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Muere Agustín Edwards Eastman, cómplice pasivo número uno A los 89 años fallece decisivo actor del poder en las sombras durante la segunda mitad del siglo XX

Muere Agustín Edwards Eastman, cómplice pasivo número uno

El histórico dueño de El Mercurio y de la cadena de diarios más grande de Chile, fue instigador del Golpe del año 73, aliado de la CIA, y uno de los gestores fundamentales de la revolución que instaló el sistema neoliberal en el país durante el régimen de Pinochet. No obstante, paradójicamente, fue el Estado, con dinero de todos los chilenos, quien durante esa época lo salvó de una eventual quiebra por sobreendeudamiento. Ya en democracia, figuró vinculado a iniciativas como Paz Ciudadana, País Digital y la práctica del rodeo.


El 11 de septiembre de 1973 Agustín Edwards Eastman vivía en Estados Unidos. No era necesario estar en Chile ese día. El golpe militar en realidad fue sólo parte de un proceso más largo que partió 18 años antes y en el que el dueño de El Mercurio siempre estuvo presente. La meta fue instalar un nuevo sistema económico en Chile.

En 1955 la Escuela de Economía de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) suscribió un convenio con la Universidad de Chicago, para que estudiantes chilenos fueran a Estados Unidos. Ese grupo quedó etiquetado como los Chicago Boys, cerebros en la implementación de lo que hoy se conoce como el sistema neoliberal.

De regreso en Chile, los Chicago «comenzaron a expandir su influencia en los medios políticos y empresariales, difundiendo su pensamiento a través de diferentes órganos de comunicación. Entre ellos El Mercurio y la revista Qué Pasa”, escribió el historiador Ángel Soto, en el libro» El Mercurio y la Difusión del Pensamiento Político Económico Liberal».

En ese libro aparece como abogado del grupo Edwards Carlos Urenda, quien admite la coordinación entre el poderoso grupo editorial y el modelo económico que traían los economistas jóvenes. «Para nosotros la Escuela de Chicago garantizaba una orientación pro libre empresa y nuestro deber era sostenerla. Más aún, cuando (…) todos los economistas que salían de las escuelas del país eran socialistas o estatistas. Le dimos así nuestro apoyo a la escuela pro libre empresa…”, aseguró en el texto.

Este apoyo se expresó en la práctica. En 1968, Agustín Edwards financió la fundación y el funcionamiento del Centro de Estudios Socio-Económicos (CESEC). En ese think tank trabajaron varios egresados de la Universidad de Chicago. Entre otras cosas durante la campaña presidencial del 70, el CESEC contribuyó a la elaboración de un programa alternativo de gobierno para Jorge Alessandri. Eran los albores de “El Ladrillo”, que tomó forma definitiva en mayo de 1973.

Este grupo, apoyado por Edwards, estaba conformado, entre otros, por Sergio de Castro, quien pasó de encargado de la opinión editorial de la sección de Economía de El Mercurio durante la UP, a ocupar la cartera de Economía y de Hacienda de Pinochet. Luego, según detalla “El diario de Agustín: Cinco estudios de casos sobre El Mercurio y los Derechos Humanos”, editado por Claudia Lagos, regresaría al poderoso medio para convertirse en asesor personal de Agustín Edwards y gerente del banco de la familia (de A. Edwards), hasta 1985.

También estuvo Pablo Baraona, presidente del Banco Central y ministro de Economía en la dictadura; Manuel Cruzat, empresario cuyo conglomerado llegó a representar el 5 % del PIB a fines de los 70, así como Javier Fuenzalida y Sergio Undurraga. Según Soto, surge “la idea de que hay que hacer algo frente al socialismo democratacristiano. Hay que defender los principios de la empresa privada y la economía de mercado”.

Los orígenes de este centro se remontan a 1964. Agustín Edwards le encomendaría su puesta en marcha al ex teniente de la Armada y experto en navegación Hernán Cubillos Sallato. Retirado de la marina, Cubillos se dedicó a los negocios y en 1963 era asesor ejecutivo de Edwards en la presidencia de El Mercurio.

Para este encargo, Cubillos formó equipo con Emilio Sanfuentes Vergara -sociólogo con un postgrado en economía de Chicago, y asesor de El Mercurio- y “con el entusiasta apoyo del principal abogado del grupo (Edwards), Carlos Urenda, entre otros, fundaron CESEC”, dice Ángel Soto en su libro.

