos de cobro: al pago inmediato en efectivo del aborto y que luego el médico exigiera un segundo pago: sexo oral.  Las tres mujeres no accedieron al requerimiento y perdieron su dinero.[/cita]

La conclusión de este capítulo es clara: “Es necesario despenalizar el aborto. La penalización del aborto constituye una violación al derecho humano de las mujeres”, dice Casas.

A continuación, publicamos un adelanto del capítulo “La  penalización del aborto como una violación a los derechos humanos de las mujeres”, del Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2013:

Las prácticas en un contexto de ilegalidad

La ilegalidad facilita la exposición de las mujeres a abuso por parte de quienes hacen del aborto una práctica lucrativa. Los resultados de las entrevistas a mujeres mostraron rangos de precio para un aborto entre los 40.000 y los dos millones y medio de pesos. Un entrevistado médico relata que, de acuerdo a lo que sabe, a mayor edad gestacional del embarazo mayor es el costo, refiriéndose a una relación precio/semanas de gestación. Otro médico entrevistado recordó que, entre las mujeres a quienes había asistido por el uso de misoprostol, tres de ellas se enfrentaron a dos tipos de cobro: al pago inmediato en efectivo del aborto y que luego el médico exigiera un segundo pago: sexo oral.  Las tres mujeres no accedieron al requerimiento y perdieron su dinero.

El precio del misoprostol en el mercado negro fluctúa entre 40 a 120 mil pesos. Como señalan las entrevistadas, su acceso está controlado por verdaderas mafias. A ello agregan que, por tratarse de una compra clandestina, no tienen seguridad acerca de lo que están adquiriendo. Una enfermera entrevistada pudo percatarse de que le estaban intentando vender pastillas falsas. Ella también recuerda la poca claridad y falta de información respecto a la dosis adecuada para abortar. Una voluntaria del Fono Aborto nos indicó en una entrevista que una de las preguntas más habituales de quienes llaman a la línea es cómo y dónde comprar el medicamento, ya que existe entre las mujeres una gran preocupación por posibles fraudes o entregas de pastillas falsas. Esta percepción se corrobora en los relatos a las entrevistadas.

Cinco profesionales de la salud entrevistados han colaborado en la orientación y acompañamiento a mujeres para el correcto uso del medicamento. Ninguno de ellos cobra por la orientación; tres de ellos en algunas ocasiones proveen el medicamento cuando las solicitantes no han podido conseguirlo o no tienen dinero para ello. En general, las mujeres adquieren el medicamento por su cuenta. Uno de los entrevistados nos señaló que lleva la cuenta del número de mujeres a quien ha asistido, 87, a lo largo de varios años. En un caso dio apoyo pos aborto a una paciente que tenía un fuerte deseo de maternidad, pero rechazaba la idea con la pareja que tenía, no quería estar ligada con él por el resto de la vida.

La elección del método está vinculada directamente con la clase social, los recursos financieros y la  información disponible, especialmente en la Web. El factor más importante para decidirlo son los datos que se obtienen a través de redes de amigas o conocidos o Internet. Una de las entrevistadas contó cómo, en su búsqueda de información para hacerse un aborto, encontró la descripción sobre distintos medios: masajes orientales, hierbas y el misoprostol. Algunas entrevistadas señalaron que, si no hubieran sabido de alguna conocida que hubiera abortado, no habrían sabido dónde buscar o cómo hacerlo.

Una mujer de 20 años relata que se enteró a las 4 semanas de embarazo y que luego de ello empezó a buscar información con amigos por Internet para el misoprostol, pero cobraban entre 70 y 100 mil pesos, lo que era muy caro, como estudiante, sin muchos recursos económicos. Además, los contactos tampoco eran seguros y no sabía qué pastillas me iba a meter en el cuerpo ni tampoco tenía claridad sobre la dosis. Finalmente, con un amigo que trabaja en un colectivo de diversidad sexual, llegamos a personas expertas en el tema que me ayudaron a conseguir las pastillas y a informarme sobre dosis y procedimiento.

Llegar a un médico es una cuestión azarosa. En el caso de una entrevistada, su ginecólogo de cabecera le dijo que le podía ayudar a hacerlo con medicamentos cuando ella le contó que no quería tener otro hijo. El ginecólogo de otra, que era contrario al aborto, la derivó a un colega que sí los hacía y en quien confiaba plenamente desde el punto de vista médico. Una tercera mujer se realizó el procedimiento con un médico, quien, cuando este se dio cuenta que ella era hija de un personaje público, subió el precio y le exigió pagar una cantidad extra de dinero como chantaje para no hablar.

