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La profunda  crisis cultural de la política Opinión

La profunda crisis cultural de la política

Se hace inminente un cambio de paradigmas, de modelo económico y desarrollo, de pensamiento. Sobre todo en un momento no solo de crisis sino donde tanto y tantos mencionan la urgencia de ideas y programas.


Una de las interpretaciones más bellas de la política se encuentra en el mito de Prometeo, cuando este ve al hombre desnudo, sin defensa alguna, y decide robarles el fuego a los dioses y la habilidad mecánica de producirlo para otorgárselos a los humanos. Les entrega además el arte de la palabra, para que logren sobrevivir, comunicarse y reunirse. Estos, una vez reunidos, no poseyendo el arte político, es decir, el arte de convivir, se ofenden unos a otros, y empiezan a dispersarse y a perecer. Es entonces cuando Zeus interviene y le encarga a Hermes que les lleve el respeto recíproco y la justicia, principios ordenadores de las comunidades humanas, y puedan así crear lazos de solidaridad y concordia.

A diferencia de otras habilidades, como la medicina o la alfarería, que solo les fueron entregadas a algunos, Zeus dispuso que todos, sin excepción, participaran de este don, del arte de lo político, es decir, del respeto recíproco y de la justicia y quienes se negaran a participar, serían expulsados y condenados.

Si entendemos por crisis valórica de la política, el escaso o nulo valor que hoy le otorgamos a ella, es indudable que tal crisis existe. “Yo no sé nada de política”, “a mí no me interesa la política” o “no quiero saber nada de los políticos”, son frases más que recurrentes en nuestro cotidiano. El ámbito de lo político se asocia cada vez más con lo sucio, lo putrefacto, lo enfermo, lo infectado. Es lo que hay que evitar, so riesgo de contaminarse. Mientras más lejos, menor riesgo de contagio.

Es curioso que aquello que según el mito nos hace posibles como comunidad humana, sea, precisamente, aquello que nos hemos encargado de desvalorizar, anular, de excomulgar. Donde no solo operan las frases y actitudes individuales, sino que también existe un concierto social, una gran orquesta donde cada uno colabora para lograr la melodía final. Y aunque sea disonante, los medios de comunicación machacando y machacando dos discursos al unísono que se repiten hasta el infinito, delincuencia y política, que se vuelven inseparables en el inconsciente como una suerte de propaganda subliminal. Mientras, los mismos políticos repitiendo “yo no soy político”, en una lógica absurda de autonegación, de autoeliminación, casi como un suicidio colectivo inconsciente.

¿Somos todos responsables? ¿Somos nosotros mismos los artífices o pensamos en un alguien plural a quien favorece este desprestigio? ¿Tal vez manos ocultas que guían los hilos con una intención oscura, de la cual no tenemos conciencia?

Es verdad que cabría preguntarse si en nuestro imaginario colectivo alguna vez la política o los políticos gozaron de algún prestigio. Carlos Monsiváis, ese insigne mexicano, define la noción de Político como “el-que-todo-lo-hace-con-tal-de-subir-y-a-todo-llega-con-tal-de-quedarse”. Esta concepción, junto con la del corrupto, es bastante más recurrente que la del “loable y admirable servidor público”, que solo llega a la hora de la muerte, instalando irrebatible el dicho popular: “No hay muerto malo”.

Es difícil entender y explicar tal fenómeno con mensajes de doble vínculo: “Necesitamos la política, sin partidos una democracia es imposible” y, al mismo tiempo, “la política es sucia, cochina”. Es el mundo de la esquizofrenia social.

Pero es imposible reducir la crisis solo a la esfera de la política. Esta, como cualquier actividad humana, forma parte de un todo, se realiza dentro de una sociedad y una cultura determinadas. Los fenómenos sociales no se pueden aislar, y es así como los individuos forman la sociedad; la sociedad y la cultura están inscritas en cada uno de los individuos.

Ello implica causas y síntomas que siempre son reveladas de manera transparente. Como cualquier anomalía o enfermedad, se requiere conocer las causas para enmendar la situación. En nuestro caso son muchas.

Desigualdad, segregación y fraude de la ley

Chile es un país donde la equidad está ausente. Ostentamos uno de los primeros lugares del planeta en mala distribución de la riqueza. Derechos sociales como educación, salud y seguridad social son parte de los negocios más rentables para los dueños y la peor pesadilla para los beneficiarios. Enfermarse es una fatalidad, acceder a la educación superior una esclavitud económica y ser viejo una desgracia en el desamparo. El 80% recibe pensiones inferiores al salario mínimo, y el 44% está bajo la línea de la pobreza. Todo con el auspicio de la ley y del Estado al servicio del mercado.

Una brutal segregación social, pone en jaque la sola posibilidad de convivencia entre grupos y clases sociales diferentes, mientras el respeto recíproco y la justicia, como principio ordenador de las comunidades humanas, y de sus lazos de solidaridad y concordia, no existen.

