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Pachi Valenzuela revela sus momentos más difíciles en el Everest:  “A esa altitud, nadie ayuda a nadie” PAÍS

Pachi Valenzuela revela sus momentos más difíciles en el Everest: “A esa altitud, nadie ayuda a nadie”

En una larga entrevista con El Mostrador, la montañista y activista contra el cáncer profundiza en los aspectos más técnicos de su larga expedición por la montaña más alta del mundo. Desde su relación con los sherpas hasta los alpinistas que fallecieron; desde el momento en que se quiso rendir hasta su sensible y cariñosa llamada por teléfono con su hija Natalia, en la cumbre. Valenzuela muestra, con su relato, la envergadura del Everest y cómo afectó su vida: “Probablemente, si lo pensara de nuevo, no iría. Si me dijeran que acompañara a alguien, creo que me costaría mucho hacerlo. Es duro, muy duro”, asegura.


Han pasado más de dos meses desde que María Paz Valenzuela se transformó en la primera latinoamericana sobreviviente de cáncer en alcanzar la cumbre del Everest.

Nos juntamos en un café, cerca del cerro Pochoco, para conversar de aspectos que, hasta ahora, no han sido abordados en profundidad: la trastienda, los pormenores, la logística, las anécdotas… Todo lo que ocurre en una montaña tan colosal como lo es el Everest.

Es un día frío, pero Pachi me asegura que no le importa que nos sentemos afuera. “Después de estar en la montaña más alta del mundo, esto no debe ser nada”, le digo en broma.

Habla con lentitud y sus gestos, sumamente expresivos, se moldean en armonía con sus palabras. Tanto así que, cuando hablamos del lado más oscuro de la famosa montaña que coronaron por primera vez Edmund Hillary y Tenzing Norgay, su rostro cambia por completo y, por arte de magia, es capaz de llevarte hasta allá y hacerte sentir la precariedad de la existencia humana, a más de ocho mil metros de altura.

Antes del Everest, nunca habías estado sobre los siete mil metros, por lo tanto, no sabías cómo iba a responder tu cuerpo. ¿Por qué decides tomar este riego?

-Para los montañistas, siempre hay un cerro más alto que subir o más difícil, y siempre va a haber una primera vez. El Everest, para mí, era una montaña bastante cercana, en términos de conocer cómo se organizaba, de haberla escuchado. Me era un tema familiar, además, porque había estado dos veces en el campamento base haciendo el trekking. Pero, como dices, efectivamente no sabía lo que era un ocho mil y probablemente esa es una de las razones por las que uno se embarca en algo tan grande. Y creo, también, que después del cáncer y después de haber vuelto a las montañas, yo tenía confianza en mi capacidad . Había perdido, un poco, el miedo.

Desde el punto de vista deportivo, ¿qué reto representaba el Everest?

-En términos personales, era un desafío muy potente, porque yo venía saliendo de las quimioterapias y había estado entrenando muy fuerte antes de las quimios. Después del tratamiento, paré por siete meses porque no podía, físicamente, entrenar, y retomé al final.

-En tus charlas hay gente que piensa que saltaste del cerro Provincia a la cumbre del Everest…

– Claro que no: tener un cáncer de mama no te transforma en montañista; las montañas eran lo que yo sabía hacer. Estaba subiendo muchos cerros, pero antes del cáncer, el Everest no estaba en mi cabeza. El Everest es una tremenda montaña, pero tiene eso que no es creativo, a diferencia del Denali, en Estados Unidos. En el Everest, subes por donde te dicen, a la hora que te dicen, y como te lo dicen. No es el montañismo más libre.

-¿Cuál, de los aspectos logísticos de la expedición, fue el más difícil de afinar?

-El financiamiento. Yo armé este proyecto, que estaba asociado a la campaña del cáncer de mama, al llamado a la detención precoz para que todos sepamos que hay que hacerse un examen. Imagínate que yo estaba totalmente oncológica y llegaba con turbante a tocar a los probables auspiciadores a decirles “yo me voy a mejorar de este cáncer que tengo, en 4 meses más o en 5 meses más, y voy a subir el Everest”. Era altamente probable que la gente no me creyera. Además, tenían que poner muchas lucas por algo muy incierto. Por eso, me saco el sombrero por las dos empresas que se la jugaron porque, en realidad, desde un punto de vista de inversión, no tenía pies ni cabeza.

-¿Quién te asesoró para la expedición?

-Me asesoré con mucha gente. Estoy asociada a Vertical y ellos han llevado a mucha gente al Everest en expediciones comerciales. Ahí encontré mucho apoyo y también me hice asesorar por un nutricionista deportivo de alto rendimiento, con quien empecé a trabajar apenas terminé la quimioterapia. También me preparé con un kinesiólogo y con un entrenador de montaña. La idea era que en tres meses me dejaran lista.

