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Universos paralelos: la brecha cognitiva entre la ciudadanía y la élite El grupo que toma las decisiones razona y percibe muy diferente al resto del país

Universos paralelos: la brecha cognitiva entre la ciudadanía y la élite

Alejandra Carmona López
Por : Alejandra Carmona López Co-autora del libro “El negocio del agua. Cómo Chile se convirtió en tierra seca”. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Malestar, rabia, abstención, movilizaciones, crispación. La elite política, económica y social se muestra pasmada ante los cambios de la ciudadanía y no se los explica. Un ensayo de Rodrigo Márquez, coordinador del Informe de Desarrollo del PNUD, entró en esta problemática, que es la que justamente abordó dicho estudio en 2015. Tres expertos comentan y analizan la evidente distancia entre estos dos Chile que no hablan el mismo idioma.


En la Encuesta de Desarrollo Humano 2013 (PNUD 2015) una de las preguntas fue qué producía la siguiente frase: “Algunos líderes plantean que el país está creciendo y que nos estamos acercando al desarrollo”. Las respuestas dieron cuenta de un porcentaje importante de sentimientos negativos: un 46 por ciento sentía molestia o desconfianza; un 20 por ciento, indiferencia; un 31 por ciento, orgullo u optimismo. Las personas se manifestaron más bien distantes de esta imagen de un país que avanza, y eso cruzaba los distintos segmentos socioeconómicos.

Rodrigo Márquez, coordinador del Informe de Desarrollo Humano 2015, profundizó en esa lectura y se enfrentó también a datos antiguos que asomaron una nueva idea: “Una sociedad en la cual una de las principales promesas del habla pública genera más bien molestia en quienes la escuchan, es una sociedad en la cual las élites están claramente en desconexión con la ciudadanía”, describió luego en un ensayo publicado por el Centro de Estudios Públicos, titulado “La distancia entre la ciudadanía y las élites. Una mirada desde el informe de Desarrollo Humano”.

En el texto se plantean distintos ejemplos para explicar esa desconexión en la que la incapacidad de las élites para comprender a las personas representa un obstáculo para pensar y actuar en sintonía con sus percepciones y demandas; una desconexión que es reconocida no solo en este ensayo, sino que también es apoyada por distintos actores relevantes en Chile.

Benito Baranda, presidente ejecutivo de América Solidaria, cree que la desvinculación de la élite con la ciudadanía es muy antigua. “Esto nace en el modelo educacional: eso de educar a la élite para educar a los pobres. La élite se encerró en sí misma. Incluso los supuestos meritócratas que fueron a colegios públicos, pero de élite, dejaron de vivir en sus barrios. Hay una élite religiosa también, de laicos y sacerdotes, que se van desvinculando de la realidad y empiezan a hablar de la doctrina, de principios y de valores”, dice Benito.

Wenceslao Unanue, director del Instituto Bienestar, coincide con el ensayo de Márquez. “La élite no entiende lo que pasa en la sociedad”, señala y explica sus razones: “Honestamente viven otra realidad. No van a hospitales públicos, no tienen a sus hijos en colegios públicos. No se preocupan de la jubilación, entonces es difícil que entiendan lo que pasa en la sociedad. La élite, que es la gente en el poder, la que toma decisiones, no sabe lo que vive el 99% de los chilenos, y esa distancia en parte tiene que ver con eso. ¿Cuándo alguien de Las Condes va a conocer a alguien de La Pintana? La segregación en Chile explica por qué está tan desconectada la élite”, comenta Unanue.

La desconexión

La brecha tremenda entre la ciudadanía y la élite –la gente que tiene poder, no la clase alta– anota, según el ensayo de Márquez, importantes puntos relativos a la pérdida de confianza.

“Por una parte, existe una fuerte percepción de la gente respecto a que no se cumple lo que se le ofrece. La misma encuesta del año 2013 es clara en mostrar un fuerte consenso entre los encuestados en relación con que los gobiernos en general no cumplen con sus promesas: un 24 por ciento declara que no se han cumplido las promesas y un 33 por ciento que se han cumplido poco, lo que suma un 57 por ciento para ambas opciones”, señala el texto.