En las entrevistas se muestra que las mujeres que conocen distintas prácticas abortivas eligen el método de acuerdo a su experiencia personal y teniendo en cuenta la seguridad de este. Una entrevistada hizo una reflexión sobre el aborto seguro: como no podía decirle la verdad al doctor, pa’ que no me metieran presa, pasé más riesgo. Eso me molestó mucho, no tener la libertad para cuidarme como correspondía […] además me dio rabia que mi amiga pudo pagar y estuvo bien cuidada […] por no tener plata no pude acceder a la medicina privada de cierta calidad. Es violento que por ser pobre uno vaya al matadero.

Cinco entrevistas refirieron haberse sometido a prácticas de raspado o aspiración sin anestesia.

El miedo a morir y las consecuencias para la salud

Una de las consecuencias de un aborto ilegal es su impacto en la salud y la vida de las mujeres que se someten a él.

El miedo a morir aparece con fuerza en una abrumadora mayoría de las entrevistas. El pánico de que no despertarán luego de la sedación, o morirán desangradas por el uso de misoprostol, o no podrán tener hijos en el futuro, cruza todos los relatos sin distinción de clase social, tipo de aborto o edad. Una mujer de 23 años, quien acompañó a una amiga hasta su casa en la playa para hacerse el aborto con misoprostol, narró que fue tanto el sangramiento y dolor que pensaron que iba a morir. Ella no sabe si volvería a acompañar a alguien después de esa experiencia porque, además, no sabían a quién recurrir en caso de una complicación. Otra dijo que, al ser madre de dos hijos, pudo comparar el dolor del parto con las contracciones con misoprostol.

El riesgo para la salud se concretó en ocho entrevistadas quienes sufrieron complicaciones de distinta envergadura: una sufrió una histerectomía (pérdida de útero); otra, una infección luego de un aborto quirúrgico en Tacna; otra, un aborto retenido luego del uso de misoprostol; tres tuvieron hemorragias y fiebre; y dos, infecciones (una de ellas tenía una enfermedad basal muy grave). En este último caso, el procedimiento lo realizó un facultativo. Una de ellas fue atendida en el Hospital San Juan de Dios, donde sospecharon que el aborto no había sido espontáneo. La paciente fue maltratada por enfermeras y matronas por ello y consideró irse a una clínica.

[cita]El miedo a morir aparece con fuerza en una abrumadora mayoría de las entrevistas. El pánico de que no despertarán luego de la sedación, o morirán desangradas por el uso de misoprostol, o no podrán tener hijos en el futuro, cruza todos los relatos sin distinción de clase social, tipo de aborto o edad.[/cita]

Una mujer que se realizó un aborto a los 20 años en una consulta médica contó que mi pareja presionó para que abortara, era muy violento, yo no tenía relación con mi mamá, mi papá era alcohólico y había abusado de mí… me sentía muy sola… Fue muy difícil tomar la decisión, pero en el fondo sentía que era lo lógico, lo que tenía que hacer, parecía un delirio tenerlo, no estaba trabajando, si seguía con el embarazo no habría podido terminar la universidad, no tenía plata, no sabía hacer nada. El no iba a seguir conmigo si tenía la guagua, que no contara con él, que no tenía ni ganas ni posibilidad de tener hijos. [] tuve una infección muy fuerte, fui al hospital y luego supe que no iba a poder tener hijos debido a las secuelas de la infección, eso me lo dijo un médico.

La seguridad en el uso del misoprostol varía según la cantidad usada y las semanas de gestación. Los riesgos asociados son conocidos por quienes venden o compran el medicamento. Una joven estaba consciente del mayor riesgo, pues sumó 4 semanas de embarazo luego de una compra de misoprostol que resultó fraudulenta. La persona a quien compró en el segundo intento pidió ver una ecografía para tener certeza de las semanas de gestación y, conforme a ello, le recomendó una dosis y la consulta a un médico con posterioridad. Estuvo sola durante las cuatro horas de contracciones y se desmayó. El médico que consultó posteriormente le dijo que se pudo haber muerto por la dosis usada.

Una entrevistada que sufrió un aborto retenido tenía un embarazo con un tiempo de mayor gestación a la recomendada para el uso de misoprostol. Se enteró tardíamente de su embarazo porque había sangrado durante toda la gestación, lo que se sumó a la demora en conseguir el medicamento. Ella estaba informada sobre qué hacer en caso de complicaciones por la cantidad de semanas y, debido a una hemorragia, acudió a la urgencia de una clínica privada acompañada por su marido.

