Publicidad
El peso de la noche: la piedra de tope para que los liceos emblemáticos sean mixtos Historia de la educación por género en Chile

El peso de la noche: la piedra de tope para que los liceos emblemáticos sean mixtos

Macarena Segovia
Por : Macarena Segovia Periodista El Mostrador
Ver Más

La carta de una niña de 11 años reabrió un debate sobre la lógica que hace casi 200 años define la visión de política pública en Chile en esta materia: la mantención de los principales centros de formación escolar separados por género. A pesar de que las autoridades no rechazan la idea de que todo el sistema escolar sea integrado, hay una sombra que perseguiría cualquier intento por avanzar en dicha dirección: la dominación de una elite política masculina.


María Asencio esperaba con ansias cumplir los 11 años para poder postular al querido colegio de su padre, y así cumplir con ser un buen “servidor de la patria”, fin último del emblemático Instituto Nacional, liceo únicamente de hombres. A pesar de que postuló, su solicitud de ingreso fue rechazada debido a que es mujer, ante lo cual le escribió una dura carta a la Presidenta Michelle Bachelet, a la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, y al rector del Instituto Nacional, Fernando Soto, en donde su principal planteamiento era simple: “Pienso que con una educación igualitaria para los hombres y mujeres, se haría un cambio permitiendo la igualdad de género en el país”, escribió María.

La carta abrió una discusión que data desde hace casi 200 años, antes de que las mujeres lograran acceder a la educación superior y cargos al interior del servicio público y que se ha mantenido hasta después de conseguir el sufragio universal. La pregunta que se hacen autoridades y analistas se centra en “cuál es viabilidad y necesidad de mantener liceos estatales que tienen como principio la excelencia y mantienen la segregación por sexo”.

A pesar de que tanto la alcaldesa de Santiago y el rector del Instituto Nacional no se mostraron contrarios a la idea de pensar ampliar la matrícula de los denominados “emblemáticos” a la integración de género, parece ser que existe una piedra de tope: la histórica resistencia a los cambios que podrían incidir de alguna forma en los resultados académicos de los estudiantes.

Así lo explica el sociólogo de la Universidad Alberto Hurtado, Pablo Gómez, autor del documento: “Educación Secundaria segregada por sexo: lo que se esconde detrás de la tradición”. “El proyecto educativo segregado fue resistente a cualquier cambio. Ellos defienden todo lo que es parte del Liceo Tradicional, conciben cualquier cambio como en contra de su lógica histórica y tradicional”, señala.

Históricamente sexistas

Según Gómez el sistema educacional chileno ha estado marcado por la visión de los grupos de la élite política, centrado en la figura y rol del hombre. En las primeras décadas de 1800, estos grupos de poder –altamente influenciados por la Ilustración francesa– tomaron la idea de generar, por medio de la educación a los hombres jóvenes de la élite, una visión de desarrollo de Estado que tenga como centro “formar ciudadanos comprometidos con la República”, de forma tal que el rol institucional educacional pasó de ser exclusivo de la Iglesia a ser compartido con el emergente Estado chileno.

En 1813 se establece la creación de una “red de liceos fiscales que tuvieran la tarea de formar a la clase dirigente que heredaría la conducción de la nación”, teniendo como centro la formación del hombre cívico de la élite. En este contexto nace el Instituto Nacional, denominado por Manuel de Salas como “el primer foco de luz de la nación”. Con esto se configuró una institución educativa “elitista, masculina, centralizada y urbana”, profundizando las diferencias respecto a la educación femenina, la que se expandió por medio de un decreto que creó las primeras escuelas exclusivamente para niñas, en el mismo año.

Estas escuelas, que tienen un arraigo local, mantienen una lógica formadora diferenciada a la masculina, ya que se centran en el “rol materno en la sociedad” de las mujeres, explica la Subdirectora del Departamento de Estudios Pedagógicos de la Universidad de Chile, Leonora Reyes. La historiadora explica que, en dicha época, si las familias de “las niñas de la élite querían estudios para ellas podían ingresar a alguna orden religiosa”. Con la ejecución de este decreto se “prohíben las escuelas mixtas y delimitan las características exigibles a quienes ejercieran el magisterio primario”, además, los vecinos financiaban tales escuelas y el cabildo las administraba.

El rol de la mujer en esta época se da en un contexto sociopolítico “profundamente segregado en clases y roles de género para distintas funciones”, señala Reyes, y explica que “los varones de la élite” se dedicaban a las artes del gobierno, las finanzas y el desarrollo de las ciencias y las humanidades. Por otra parte, las mujeres eran educadas para las labores domésticas y el cuidado de los niños.

