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La trastienda del acuerdo de Charaña Memorias detallan relaciones vecinales en dictadura

La trastienda del acuerdo de Charaña

El lunes por la noche Michelle Bachelet anunció que Chile impugnará la competencia de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya para resolver la demanda boliviana. Las relaciones entre ambos países nunca han gozado de mucha fluidez. En su libro Confidencias Limeñas (Catalonia, 2014), el ex Ministro Consejero de Chile en Perú (1976-81), Demetrio Infante, aborda capítulos desconocidos de las relaciones diplomáticas entre Chile, Bolivia y Perú. En uno de sus capítulos cuenta cómo se gestó el documento que sirvió de base para el “Acuerdo de Charaña”, el cual reproducimos a continuación.


En el mes de agosto de 1974 me llamó a su oficina el subsecretario de Relaciones Exteriores, capitán de Navío infante de Marina Claudio Collados, quien había sido nombrado en el cargo en enero de ese año. (…) Al entrar a la oficina de Collados me encontré que estaba allí Gastón Illanes, quien había terminado recién su destinación de algo más de cinco años como ministro consejero en Lima. Predicaba la idea de que en Perú existía entre los militares la idea de aprovechar el difícil momento histórico por el que pasaba Chile, tanto en lo interno como lo externo, para buscar la revancha de lo acaecido en 1879. Como mencionaré más adelante, incluso el general Mercado Jarrín, que era canciller peruano, había escrito sobre la materia. La presencia del general Velasco Alvarado en el Palacio Pizarro, la ideología pseudomarxista de muchos de los generales, que eran sus principales asesores, y las importantes compras de material bélico que se habían hecho y se continuaban haciendo, como señalé antes, avalaban esa aprensión.

El temor de Gastón era compartido por la mayoría de los militares chilenos y los hechos, como se sucedían, daban una base sólida a esa posibilidad. Collado nos dijo que nos había citado para compartir con nosotros un oficio secreto remitido a la Cancillería directamente por el presidente de la República, en el que pedía a esa buscar los medios diplomáticos necesarios para neutralizar por lo menos por seis meses a Bolivia. Nos dijo que nos constituyéramos como equipo de trabajo en una oficina del segundo piso, que estaba a la izquierda del pasillo que daba acceso a su oficina. Me agregó que había conversado con don Kiko el tema y se había decidido que, cuando el Asesor Político lo estimara necesario, debería paralelamente colaborarle. Luego, cuando pasé a desempeñarme como jefe de Gabinete del Ministerio, mantuve mi participación en el Grupo Charaña.

Gastón, por su estadía en Lima, tenía conocimiento en detalle del tema boliviano, ya que desde la Embajada se seguían de cerca las vinculaciones entre Lima y La paz. En lo personal, el asunto me sobrepasaba en forma absoluta, por lo que me puse a estudiar todos los papeles y publicaciones disponibles y con Illanes empezamos a analizar la mejor manera de cumplir con el encargo. Después de conversar latamente el tema entre nosotros, propusimos al Subsecretario, como método de trabajo, la preparación de un documento que considerara todas las posibilidades existentes para dar solución a la demanda boliviana de una salida al Océano Pacífico, único medio efectivo para producir la neutralización solicitada desde la Presidencia. Collados estuvo de acuerdo. Empezamos entonces a redactar en conjunto un documento que considerara todas las alternativas. A veces yo me sentaba frente a la máquina de escribir y a veces Gastón. Cuando me tocaba el turno, mi compañero de trabajo seguía su tradicional costumbre de pasearse a grandes zancadas en el reducido espacio de la oficina. De ese modo, decía, le fluían con mayor rapidez y eficiencia las ideas. Tenía un “síndrome” parecido al del ministro Carvajal, pero su velocidad de movimiento era muchísimo mayor que la del Vicealmirante.

Empezamos con cosas tan descabelladas como la devolución de todos los territorios que pertenecieron a Bolivia antes de la Guerra del Pacífico o con la anulación del tratado de 1904. A medida que iban naciendo nuevas alternativas, de algunas se dejaba solo constancia y se desechaban por su obviedad, sin necesidad de dar un argumento especial, como fue el caso de las mencionadas recién. Solo se enunciaban. En otros casos, se argumentaba sobre las razones de la inviabilidad de una determinada posibilidad. Así, el documento fue creciendo sin que nos diéramos cuenta y cuando lo terminamos, pasaba las 80 páginas. El Subsecretario, cada cierto tiempo, nos pedía cuenta del resultado de nuestro esfuerzo, nos daba ideas y nos instaba a seguir adelante.