“Por otra parte, existe una imagen transversal de la presencia de abusos en la sociedad. Así, por ejemplo, nuestros datos del año 2013 muestran que hay una importante opinión negativa de las grandes empresas. Los chilenos declararon que estas no cumplen mayormente la ley, y que cuando a ellas les va bien, el resto de la sociedad no se beneficia. En lo que se refiere a tratar a las personas con respeto, usando una escala de 1 a 7, un 32 por ciento les daba a las grandes empresas una nota roja (contra un 8,4 por ciento que las calificaba con nota 6 o 7). La experiencia de abuso, en distintos ámbitos, no deja tampoco de ser relevante: el 25 por ciento de las personas ha experimentado en servicios públicos una situación que califica de abuso en el último año; un 23 por ciento, en empresas privadas; un 20 por ciento, en la calle o en el transporte; y un 11 por ciento, en su trabajo o lugar de estudio. Nótese que estamos hablando de datos de solo un año y que el recuerdo del abuso perdura por más tiempo. Si se reúnen las diversas experiencias mencionadas, encontramos que un 45 por ciento de los encuestados ha vivido a lo menos una situación de abuso”, destaca el ensayo.

[cita tipo= «destaque»]Otro de los ejemplos de la incomprensión por parte de la sociedad, según Márquez, apunta a la relación de los chilenos con el mercado. “La evidencia cualitativa nos indica que no es el mercado como tal lo que los chilenos rechazan. Lo que critican es la mercantilización de todos los aspectos de la vida. Quien piensa que el mercado funciona y es valioso al comprar ropa no está obligado a concluir lo mismo en, por ejemplo, salud”, señala el estudio.[/cita]

Respecto a la desconfianza, Wenceslao Unanue indica que en sus estudios ha visto incluso cifras más dramáticas respecto a este punto. “Hablamos de falta de confianza, que no es lo mismo que desconfianza. Cuando tienes desconfianza estás seguro que te van a perjudicar.  Tú tomas acciones con respecto al otro. Cuando hay desconfianza hay rabia y tratas de tomar acciones en contra del otro. En Chile, cuando les preguntas a las personas, no tienen elementos propositivos sino criticas, y ahí viene la rabia”.

El problema de esta desconexión no es solo que exista. El ensayo de Márquez apunta también a las consecuencias y repercusiones. Desde esa incomprensión de cómo piensan los ciudadanos es fácil creer que son ellos los equivocados o los desinformados. “Este es el rasgo más frecuentemente mencionado por las élites al momento de señalar cuáles son los principales defectos que ellas ven en los ciudadanos: un 38 por ciento de la élite declara que el principal defecto de los ciudadanos es estar desinformados”, detalla.

Sin embargo, el propio Márquez expone que  las críticas hacia la sociedad y sus instituciones no significa que nada haya cambiado, sino que la manera en que se expresa  se ha metamorfoseado y ha transitado desde un malestar implosivo (que vivía hacia adentro) a uno expresivo (que identifica responsables. En 1997, de acuerdo a los datos del informe Desarrollo humano en Chile 1998, dos tercios de las personas decían sentirse poco y nada informados acerca de las cosas que pasan en Chile y que son importantes para sus vidas. Actualmente, la mayoría de las personas dice sentirse informada acerca de las cosas que son relevantes para ellas.

Cristián Leporati, director de la Escuela de Publicidad de la Universidad Diego Portales, cree que la ciudadanía ha encontrado en las redes sociales y el mundo digital no solo mayor empoderamiento sino también más información. Leporati cree que este quiebre se produjo en 2006, con el movimiento pingüino y que ese contexto aún no ha sido entendido por la élite.

“No se da cuenta que el país cambió, que comenzó a opinar y a crearse un imaginario digital que no existía”, dice Leporati, quien señala que las élites, aferradas al concepto de la entrega de donaciones o la caridad, siempre creyó que de esa forma iba a arreglar una deuda histórica con Chile. “Para buena suerte aparecieron las redes digitales… un inconsciente colectivo que antes no existía, medio junguiano Este inconsciente colectivo hace que las personas se comuniquen a través del Twitter, Facebook… sacando fotos. Entonces la información se democratiza y se suelta”, explica.

Leporati insiste en que el 2006 es el punto de quiebre y lo grafica así: “Las redes funcionan, para describir una metáfora, como el lienzo de ‘El Mercurio miente’, pero en mucho mayor grado. En ese momento en alguna forma el país se fracciona y las élites se separan aún más de lo popular –aunque siempre lo han estado–. Antes, comunicacionalmente, los poderes globales fraccionaban la información, pero ahora eso no pasa. El sentimiento que antes aparecía era que ciertos líderes encarnaban algunas luchas; ahora eso no pasa. Las redes contactan a cientos de personas en un momento dado”.