[cita tipo=»destaque»]“La gran amenaza es el ámbito sexual de los adolescentes. Cualquier cosa que amenace la competitividad es un problema y la sexualidad es un problema”. El sociólogo Pablo Gómez explica que no existe una educación sexual profunda en los liceos públicos, ni tampoco la realidad de los liceos segregados por sexo anula otras expresiones de género, como la de los homosexuales, trans, asexuados, entre otros, por lo tanto, la apertura de esta discusión, “fuera del binario hombre-mujer, viene a potenciar una crítica profunda, de que el liceo de excelencia no es un espacio democrático y que solo se centra en la calidad educativa”.[/cita]

Es en dicho contexto que el punto de inflexión, de generar un sistema educacional, no nace desde una visión de género o lucha feminista, a pesar de que existían sectores que apuntaban a la emancipación femenina. El principal objetivo de abrir las aulas a las mujeres reside en la necesidad de “expandir la educación pública, un requisito fundamental para la construcción de la República, considerando que la primaria era una fase terminal de estudios para las mujeres, pero que con eso era suficiente”. De esta forma, su principal rol sería el de la ampliación de la función educadora en el nicho familiar, “expandiendo la alfabetización, que era lo que se requería para el bajo pueblo”, agrega la historiadora.

Estos cambios ayudaron a legitimar la concepción de un sistema educacional segregado por sexo, y a pesar de que a partir de 1840 se genera una serie de reformas que buscan que el Estado comience a “considerar a los sectores populares, tanto hombres y mujeres”, con la creación de la Escuela Normal Masculina (1842), la Escuela de Artes y Oficios (1849) y la Escuela Normal Femenina (1854). Pero no es sino hasta finales del siglo XIX que se crea una especie de símil al Instituto Nacional, aún bajo la concepción de un liceo exclusivo y con formación especial para mujeres, y donde nace el primer liceo público femenino.

Reyes detalla que con “la ley orgánica de instrucción primaria de 1860” se marca un hito en la masificación de la educación de las mujeres, incluso “se expresa la voluntad de no hacer mayores diferencias entre ambos sexos, pero se divide a las escuelas en elementales y superiores”. Aún así, “se sigue diferenciando el currículo: en las de mujeres se reemplaza dibujo lineal y Constitución Política por economía doméstica, costura y bordado”, manteniendo el orden de género establecido y los roles de la mujeres en la sociedad.

El texto “Educación Secundaria segregada por sexo” señala que los planes de estudios para las mujeres de la élite eran diferenciados al interior de la Escuela Normal y que recibían “conocimientos elementales como la lectura y escritura; saberes asociados a la congregación, como lo eran religión e historia sagrada; y prácticas manuales asociadas al trabajo doméstico y de reproducción, como el bordado y la costura”. Mientras, los hombres eran formados para dirigir al país.

Con la apertura del primer liceo fiscal femenino en Valparaíso: Carlos Waddington (1892) y, dos años más tarde, el Liceo N°1 de Niñas de Santiago, “la manifestación del control ejercida por parte de la élite masculina” se mantiene y “se expresa en que las primeras décadas de la instrucción secundaria femenina se encontró bajo la supervisión de “un organismo denominado ‘Juntas de Vigilancia’”, que era conformado por especialistas y los padres de familia. En 1920, Amalia Álvarez, pensadora educativa de la instrucción secundaria femenina, advertía la diferenciación en la formación para las mujeres controlada por la élite masculina. La malla curricular formativa debía “encontrarse acorde a su sexo” y en la educación primaria las bases se sentaban en la “economía doméstica, caligrafía, labores de mano y gimnasia, al menos hasta 1912, cuando se empieza a insertar a las mujeres en carreras liberales”.

Instituciones mixtas populares y los intentos fallidos

A pesar que en más de un siglo se ha creado una serie de instituciones para mujeres, que buscan encajarlas desde lo que se ha determinado como su “rol histórico” en la labor social, y de que en 1881 se crean vía decreto las escuelas mixtas, “como una forma de acelerar el proceso de expansión de la alfabetización”, recién en el año 1932 surge el primer liceo mixto público: el Liceo Experimental Manuel de Salas –el cual hoy sigue siendo mixto, pero particular subvencionado–.

