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Opinión: Matías del Río, el vocero de un conformismo disfrazado de periodismo

Opinión: Matías del Río, el vocero de un conformismo disfrazado de periodismo


Esta columna fue escrita por el periodista Francisco Méndez Bernales y publicada el 1 de octubre en el sitio El Quinto Poder

Finalmente se supo el nombre de la persona que reemplazará a Amaro Gómez Pablos como pareja de la periodista Mónica Pérez en el noticiario central de TVN. La persona es Matías del Río, ex rostro de Chilevisión y conductor del extinto Tolerancia Cero. Frente a la noticia los creyentes más acérrimos en el cuento de su “objetividad” se mostraron felices, mientras que quienes ven en el nombramiento simplemente la perpetuación de una manera bastante dudosa de hacer periodismo, rabiaron y hasta cuestionaron la calidad periodística del profesional. Mal que mal- así nos han dicho por lo menos- Televisión Nacional de Chile es un canal público, por lo que genera reacciones en la ciudadanía.

Si es que uno habla de Matías del Río, lo primero en lo que debe poner ojo es en las formas por sobre el fondo. El periodista ha sido insistente en mostrar en sus formas una cierta objetividad, como si estuviera hablando desde un sentido común, desde una neutralidad imperceptible, pero que está ahí presente y que él defiende con todas sus ansias. Con toda su fuerza moderada, todo con tal de que no se note que lo está haciendo. Cuesta darse cuenta, pero cuando uno logra hacerlo, se da cuenta de que todo el análisis supuestamente sesudo y contundente, no es más que la repetición de una idea central: cualquier idea que rompa el extremismo de su neutralidad, se vuelve peligrosa.

Tal vez por eso lo pusieron por años como “moderador” del debate en ese desaparecido programa de los domingos en donde cada miembro de la mesa jugaba a ser inteligente. Él era el que, desde su supuesta objetividad militante, buscaba aterrizar las discusiones. O mejor dicho: encausarlas hacia lo que convenía a un relato. Su relato. Su religión. Su subjetividad transformada en lo que debía ser; en el periodismo que debía reinar si es que queríamos seguir siendo una democracia en donde lo democrático era visto con malos ojos.

Del Río ve en cada exaltación algo enervante. Se pone nervioso cuando las palabras fuertes son expresadas con convicción  y con la saliva saliendo de las bocas. Lo encuentra tremendo, poco democrático-tomando en cuenta su idea de democracia- e intenta parar esas pulsiones del entrevistado. Y esto pasaba en Chilevisión si es que la persona que estaba hablando en la mesa dominguera no era Villegas. Para él Fernando era un personaje. Un tipo que dice las cosas como son, por eso reía con sus arranques medios fascistoides. Y eso ocurre porque Matías cree más en los 90 que en el presente. En ese régimen en donde los únicos que podían hablar eran los Villegas, los Hermógenes y todo ese grupo  de personajes que rompían con el silencio cómplice de la transición para hablar fuerte y decir exactamente lo mismo que el sistema pensaba. El periodista prefiere a los rebeldes reaccionarios que a los que verdaderamente muestran su rebeldía.

Matías del Río es la última carta de ese periodismo muerto que no se da cuenta de que lo está. Ese periodismo noventero en donde lo importante era codearse con la lógica de la transición; aplaudir a los “cerebros” de ese nuevo país que se construía a base de conveniencias y miedos. Ese periodismo que tan bien le hizo al sistema que instauró Pinochet, ya que nunca cuestionó la dictadura y la vio como algo que era parte de un pasado que era mejor olvidar. Un pasado oscuro, claro,  pero que debía estar lejos de ese presente en donde el concepto de “unidad”  se instalaba, en los diarios en los que él trabajó, como un gran castrador de pensamientos y, por ende, cuestionamientos a lo que sucedía.

Ése es el rostro que un canal como TVN quiere poner todas las noches a contarnos las noticias. Uno que dice parecerse al periodismo de hoy, pero que huele a leguas a ese reporteo que nunca reporteó, a esos entrevistadores que nunca entrevistaron y a esos cronistas que nunca hicieron una crónica real de lo que pasaba y pasa en Chile. Ese ejercicio del periodismo que no fue más que la vocería de un conformismo.

 

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