Una entrevistada ayudó a una familiar de 16 años, de familia muy conservadora, a hacerse un aborto con misoprostol. La menor de edad le mintió sobre la cantidad de semanas de embarazo: dijo que tenía seis a ocho semanas, cuando realmente tenía alrededor de 14. En esa fase de gestación el misoprostol ya no sería aconsejable. La niña se encerró en el baño y cuando entró la entrevistada la encontró sentada con el feto colgando. Ella nos dijo que fue terrible porque no debió ser así, ella debió tener la posibilidad de hospitalizarse, tener apoyo, etc. Si las cosas fueran distintas, no habría llegado a ese punto. Todo lo que se demoró en decir que estaba embarazada, además, no se preocupó de prevenir el embarazo. Viene de buena familia, va a buen colegio. En esas situaciones se hace evidente que la educación sexual es también afectiva, de cómo uno se para frente al mundo. Ella estaba completamente desarmada. La joven, que sufrió complicaciones, acudió a un centro de salud, donde los médicos no preguntaron nada.

La muerte es una posibilidad cierta. Una mujer habló de la muerte de su hermana por un aborto clandestino del cual supo con la entrega del certificado de defunción. La pareja de su hermana no fue ni al velorio ni al entierro. Una profesional de la salud se acuerda de un caso de una mujer a quien abandonaron en la posta del hospital donde trabajaba, la tiraron de un taxi con las medias hasta las rodillas sin signos vitales y llena de sangre. Otra profesional relata que una de sus pacientes estuvo presa en la cárcel del Buen Pastor en Santiago, donde las monjas le dijeron que la imposibilidad de tener hijos, por la pérdida del útero, era un castigo de Dios. Ella quedó con diálisis y secuelas psiquiátricas graves, pues, además de la culpa instigada por las monjas, había sido denunciada por su propio padre.

Todas las entrevistadas señalan que su decisión de interrumpir un embarazo obedece a un contexto,  a una situación concreta, aun cuando tengan miedo a morir.

El miedo

El alto número de mujeres que se practican abortos en Chile, comparado con la diminuta cantidad de investigadas criminalmente, hace pensar que, cuando esto último ocurre, se trata de una cuestión de azar. No obstante, hay factores que inciden en la mayor probabilidad de ser perseguidas: ser de clase social más baja, prácticas de aborto de mayor riesgo y dónde se acude en caso de emergencia.

Además del miedo a morir por el aborto, la conciencia de la ilicitud está presente en la mayoría de las entrevistadas, pero con menor intensidad y frecuencia que el temor a la pérdida de la vida.

De hecho, una entrevistada señaló que no utilizó el misoprostol porque una de sus amigas, al intentar comprarlo en el mercado negro, fue interceptada por la PDI.

Otra mujer sólo se representó las consecuencias legales cuando vio en las noticias al médico que le hizo el aborto. No sólo tomó conciencia de la ilegalidad sino del hecho de que quien aparecía como médico era en realidad un dentista.

El miedo a ser pillada no es sólo preocupación por ellas mismas sino también ante la posibilidad que la persecución penal pueda involucrar a sus cercanos. Esto se manifiesta en que las entrevistadas hablan de decisiones y medidas, como la realización del aborto en soledad, para reducir el número de personas que saben de la situación. Una entrevistada sentía que, al pedirle a sus amigos que la acompañaran, los estaba haciendo cómplices de un delito, por lo que la culpa se agravaba y el miedo y soledad también.

Entre las mujeres entrevistadas, dos fueron sometidas a investigación penal. Ambas son profesionales y provenientes de sectores más acomodados, una de ellas de una familia muy católica. Los procesos penales se desarrollaron en justicias distintas: el antiguo y el nuevo sistema. Ambas fueron identificadas por la policía producto de un reportaje periodístico.

Los resultados fueron distintos. Una fue condenada bajo el antiguo sistema de justicia criminal a 541 días con remisión condicional de la pena. La otra mujer fue imputada bajo el sistema reformado, obteniendo una salida alternativa: la suspensión condicional del procedimiento, en 2009. Esta medida no significa que haya reconocimiento de los hechos que se le imputan.

Las experiencias sufridas por estas entrevistadas las marcaron profundamente en su relación con la profesión legal, la justicia y la policía. Ambas ya no viven ni quieren vivir en Chile.