Lo que la élite no entiende

De acuerdo al texto de Márquez, la incomprensión de la élite con respecto a la sociedad tiene otra consecuencia, que quizás sea más grave: a partir de determinadas señales se sacan conclusiones apresuradas, que no siempre son acertadas. Márquez plantea que las categorías analíticas que usamos nos impiden entender qué es lo que sucede en la ciudadanía.

“En otras palabras, las categorías de pensamiento de la élite no son las mismas que usan las personas que están fuera de ella, y entonces lo que aparece como contradictorio en realidad no lo es, o las consecuencias de las afirmaciones son diferentes. Más aún, bien se puede decir que el debate público en el cual participa la élite parece obligar a dicotomizar las opiniones que, en la ciudadanía, no se dejan interpretar tan fácilmente en oposiciones duales”, sostiene.

Es lo que sucede, por ejemplo, con la meritocracia. Pese a que diversos estudios apuntan a la fuerte valoración del esfuerzo personal entre los chilenos, en otros también demandan mayor presencia del Estado. Alguien podría pensar que ambas son incompatibles, pero no. Es un mensaje.

Respecto al punto de la meritocracia, Benito Baranda apunta a que históricamente este concepto ha estado relacionado con el esfuerzo de la gente. “Cuando brindas oportunidades similares esto funciona, pero cuando no, la meritocracia tiende a ser una gran hipocresía. Ráscate con tus propias uñas y llega arriba como puedas. Y se pone de ejemplo al negrito de Harvard, pero eso no es una generalidad”, señala Baranda.

Otro de los ejemplos de la incomprensión por parte de la sociedad, según Márquez, apunta a la relación de los chilenos con el mercado. “La evidencia cualitativa nos indica que no es el mercado como tal lo que los chilenos rechazan. Lo que critican es la mercantilización de todos los aspectos de la vida. Quien piensa que el mercado funciona y es valioso al comprar ropa no está obligado a concluir lo mismo en, por ejemplo, salud”, señala el estudio.

Sobre este punto el malestar es claro. Las últimas movilizaciones apuntan al corazón de este descontento social: las protestas por educación o por un sistema digno de pensiones acompañan esta crítica. Unanue cree que esto es algo que ha costado mucho entender en Chile. “Tú puedes estar de acuerdo con un sistema de mercado, y ser pro mercado, pero no significa que todo se ajuste a eso. Vas a otros países pro mercado, pero donde entienden que no todo se puede entregar al mercado, como la salud o las pensiones. Hay sectores en los que uno no puede mezclar el mercado con labores que son del aparato público”, refiere Unanue.

Respecto a la desigualdad, el ensayo de Márquez dice que el debate público normalmente concentra su preocupación en torno a la desigualdad de ingresos. También señala que los datos recogidos por el PNUD, así como otros estudios, muestran una percepción más compleja: en la Encuesta de Desarrollo Humano 2013, en una escala de 1 a 10, en que 1 es nada importante y 10 es muy importante, la igualdad obtiene un promedio de 8,49 de valoración, con casi un 50 por ciento respondiendo con la nota 10. Los datos cualitativos también describen que existe una percepción dividida de la sociedad: “ellos”, los pocos que están arriba; versus “nosotros”, los muchos de abajo.

El texto propone que, en algún sentido, lo que produce especial molestia con la desigualdad es el abuso que se genera a partir de ella: “Así, por ejemplo, en las conversaciones grupales no se recalca demasiado la desigualdad económica como tal, sino sus consecuencias: los grupos más bajos enfatizan que ‘los ricos’ simplemente no son tratados por la sociedad o el Estado de igual forma que el resto de la población, y esto en muy diversos planos. La sociedad hace todo más difícil para quienes más lo necesitan”.

Benito Baranda cree que la desigualdad económica sigue siendo importante, pero también repara en el trato. “Es difícil el trato, eso de ‘yo soy mirado en menos, me pagan un sueldo bajo’. Creo que esa percepción de injusticia y de trato desigual genera mucho malestar. Cuando CEP o INDH hacen encuestas, los números varían entre un 41% y un 50% respecto a que se asocia la pobreza a la flojera. Se tiende a culpar de un individuo de algo que la sociedad no ha sido capaz de hacer”, manifiesta.

Rodrigo Márquez también menciona como ejemplos la evaluación de la vida personal versus la vida de la sociedad, así como la demanda de cambios y la opinión acerca de las propuestas de cambio, para terminar de configurar un panorama que explica esa profunda desconexión de la élite.

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