Sanfuentes sería recordado como uno de los artífices de ‘El Ladrillo’, base de la «doctrina del shock» instaurada por Pinochet desde fines de los 70 en materia económica. “Emilio Sanfuentes fue clave en esto de hacer más científica la parte económica de El Mercurio, CESEC se apoderó de esta parte económica e impulsó la Página Económica, esto fue una bomba en el medio chileno, porque no había pasado nunca”, relató Arturo Fontaine Aldunate ,director de El Mercurio entre 1978 y 1980 y más tarde embajador en Argentina (1984-1987)

En la sección de Economía de El Mercurio escribieron varios de los posteriores miembros de ese centro de pensamiento, como Adelio Pipino, Ernesto Fontaine, Pedro Jeftanovic y Pablo Baraona. Así como los posteriores ministros de Hacienda de Pinochet: Rolf Lüders y Sergio de la Cuadra, quien también fue presidente del Banco Central. “Lo interesante es ver cómo ideas que hoy son, en principio, de aceptación general en materia económica, en el mismo gobierno de Frei ya estaban y en esta sección económica se difundieron públicamente como algo pragmático de lo que ellos consideraban como lo más conveniente para el país”, afirmó el historiador Ángel Soto.

La cofradía

Un año antes de que se formara el CESEC, en agosto de 1967, se constituía otra organización que tuvo un rol clave como puente en la transmisión del proyecto económico de los ‘Chicago boys’ y Agustín Edwards hacia la línea de mando de la dictadura: La “Cofradía Náutica del Pacífico Austral”.

Este grupo de hombres de mar fue fundado, entre otros, por Edwards, y se convirtió en una buena plataforma para reunir a economistas y personajes clave, entre los civiles que trabajaron para la dictadura, que se instalaría 6 años después.

En la cofradía estuvo Cubillos y también Roberto Kelly, oficial en retiro de la Armada, y administrador de los negocios del grupo Edwards. Seis años después, un día después del golpe militar, Kelly asumía como director de Odeplan, que fue el semillero de las reformas económicas de la dictadura y de sus cuadros técnico-políticos como Joaquín Lavín, Miguel Kast y Ernesto Silva Bafalluy. Kelly, en 1978 y tras dejar el cargo, se convertiría en ministro de Economía.

Entre los fundadores del grupo también hubo un oficial en servicio activo de la Armada, José Toribio Merino, quien comenzó los preparativos del Golpe, antes que Pinochet.

Según relata Mónica González en La Conjura, Hernán Cubillos señaló en 1996 en la revista Qué Pasa, que “la Cofradía nace como una inquietud que teníamos fundamentalmente Roberto Kelly, Agustín Edwards y yo de crear una especie de punto de encuentro de los civiles a los que nos interesaban las cosas del mar con marinos profesionales. La evolución hacia los temas políticos fue un proceso natural a medida que se agravaba la situación del país. De ese club fue naciendo una relación que nos permitió ir pasando información a las Fuerzas Armadas e ir recibiendo nosotros sus inquietudes”, agregando que quien tenía muchos contactos con el Ejército y la Fuerza Aérea era el entonces director de El Mercurio, René Silva Espejo. “Él jugó un papel importante en la coordinación del Golpe”.

La periodista detalla en su libro que la afinidad política y complicidad que nació en la Cofradía Náutica, “sería determinante para la planificación del Golpe y de los programas económicos que se impondrían una vez instaurado el régimen militar”. Como dato ilustrativo “Merino sería designado Comodoro de la Cofradía, en reemplazo de Agustín Edwards, cuando éste partió a los Estados Unidos”.

Inmediatamente producido el Golpe, es la Armada la que toma el manejo del área económica del régimen, lo que no es ninguna casualidad.

La explicación “oficial” de José Toribio Merino, según una entrevista dada a la periodista Malú Sierra, era que “acababa de ser director General de los Servicios de la Armada, lo que equivale a ser gerente general de la Marina y siempre me había gustado la economía. La había estudiado como hobby. Había seguido cursos en la enciclopedia británica”.

La verdadera razón está directamente ligada a los profundos vínculos entre actores fundamentales de la Armada y el mundo empresarial, personificado en Agustín Edwards, que veía en los planteamientos de los ‘Chicago boys’ la fórmula económica que había que imponer en el país.

A fines de 1972 empresarios y altos oficiales de la Armada “habían comenzado la confección del plan económico que se implantaría una vez derrocado el régimen de Allende”, detalla La Conjura.

Tres hombres tienen importancia primordial en la gestación de ese plan: Sergio Undurraga, el dueño de casa, pues la base fue su oficina de asesoría para la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), que entonces presidía Orlando Sáenz, Emilio Sanfuentes, que aporta la vinculación empresarial, nacional y gremialista, además de su acercamiento a los marinos y de su enorme capacidad para movilizar esfuerzos; y Álvaro Bardón, el contacto más eficaz con los economistas demócrata cristianos”, relata el ex director de El Mercurio, Arturo Fontaine Aldunate en su libro Los Economistas y el Presidente Pinochet.

