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Bachelet sabrosona La alta experticia de la Presidenta bailando cumbia

Bachelet sabrosona

Bastián Fernández
Por : Bastián Fernández Periodista de El Mostrador
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Tiene ritmo, cadencia y ningún problema para moverse. Esa es la Michelle Bachelet, que durante la última campaña se pegó más de media docena de bailes cumbiancheros. El ritmo lo tiene por la salsa, dicen quienes la conocen. Pero detrás del espectáculo que se monta en una campaña política está la historia de un estilo musical arraigado en Chile. La cumbia ha transitado por diferentes momentos y no ha dejado de poner un ojo en la política. Al son de un ritmo pegadizo va deslizando también agudas críticas al poder.


Arrancaban las primeras horas del viernes 9 de abril de 2010 en el hoy extinto restaurante La Habana Vieja, en Santiago. Michelle Bachelet había llegado hasta ahí con un grupo de amigas y cercanos para celebrar su despedida de Chile y también un cumpleaños. Próximamente viajaría a EE.UU. para asumir como directora ejecutiva de ONU Mujeres. Un ritmo sabroso envolvía el lugar. Desde una mesa cercana un joven norteamericano se acercó a la ex presidenta.

–“Would you like to dance with me?” (¿Quieres bailar conmigo?).

Bachelet se paró, sin decir una palabra, y comenzó un coqueto baile con William Orrock, uno de los eliminados del programa Pelotón que TVN emitía entonces.

«No soy bailarina de tango. Eso requiere mucho profesionalismo. Pero me encantan el merengue, la salsa», le decía Bachelet, un año después, a la periodista Gillian Tett del Financial Times en un restaurante italiano de Manhattan.

Ese es el origen del ritmo que tiene la Presidenta electa de Chile. Quienes la conocieron, antes de que su carrera política se disparara, dicen que previo a la cumbia estuvo la salsa, que “llegó tarde y con el retorno de los exiliados a Chile”.

Fernando Loubat conoció a Bachelet en el 73, estuvo con ella en Alemania Oriental durante el exilio y en los noventa trabajaron juntos como asesores en el Ministerio de Salud durante el gobierno de Eduardo Frei (DC). Loubat conoció a Bachelet a través de dos mujeres. Su primera esposa, María Graciela Rojas, fue compañera de Michelle Bachelet mientras estudiaba medicina y en la Juventud Socialista. Su segunda, y actual esposa, es Lucy Bahamondes, compañera de Bachelet en el Liceo 1 de niñas.

Pese a la cercanía y la historia, Loubat nunca bailó con ella, pero asegura que su ritmo “viene desde que era muy cabra por su conjunto musical. Y eso obviamente produce empatía con la gente”. Además, recuerda que en la universidad “era muy vergonzosa, se ponía colorada”.

[cita]Bajo la mirada de una experta, la bailarina y coreógrafa Claudia Miranda, Bachelet tiene buen ritmo. “Creo que hasta se limita con sus movimientos. Se ve segura cuando está bailando. Además, es muy rítmica y lo más importante es que disfruta, ya que sonríe”, dice. El ritmo cadencioso de Bachelet es una de sus “habilidades blandas” y probablemente el mejor que ha llevado un Presidente de Chile. Así lo cree Ricardo Martínez, experto en música popular y académico de la Universidad Diego Portales (UDP). “Es la más musical que todos los presidentes que hemos tenido en los últimos años. Sin lugar a dudas. Frei era tieso, Lagos serio y Aylwin para qué hablar. El atributo blando de Bachelet es claramente la cuestión musical, lo que tiene que ver con la cultura, con el disfrute”, dice. [/cita]

Bajo la mirada de una experta, la bailarina y coreógrafa Claudia Miranda, Bachelet tiene buen ritmo. “Creo que hasta se limita con sus movimientos. Se ve segura cuando está bailando. Además, es muy rítmica y lo más importante es que disfruta, ya que sonríe”, dice.

El ritmo cadencioso de Bachelet es una de sus “habilidades blandas” y probablemente el mejor que ha llevado un Presidente de Chile. Así lo cree Ricardo Martínez, experto en música popular y académico de la Universidad Diego Portales (UDP). “Es la más musical que todos los presidentes que hemos tenido en los últimos años. Sin lugar a dudas. Frei era tieso, Lagos serio y Aylwin para qué hablar. El atributo blando de Bachelet es claramente la cuestión musical, lo que tiene que ver con la cultura, con el disfrute”, dice.

La última campaña presidencial dejó una serie de videos de Bachelet bailando cumbia. En internet se han reproducido con distintas canciones y motivos. Pero la cumbia también sacó al baile a la política, criticándola con ritmo ácido y sabroso, especialmente después de las movilizaciones sociales del 2011.

POLITICUMBIA

“¿Qué me dices del gobierno, que te dice que todo está bien? / ¿Qué me dices de la tele, que te informa que todo está bien?”, se pregunta “Chorizo Salvaje” en su canción K me decí.