Una de ellas refiere provenir una familia conservadora, bien conectada en el mundo católico, y haberse quedado embarazada a los 22 años. Estudiaba, al igual que su pareja de larga data, en una universidad católica en Santiago; ambos eran católicos observantes, él proveniente de un colegio jesuita. Hasta su embarazo, consideraba que el aborto debía ser evitado a toda costa. De hecho, tres meses antes de su propia experiencia, intentó ayudar a una de sus amigas a que no abortara llamando a Chile Unido. El contacto con Chile Unido le produjo rechazo, pues el voluntario sólo buscó obtener información sobre la identidad de su amiga, sus datos y los nombres de los padres, a fin de interponer un recurso de protección para evitar que su amiga abortara. Ella no entregó la información, consideró que lo que había recibido como ayuda era demasiado violento y no aportaba en nada para ayudar a mi mejor amiga.

La entrevistada relató que, conocido el embarazo, este se transformó en su problema: su pololo le dijo que no iba a tener otro hijo, pues ya tenía uno siendo adolescente. Ella recurrió a amigas para encontrar el dato. Hoy resiente la situación, su trato antes, durante y después de su aborto.

Califica su paso por el sistema de justicia como extraño: sufrió el maltrato verbal del médico que la examinó en el Servicio Médico Legal a pocas horas de haberse hecho el aborto y de una actuaria, y, a su vez, recibió una suerte de protección de una enfermera, que la contuvo durante la pericia forense, y de un gendarme que la cuidó para que estuviera a salvo del resto de los detenidos en el calabozo del tribunal.

En su paso por la justicia estuvo consciente de su condición de privilegio, siendo rubia, niña de barrio alto, privilegios de ser tratada como un “princesita”, pues podía ir al baño de los funcionarios. El trato privilegiado también se manifestó al inicio, cuando fue detenida por la PDI, pues se le permitió a ella y a su pololo no ser subidos al carro policial y llegar en su propio auto al cuartel de la policía. Sin embargo, recuerda que durante la tramitación de su caso hubo hostigamiento constante de la PDI, cuyos funcionarios la llamaban siempre a su celular, incluso cuando estaba en clases, pidiendo que saliera y amenazando con entrar a buscarla. Describe lo sucedido como una forma de tortura; hoy no resiste la presencia de un policía.

Ella no tuvo prisión preventiva, pero recuerda que otra chica abortante involucrada en el mismo caso estuvo casi tres meses presa.

Su proceso duró más de cinco años, tiempo durante el cual firmó todo los meses. El novio, también investigado inicialmente, zafó, pues una parte del expediente que lo vinculaba se perdió en el tribunal y no se pudo reconstruir, él me acompaño por unos meses hasta que dejó de ir al tribunal.

[cita]En su paso por la justicia estuvo consciente de su condición de privilegio, siendo rubia, niña de barrio alto, privilegios de ser tratada como un “princesita”, pues podía ir al baño de los funcionarios. El trato privilegiado también se manifestó al inicio, cuando fue detenida por la PDI, pues se le permitió a ella y a su pololo no ser subidos al carro policial y llegar en su propio auto al cuartel de la policía.[/cita]

Sus experiencias más traumáticas en el tribunal fueron el careo, es decir, estar cara a cara con el médico para confrontar declaraciones, y la rueda de presos. Esta última es una diligencia de reconocimiento de personas que hayan sido partícipes, en este caso, la asistente del médico. Ella no recordaba su cara, me presentaron varias mujeres y la actuaría me presionó y me gritaba para que reconociera a una. Hasta el día de hoy no sabe si eligió a un buen defensor.

(…)

La confidencialidad

Las entrevistas a ocho profesionales de la salud, tanto de Santiago como de provincias, muestran la problemática relación entre el tratamiento a una mujer en la sala de urgencia por un aborto complicado y el secreto profesional. Uno de ellos habla de la incómoda situación en que los sitúa la ley.

Este profesional, que lleva cerca de 40 años en el servicio público de salud, señala que la ley los deja en una situación difícil: cuando llegan con los signos de la sonda o restos de misoprostol, no es posible desentenderse de la denuncia. Se desprende del relato de este entrevistado y las experiencias de algunas entrevistadas, que los profesionales de la salud, cuando atienden una urgencia por un aborto y no es evidente que sea provocado, prefieren no saber lo que pasó. No obstante, en varios relatos, las entrevistadas refieren cómo fueron interrogadas por médicos o matronas sobre si hubo alguna práctica abortiva.