En mayo de 1973, Kelly convocó al grupo de 10 economistas que trabajaba en “El Ladrillo”: en cinco páginas se resumieron los conceptos fundamentales “que deberían inspirar al régimen militar que se iniciaría después del Golpe de Estado. A partir de ese momento, los economistas se abocaron al diseño minucioso del nuevo esquema, capítulos que serían devorados por los marinos de la conspiración”, detalla la investigación de Mónica González.

Con el auspicio de la CIA.

Para lograr imponer el proyecto económico que defendía el equipo de Edwards era necesario terminar con el gobierno de la UP, que representaba la excusa perfecta para reordenar el país. Para ello, el dueño de El Mercurio no dudó en aliarse con Estados Unidos y aunar esfuerzos para desestabilizar al gobierno de Allende.

Para el investigador estadounidense Peter Kornbluh, Agustín Edwards fue “el colaborador más importante según la CIA para crear las condiciones para un Golpe de Estado aquí en Chile”.

El académico maneja datos suficientes: dirige la sección Chile del National Security Archive, y es autor de diversos libros donde se desclasifican documentos relativos al rol de Estados Unidos y el Golpe de Estado chileno. En 2003 su investigación “The Pinochet File” fue elegido por Los Ángeles Times como el “libro del año”.

Pero es en el libro Los Estados Unidos y el Derrocamiento de Allende, donde Kornbluh ahonda en el crucial papel que jugaron Agustín Edwards y El Mercurio a la hora de sentar las bases, “en los esfuerzos por conseguir que Richard Nixon fijara su atención en la idea de impulsar un Golpe Militar” en Chile.

Según el libro del académico, inmediatamente después del estrecho triunfo de Allende, “Edwards comenzó a hacer lobby con los oficiales estadounidenses en Santiago, con el fin de que iniciaran una acción militar”.

Como no tuvo resultados, partió a Estados Unidos, donde a través de su amigo Donald Kendall, gerente de la Pepsi-Cola y uno de los amigos más íntimos del Presidente Nixon, consiguió una entrevista. La mañana del 15 de septiembre, 11 días después de que Allende ganara las elecciones, el asesor de seguridad de Nixon, Henry Kissinger, y el fiscal general John Mitchell, desayunaron con él.

La siguiente cita fue con el director de la CIA, Richard Helms, en la que según un archivo desclasificado, se discutió “la oportunidad para una posible acción militar”.

El 24 de octubre de 1970, el Congreso ratificó a Allende. Decisión que impulsó a la CIA a diseñar operaciones encubiertas para debilitar al nuevo gobierno. Uno de los ejes era apoyar económicamente a ciertos periódicos para realizar oposición al gobierno. El más importante: El Mercurio.

Entre 1970 y 1973 la CIA aportó “millones de dólares y escudos chilenos a acciones encubiertas intensivas para minar el gobierno de Allende”. En el caso del diario de Edwards ejecutaron un programa propagandístico, en lo que se denominó “proyecto El Mercurio”, por casi US$ 2 millones (de esa época).

De esta forma, durante la década de los 70 la CIA destinó fondos “colocando reporteros y editores en su nómina de pagos, redactando artículos y columnas para su publicación, y proporcionando fondos adicionales para otros gastos operativos”.

Auspicios que se reflejaban en los virulentos artículos que el medio publicaba contra la UP. La investigación de Kornbluh señala que “en septiembre de 1971, un emisario de la empresa El Mercurio solicitó a la CIA apoyo encubierto por un total de un millón de dólares”. Según un informe de la Agencia, el diario enfrentaba problemas económicos, lo que podría conllevar su cierre. El 14 de septiembre, Nixon autorizó personalmente la entrega de US $ 700 mil. Un par de semanas después Kissinger aprobó el traspaso de US$ 300 mil adicionales. Seis meses después, la CIA entregó otros US$ 965 mil, “pago encubierto que totalizaría aportes por US$ 1,95 millones al diario en menos de un año”.

Estos fondos serían utilizados para el pago de un préstamo y cubrir déficits operacionales, entre otros ítems.

En los 70 El Mercurio contó con otros auspicios. La multinacional ITT, principal colaborador corporativo de la CIA en Chile, habría realizado depósitos bancarios por otros US$ 100 mil, depositados en una cuenta en Suiza. En su libro, Kornbluh señala que “sustentado en el flujo masivo de financiamiento encubierto, el imperio mediático de Edwards llegaría a ser uno de los actores más prominentes en el derrocamiento de la democracia chilena. Lejos de ser un mero difusor de noticias, El Mercurio se posicionó como la punta de lanza de la agitación organizada contra Allende”.

Es más, la CIA aseveró que el medio de Edwards “desempeñó un papel importante en la preparación de las condiciones necesarias para el Golpe militar del 11 de septiembre de 1973”.