Toda sociedad establece normas de convivencia sobre lo permitido y lo prohibido. Si las fronteras entre uno y otro se vuelven permeables, el orden se desmorona y los comportamientos que nos producían certezas se borran. Mi libertad se superpone y domina a la tuya.

[cita tipo=»destaque»]El arte mecánico lo hemos aprendido bastante bien. La ciencia ha superado los límites imaginables. Pero en lo que al arte de la convivencia, de la justicia, del respeto recíproco, del arte político, se refiere, lo hemos hecho bastante mal, y pareciera que mientras más avanzamos en la línea del tiempo, más retrocedemos en ese ámbito.[/cita]

Robar no es un delito sino una lucha contra el sistema y los abusadores que ya violaron el orden establecido al abusar de los mercados. Cuando el Estado establece un orden que alguien luego rompe sin que este sancione lo prohibido, sino que se retira o se omite, abre la puerta a la ley del más fuerte, aparece la impunidad y desaparece la justicia.

Chile está lleno de ejemplos es este sentido en las universidades que, siendo sin fines de lucro, tienen dueños, que las venden y compran, enriqueciéndose en presencia de un Estado inmóvil frente al fraude y la ilegalidad.

Las isapres tienen como finalidad única financiar las prestaciones de salud, con prohibición de participar en la realización de prestaciones. Sin embargo, su integración vertical con clínicas, mantiene cautivos a los “beneficiarios” y genera negocios millonarios a vista y paciencia del Estado.

La crisis del pensamiento

El conocimiento al servicio de la dominación o como ejercicio de poder, como control y no como expansión y crecimiento del ser humano en relación con otros, ha desvirtuado el concepto mismo de la razón.

Pero no solo el conocimiento como poder es cuestionable, sino lo que está en el origen del conocimiento. El pensamiento, la manera de organizar el saber, también está en crisis y, en consecuencia, la ética también requiere ser replanteada.

Un pensamiento que separa, que fragmenta, que compartimenta, que hiperespecializa, incapaz de religar, nos impide entender la solidaridad entre los fenómenos, y limita, en la práctica, la comprensión, y el ejercicio mismo de la solidaridad.

Edgar Morin se pregunta “¿qué es lo que destruye la solidaridad y la responsabilidad? Es la degradación del individualismo en egoísmo, y es simultáneamente el modo compartimentado y parcelado en el que viven los especialistas, técnicos, expertos… Si perdemos de vista la mirada sobre el conjunto, aquel sobre el cual trabajamos y vivimos, perdemos ipso facto el sentido de responsabilidad”.

Se torna urgente entonces preguntarse si existen alternativas, u otros modelos de vida aplicables a nuestra sociedad y nuestra política.

Se hace inminente un cambio de paradigmas, de modelo económico y desarrollo, de pensamiento. Sobre todo en un momento no solo de crisis sino donde tanto y tantos mencionan la urgencia de ideas y programas.

Parte está en el ejercicio de cambiar hacia un pensamiento complejo y ecológico. En la tríada hombre-sociedad-especie, cambiar al hombre para que en la sociedad pueda persistir la especie. Cambiar en esa tríada la relación con el entorno, donde el ser humano se conciba al interior de un cosmos que comparte con otras especies, con otros seres vivos. Hay que eliminar la supuesta superioridad del ser humano, primero sobre otros hombres, mujeres y otras especies y luego su rol de dominador sobre la naturaleza. Es decir, interrogarse sobre qué es ser humano y qué tipo de sociedad queremos construir.

Cambiar la Educación para cambiar el mundo. Claudio Naranjo, Edgar Morin, Casassus son algunos de los autores que proponen que la educación es necesariamente el camino a emprender, a condición de cambiarla mutando hacia una educación para el desarrollo de la conciencia, por tanto, de la responsabilidad, del respeto recíproco y, en consecuencia, de la convivencia, de la justicia.

Volviendo al mito de Prometeo, la primera gran enseñanza es que los humanos no pueden sobrevivir sin el arte mecánico y sin el arte de la convivencia. La segunda, es que estas artes, justamente por ser tales, no corresponden a instintos o impulsos naturales. Ellas deben ser enseñadas y aprendidas.

El arte mecánico lo hemos aprendido bastante bien. La ciencia ha superado los límites imaginables. Pero en lo que al arte de la convivencia, de la justicia, del respeto recíproco, del arte político, se refiere, lo hemos hecho bastante mal, y pareciera que mientras más avanzamos en la línea del tiempo, más retrocedemos en ese ámbito.

En esto, claramente, hemos fallado. No hemos sabido enseñarlo, no hemos sabido aprenderlo suficientemente. Incluso el aprendizaje del arte mecánico se ve mutilado, cuestionado, cuando lo hemos utilizado para matar, para destruirnos entre nosotros, para eliminar otras especies y para poner en duda, hoy, la sobrevivencia de nuestro planeta.

Probablemente una nueva forma de educar tenga la capacidad de devolvernos la humanidad, el respeto, la solidaridad y el amor, para construir aquello que los dioses, alguna vez, quisieron para nosotros.

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