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“No es menor que este año, donde la movilización terminó en tomas reventadas y confrontación directa, sean  las universidades con estudiantes más pobres” Luis Thielemann desmenuza en su texto las entrañas del movimiento estudiantil:

“No es menor que este año, donde la movilización terminó en tomas reventadas y confrontación directa, sean las universidades con estudiantes más pobres”

Macarena Segovia
Por : Macarena Segovia Periodista El Mostrador
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La investigación histórica “La anomalía social de la transición. Movimiento estudiantil e izquierda universitaria en el Chile de los noventa”, que fue editada por Tiempo Robado, intenta llenar vacíos clave al interior del movimiento, por ejemplo, generar investigación con perspectiva de clase. Según el autor, lugares que este año alcanzaron los mayores grados de violencia y frustración –como la Universidad Alberto Hurtado–, muestran que ni el movimiento estudiantil ni la izquierda han sido capaces de ofrecerles, a los sectores populares, una real alternativa de cómo practicar la política, cómo producir una lucha y llevarla al éxito.


La anomalía social de la transición. Movimiento estudiantil e izquierda universitaria en el Chile de los noventa, es el libro del candidato a doctorado en Historia, militante de Izquierda Autonomista y miembro del equipo de investigadores de la Fundación Nodo XXI, Luis Thielemann. Ex miembro del movimiento estudiantil de mediados de los 2000, que ha sido reconocido por historizar las bases del estallido de 2011 y que encuentra su origen décadas antes.

De esta forma Thielemann desmenuza el movimiento secundario y universitario de fines de la dictadura hasta el cambio de siglo, marcado por el protagonismo de las capas medias y altas  y el juego de la Concertación utilizando el espacio como cultivo de futuros líderes políticos. Según el autor el texto –cuya investigación está hecha a partir del archivo de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y su tesis de magíster– “no busca explicar el movimiento estudiantil presente, pero claramente se encuentran respuestas”.

En el relato se hallan líneas gruesas y transversales que caracterizan al movimiento en su origen, las cuales se remontan a la crisis del Movimiento Estudiantil, de la Universidad y de los programas de estudios propios del siglo XX. “Estos elementos van a ir formando un malestar estudiantil, que en un principio va a ser sumamente difuso y poco politizado”, señala el historiador. Este proceso en escalada se puede ejemplificar en la ascendencia de las demandas. Primero era la falta de financiamiento, luego, se comprende que esto se debe a “un modelo educacional de mercado y porque hay una sociedad neoliberal. Entonces vas avanzando. Esta crítica se demoró dos décadas en ir elaborándose”.

El libro tiene el objetivo de cubrir un periodo olvidado y también una función política, “que es mirar más allá de las coyunturas, las que le dan más realce a los movimientos sociales, lo que en el Movimiento Estudiantil es particularmente frecuente, porque las generaciones duran cuatro, cinco años. Entonces, cada cinco años tienes gente totalmente nueva que no tiene idea de lo que pasó anteriormente, entonces cae muy rápido en el mito”. Por eso el texto también está pensado como un insumo de autoformación para los dirigentes.

La investigación histórica, que fue editada por Tiempo Robado, intenta llenar vacíos clave al interior del movimiento, por ejemplo, generar investigación con perspectiva de clase. Según Luis Thielemann, este tipo de investigación, a pesar de que no es totalmente logrado en su texto, debe “entender las diferencias entre las universidades más ricas y las más pobres, y los comportamientos que tienen. No es menor que este año –no creo que esté bien– en los lugares donde la movilización terminó en niveles de frustración, tomas reventadas, violencia y confrontación directa, sean precisamente las universidades con estudiantes más pobres. Esto tiene que ver con que ni el movimiento estudiantil ni la izquierda han sido capaces de ofrecerles a los sectores populares una real alternativa de cómo practicar la política, cómo producir una lucha y llevarla a un término que gane”.

Un movimiento elitizado

El Movimiento Estudiantil tiene un arraigo histórico marcado por su cuna en los sectores medios y altos, al menos hasta los años 70, “históricamente democratacristiano, radical, muy ligado a los partidos de centro, a excepción del caso de la Universidad de Chile, que comparte entre una izquierda no tan radical, con los partidos de los sectores medios”, señala el autor. Con la llegada de la Unidad Popular al Gobierno, se masifica la Educación Superior, hasta se triplica entre los años 1969 y 1973, matrícula que fue copada con estudiantes de sectores de clase baja.

