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La renuncia al realismo ANÁLISIS

La renuncia al realismo

Carlos Correa B.
Por : Carlos Correa B. Ingeniero civil, analista político y ex Secom.
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Una de las razones del alargamiento de la etapa de negación es lo que en Gestión Organizacional llaman el síndrome del pensamiento grupal, referido a un grupo directivo de una institución que suele cerrarse en sí mismo, creando una complicidad que aísla a los disidentes, dedica mucho tiempo a buscar culpables, prefiere la cohesión y las confianzas en vez de la lectura crítica de la realidad, no toma decisiones en espera de las señales del líder, tergiversa o controla la información que fluye y, por tanto, instala el inmovilismo cuando se necesita salir a jugar.


Cuentan varios que tuvieron la posibilidad de ir a La Moneda el día de la elección que, en medio de la comida en el Salón Montt-Varas, preparado para la celebración o sahumerio colectivo según correspondiera, más importante que los análisis o las reflexiones, lo más llamativo eran las estruendosas carcajadas de la jefa de Gabinete de la Presidenta, que pese a la evidente responsabilidad que le toca en un momento de crisis, prefería el chiste grueso antes que la lectura de la realidad.

Quizá no haya que alarmarse. Hace bien no perder el sentido del humor en momentos de una tragedia. Permite pensar serenamente y analizar los distintos escenarios para tomar caminos de acción. Pero funciona bajo el supuesto de que se está pensando. Una segunda interpretación de una situación así suele ser mucho más grave: personeros clave y con acceso a la Presidenta han perdido conexión con la realidad y no entendieron en los primeros momentos, que suelen ser los determinantes en una crisis, qué fue lo que pasó.

La tardanza inexplicable de La Moneda en dar explicaciones o contexto, es un fuerte indicio de que esa noche primó la renuncia al realismo, parafraseando la frase que inventaron los asesores de siempre. Dicha demora fue fatal en lo comunicacional, pues permitió, con todos los medios desatados e instalados en el Patio de los Cañones, que se tejieran un cuanto hay de hipótesis y el relato sobre esa noche en La Moneda se centrara en un andamio que se desmantelaba y no en un Gobierno que leía la voz del pueblo, tal como había prometido la propia Presidenta en una entrevista a un medio escrito.

La grandeza de Carolina Tohá y la habilidad de Ricardo Lagos de leer que era el momento necesario para hablarle a la tropa cansada, acrecentó aún más en la opinión pública la sensación de que en Palacio pasaban esa noche por una anomalía magnética que les hacía confundir el peso de la noche con un simple eclipse.

Peor aún, el propio discurso que leyó la Presidenta se centró en culpar de los malos resultados a la coalición que la sostiene y los personalismos. Como representación visual del antipersonalismo, se le rodeó de funcionarios poco conocidos por los medios, quedando los rostros de los ministros políticos en un segundo plano.

¿A qué llamará La Moneda “personalismos”? ¿Será un mensaje subliminal a los candidatos y candidatas de la coalición de Gobierno que aspiran a estar en la papeleta presidencial? ¿Una respuesta enojada para Lagos que había hablado hace poco sobre los restos de la Batalla de Santiago? El lenguaje críptico que a veces ocupa La Moneda en sus vocerías hace difícil decodificar para quién iba el pescado envuelto.

La literatura sobre comunicación estratégica, suele decir que, cuando una organización atraviesa una situación de crisis, la primera fase que se produce es la de negación. En dicho período se suele culpar a terceros de lo ocurrido, las alertas que se plantean son tomadas como deslealtades y leídas con la paranoia de quien se siente invulnerable y se suelen malinterpretar las señales del entorno. Incluso se llega a casos donde se manipulan datos para no alarmar más de lo necesario al líder de la organización.

La etapa de negación es considerada como normal, siempre que dure horas o máximo un par de días, para así poder reaccionar con madurez a la crisis. Pero lo que nadie espera es que dure semanas o, peor aún, que parezca una negación de la realidad sin fin.

Una de las razones del alargamiento de la etapa de negación es lo que en Gestión Organizacional llaman el síndrome del pensamiento grupal, referido a un grupo directivo de una institución que suele cerrarse en sí mismo, creando una complicidad que aísla a los disidentes, dedica mucho tiempo a buscar culpables, prefiere la cohesión y las confianzas en vez de la lectura crítica de la realidad, no toma decisiones en espera de las señales del líder, tergiversa o controla la información que fluye y, por tanto, instala el inmovilismo cuando se necesita salir a jugar.