Un entrevistado, profesional de la salud, observó que algunos de sus colegas están más preocupados de qué hacer para que la mujer hable que de dar un trato humanizado a la paciente. La intervención clínica está destinada a obtener información sobre el aborto y luego cuentan casi como chimuchina del día a la hora del café o en el pasillo cuánto les costó que hablara. El profesional se refiere a la situación de desamparo y vulnerabilidad en que se encuentra la mujer cuando la interrogan. El interrogatorio en términos duros e insistentes produce una especie de empequeñecimiento de la mujer en la cama mientras su rostro se transforma por el miedo.

La existencia de una disposición legal que requiere denuncia provoca graves problemas en la atención de salud, pues la preocupación no se centra en las necesidades de la mujer sino en la responsabilidad administrativa por la no realización de la denuncia, como refleja la anterior entrevista. A ello se suma una situación jerárquica entre profesionales, en que la orden del médico/a de denunciar no se cuestiona: en lo técnico, el tratamiento y el trato carecen de humanización ya que los profesionales se distancian de la persona a quien hay que cuidar. El trato inquisidor y duro también se dirige hacia los familiares o personas que acompañan a la mujer en la sala de espera, quienes, muchas veces, carecen de toda información de lo sucedido.

Como aprecia este profesional, no hay una atención integral, pues la denuncia lo distorsiona todo. Esto provoca que no exista posibilidad de reparar el daño, de que la mujer confíe en un profesional y de prevenir futuros abortos, pues la relación médico/paciente queda dañada con consecuencias no previsibles.

Una entrevistada tuvo que acudir a un hospital en provincia al día siguiente de realizarse un aborto con misoprostol, porque tenía fiebre y excesivo sangramiento. Recuerda que le pusieron anestesia y le hicieron un legrado. Mientras despertaba de la anestesia la matrona le preguntó si había usado misoprostol. Le dijo que, por motivos médicos, necesitaba saberlo. Ella cree que su intención era denunciarla porque sospechó que el aborto era inducido. La entrevistada agradece que, pese a estar mareada y confundida, no habló. Relata que le impactó la falta de humanidad de parte de la matrona.

Otra entrevistada, quien ingresó por una infección al Hospital Juan Noé de Arica, cree que no fue denunciada porque las personas que la atendieron eran conocidas de una de sus tías. Pese a ello, el trato fue duro. Otra mujer, enfermera, quien llegó a una clínica privada para hacerse una ecografía postaborto, sospecha que quienes la atendieron se dieron cuenta del aborto, pero, por su condición de enfermera y porque su marido es médico, no le hicieron preguntas al respecto. En la medida en que tenía conocimientos previos, ella dice que la experiencia le hizo reflexionar acerca de lo que significaría para otras personas exponerse a una situación médica y que no le expliquen nada.

Una entrevistada dijo: Siempre pensé en las consecuencias legales y claro que temí ir a la cárcel o al hospital y que me hirieran. He tenido experiencias muy cercanas de amigas que han sido violentadas por médicos y enfermeras tanto física como sicológicamente.

Algunos de los profesionales entrevistados están conscientes del rol que les toca cumplir para acoger a una abortante en la urgencia médica. Sin embargo, llama la atención que no conocieran el instructivo sobre tratamiento humanizado a la mujer que aborta del Ministerio de Salud.

Dos de las entrevistadas, matronas, señalan que, en general, su gremio es conservador, que las matronas prefieren denunciar cuando sospechan un aborto voluntario. Otra profesional de salud, quien había trabajado en un centro de salud universitario, dejó de hacerlo, entre otras razones, porque hablar de los abortos de las estudiantes era un tema tabú y no había apoyo ni compromiso profesional con las estudiantes que atendían.

La posibilidad de denuncia es un miedo cierto para las mujeres. El relato de una de ellas ejemplifica la situación en que se encuentran. La entrevistada le contó acerca del aborto a su psiquiatra, en el contexto de una sesión de consulta. Este le dijo que había cometido un delito y que podía denunciarla. La mujer se retiró de la consulta y nunca más volvió. Como dijo otra, el médico y la matrona pasan a ser posibles acusadores, entonces da susto, no es la imagen de médico salvador. Cuesta encontrar alguien sin juicios valóricos.