[cita]Además, teníamos presente que ambos países no tenían relaciones diplomáticas a nivel de embajador desde 1962, años en que Bolivia las había suspendido después de que la OEA resolvió a favor de Chile la controversia entablada por La Paz sobre el río Lauca. Pensamos que una aproximación usando elementos consignados en el documento preparado permitiría restablecer las relaciones a nivel de embajador, iniciándose así el proceso de “neutralización” solicitado. Adicionalmente, se sabía que Pinochet tenía un aprecio especial por Bolivia por la circunstancia que una hermana suya vivía en ese país. Sea como fuere, al final nuestro esfuerzo tuvo como providencia el “trámite del cajón secreto”.[/cita]

Al fin, llegamos a la conclusión de que las posibilidades viables, después de una negociación que considerara todas las variables que de una manera u otra pudieran interferir con los intereses permanentes de Chile, eran dos: una, el otorgamiento a Bolivia de un enclave con soberanía dentro de la provincia de Antofagasta, a objeto de que allí construyera un puerto y pudiera desarrollar todas las actividades que, según La Paz, le impedía su condición mediterránea; la otra consistía en conceder a Bolivia un pedazo de playa situado entre la Línea de la Concordia y Arica, donde pudiera construir un puerto, unido con el Altiplano por medio de un corredor con soberanía. Esta posibilidad hacía necesario solicitar el consentimiento del Perú, tal como lo establece el Protocolo Complementario del tratado de 1929 suscrito entre Santiago y Lima.

Entregamos el fruto de nuestro esfuerzo al Subsecretario Collados, quien, después de mostrárselo al Ministro, lo llevó donde el Presidente. Con Gastón esperamos ansiosos en nuestras oficinas la recepción que la más alta autoridad le daría al “ladrillo” que habíamos preparado, ya que estábamos convencidos de haber cumplido bien con la tarea que nos habían encomendado. Para sorpresa y desaliento nuestro, el general Pinochet encontró que el documento era una soberana tontera que lo único que hacía era poner en riesgo los intereses permanentes de Chile. La instrucción fue que se mantuviera en absoluto secreto, que se guardara bajo siete llaves y que quienes habíamos trabajado en él mantuviéramos la boca cerrada. Nunca pensamos que un documento en el que nosotros habíamos puesto tanto empeño y que considerábamos completo y acabado, fuera a tener una recepción tan negativa como la que tuvo.

Nuestras esperanzas de aprobación se fundaban, más allá del análisis de la difícil coyuntura internacional que vivía Chile y de las realidades políticas del momento –que nosotros estimábamos cubrir adecuadamente–, en la existencia de ciertos antecedentes que nos hacían presumir que Pinochet tendría una actitud más bien positiva al leerlo, pues había circunstancias que permitían colegir que tenía una posición proclive a encontrar un acuerdo con Bolivia. En marzo de 1974, en Brasilia, durante la transmisión de mando presidencial al general Ernesto Geisel, se habían encontrado Banzer y Pinochet y ante el requerimiento del boliviano sobre la necesidad de encontrar una solución al problema de la mediterraneidad de Bolivia, el chileno le había expresado que contara con toda su buena voluntad y que consideraba “que no era imposible que lleguemos a entendernos”, como lo recuerda el historiador boliviano Ramiro Prudencio Lizón en un libro titulado Historia de la Negociación de Charaña (Prudencio, pág. 22). Dicho sea de paso, este es un trabajo muy acabado publicado por la Editorial Plural en el 2011, que debería servir de guía a todos aquellos interesados en el tema.

Además, teníamos presente que ambos países no tenían relaciones diplomáticas a nivel de embajador desde 1962, años en que Bolivia las había suspendido después de que la OEA resolvió a favor de Chile la controversia entablada por La Paz sobre el río Lauca. Pensamos que una aproximación usando elementos consignados en el documento preparado permitiría restablecer las relaciones a nivel de embajador, iniciándose así el proceso de “neutralización” solicitado. Adicionalmente, se sabía que Pinochet tenía un aprecio especial por Bolivia por la circunstancia que una hermana suya vivía en ese país. Sea como fuere, al final nuestro esfuerzo tuvo como providencia el “trámite del cajón secreto”.

Pero las cosas se continuaban dando de una manera preocupante para Santiago. El aumento del potencial bélico peruano, especialmente con importantes compras hechas en la Unión Soviética, la activa participación del Perú en el mundo internacional, donde había incrementado sustantivamente sus relaciones con la URSS, Cuba y con los países situados detrás de la Cortina de Hierro, aumentaban los temores de los ocupantes del entonces edificio Diego Portales. A su vez, se debía tener presente que Chile estaba partido política y socialmente, y que su situación económica era pésima, lo que impedía cualquier intento de mejorar su nivel de armamento. Por ello un problema en el norte no sería contra un país vecino, sino de seguro contra los dos.