[cita tipo=»destaque»]Según los manuales de comunicación en crisis, la fase de negación pasa cuando la organización involucrada es capaz de describir con honestidad y sentido autocrítico qué está pasando, en vez de censurar a disidentes y ver personalismos y traiciones en todas partes. Quizá es hora de apagar la música y las carcajadas para poder escuchar.[/cita]

No solo la academia ha dedicado tiempo a este fenómeno, también la literatura y el cine han hecho de las suyas con la etapa de negación. Probablemente la mejor película sobre la renuncia al realismo en un momento de crisis, es la alemana La Caída, que relata los últimos momentos en el búnker de Hitler. Se narra con mucha naturalidad cómo se privilegiaba la cohesión interna en vez de la realidad en medio de las bombas y el asedio soviético. Las llamadas frenéticas de generales en el frente eran negadas, y el ambiente en el círculo estrecho de poder del Führer era una mezcla perfecta entre paranoia y risotadas eternas, incluyendo fiestas con música en vivo y escenarios.

Ha pasado a la historia del cine, por lo bien representada por Bruno Ganz, la famosa escena en que el líder del Tercer Reich muestra a sus generales un plan para salir de la crisis, ocupando divisiones que rodearían a los soviéticos y salvarían la situación. La reacción honesta de uno de los generales, al decirle que no existen tales divisiones y que todo el Tercer Reich se ha reducido al búnker, provoca un estallido de ira en el líder que ha sido replicado hasta el infinito en las redes sociales bajo los divertidos títulos de “Hitler se entera de…”.

Pero, en el mundo real, ¿es correcta la hipótesis que construyó el Pensamiento Grupal que manda en Palacio para mantener la cohesión interna?

La verdad es que pasaron cosas de muy distinto signo. La primera lectura es que la derecha no tiene el camino tan amplio como instalaron esa noche, ante el silencio del oficialismo. Algunos corifeos del neopiñerismo han salido a decir que la derecha ganó como consecuencia de las reformas y el divorcio de la NM con la clase media. Esa hipótesis es contradictoria con el hecho de que alcaldes de la coalición de Gobierno ganaron en Huechuraba, Independencia, Recoleta, Pudahuel, Quinta Normal, junto con muchas otras comunas donde reside dicha clase media. Tampoco la derecha menciona que no ganó en ninguna de las 5 capitales regionales del Norte, donde la Nueva Mayoría obtuvo 3, en tanto que 2 quedaron en manos de independientes, pese a la gira y el apoyo directo que dio Piñera en varias de estas ciudades.

Más aún, la derecha bajó su cantidad de votos, fue segundo lugar en concejales, así que tiene un camino largo y dificultoso para volver al poder. Pero ganaron la batalla de los medios esa noche al instalar un triunfo, simbolizado por las victorias en Santiago y Providencia, responsabilidad, en el primer caso, de la repetición del síndrome del balconazo y, en el segundo, de una alcaldesa que prometió una Nueva Providencia, que resultó peor que la anterior, salvo la calle de ese nombre.

Si se revisan las campañas ganadoras del oficialismo, se verá un fuerte énfasis en lo local y no en la larga ronda de visitas de ministros, como fue el caso de Santiago, donde los funcionarios de Gobierno, repitiendo los errores que hundieron al ex alcalde Pablo Zalaquett hace 4 años, hicieron una competencia por quién se sacaba más fotos con la alcaldesa. Como las encuestas en La Moneda la daban por ganadora, todos querían ser cómplices de ese triunfo que iba a exorcizar la mala racha y lo que el vocero suele llamar despectivamente ‘fuego amigo’, para referirse a las declaraciones de los partidos de la coalición gobernante.

Se logró, con esta estrategia, al igual que en 2012, que los electores de Santiago vieran la oportunidad de ocupar la elección municipal como un plebiscito sobre la gestión de Gobierno, y votaron como lo predicen las encuestas que el ministro del Interior relativiza una y otra vez.

Otro elemento a analizar fue la alta abstención. Hay que recordar que se lanzó una campaña llamada Yo sí voto, con los ministros invitando a las urnas. Pese al evidente contrasentido de ocupar políticos para convencer a los ciudadanos de que las elecciones son algo más que una agenda propia de la clase dirigente, en los aparatos de comunicación del Gobierno persistieron en su línea publicitaria.

Punto aparte merece la frase ideada por el Servel para luchar contra el abstencionismo: Votar te hace grande, copiada de una conocida marca de saborizante alto en azúcar. Ambas campañas se basaban en un supuesto erróneo: no ir a votar es igual a descontento social, cuando en la realidad las razones tienen mucho que ver con asuntos prácticos: desinformación, dificultades para llegar al local de votación, poco interés, y la sensación de que se puede ocupar en algo más útil para la vida propia el tiempo destinado a ir a votar.

Según los manuales de comunicación en crisis, la fase de negación pasa cuando la organización involucrada es capaz de describir con honestidad y sentido autocrítico qué está pasando, en vez de censurar a disidentes y ver personalismos y traiciones en todas partes. Quizá es hora de apagar la música y las carcajadas para poder escuchar.

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