De esta forma, y sin siquiera estar presente en Chile, donde habría vuelto a instalarse definitivamente a fines de 1975 según el libro “Cara y Sello de una Dinastía”, de Mónica Echeverría, Edwards lograba una victoria decisiva para el control de los destinos del país.

Cómplices pasivos

En 2013 cuando se cumplieron 40 años del Golpe Militar, el entonces Presidente Sebastián Piñera aprovechó el hito para marcar una inédita postura para un líder de derecha respecto de lo ocurrido después del golpe en materia de Derechos Humanos. En una entrevista Piñera aseguró que «Hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada», dijo en una alusión donde muchos leyeron una referencia a colaboradores del régimen, militares y civiles, como el propio Agustín Edwards. N ese entonces, Piñera, además de cerrar el Penal Cordillera, lanzó fuertes críticas, en particular a la prensa, y por extensión a El Mercurio: “Los medios de comunicación podían haber investigado la realidad en materia de derechos humanos con mucho más rigor, y no quedarse con la versión oficial del gobierno militar».

Lo cierto es que titulares del estilo “Exterminan como Ratas a miristas”, del vespertino La Segunda (de la cadena El Mercurio) en 1975, o “Detenidos Desaparecidos, sumergidos voluntariamente”, publicado por El Mercurio en marzo de 1988, mientras Joaquín Lavín era editor de informaciones, o publicaciones que seguían el amén a montajes orquestados por la dictadura, como el asesinato del español Carmelo Soria, marcaron la presencia del periódico de Edwards en materia de Derechos Humanos durante la dictadura militar.

La información es poder

La información es poder, y en el caso chileno esta vieja expresión ha tenido su ejemplo más ilustrativo en El Mercurio y el ir y venir de personajes desde su redacción a puestos políticos y viceversa.

A Sergio de Castro, que era editor de Opinión en El Mercurio y luego fue ministro de Economía de Pinochet, se suman muchos otros.

En el caso de Jovino Novoa, ex senador condenado en el caso Penta, pasó directamente de la Subsecretaría General de Gobierno a jefe de informaciones de El Mercurio en 1982.

El ex ministro de Hacienda y luego de Interior, Carlos Cáceres, llegó a colaborar a El Mercurio luego de la transición a la democracia.

Por su parte Joaquín Lavín, que fue uno de los 77 asistentes al acto de Chacarillas, trabajó como asesor en Odeplan durante la dictadura y fue designado como decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Concepción. A principios de la década del ’80 aterrizó como editor fundador de Economía y Negocios, transformándose después en editor de informaciones del diario de Edwards.

En tanto, el ministro de Economía de Pinochet, Fernando Léniz, ad portas del Golpe fue gerente y luego presidente de El Mercurio.

Los nombres son muchos. Enrique Montero Marx, Álvaro Bardón, Andrés Passicot, Hernán Cubillos, Arturo Fontaine Aldunate, Rolf Lüders, Sergio de la Cuadra, Roberto Kelly, son algunos de los que jugaron en ambos lados del tablero durante la dictadura: el gobierno y El Mercurio.

También importantes miembros del gremialismo, como el ex presidente de la UDI, Hernán Larraín, engrosaron las redes de Edwards durante ese período. En 1986, Larraín, que ejerció diversos cargos en la PUC, se desempeñó como editor del Cuerpo de Reportajes.

La relación de Jaime Guzmán y sus hombres con Edwards fue clave para dar fuerza a la proyección jurídico-política del régimen, pues los ideólogos tras la revolución neoliberal sostenían que era fundamental que el gobierno militar se perpetuara por un largo tiempo en el poder para consolidar el nuevo sistema. Por eso los gremialistas, en el peor momento de su relación con Pinochet —cuando Onofre Jarpa asumió el ministerio del Interior y propuso romper con el dogma económico de Chicago—, se refugiaron ordenadamente en el diario de Avenida Santa María.

La madre de Guzmán, doña Carmen Errázuriz Edwards, era medio pariente de don Agustín. Guzmán solía señalar que “en todo aquello en que no tenía opinión propia, hacia suya la opinión de El Mercurio”.

El ex columnista del periódico por casi medio siglo, Hermógenes Pérez de Arce, señala que la relación del medio con el gobierno de Pinochet “no tenía nada de particular. Era la misma que hay en un diario con cualquier gobierno. Los directores siempre han hablado con ministros y presidentes, y sigue siendo igual”.

Como ejemplo, detalla que “Jorge Alessandri a veces hasta mandaba artículos y también tenía una estrecha relación con el director de ese tiempo, René Silva Espejo. Frei también”.

En el caso de Pinochet, explica Pérez de Arce, “él tenía más bien personas que se entendían con la prensa. Como Francisco Javier Cuadra, que en los 80 tuvo dificultades con el diario, porque una vez dio información, relativa a desórdenes cuando vino el Papa, que El Mercurio acogió y se querellaron con el diario por eso. (…) Cuadra entregó material y después dijo que no lo había hecho”. Edwards estuvo procesado por ese episodio y significó la cruz para Cuadra en el periódico.