-¿Por qué decidiste subir el Everest por Nepal y no por el Tíbet?

-Por una razón muy simple: en Tíbet hay menos riesgos de avalancha, pero no tiene las vías de escape, no son muy eficientes. Eso significa que no hay rescate en helicóptero: si ocurre un accidente te tienen que bajar en auto cuatro días a la frontera y ahí recién llegas a Nepal. Es decir, la evacuación de la montaña, si ocurre un accidente, es muy larga. Ese es el principal inconveniente de la parte norte. En cambio, por el lado sur, los helicópteros llegan hasta el campamento dos, que se ubica por sobre los seis mil metros de altura.

-Considerando que tuviste un principio de congelamiento en tu pie izquierdo, la decisión de ir por Nepal te pudo haber salvado la vida.

-Si yo hubiese estado en el norte, probablemente no tendría pie. Por suerte, mi pie ahora está mucho mejor.

-Una vez que te instalaste en el campamento base del Everest, (5.343 msnm), que tiene más o menos la altura de la cumbre del cerro El Plomo, ¿en que consistió la rutina de entrenamiento y alimentación?

-En el campamento base, como uno llega aclimatado, ya habíamos caminado diez días.Una vez ahí, va un cocinero que se encarga de todo: hace hasta pancito, queque, se puede comer lo que quieras. Esa rutina solo cambia en el campamento tres y cuatro, donde ya estás sobre siete mil metros y, en general, no acarreamos comida, solo barritas de cereal y proteínas, té y café, agua y sopa. Eso es todo lo que comes en el tres y en el cuatro. No haces tallarines ni arroz.

-Se pierde mucha masa muscular en el Everest. ¿Tuviste que subir de peso para ir?

-Yo subí mucha musculatura. Lo que pasa es que yo estaba muy baja en musculatura saliendo de la quimio. Entonces, el entrenamiento se concentró en fuerza más que en hacer mucho cardio. Era fuerza y muscular.

-Pero me imagino que, de todos modos, el entrenamiento cardiovascular fue intenso. ¿Dónde entrenaste antes de la expedición?

-Corría en la quebrada de Macul, un lugar bellísimo que yo no había descubierto. Íbamos todos los días. También me fui al cerro El Plomo, dos veces, en diciembre, porque necesitaba saber dónde estaba empezando.

-¿Llegaste a la cumbre?

-No llegué hasta la cumbre, sino hasta el refugio Agostini y ahí me devolví. Iba bien, pero muy lento. Necesitaba mucha más fuerza y entrenamiento.

-Ya en el Everest, cuando comenzaste a armar los campamentos de altura y hacer las operaciones de reconocimiento, ¿cuántas veces cruzaste la Cascada de Hielo? Es un tramo que no se puede evitar y que representa un peligro inminente.

-Sí, de hecho cambia a cada rato y uno escucha las avalanchas. Cruzar por ahí es un riesgo y se minimiza al máximo, primero, subiendo siempre a las una de la mañana, que es cuando está más duro el hielo. Tres o cuatro días antes de hacer la primera ascensión por la cascada de hielo, entrenas para saber cómo usar las escaleras y las cuerdas, para que sea más rápido el cruce. Es un lugar histórico, maravilloso. Lo cruzamos 4 veces y, ninguna de las veces, pasé por el mismo lugar.

-¿Por qué cambia tanto la ruta?

-La tienen que ir cambiando porque caen bloques o se caen grietas o se va descongelando. Se mueve como un metro diario y uno escucha como ruge desde el campamento base.

-Cuando ya llevabas varios días en el Everest y habías subido a varios de los campamentos de altura ¿te diste cuenta de cuál fue la montaña que más te preparó para lo que estabas viviendo?

-Es una suma, son como las horas de vuelo, son los años de estar en una montaña. Más que la altitud, lo que te prepara para el Everest es el tiempo y la dificultad con la que te has encontrado en la montaña. Si has pasado una tormenta dura, si has pasado jornadas larguísimas, eso contribuye a formar una cáscara de montañista súper importante. No creo en la carrera meteórica de montañista. Necesitas muchas hora de paciencia, de táctica, de observar.

-Algunos montañistas han tenido que dormir con sus ropas puestas por miedo a que la carpa se rompa en la noche y mueran congelados. ¿Cómo fueron, en general, las noches en la montaña?