Algunas entrevistadas con complicaciones o que sabían que debían hacerse una ecografía para asegurar que todo estaba bien postaborto, postergaron acudir a un médico por temor a ser descubiertas. Un relato refleja el aprovechamiento de la situación de algunas personas y la experiencia de verse acogida: me asusté porque creía que no había abortado porque sangré muy poco como imaginaba. Fui a un doctor que atendía en una consulta privada y en un hospital. Fui al hospital y me confirmó que no estaba embarazada, pero me aconsejó hacerme un raspaje por lo cual me cobraría. Me alteré mucho, llevaba 3 meses muy malos. Fui a una clínica, le pedí a la secretaria que me recomendara un médico joven, abierto de mente y simpático. A él le conté todo. Me dijo que no estaba a favor del aborto, me entendía y que no me preocupara porque todo estaba bien y no necesitaba un raspaje, sin secuela ni nada. Él me dijo que ahora iba a poder dormir, porque llevaba días sin dormir. Lloré con él. Estaba muy sola, haciendo algo con mi cuerpo, sintiéndome decadente, no cuidándome, etc. Soledad, desamparo y silencio.

Soledad, silencio y desamparo

Aborto Terapéutico

En algunos casos el silencio es impuesto por sus familias mediante la frase, repetida por dos mujeres de entornos muy católicos: de esto (el aborto) no se habla nunca más. Es un mensaje de castigo al olvido, como dijo una, por haberse quedado embarazada, incluso cuando la decisión del aborto fue impuesta por la madre y no fue tomada por la mujer. El aborto resuelve un problema, el embarazo que daña la reputación familiar

El silencio y la soledad están presentes en los relatos de muchas mujeres. En algunos casos el silencio es impuesto por sus familias mediante la frase, repetida por dos mujeres de entornos muy católicos: de esto [el aborto] no se habla nunca más. Es un mensaje de castigo al olvido, como dijo una, por haberse quedado embarazada, incluso cuando la decisión del aborto fue impuesta por la madre y no fue tomada por la mujer. El aborto resuelve un problema, el embarazo que daña la reputación familiar: Mi mamá me llevó a escondidas de mi papá, y lo supe después, los motivos eran la vergüenza, ella es «del qué dirán» y yo accedí para que no pasaran vergüenza… todo fue impuesto: la sexualidad impuesta, el aborto impuesto y luego el silencio. En otro relato, la condena al silencio fue impuesta para mantener en reserva la persecución penal que sobrevino al aborto y no dañar la reputación familiar. Pese al tiempo transcurrido, 20 y 10 años respectivamente, ambas mujeres no han vuelto a hablar del aborto con sus respectivas madres.

Otra entrevistada refirió que su madre se dio cuenta de que estaba embarazada. Mi mamá me enfrentó y no pude negarlo. Me dio el dinero que faltaba y otro dato para hacerme el aborto con una persona de su confianza y después de eso nunca más me preguntó nada.

Hay silencios que implican un sobreentendido del aborto. Una entrevistada que abortó en provincia tuvo complicaciones debido a una infección y acudió a un hospital. En la urgencia la recibió su primer ginecólogo y le dijo “revisé tu ficha y estás embarazada”, y ahí mi mamá le dijo “no, ya no está embarazada” y vino el silencio. Nuestra entrevistada se acuerda de los silencios, ese “ah…” tan cargado de cosas. La mamá le prohibió volver a hablar del tema y recuerda haber llorado mucho, no haber tenido nadie que la abrazara, ni que le dijera qué iba a pasar. Se sentía como un perrito.

El silencio producto de la ilegalidad impide tomar medidas respecto del abuso o maltrato que se impone a las mujeres, como, por ejemplo, el de los médicos que hacen el aborto. En dos casos, les exigieron silencio y que no lloraran mientras estaban en la camilla, pues, según les dijeron, habían asumido voluntariamente el riesgo del embarazo. En otro caso, el médico reclamó que faltaban 10 mil pesos y amenazó con no realizar el aborto. Una mujer cuenta que su aborto fue sin anestesia y que se desmayó tres veces por el dolor. El doctor le dijo que, si se desmayaba nuevamente, no le iba a realizar el aborto.

El sentimiento de soledad de una entrevistada le provocó gran sufrimiento. Cuando se le comenzaban a pasar los dolores, lloró por mucho rato porque se sentía muy sola. No quiso compartirlo con nadie, tenía 5 hermanas que podrían haberla acompañado o cuidado, pero no quiso manchar su imagen ni que le hicieran sentir que había fallado. Han pasado 9 años desde que abortó y la entrevista constituye la primera vez que habla del tema.

