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Manuel Guerrero Antequera a los internos de Punta Peuco: para los asesinos, justicia

Manuel Guerrero Antequera a los internos de Punta Peuco: para los asesinos, justicia

«No puedo perdonar a nombre de mi padre, porque eso tendría que hacerlo él, y como él no está, no me corresponde perdonar vicariamente por él», afirmó el hijo de Manuel Guerrero, quien fue asesinado por funcionarios de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros de Chile (DICOMCAR), en el denominado caso Degollados.


El hijo del profesor y dirigente comunista asesinado por agentes del Estado, el 30 de marzo de 1985, en el marco del caso Degollados, Manuel Guerrero Antequera dio su versión sobre lo que para él es significa el perdón.

«Dado que tienen acceso a internet, aquí les envío mi respuesta», empieza la publicación que compartió a través de Facebook, dirigida a los internos del penal Punta Peuco que este viernes, en una ceremonia ecuménica, pretenden pedir perdón por los delitos de lesa humanidad que cometieron.

«No puedo perdonar a nombre de mi padre, porque eso tendría que hacerlo él, y como él no está, no me corresponde perdonar vicariamente por él. Lo segundo es precisar si yo he perdonado. Y en mi largo proceso, que me ha tomado una vida, energía y reflexión, la respuesta es positiva: sí, he perdonado. Pero debo detallar a quién», comenzó.

Guerrero Antequera dice que al primero que le tomó años perdonar fue a sí mismo: «El no haber podido hacer más para que mi papá apareciera con vida, entre la mañana del 29 y el mediodía del 30 de marzo de 1985, me tomó tiempo perdonármelo (…) No lloré durante meses, porque no me lo podía perdonar. Pasaron años hasta que tomé consciencia que era un niño de 14. Lo abracé, le conversé, lo oí, busqué comprender y lo acogí. No estaba en mis manos salvarlo con vida. Fui la primera persona a quien perdoné. Y así he podido seguir viviendo», comenzó.

El segundo a quien le ha costado pedir perdón es al Partido del que fue miembro su padre: «Porqué no lo cuidaron, cómo dejaron que esto sucediera, cómo ocurrió un crimen tan absurdo, a las puertas de un colegio en pleno estado de sitio (…) Pasó tiempo para que aceptara, en el curso de mi elaboración, que esto no era resorte -necesariamente- de la organización de mi padre. Que hubo compañeros/as que le dijeron que no volviera a Chile. Que hubo otros que le pidieron que se fuera. Que hubo más que arriesgaron sus vidas escondiéndolo», dice.

Y continúa con lo difícil que fue perdonar a su propio padre: «Porque él corrió riesgos a mis ojos innecesarios. Porque se expuso al máximo, porque abusó de su buena fortuna. Porque tenía hijos y quedamos huachos. Porque nunca paró su activismo. Porque otros le sobrevivieron y les miro y veo crecer con sus hijos y nietos y yo no he tenido ese privilegio. Me costó comprender que mi padre no sería mi papá, sino fuese aquél que tomó la opción más dura, porque toda su generación fue exterminada, y él era un sobreviviente que no descansaría de hacer lo que fuera posible por dar con los responsables. Y murió en su ley, porque era coherente al punto de ser un mártir», afirmó.

También le costó perdonar a Mónica González, porque si bien el trabajo de investigación periodística lo hicieron en conjunto con su padre, no corrieron la misma suerte: «Me dolía su sobrevivencia (sin desear un ápice su muerte, sino deseando con todo mi cuerpo y alma que mi padre no hubiese caído)».

Asimismo pasó con su familia: «Cómo podíamos seguir viviendo nuestra vida cotidiana, con qué derecho, si estaba la ausencia del Manuel. Del hermano, del cuñado».

«Pero lo que más tiempo me ha llevado ha sido perdonar a Chile. Este país que me quitó a mi padre, que hace justicia a medias, que si no presionamos nos vuelve a dar la espalda. Y viví fuera con la voluntad de nunca más volver. Pero aquí están mis amigos, mis primos, la cordillera y el mar. Y este pueblo también es de resistencia y coraje. Y este país también es mi padre y madre, y mis abuelos, y generaciones de generaciones que se la han jugado en una larga historia social en la que me reconozco en sus flujos y reflujos», continúa.

«Sí, he perdonado en mi vida. Y ello me ha permitido ir más libre, liviano. Ha sido una elaboración larga, un ejercicio de apuesta por el amor. ¿Y a los asesinos? Ah, con ellos justicia. Nada más. Ni nada menos», finaliza Manuel Guerrero Antequera.

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