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Óscar Contardo sobre Rafael Garay: «Es una especie de Donald Trump tamaño bonsái»

Óscar Contardo sobre Rafael Garay: «Es una especie de Donald Trump tamaño bonsái»

En su columna en La Tercera, el periodista señala que «tal como alguna vez ocurrió con Mauricio Israel -el gesto burlón, el tono cabreado, la vocación por el ciudadano medio, el desprecio por el matiz-, la principal arma de Garay era una oratoria segura y un estilo sentencioso implacable, combinado con un aderezo de conciencia social de manual escolar, en donde lo que asomaba era la manipulación de la culpa estallando por todos los costados. Un truco al que ya otros habían echado mando».


Contardo compara el caso de Rafael Garay con la novela El adversario, de Emmanuel Carrere. » Aquel libro relata la vida real de un hombre irreal, un tal Jean-Claude Romand, quien luego de asesinar a su familia, debió confesar que toda su biografía era un invento que sostuvo frente a su mujer, hijos, amigos y vecinos durante años, hasta que se tropezó con la realidad y sobrevino la tragedia», escribe, en La Tercera.

El periodista establece la comparación de la siguiente manera:»Romand se había hecho una historia a la medida de un suburbio de clase media acomodada, y cuando no pudo mantenerla en pie, no vio más opción que eliminar a los testigos. El criminal francés, como Rafael Garay, fingía ser otro, pero a diferencia del dizque economista chileno, él creó un personaje sólo para sus cercanos. No hizo una carrera académica a punta de mentiras, ni logró dirigir un museo de arte, ni fraguó amistades con figuras conocidas, celebridades de matinal, estrellas del micrófono radial, políticos del nuevo entusiasmo, ni mucho menos se codeó con estrategas de la revolución de plasticina; Romand tampoco se paseó por cócteles de inauguraciones de galerías, ni disfrutó de la adictiva alegría de las fiestas de los happy few de la industria de los rostros de televisión, como si fuera uno más».

El asesino francés -escribe Contardo, solo apareció en lso medios cuando su historia llegó a la justicia y cobró rango universal gracias a la novela de Carrere. «A Garay, en cambio, todos parecían conocerlo de naranjo y, en alguna medida, admirarlo como a una especie de extravagante superhéroe sin antifaz. Aunque en el fondo todo en él fuera una máscara», dice.

«Tal como alguna vez ocurrió con Mauricio Israel -el gesto burlón, el tono cabreado, la vocación por el ciudadano medio, el desprecio por el matiz-, la principal arma de Garay era una oratoria segura y un estilo sentencioso implacable, combinado con un aderezo de conciencia social de manual escolar, en donde lo que asomaba era la manipulación de la culpa estallando por todos los costados. Un truco al que ya otros habían echado mando», señala el escritor.

Agrega que: «En su versión de candidato, todo su patrimonio se debía a que desde muy niño él vendía pollitos. Rafael Garay hizo lo propio en un estilo más tenue, cuando contó en una entrevista que su papá tuvo una empresa que quebró, un hecho que tuvo profundas consecuencias en la economía familiar. ¿Cómo decidió ilustrar la debacle para que comprendiéramos? Contando que durante años sólo comió tallarines. Así de pobre había sido. Por eso a él nadie le venía con cuentos. Le daba igual vivir en Patronato o La Dehesa, tener un auto corriente que seis de lujo. Tan poca importancia les daba a esas patrañas que se mofaba de las poses viviendo en La Dehesa y manteniendo seis autos de lujo».

Por último, destaca que «Garay, como tantos otros, fue un alumno aventajado de ese espíritu avasallador de líder que suele habitar entre los varones que conocen los secretos de un buen negocio y logran encumbrarse, aplicando métodos de sobrevivencia propios de un campo de combate en donde no todos son enemigos, pero sí cualquiera puede ser su víctima si la oportunidad lo amerita».

«Una especie de Donald Trump tamaño bonsái. Ejemplares de los que jamás hay que esperar nada de nada, menos aún una disculpa sincera y a quienes de poco vale preguntarles las razones de sus faltas. Más provechoso sería preguntarse por otra cosa: ¿Cómo logran conocer tan certeramente lo que los otros esperan, aquellos vacíos y carencias que luego buscan satisfacer para dejar caer el zarpazo? ¿Lo intuyen? ¿Lo reconocen con sólo mirarlos? Me gustaría escudriñar en la fascinante sabiduría del impostor, en el secreto que los distingue de cualquier otro rufián, el poder de ver en la debilidad y la miseria ajena una oportunidad que vale la pena aprovechar, engañar sin asco y, de paso, cobrar por los consejos brindados. ¿Qué ven ellos en los otros, en nosotros? Romand sólo podría responder por su familia, Garay lo haría por muchísima gente más», finaliza.

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