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Hasta Carlos Peña desmiente editorial de El Mercurio preocupada por el humor político en Viña Dice que en vez de desmedrar a las instituciones, las sostiene

Hasta Carlos Peña desmiente editorial de El Mercurio preocupada por el humor político en Viña

“El discurso humorístico no cumplía la función ni de advertir ni de corroer. Los humoristas no dijeron nada que las audiencias no supieran o pensaran (por eso sus chistes no cumplieron función de advertencia alguna). Y, en cambio, les permitieron reírse de eso que ya sabían o pensaban tomando distancia de su propia molestia (y por eso en vez de acentuar la desconfianza o el nihilismo, los sublimaron y de esa forma los moderaron)”, señala el rector de la UDP.


El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, se lanzó con todo contra la editorial publicada el pasado jueves en El Mercurio, desmintiendo que el humor contra la elite política al que recurrieron varios artistas en sus presentaciones en el Festival de Viña del Mar, podría desatar fuerzas que “escapan al control de todos”.

En su habitual columna en el mismo diario, Peña explica que lo escrito apuntaba a “las variadas burlas dirigidas a políticos de todos los sectores y a la forma en que la gente las celebraba. Y sugería, entonces, que la risa del público mostraba la opinión que las audiencias tenían del desempeño de los políticos (y por eso era una advertencia sanadora), pero que, llevada al extremo, podría deteriorar la legitimidad de la función pública (y por eso podía desatar fuerzas incontrolables, como el nihilismo o la desconfianza generalizados)”.

Desde su punto de vista, el académico sostiene que la editorial fue, “sin duda, un ejercicio de ironía: el redactor se contagió de lo que pretendía analizar. Y es que, al revés de lo que allí se insinúa, el humor político en vez de desmedrar a las instituciones, las sostiene”.

“El humor -reírse de lo ridículo, lo cómico o el sinsentido de ciertas situaciones- nunca ha sido subversivo ni ha desatado fuerzas incontrolables. Por el contrario, en todas las culturas el humor existe para sostener a las instituciones que, sin la puerta de escape de la risa, ahí sí que acabarían en el nihilismo, en la anomia o en la agresión. Por eso Freud observa que, en casi todas las culturas, las minorías (étnicas o sexuales) son objeto privilegiado del chiste: las mayorías subliman así su instinto agresivo y al reírse de ellas son capaces de tolerarlas”, menciona.

Añade que la situación no es distinta cuando se trata de la burla de quienes ejercen el poder político, ya que “en este caso ya no se trata propiamente de sublimar la agresión (aunque en este caso no habría que descartarlo), sino de celebrar el tropiezo del narcisismo que todos los seres humanos cultivan y que, en el caso del poder del Estado, alcanza niveles sublimes. Como todos saben, la caída es la forma paradigmática de lo cómico. Y es que ella (el resbalón de quien camina solemne, la infracción de la ley por parte de quien la produjo, etcétera) echa a tierra el narcisismo y muestra, para consuelo del que ríe, que quien tenía el poder era, después de todo, un igual”.

Peña afirma que el humor es una sana forma de relativismo, ya que al poseer lenguaje “los seres humanos pueden describir y comunicar la realidad, pero también, gracias al lenguaje, saben que la realidad podría ser otra. Por eso algunos autores, como por ejemplo Koestler, sugieren que el discurso científico y el humorístico poseen la misma estructura: ambos intentan asociar dos ideas que nunca antes se habían combinado, solo que en el caso del científico esa asociación (a la que Koestler llama bisociación) es verdadera y en el caso del humorista arbitraria, exagerada, insólita”.

Argumenta que “el humor político, entonces, sostiene a las instituciones, permitiéndoles eludir la desconfianza y el nihilismo (en vez de desatarlos como fuerzas incontrolables) y enseña, a la vez, a evitar el dogmatismo por la vía de mostrar cuán relativas, hasta la ridiculez, pueden ser las cosas (y las personas)”.

En ese sentido, el rector de la UDP desmiente la posición asumida en la editorial, ya que el discurso humorístico “no cumplía la función ni de advertir ni de corroer. Los humoristas no dijeron nada que las audiencias no supieran o pensaran (por eso sus chistes no cumplieron función de advertencia alguna). Y, en cambio, les permitieron reírse de eso que ya sabían o pensaban tomando distancia de su propia molestia (y por eso en vez de acentuar la desconfianza o el nihilismo, los sublimaron y de esa forma los moderaron)”.

“El redactor del editorial puede entonces estar tranquilo. Ni una sola de las personas que pagaron su entrada al Festival de Viña o encendieron el televisor y se dejaron infantilizar por algunas horas, coreando canciones, aplaudiendo animadores, riendo con las burlas y llegado el caso pifiando, estaban dispuestos ni siquiera por un momento a transformarse en desconfiados radicales o en nihilistas. Y si llegaron a la Quinta o encendieron el televisor con ese ánimo, lo olvidaron rápido al ritmo de los chistes”, concluye.

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