El aborto, la pareja y los otros

Las experiencias de las entrevistadas dan cuenta de historias de apoyo o rechazo de las parejas, la familia y los amigos.

Una entrevistada agradece el apoyo familiar, el de su pareja y amigo, que alivió la angustia causada por tener que actuar de manera clandestina. Ella recuerda que, en los días posteriores al aborto, tuvo un control en la misma clínica donde se lo había hecho. Fue con su pareja y ahí vio a una chica de su edad quien estaba con su mamá y lloraba desconsoladamente. Me acuerdo de la sensación de querer hablarle, de decirle que pasé por lo mismo y que ahora me siento súper bien. Se acuerda la impresión que le causó el llanto porque el de ella había sido apoyado, más contenido y eso marca una gran diferencia.

Un relato describe cómo la decisión de abortar fue discutida por toda la familia: Se convocó a una especie de comité familiar, con mi padre, madre y sus parejas, y me presionaron mucho para que no lo tuvieran, me dijeron que me quitarían todo apoyo económico. La entrevistada lo pensó, lloró. Su pareja no era muy estable. Hoy agradece la presión que recibió, porque no se sentía preparada para arreglárselas sola.

Una mujer acompañó y apoyó a su hija de 16 años que decidió abortar. No le contaron al padre de la niña porque es muy conservador y machista; hasta el día de hoy es un secreto entre las dos. Ella pagó a un médico en una clínica 2 millones de pesos que consiguió con un amigo a quien le pidió un préstamo. Ella había quedado embarazada a los 17 años y no tuvo los medios para abortar. Se casó y nunca fue feliz. Por eso, no dudó en apoyar a su hija cuando ella le pidió ayuda y enfatizarle que no tenía responsabilidad. Hoy ayuda a mujeres que quieren abortar, siente que es fundamental ser solidaria en estos casos. Otras dos mujeres no le contaron ni buscaron apoyo en sus madres, ya que estas deseaban ser abuelas. Una de las entrevistadas simuló un aborto espontáneo: yo era la última esperanza de mi mamá, tengo un hermano solterón, otro gay y yo tengo 34 años.

En otro caso, una mujer que esperaba apoyo fue reprendida por un médico amigo al que le comentó que quería abortar. Este la trató de asesina.

La solidaridad

Los relatos dan cuenta de las fuertes cadenas de solidaridad que se generan entre mujeres. Treinta y dos de 41 entrevistadas, luego su experiencia, ayudan a otras mujeres: dando datos o consejos, incluso pidiendo a familiares comprar el misoprostol en otros países para ayudar a quien lo necesita. Una entrevistada aprendió a poner inyecciones para ayudar a abortar con prostaglandina: lo hago gratis y me quedo todo un día y noche con las mujeres, ya que el medicamento provoca no sólo el sangramiento y dolor del útero sino también una descomposición total del cuerpo con diarreas muy fuertes, mareos y vómitos. Otra nos dijo que si fuera millonaria tendría un fondo de viajes para que las mujeres pudieran salir del país.

La experiencia de solidaridad con los amigos y amigas es importante por el apoyo afectivo y también económico, aun cuando alguno no esté de acuerdo con la decisión. Algunos amigos ayudan a juntar el dinero para el aborto cuando no lo hay. Una mujer universitaria cuenta que quedó embarazada de una relación pasajera porque se rompió el preservativo y falló la píldora del día después. Recuerda que fue una experiencia bonita que ella luego quiso replicar con amigas, ya que la solidaridad que vivió fue fundamental en su proceso, pues la persona con quien se quedó embarazada no estaba de acuerdo con su decisión y no aportaría dinero para ello.

(…)

Los contextos de la decisión del aborto

Las entrevistas dan cuenta de los contextos en que se vivencia el deseo o el rechazo de la maternidad. Este último se produce por múltiples causas: ya sea porque la maternidad no es un proyecto de vida o porque no es oportuna, porque el embarazo fue producto de una violación, porque sus parejas son violentas y no quieren tener hijos con ellos, porque gestan malformados o los gestarán por los medicamentos que toman, porque los hombres optan por no asumir la paternidad y no quieren tenerlo solas, o porque–siendo madres– ya no desean otro hijo. En tres relatos aparece la decisión del aborto en el momento de quiebre con sus parejas.

Una relató que el embarazo no era para ese momento de su vida: El doctor me hizo escuchar los latidos. Después de la eco empecé a crear un lazo, físicamente además tenía síntomas así que era raro, le hablaba a la guagua, le decía que no era nada personal sino que no era el minuto, que mejor se devolviera y buscara otra persona, le hablaba, le decía el murcielaguito.