En la vereda política del frente

El “club de amigos” de Edwards no se ha limitado solamente a personalidades ligadas a Pinochet y la derecha. Influyentes figuras de la Concertación también se convirtieron en parte de sus redes.

El propio Presidente Ricardo Lagos señalaba en el centenario del periódico, el año 2000, que “es difícil entender la historia de Chile sin El Mercurio”.

Y es cierto. A través de la Fundación Paz Ciudadana, de la que Edwards es fundador y presidente —y donde logró imponer el concepto de seguridad pública por sobre el de justicia en materia de delincuencia— ha llegado a amplios sectores. En el directorio actual de la entidad, fundada tras el secuestro de su hijo Cristián a manos de extremistas del FPMR, se puede ver a la senadora Soledad Alvear (DC), a los ex ministros Edmundo Pérez Yoma (DC), y a Sergio Bitar (PPD), quien ocupa el cargo de vicepresidente y secretario; también al consultor estratégico Eugenio Tironi. Pérez Yoma es amigo personal de Edwards, pues comparten afición por el velerismo. La hija periodista del ex ministro, Elisa Pérez Vergara, trabajó en El Mercurio.

El acercamiento de Edwards con la oposición a Pinochet, a quien fue a visitar con su esposa Malú del Río mientras éste se encontraba arrestado en Londres, empezó a gestarse a mediados de los 80. Según se relata en el libro “Crónica de la Transición” del periodista Rafael Otano, “los diarios de los Edwards se fueron abriendo gradualmente a la gente de la oposición. Personajes como Silva Cimma, Patricio Aylwin, Ricardo Núñez, Ricardo Lagos, fueron adquiriendo existencia, para mucha gente, a través de sus páginas. Como sin sentirlo, los espacios informativos se poblaron de noticias de personas enemigas a la dictadura. En las columnas aparecieron firmas hasta hacía unos años denostadas”. De esta forma, y “en un lentísimo movimiento de timón, la flotilla mercurial comenzó a alejarse del rumbo del generalísimo”.

Siguiendo la nueva línea de la Casa Blanca, liderada por Ronald Reagan, en que la democracia debía ser la fórmula de los 90 para todos, El Mercurio logró lo imposible y a lo que se oponían la mayoría de los empresarios chilenos y por supuesto los militares. Según Otano “el rotativo de Agustín Edwards comenzó a hacer natural un discurso democrático, aunque con duras condiciones: una democracia con amnistía, con Pinochet, con modelo neoliberal, con senadores designados, con continuidad constitucional. Muchos de los sapos que las entusiastas fuerzas opositoras no se querían tragar. Pero El Mercurio era más fuerte”.

“De esta forma —relata el texto—, la transición del gobierno de Aylwin sorprende a El Mercurio en un excelente momento empresarial, con competidores sin ideas fijas. El panorama le era tan favorable que se puso a oficiar de árbitro —por encima del bien y del mal— de la nueva etapa, sin que nadie le pusiera ninguna objeción. Paradójicamente los mismos que en los años 60 habían fomentado el eslogan ‘El Mercurio miente’, ahora lo aceptaban casi sin reservas. Entonces el diario de los Edwards era considerado el enemigo más sólido para la transformación político-social. Se lo acusaba de ser la mano larga del Tío Sam. (…) Pero ahora treinta años más tarde sus antiguos impugnadores se aliaban gozosamente con él. Lo curioso es que nunca se desdijeran de nada. Todo aquel pasado no existía”.

A la llegada de la democracia, las oficinas mercuriales se habían convertido “en una silenciosa y telemática máquina de poder. Allí, el dueño de El Mercurio acogió, en una especie de gabinete en el exilio, a personalidades tales como Sergio de Castro, Hernán Felipe Errázuriz, Enrique Montero Marx, Carlos Cáceres, Sergio Fernández, y otros viudos de poltronas ministeriales. Allí se pensaba en Chile, con la conciencia que tiene El Mercurio, lo mismo que The Times, que ellos hacen la historia y la historia no los hace a ellos”, detallaba Otano.

Al mismo tiempo se había convertido en “la pasarela por excelencia donde los políticos de casta deseaban mostrar sus encantos. Así que hubo contactos Ejecutivo-Mercurio, que cuajaron en un intercambio habitual de favores. La Secretaría General de Gobierno inició una relación cordial con los reporteros del decano, y especialmente con los periodistas del dominical Cuerpo D. Blanca Arthur —editora del cuerpo de Reportajes— tenía trato habitual con el ministro Enrique Correa y (la periodista) Pilar Molina despachaba con Eugenio Tironi. Implícitamente se hizo un pacto de no agresión. El Mercurio trató con pinzas al gobierno y solo mostró auténtica severidad al erigirse en celador del modelo económico”. Ambos cerebros concertacionistas han sido columnistas del diario de Edwards.