[cita tipo= «destaque»]El segundo factor es el Gobierno de Sebastián Piñera y el nombramiento de Joaquín Lavín al mando del Mineduc. “Desaparece la franja de operadores de la Concertación, que eran militantes del PPD, formados por Peñailillo. Hoy día no tienes eso, porque la Concertación dejó de producir dirigentes estudiantiles hace 15 años, entonces esa franja desaparece”. Por otra parte, la derecha “nunca ha tenido operadores en el movimiento social, entonces, además, tú puedes golpear y el Gobierno no envía a nadie a negociar”.[/cita]

“Las universidades se empiezan a llenar de estudiantes que no son parte de la vieja élite” y, a su vez, se instala un modelo económico en que uno de cuyos principales efectos está en “reventar los resortes de reproducción social de las clases medias. Esto significa que todos los espacios históricos donde la clase media se reproducía a sí misma –educación superior, trabajo estatal, la tecnocracia o intelectuales orgánicos de la reproducción–, van a empezar a ser atacados, o son privatizados derechamente. El objetivo cambia, de responder a las necesidades sociales del Estado, a un fin de mercado y, por lo tanto, el trabajo que la sostiene comienza a ser un trabajo explotado”, explica Thielemann.

“Es verdad cuando Lagos y Tironi dicen que este es un malestar de clase media. Pero eso no significa que las clases medias lo estén pasando la raja, solo te dice que corresponden a personas que están en este espacio del sector productivo. Pero que sean sectores medios no dice que no sean sectores pobres, hay una forma cultural y social de clase media que ha sido paulatinamente proletarizada en las últimas décadas y eso es lo que se moviliza. Por eso la gente de la Universidad de Chile está dispuesta a salir a pelear, no porque esté pobre y se esté muriendo de hambre, sino  porque ve que los espacios que tradicionalmente los habían reproducido a ellos, los mitos con los que crecieron, se vieron amenazados”, agrega.

Este malestar se acentúa al revelarse los altos grados de endeudamiento. “El estudiar no te promete nada y probablemente te mande a la cesantía, si consigues pega no es la del profesional del siglo XX, y además que estás en una universidad en la que no aprendes nada y solo te están sacando plata. Más encima te endeudan”. Esta situación de colapso –detalla– trae consigo “una situación en que los sectores medios, apoyados por los sectores populares, juntan distintos malestares que ha producido el neoliberalismo y encuentran una síntesis en la frase: No al Lucro”. En opinión del autor, la frase expresa dos cosas concretas: la búsqueda por que no conviertan derechos sociales en un negocio y que ese negocio es ilegítimo, porque se obtiene de algo que debiera ser un derecho. Por algo de aquí sale la hebra AFP, Salud, nacen hebras de conflictividad social contra lo que se considera una ganancia ilegítima, a la que se ha llamado «lucro».

Esta composición centrada en el exitismo y la aspiración intrínseca al neoliberalismo, hace –según Thielemann– que en ocasiones “el Movimiento Estudiantil sea facho o despolitizado. No le prendo velas al Movimiento Estudiantil, ni a la clase obrera del siglo XX, ni nada, porque creo que se pegan esos delirios de que los seres humanos, por ser subalternos y explotados, son ontológicamente buenos, o están del lado de los buenos. No. Eso no es lo que los hace importantes históricamente”, puntualiza.

Según la investigación histórica de Thielemann, “los estudiantes han sido fachos a veces, desprecian a los sectores populares, cuando son de clase media tienen una arrogancia individualista, muy neoliberal. Pero, a la vez, materialmente están obligados a pelear, y ahí entra la posibilidad de la izquierda. No importa lo que crean, hay una unidad contra el neoliberalismo, que están obligados a pelear”.

Es en este transitar que el movimiento deja su origen neoliberal, descubren que su real enemigo no es “el estudiante de la Alberto Hurtado o de la Católica Silva Henríquez, sino que es Lagos, Bitar, la Banca”. Este cambio marca una diferencia del Movimiento Estudiantil, lo vuelve “políticamente importante, porque su propia lucha le permite aprender cosas. A diferencia del de las AFP, que puede ser masivamente más impresionante pero políticamente está años atrás, porque no ha producido esa unificación de ideario, de programa, de lucha”, sentencia Thielemann.

Para el historiador, el Movimiento Estudiantil se tiene que calificar como una “escuela de lucha de los nuevos trabajadores del siglo XXI”, y explica que por él han pasado más de 1 millón de trabajadores que han aprendido a hacer y dirigir asambleas, construir programas, petitorio, entre otras tácticas, “han aprendido a equivocarse, a perder, a ganar. Cuando los pobres aprenden eso, es más interesante”. Un ejemplo de esta escuela –de la que también Thielemann ha sido ‘pedagogo’, ya que se ha dedicado a levantar escuelas de formación para dirigentes– queda en evidencia en el movimiento de profesores 2014-2015: “Este no es comparable a los paros de los 90, marcados por la burocracia, corporativismo y el gremialismo. De repente aparece un paro conducido por profesores jóvenes, nuevo y renovado, y recuerdas que las facultades más movilizadas en los últimos 25 años son las de pedagogía o las de filosofía y humanidades, que producen más profesores”.