El embarazo por falla del anticonceptivo aparece una y otra vez en los relatos, tal como la rotura del condón o el mal uso de este, y también el descuido. Es igualmente frecuente que, ante la falla del condón o el descuido de una relación sexual sin protección, las mujeres hayan usado la anticoncepción de emergencia. Algunas aún están enojadas consigo mismas por haberse expuesto al riesgo del embarazo y lo consideran como una señal de ausencia de autocuidado.

Una mujer con múltiples abortos tenía indicación médica de no tomar anticonceptivos orales. Intentó con un dispositivo intrauterino, pero, como ella dice, terminó en una infección. Usa en forma combinada Billings y condón, pero sabe que, al no ser disciplinada, puede quedarse embarazada. Su último aborto ocurrió 8 meses antes de la entrevista. Ella tiene dos hijos.

Otra mujer, usuaria del sistema público de salud, quedó embarazada tres veces tomando anticonceptivos orales: tuvo un aborto clandestino y luego dos abortos espontáneos, uno de ellos retenido. En el consultorio finalmente le cambiaron las pastillas. Otra había usado un dispositivo intrauterino: Me hizo pésimo, me lo sacaron, pero en el consultorio no me dieron nada.

Varias mujeres de estratos económicos bajos, hoy estudiantes universitarias, se refirieron a la importancia de la legalización del aborto para mujeres de poblaciones y sectores populares. Una de ellas señaló que: entre mis amigas de adolescencia, los hijos se tienen, no se cuestionan incluso, y recuerdo a una compañera de liceo que tuvo un hijo producto de la violación de su padre. La maternidad termina las proyecciones y el mundo parece acabarse. Una de ellas decía que la maternidad en sectores populares es una de las razones por las cuales las mujeres se quedan en relaciones violentas y altamente tóxicas.

Otra reflexiona acerca de la importancia de haber roto la cadena de embarazos no deseados en su familia, ya que, como dice, ocurrieron porque ocurrieron. El “quedé embarazada” posiciona a la mujer como víctima. Las mujeres dicen “mi vida se estancó, dejé de hacer cosas”, entonces la maternidad ahí se asume como de una mujer abnegada donde su lugar de mujer ha sido desplazado por el de madre. Vivir el aborto me hizo darme cuenta de que, cuando sea madre, si es que lo sea, será porque lo decida, no porque la vida me condene.

Una entrevistada dijo: Es relevante la posición subjetiva de la mujer, sentir que una pueda decidir en algún punto, que hay un nivel de determinación sobre tu vida, lo que quieres de tu futuro, lo que quieres para ti y además lo que quieras esperar para tu hijo, cómo te gustaría ser madre. Eso está súper cruzado por las biografías de cada uno. Otra señala: Mi tía era matrona y me decía “qué buena noticia, ahora vas a ser mamá” y lo único que quería era sacarme eso o morirme. Como no estaba haciendo nada con mi vida, sabía que si tenía guagua nunca iba a poder armarla.

El ser madres es una condición que determina a varias a no tener más hijos. Así lo dicen dos entrevistadas que trabajaban y estudiaban teniendo un hijo pequeño y sin los recursos económicos adecuados. La maternidad deseada marca los relatos: No creo en la vida por la vida y en la vida porque sí, así funcionan otros animales. Pero, si los seres humanos tienen consciencia, uno tiene que tener la opción de elegir si quiere hacerse cargo de guiar a otro ser humano y un niño debe ser muy deseado, muy querido, gran parte de la desgracia de la humanidad es por los hijos obligados.  Un hijo tiene que ser deseado… en ese minuto no lo deseaba y mi pareja menos, no tenía ninguna capacidad [de tenerlo]. Estaba en una situación demasiado disfuncional como para tener un hijo. No tenía como mantenerlo tampoco, era una situación donde no había muchas opciones. No tenía tampoco una pareja que me apoyara, él me decía que no quería tener hijos y a mí también me importaba mi carrera, un hijo significaba perderla.

Pese al miedo a morir, todas señalan que la decisión de la interrupción de un embarazo es contextual: es ante situaciones concretas que una mujer decide si continuar o no con un embarazo. Incluso aquellas que fueron obligadas a abortar, o que sienten que sus decisiones no estuvieron exentas de presiones, creen que las mujeres deben decidir.

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