País Digital, el rodeo y otras aficiones

Por ese mismo tiempo de consensos, la figura de Edwards pareció sumergirse en la normalidad democrática y las noticias públicas del patriarca se centraban, además de su rol en la influyente fundación Paz Ciudadana, en –por ejemplo- su rol como artífice y líder del consejo directivo de la Fundación País Digital que reunió a importantes actores del área tecnológica y a personalidades de diferentes ámbitos, trabajando en la generación de políticas para el desarrollo y la masificación de la tecnología en Chile, en las áreas de Educación, Smart Cities, Desarrollo Digital, todas ellas apoyadas por su Centro de Estudios Digitales. País Digital articuló acciones entre el sector público y el sector privado. Y también, por cierto, noticias vinculadas a sus aficiones más difundidas: la crianza de caballos chilenos, la práctica del rodeo y sus aportes a la mantención de costumbres criollas chilenas.

El rescate financiero de Pinochet

El sitial de poder adquirido por El Mercurio, se aprecia en el rescate del que fue objeto por parte del Gobierno Militar, que terminó perdiendo millones de dólares del Fisco por favorecer al diario de los Edwards.

Ad portas de la llegada de la democracia, a fines de 1989, las alarmas empezaron a encenderse en torno al enorme número de créditos que mantenían con el Banco del Estado los dos principales medios escritos alineados con el régimen: El Mercurio y La Tercera.

Principalmente por el amarre político que implicaba que el banco estatal tuviera el sartén por el mango, a través de las deudas de ambos. Para evitarlo, las autoridades del Banco del Estado, con Álvaro Bardón a la cabeza, fraguaron una operación que tuvo como consecuencias un pésimo “negocio” para las arcas fiscales. Para muchos, una operación delictiva.

Este no sería el primer salvataje que el gobierno de Pinochet brindó a Edwards. Según relata el ex presidente del Banco Central, Andrés Sanfuentes, tras la fuerte crisis de 1982, El Mercurio y Copesa “quedaron en una pésima situación económica. Y obviamente el gobierno acudió en ayuda de ellos”.

Según consta en “Chile Inédito: el periodismo bajo democracia de Ken Dermota”, en 1985 El Mercurio mantenía deudas de 100 millones de dólares. La exorbitante cifra, tenía origen en que El Mercurio S.A.P. “se había excedido al pedir prestada ‘plata dulce’ cuando el dólar estaba a 39 pesos. La devaluación del peso, la subida de la tasa de interés y la caída de los ingresos publicitarios habían llevado la deuda de El Mercurio a 100 millones de dólares”.

El año anterior, en 1984, Augusto Pinochet en persona, junto a su ministro Secretario General de Gobierno, Francisco Javier Cuadra, se reunían periódicamente con Edwards para buscar una solución. En ese momento eran empleados de Edwards Sergio de Castro y el ex ministro del Interior Enrique Montero Marx, quien se desempeñaba como consejero legal de El Mercurio y otros negocios del grupo.

Montero, abogado que permaneció al servicio del régimen hasta agosto de 1983, tras lo cual aterrizó en las oficinas de El Mercurio donde se desempeñó como asesor legal del directorio, tuvo por años una oficina justo al lado de la de Agustín Edwards en Santa María de Manquehue. Mano derecha y muy cercano a Edwards, fue el nexo entre la familia y el gobierno de Patricio Aylwin durante el plagio de su hijo, Cristián. Según explica el ex columnista Hermógenes Pérez de Arce, Montero “era abogado, asesor y amigo” de Edwards.

El ex subsecretario Montero, quien tomó juramento el 11 de septiembre de 1973 a Pinochet y los demás integrantes de la Junta Militar, fue procesado en 2005 por el juez Juan Guzmán en el marco del caso Operación Colombo, por complicidad y cooperación en el secuestro calificado de cuatro detenidos desaparecidos, lo que fue revocado por la Corte de Apelaciones.

Ahora, desde El Mercurio, daba la mano a su amigo Edwards. Fue así como, según detalla Ken Dermota, Montero y de Castro, en plena crisis económica de comienzos de los ’80, “articularon un trato con tres bancos comerciales controlados por el régimen. Dos habían sido intervenidos por el Estado y el tercero, el Banco del Estado, era propiedad del fisco. El negociador por parte del Banco del Estado era su vicepresidente, Andrés Passicot, socio en la empresa consultora Géminis e integrante de las filas mercuriales a través del consejo editorial, con Álvaro Bardón”, uno de los ideólogos tras El Ladrillo y con profundos vínculos en El Mercurio.