Hito que, según el sociólogo Pablo Gómez, responde a un “segundo momento de resistencia al liceo tradicional, puesto que allí se forja la primera experiencia mixta, cuya principal labor era generar espacios de convivencia democrática entre los sexos”. Luego, en 1965, el gobierno de la Democracia Cristiana inicia un proceso de “reforma de la educación, el cual permite el acceso igualitario de niños(as), mujeres y hombres a todos los estamentos educativos. La democratización de la enseñanza contendrá la construcción de establecimientos mixtos y el ingreso mayoritario de la población femenina popular a los centros educativos”, abriéndose así nuevas formas educacionales al interior de la figura del liceo, chocando con la lógica de lo “tradicional”. Esto, aunque desde 1945 se establece el «Plan de renovación gradual de la enseñanza secundaria», compuesto por tres etapas, que contaban en la creación de nuevas instituciones que replicaran el modelo del Liceo Manuel de Salas, el paso de algunos liceos tradicionales a establecimientos mixtos y, finalmente, la renovación de todos los establecimientos tradicionales.

Según el texto de Gómez, la última etapa de propuesta generó fuertes tensiones entre “los intereses tradicionales que representaban los liceos segregados por sexo” –argumentando que estos cambios constituían un “atentado contra la tradición de la enseñanza secundaria”, basada en la lógica original de la necesidad de mantener la diferenciación por género–, los que finalmente se impusieron.

Luego prosiguieron los intentos por la unificación del sistema, principalmente bajo los gobiernos de Frei Montalva y de Salvador Allende, pero tras el golpe militar se establece, a través de la Constitución de 1980, la división de clases en la educación, “asegurando la educación gratuita solo para la educación básica, y dejando a las reglas del juego del libre mercado la regulación de la educación”, explica Leonora Reyes. De esta manera, y de la mano del proceso de municipalización, se perpetuó la lógica del 1800 en los denominados Liceos de Excelencia, con un currículo unificado para hombres y mujeres, pero bajo la premisa de la necesidad de mantener liceos para “niñas y otros para hombres”.

Para Gómez es difícil comprender que, a 26 años de la instauración de la democracia, aún se mantengan las regulaciones del sistema educacional establecidos durante dictadura. Y pone como ejemplo la dictadura de Franco, en España, que con el fin de “volver a sostener la República y el conservadurismo, segrega la educación pública por sexo, pero de vuelta a la democracia lo primero que hacen en cambio, a nivel educativo, es volver a tener colegios mixtos”, explica.

Inflexión histórica y el peligro de la sexualidad

De acuerdo a los especialistas, la discusión se encuentra abierta y en un contexto de emergencia de nuevas demandas desde el feminismo y el avance internacional en la igualdad de género, ello presiona para que la agenda se vea copada con actos como la carta de Maria Asencio. Sin embargo, para Gómez, al igual que a principios del 1800, “la discusión por la educación secundaria aún se mantenía en grupos de élites” y, a pesar de que “hoy en día hay pocas labores diferenciadas, como educación física, tecnología, bordado, circuito eléctrico”, la educación secundaria se ha visto “impregnada en la lógica de la competitividad, del exitismo”.

A juicio de la historiadora Leonora Reyes, hoy se vive “un momento histórico de profundos cuestionamientos hacia aspectos que parecían muy naturales, como por ejemplo la superioridad intelectual masculina por sobre la femenina. La educación dividida por géneros solo promueve estereotipos funcionales, discriminando profundamente los aportes que cada ser humano puede ser”.

Para Gómez el temor de hacer los liceos tradicionales mixtos reside –a modo de hipótesis– en que “la gran amenaza es el ámbito sexual de los adolescentes. Cualquier cosa que amenace la competitividad es un problema y la sexualidad es un problema”. Explica que no existe una educación sexual profunda en los liceos públicos, ni tampoco la realidad de los liceos segregados por sexo anula otras expresiones de género, como la de los homosexuales, trans, asexuados, entre otros, por lo tanto, la apertura de esta discusión, “fuera del binario hombre-mujer, viene a potenciar una crítica profunda, de que el liceo de excelencia no es un espacio democrático y que solo se centra en la calidad educativa”.

Finalmente, señala que “el colegio mixto no es la única solución para los emblemáticos, esto debiera ser el punto de partida para que distintos sectores tengan injerencia en el proyecto educativo” y recalca que la planificación escolar nunca “está disociada del proyecto del Estado”, razón por la cual esta planificación diferenciada es intrínseca a la visión del actual Estado chileno.

Publicidad

Tendencias