Historia que irrumpe por su propio peso

En el libro La anomalía social de la transición. Movimiento estudiantil e izquierda universitaria en el Chile de los noventa, se logra comprender que lo ocurrido en 2011 no es una casualidad histórica, sino más bien “una anomalía –por eso lleva ese título el libro–, es algo que no tenía que suceder según todos los teóricos, pero cuando lo miras en perspectiva es obvio que en algún momento se iban a enojar”, señala Thielemann.

Los ingredientes mortales para la constitución del movimiento de 2011 son bastante específicos. De acuerdo al autor, estos se concentran en “una generación muy particular, que es la primera que no carga con el miedo de pelear que tienen las generaciones anteriores de la dictadura. Es una generación que está dispuesta a quemar todo. Eso es interesante, porque, para bien o para mal, no tiene esa tranca de la derrota, el pesimismo aprendido. Que Sergio Bitar nos diga ‘yo luché contra la dictadura’, a mi generación puede que nos haga sentido, pero nos da rabia; a la actual generación no le importa simplemente”.

El segundo factor es el Gobierno de Sebastián Piñera y el  nombramiento de Joaquín Lavín al mando del Mineduc. “Desaparece la franja de operadores de la Concertación, que eran militantes del PPD, formados por Peñailillo. Hoy día no tienes eso porque la Concertación dejó de producir dirigentes estudiantiles hace 15 años, entonces esa franja desaparece”. Por otra parte, la derecha “nunca ha tenido operadores en el movimiento social, entonces, además, tú puedes golpear y el Gobierno no envía a nadie a negociar”.

Para el historiador, ex miembro del movimiento, la gracia de la generación de 2006-2011 está en “que supo actuar con la inteligencia mínima, en un momento muy particular. Pero no les prendería velas por nada, hay que tener humildad dentro de la historia. Ellos no avanzaron porque siguieran tal o cual táctica, o tal vez sí, pero en coyunturas tan cortas e incontrolables no es lo fundamental. Su única gracia fue haber tenido la claridad de haber entendido cómo se movía la historia en ese momento, pero la historia no se mueve por tus palancas y eso queda demostrado en que nunca nadie puede predecir un reventón”.

No + AFP no alcanza a Sin Fines de Lucro

Un movimiento que parece encender las alarmas tanto o más que el estudiantil, en este 2016, es el de “No+AFP”, que ha tenido multitudinarias marchas a lo largo de todo el país, a pesar de los intentos del Gobierno por resolver el conflicto con una serie de medidas en pos de mejorar las pensiones.

En el plano de la especulación, Thielemann se aventura con una comparación entre ambos movimientos y el posible origen del “No+AFP”. “Creo que tiene que ver con que había un consenso en torno a las AFP, sostenido en promesa neoliberal que muchos chilenos creyeron en los 90 y es que con la capitalización individual ibas a vivir bien con tus pensiones. Por algo no reclamaron antes, porque lo creían o no les importaba, parecía que no les causaba tanto problema como para enojarse”, indicó.

Agrega que llega un momento en que la promesa no da más, ya que no cumple. “Hay pensiones de 70 mil pesos, para los que antes de trabajar ganaban 300 mil, además, efectivamente se ve que los egresados de tu carrera están trabajando en bares, como meseros, y ahí el consenso, que se sostenía en la promesa neoliberal de la movilidad social e individual, caga”, sentencia.

Enfatiza que hay que tener presente, para analizar estos procesos sociales, que es el conflicto social el que hace que la mentalidad de las personas cambie. “El conflicto social nace porque hay gente desesperada, nadie sale a recibir lumazos a la calle porque va a llegar el socialismo –salvo los fanáticos del socialismo, que hay muy pocos–, pero cuando se sale a pelear a la calle y no se es militante, se sale a pelear porque se está desesperado o porque puede ganar algo mejor de lo que tiene”, y esto es lo que, según él, marca las últimas marchas por el sistema de pensiones.

A juicio del historiador, es factible que siga habiendo conflicto social, “lo que yo no puedo asegurar es que va a tener el tono del Movimiento Estudiantil: un Movimiento Social que lo logra conducir la izquierda y que mantiene una disputa neoliberal”. A su juicio, respecto a las AFP, “si la izquierda no se apura, puede terminar muy mal”.

-¿Entonces con el conflicto se abre un espacio para que la izquierda pueda avanzar programáticamente, como con el Movimiento Estudiantil?
-Que exista malestar o crítica al orden social imperante es una oportunidad o posibilidad para una transformación de izquierda, pero no la asegura. Lo mismo ocurre con otras opciones políticas, ya que lo único que te asegura el malestar político organizado y en conflicto es que nada puede seguir estando como está. Al único que le da posibilidades, es a quien está en el poder.

 

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