El trato fue enormemente ventajoso para los medios de Edwards, que en esa época sumaban 14 diarios en provincias, más el vespertino La Segunda y Las Últimas Noticias, dominando todo el panorama nacional.

En suma, se seguiría operando normalmente y no tendría que venderse ninguno de los bienes adquiridos en los buenos tiempos. Además, no se dejaba de controlar la cadena de diarios que controlaban en el sur y que sumaban cuatro. En tanto, la empresa editora e imprenta, Publicaciones Lo Castillo, filial de El Mercurio, instaló una planta de impresión a 20 millones de dólares. Según detalla el libro de Dermota, “en los escritos de incorporación a la empresa aparece una pequeña enmienda, casi ilegible en los márgenes: el nombre de Sergio de Castro fue agregado a la lista de directores de Publicaciones Lo Castillo, en 1989”.

El convenio no permitía a El Mercurio comprar lo que no pertenecía a su giro periodístico y editorial, y tenía que pagar el 30 % de su deuda en 10 años. Lo mejor, garantizaba a Edwards el control total de la línea editorial del diario.

Además, se le dio un período de gracia de cuatro años antes de empezar con los pagos. Y con tasas de interés muy bajas: las tasas del mercado analizadas eran en promedio un 4,59 por ciento más alta, según detalla el libro. “El Banco del Estado absorbió las diferencias, por supuesto. El costo total de los cargos por los 13 años de contrato dependería de la capacidad de pago de El Mercurio”.

Aunque el gobierno jamás aclaró cuánto dinero había regalado el Estado a El Mercurio y Copesa, sí se sabe que el periódico mismo, no se hizo cargo del grueso de la deuda, ya que Edwards utilizó sus otras empresas como resguardo.

La operación Banco Estado

Lo anterior no fue todo. “Al fin del gobierno de Pinochet, cuando triunfa Aylwin, para algunos implica que vienen las hordas a destruir la acción de la dictadura, se cuestiona todo. Obviamente si las dos principales cadenas periodísticas estaban en manos del Banco del Estado, a través de estos millonarios créditos, la presión política que podría ejercer el Banco del Estado y el gobierno sobre ellos, creó un verdadero terror dentro de la derecha, de los que administraban el banco y de los propios medios”, explicó en septiembre de 2013 el ex Presidente del Banco Estado Andrés Sanfuentes Vergara.

Sanfuentes, que sucedió en el cargo a Álvaro Bardón en marzo de 1990, detalla que la fórmula para este nuevo salvataje para El Mercurio-Copesa, ahora político, se centró principalmente en trasladar los créditos que mantenía en el Banco del Estado, a la banca privada.

Para ello se utilizaron operaciones SWAP, es decir canje de carteras. Lo que en términos simples es una suerte de trueque. El valor de la cartera cedida debiera ser igual al valor de la cartera recibida. Pero, en la práctica, el negocio resultó desastroso para el fisco, porque el Banco Estado cedió numerosas y cuantiosas acreencias contra la cadena El Mercurio y contra Copesa (La Tercera), a cambio de una serie de créditos que poco o nada valían, a los que se le asignó falsamente un valor equivalente.

En 1990 el alto ejecutivo estimó, según el libro de Ken Dermota, que la operación de Bardón —que inició el 27 de diciembre de 1989, terminando dos días antes de que llegaran las nuevas autoridades— para favorecer a ambas cadenas de medios, tuvo pérdidas para el banco estatal, que en ese tiempo llegaban a los 26 millones de dólares (de la época).

[cita tipo=»destaque»]Para lograr imponer el proyecto económico que defendía el equipo de Edwards era necesario terminar con el gobierno de la UP, que representaba la excusa perfecta para reordenar el país. Para ello, el dueño de El Mercurio no dudó en aliarse con Estados Unidos y aunar esfuerzos para desestabilizar al gobierno de Allende. Para el investigador estadounidense Peter Kornbluh, Agustín Edwards fue “el colaborador más importante según la CIA para crear las condiciones para un Golpe de Estado aquí en Chile”.[/cita]

Bardón, que falleció en 2009, mantenía fuertes vínculos con El Mercurio: entre 1973 y 1987 fue redactor y columnista, en 1982 fue el director creador de lo que luego sería la sección Economía y Negocios, y en los 90, tras el salvataje político financiero al periódico, volvió a escribir en sus páginas.

Las millonarias pérdidas que sufrió el Banco Estado se deben, según explica Sanfuentes, a que “a esas alturas, el año 90, El Mercurio y La Tercera se habían recuperado económicamente, no eran malos clientes. Entonces eran créditos que se estaban pagando regularmente. Pero a cambio recibe una cartera de muy mala calidad, cuyo valor nominal, era equivalente al otro, pero la cobrabilidad era muy incierta, porque eran créditos de mala calidad, entonces no iban a ser pagados. Tanto así que incluso eran carteras castigadas, que después resultaron incobrables”.