Cinco mil personas llenaron el Teatro Caupolicán para el Día de la Mujer en el 2009. “Américo” cantó para Michelle Bachelet en esa ocasión. Meses después la escena se repetía, el mismo artista, otro escenario y otro político. Era la proclamación de Sebastián Piñera, en el Movistar Arena, como candidato presidencial de la Alianza por Chile.

La política descubrió, hace años, que la cumbia funciona eficientemente para atraer gente a las comparsas electorales.

Una estrategia que busca empatizar con el electorado. Así lo ve Cuti Aste, músico y conductor del documental Pasos de Cumbia –que investiga el origen de este ritmo–. “La intención primaria de los candidatos cuando meten cumbia es el típico populismo político que lo que busca es empatizar con el pueblo. Agarran lo más popular y lo ponen en, dicen que son parte de la fiesta y se apoderan de algo que no les pertenece, en verdad, imagínate: ¿Eduardo Frei escucha cumbia en su casa…? ¡Jamás! Los políticos se garran de la cumbia como parte de la campaña publicitaria, para ser divertidos. Es populismo, cuando tomas elementos populares y los haces propios y la gente se identifica con eso”, dice.

Una crítica similar comparte Pablo Dintrans, cronista musical y conductor del programa «Estación Aeropuerto» de la Radio Universidad de Chile. Él cree que es parte del circo de las campañas y que hay una función utilitaria de la cumbia. “Desde los comandos políticos captaron que era una forma de unir a la gente con algo alegre. Y también tiene que ver con el intento de mostrar a la política con un lado más amable, juguetón, relajado. Mediáticamente generas harta masa de gente que vibra, que le da alegría. Y como no tenemos sentido de carnaval, eso es súper fuerte”, dice.

BANDA SONORA

“Tu gobierno no es un freno para mí / El libre pensar no puedes reprimir / Con tu policía secreta Bachelet nos perseguí’ / La A.N.I. esa mierda es lo mismo que la C.N.I.”. Difícil imaginarse un cierre de campaña electoral al ritmo de La Destrucción es el primer paso, del grupo “Anarkía Tropical”.

La crítica política con ritmo cumbianchero se remonta a la dictadura. Por el contexto y todas las limitaciones que imponía el régimen de Augusto Pinochet, la escena musical no era frondosa. La cumbia vivió una doble vida en ese tiempo. Por una parte, estaban los conjuntos como “Los Cocolos”, “Rumba 8” o “Banda Cimarrón”, que se presentaban en el programa televisivo “El Festival de las una” de Enrique Maluenda. “La derecha se dio cuenta de que era una forma de mantener distraída a la gente de los problemas reales que sucedían en la calle como la represión, tortura y muerte”, dice el músico Cuti Aste.

Por otra parte, había grupos como “Transporte Urbano”, cuyas letras tenían contenido y crítica política. “Para hacer una barricada se necesita, se necesita una masa organizada”, dice la letra de La Barricada.

Llegados los noventa y la transición, la cumbia comenzó a sonar fuerte en las fiestas universitarias con bandas más tradicionales, como la “Sonora Palacios” o “Sonora Tommy Rey”. Grupos cuya estética y formación venían de las orquestas tropicales del denominado “prostíbulo de Norteamérica”, que era Cuba durante la dictadura de Fulgencio Batista en los 50.

Es desde el 2000 en adelante que comienza a aparecer la nueva cumbia chilena –con grupos como “Chico Trujillo”, “Sonora de Llegar”, “Juana Fe”, entre otros–, en cuyas letras se plantea una crítica política frontal. La consolidación llega con el movimiento estudiantil del 2011.

Ricardo Martínez cree que esta música fue “la banda sonora de los levantamientos sociales de los últimos tiempos, eso es innegable. La nueva cumbia no reniega de lo político y tampoco de lo celebratorio. Hay una cosa bien festiva, pero también un componente más ideológico en sus letras que sube y llega”.

Hay una diferencia con el Canto Nuevo en la crítica, plantea Cuti Aste. “Como es muy llevadera, la cumbia permite que en las letras pongas mensajes más pesados, más crítica social. Pero no lo hace como el Canto Nuevo durante la dictadura, que era entre épico y lastimero. La crítica social con el envoltorio de la cumbia pasa mucho más piola, la gente está bailando, mientras se le está diciendo algo con contenido”, explica.

Un análisis similar hace Pablo Dintrans, quien agrega que no se trata sólo de mover las caderas, sino que también de reflexionar y tener punto de vista crítico. “Los estudiantes también lo utilizan como un elemento que cohesiona, que permite generar alegría y emociones. Y subliminalmente incorporar la crítica social y lo que se está viviendo” dice.

Todo esto se complementa con una necesidad humana de distracción, de olvidarse en una canción, en un baile, de los problemas de la vida. “Los esclavos africanos tenían esta música y les ayudaba a soportar la esclavitud y, ahora, nosotros somos un poco esclavos, de distinta manera, pero la música nos ayuda a liberarnos. Y eso tiene un sentido político fuerte”, concluye Dintrans.

De alguna forma, la cumbia –durante años relegada al patio trasero entre los ritmos predominantes de la escena musical chilena– se hizo su lugar, convirtiéndose, de paso, en un forma de crónica del país. Y en un talento indiscutido de la Presidenta electa.

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