Como ya se dijo, se había demostrado una comprensión entre Chile y Bolivia en Brasilia en marzo de 1974. En diciembre de ese año, en la Declaración de Ayacucho, suscrita en Lima con motivo del sesquicentenario de la batalla del mismo nombre, se había aceptado la introducción de un párrafo en que se expresaba la más “alta comprensión a la situación de mediterraneidad que afecta a Bolivia, situación que debe demandar la consideración más atenta hacía entendimientos constructivos”. Sin embargo, en términos estratégicos, aparecía clara ante las autoridades chilenas la alternativa de una V2, esto es, tener que enfrentar a dos vecinos simultáneamente. Se descartaba la posibilidad de una V3, pues en ese instante las relaciones entre Santiago y Buenos Aires eran estables.

Ante esa realidad, Pinochet, en un viaje que realizó al norte del país, invitó a Banzer a juntarse a un punto de la frontera común altiplánica. Fue así como el 8 de febrero de 1975 se produjo en la muy humilde localidad de Charaña, a 4.000 metros de altura, el encuentro entre ambos jefes de Estado. Al final de la cita se suscribió la denominada “Acta de Charaña”, que entre otras cosas recordaba lo establecido en la Declaración de Ayacucho y concluía con la normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos países a nivel de embajador. Los hechos se precipitaron con gran rapidez y no había claridad acerca de cómo continuar. Fue entonces cuando Pinochet se acordó del documento aquél, que tanto le había desagradado, y pidió que en base a aquel se iniciaran los estudios del caso para preparar la estrategia a seguir. Dentro de las alternativas que nosotros habíamos considerado viables, se decidió concentrarse en la idea de un corredor al norte de Arica. El enclave en la provincia de Antofagasta presentaba un sinnúmero de dificultades, entre otras la imposibilidad de que Bolivia accediera a un puerto propio con conexión soberana a su territorio, ya que de hacerlo Chile quedaría dividido en dos partes y eso no sería aceptado por Santiago. (…)

Pero retomemos las negociaciones chileno-bolivianas para una salida al mar al país Altiplánico. Ambos gobiernos procedieron a designar a sus respectivos embajadores. Chile ascendió al grado de embajador a Rigoberto Díaz, funcionario de carrera que se desempeñaba en La Paz como cónsul general. Era un hombre perteneciente al Partido Radical que gozaba de cierta simpatía de parte de Pinochet, pues había establecido una buena relación con los parientes presidenciales que residían en La Paz. Se trataba de un tipo astuto e imaginativo que poseía un buen nivel de aceptación en los diversos círculos paceños. Prudencio (pág. 37) recuerda que se le definió como “uno de los diplomáticos chilenos recordados con mayor afecto en La Paz por su gestión de acercamiento, unida a su sencillez y afabilidad”. Bolivia, por su parte, nombró a un destacado hombre público, millonario, según él, héroe de la Guerra del Chaco, inteligente y con un don social extraordinario: Guillermo Gutiérrez Vea-Murgia. Arrendó como residencia de su embajada una de las mejores casas del barrio Vitacura y no escatimó esfuerzos por atender espléndidamente a lo más grande de las elites política y social de Santiago, cosa que hacía gracias a su fortuna personal. Visitó en muy poco tiempo a todas las personas influyentes de la capital y cuando era necesario romper los a veces rígidos esquemas del mundo diplomático, lo hacía. (…) Lógicamente, la opinión positiva que Gutiérrez V.M. pudo tener del Ministro mutó radicalmente una vez que las negociaciones para la cesión de un corredor fracasaron (…).

En el caso de las tratativas de 1975-1976, hay que agregar un elemento que, si bien no se menciona, tuvo la mayor importancia para que fracasaran: la acción en extremo activa de la embajada del Perú en La Paz para “descarrilar” las negociaciones. El embajador Llosa Pautrat, quien años después sería secretario general de Torre Tagle en el segundo gobierno de don Fernando Belaúnde, de quien era su consuegro, fue incansable en su trabajo de oposición solapada al posible corredor y se especula –no tengo pruebas para afirmarlo categóricamente- que contó con importantes recursos para desarrollar libremente y sin límites de personas y cantidad esa labor.

En cuanto a esa desconfianza “congénita” boliviana, que impide llegar a acuerdos con Chile, el caso más reciente es lo que sucedió con el río Silala, respecto de cuyas aguas Bolivia alega que Chile hace uso abusivo. Después de años de tratativas de delegaciones presididas por los respectivos viceministros de Relaciones Exteriores, se logró un acuerdo que ambas partes consideraron justo y satisfactorio. Cuando el texto fue llevado a La Paz para su aprobación final, se levantaron las voces en el Congreso diciendo que este era otro engaño chileno, por lo cual era inaceptable su aprobación. Hasta ahí llegó el esfuerzo.

Con pena colijo que para llegar a un entendimiento definitivo con Bolivia deberá pasar a lo menos una generación de bolivianos, a fin de que llegue a gobernar ese país una nueva que esté dispuesta a analizar los hechos tal cual son en el mundo moderno y, al mismo tiempo, sea capaz de desligarse de ataduras y suspicacias que lo único que hacen es abortar cualquier iniciativa que permita avanzar de consuno.

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