En suma, ilustra el economista, “los bancos (privados que participaron en la operación) se desprendieron de carteras que para ellos o eran muy malas o tenían problemas específicos (…) Entonces eran puros cachos los que llegaban, porque tenían problemas políticos u otro tipo de dificultades. Eso, los que tenían algún valor económico. Había otros que eran podridos y algunos que eran carteras relacionadas, o sea que eran créditos otorgados a personas relacionadas con los dueños de los propios bancos”.

Esto no fue todo. Banco del Estado además compró por adelantado espacios publicitarios por los siguientes diez años, lo que permitió descontar 1,8 millones de dólares de las deudas que mantenía Edwards. También le permitió calificar para un préstamo del Citibank por 6,8 millones de dólares.

Para Sanfuentes “por supuesto el Banco del Estado perdió, porque en el fondo estos contratos eran imposibles de ocupar y por lo tanto no se iban a cobrar”.

En medio de estos nefastos resultados para el Fisco, las nuevas autoridades del Banco estatal interpusieron una querella en 1990 contra sus antecesores en la entidad financiera: Álvaro Bardón, el brigadier general Osvaldo Ramón Palacios Mery, el general Osmán Flores Araya y Jorge Ilabaca Carvacho.

Según Sanfuentes “había gente en el gobierno que preguntaba qué sentido tiene echarnos encima a los dos medios principales. Encuentro razón que hayan hecho esas prevenciones. Nosotros en el comité ejecutivo (del Banco Estado) no teníamos otra alternativa que insistir en el gobierno que aquí había un perjuicio para el banco y que había que tomar acciones legales. Esto llegó a tanto que al final el que cortó el queque fue don Patricio Aylwin, que tomó la decisión política y nos dijo: procedan”.

La situación fue compleja para Sanfuentes, ya que “Bardón era amigo mío. Muy amigo mío. Fue una de las cosas doloras que me ha tocado en la vida haberme querellado contra Álvaro Bardón. Pero yo era el presidente del Banco y tenía que hacerlo”.

Pero la investigación llevada por el entonces juez del Quinto Juzgado del Crimen Alejandro Solís, que sometió a proceso a la plana mayor del banco, declarando reos a todo el comité ejecutivo, no terminó con ninguna sentencia. Según describe Dermota “algunos fueron arrestados —entre ellos Bardón— pero ninguno fue sentenciado, a pesar de un expediente de pruebas de 40 centímetros de grosor”.

Esto, porque en diciembre de 1991 la Corte Suprema acogió un Recurso de Amparo presentado por los abogados defensores, entre ellos Pablo Rodríguez Grez —fundador de Patria y Libertad— que revocó las órdenes de detención, anteriormente ratificadas por la Corte de Apelaciones de Santiago, contra estas ex autoridades y dos consultores externos.

En votación dividida, por tres votos contra dos, a favor, Bardón y sus colegas no tuvieron que rendir cuentas por esta historia. Los tres votos que permitieron la impunidad fueron emitidos por los entonces jueces de la Corte Suprema: Hernán Cereceda, destituido en 1993, Leonel Beraud y el abogado integrante Luis Fernández. “Fue un supremazo que dejó sin efecto lo dictaminado por el juez Solís. Y lo que la Corte de Apelaciones había resuelto”, señala una fuente ligada al caso.

Aunque las autoridades del banco intentaron impugnar de decisión, la Corte Suprema fue inflexible. Poco tiempo después de salir en libertad, Álvaro Bardón volvió a su trabajo como editorialista de El Mercurio.

Tras este episodio, la cadena mercurial siguió consolidándose durante el gobierno de Patricio Aylwin “hasta sobrepasar los 2 mil empleados, con los mejores sueldos del mercado, y las más apetecibles posibilidades de capacitación y de promoción interna. En 1992 la empresa alcanzó el cénit de su éxito con utilidades de 9 mil millones de pesos, correspondientes a ese ejercicio”, detalla Otano.

Seis años después, y con motivo del cierre del diario La Época, El Mercurio publicaba en su página editorial del 30 de agosto de 1998 su rechazo a que el Estado “desplegara recursos para asegurar su funcionamiento, tal como lo requirieron sectores políticos y de profesionales de la información, pues ello habría derivado inevitablemente en desaconsejables intervencionismos oficialistas».

“Estas eran empresas de papel, cuyo único propósito era endeudarse. Todo el mundo hacía eso entonces”, señalaba a Dermota Álvaro Bardón. El mismo que presidiendo el Banco del Estado en 1989, fue el cerebro tras la fórmula para evitar que El Mercurio –según sus miedos- pudiera caer bajo la influencia del próximo gobierno liderado por Patricio Aylwin.

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