-Hay dos cosas distintas. En el campamento base era otro mundo, era como estar en la playa. Y el otro mundo, todo lo que es la montaña, que es cuando subes desde el campamento uno para arriba, es completamente distinto. Cuando pasas la Cascada de Hielo, entras a otro mundo. Del campamento base no ves ninguno de los otros campamentos, ni siquiera ves el Everest. Hay todo un mundo desconocido detrás de la cascada. Después, llegas al Valle del Silencio, porque vienes metido en la cascada donde tratas de no mirar y de moverte lo más rápido, incluso los sherpas no te dejan descansar nunca: ellos avanzan y tú no paras, nunca, en las seis horas que vas subiendo. Es una carrera contra el tiempo para que no te amanezca y estés metido ahí.

-En tu charla en el Club Andino Alemán dijiste que, después de la Cascada de Hielo, te tocó una escalada muy dura por una pared de hielo, que casi te hizo desistir de la expedición.

-Esa era la primera rotación en el Everest. Se hace como una tradición que tú haces dos rotaciones, que son ir a hacer reconocimiento y llevar toda la comida y material a los campamentos altos. Por lo tanto, tienes una rotación en que llegas hasta el campamento tres, reconoces, ves cómo te sientes, y regresas abajo a descansar; y una segunda rotación en que haces lo mismo: llevas comida, oxígeno y te devuelves.

Yo, en la primera rotación, en la Cascada de Hielo hacia arriba, no tenía idea de lo que me iba a encontrar, porque la ruta cambia todos los años, las grietas son distintas. Y saliendo del campamento uno hacia el campamento dos, me encuentro con esta pared de hielo, que de lejos no se veía tan dramática: tiene dos largos de cuerda y son casi 70 metros. Es totalmente vertical.

-O sea, vas pegada a la pared.

-Sí, vas completamente pegada y estás muy cerca de la pared. Durante la escalada hay una cuerda y, el primer tramo, los primeros veinte metros, hay una escalera, pero ya eso es difícil porque no cabe tu zapato con el crampón hasta el final, porque la escalera está apoyada en el hielo, por lo tanto cabe nada más que la punta del crampón. O sea, no es cómodo, es bien inestable, y vas subiendo con yumar, el ascendedor, ese es tu seguro, vas colgado de ahí, pero al salir de la escalera, me encuentro que no tengo dónde apoyarme, que estoy frente a una pared de hielo que miro hacia arriba y dijo “me queda muchísimo”. Después veo que tengo que llegar hasta allá, donde veo las caras de los sherpas, y miro hacia abajo la gente que estaba esperando por subir. Ahí tuve mi primer ataque de por qué estoy aquí, a mis 54 años, parada, con una pared de hielo al frente.

-Y sobre los 6 mil metros, con mochilas pesadas…

-No te puedes despejar para tener aire, estás pegado, y subiendo… Yo iba muy cansada, mi paso era muy lento. Quería renunciar, devolverme, pero ahí me di cuenta que ni siquiera había llegado al campamento dos y digo “esto no puede ser, porque para esto me preparé”. Y me recuerdo que me la he jugado mucho por esto. Entonces digo: “si quiero renunciar, lo voy a evaluar arriba”. Me doy cuenta que la única manera de pasar este trago amargo, es que la salida es por arriba, solo ahí lo podía evaluar, pero no podía devolverme.

Tuve que armarme de valor, respirar profundo y volver a mí, porque cuando empiezas a cuestionarte, ya te entregaste, así que tuve que volver a mí, decirme que estoy en esta montaña y que tengo que enfrentar esto y salir para arriba. La salida es por arriba.

-En tus charlas has hablado de la importancia de pasar tiempo en la montaña, como preparación psicológica para este tipo de expediciones. ¿Cómo combatiste la ansiedad durante tus días claves en el Everest?

-Se dice en montaña que cualquier ascensión tiene un 80% de trabajo mental y 20% de trabajo físico y técnico (siendo ese 20% súper importante). Pero sobre este otro 80%, cuando estás esperando en el campamento base, cuando te toca salir a la cumbre, en tu segunda rotación, hay que tener un entrenamiento mental de esperar atento, esto de tranquilo y nervioso al mismo tiempo, de estar revisando mentalmente cada uno de los elementos que vas a necesitar arriba, el equipo, la comida, una y otra vez. Porque cuando te vas hacia el ataque a la cumbre, hay una sola oportunidad, no es que te vas y esperas un ratito y lo intentas de nuevo. Si no lo haces esa vez, no hay otra. Y por eso se parte desde el campamento base, porque ahí es donde te recuperas, donde puedes comer bien e hidratarte.

-Dijiste que no se veían cuerpos en el Everest. ¿Es una montaña menos dramática a como la retratan?

-Es cierto que hay cuerpos… Es súper fuerte lo que se vive ahí, porque en realidad, así como yo decía en el campamento cuatro, en el Collado Sur, lo que uno ve son entes caminando, no son personas. Y sí vi cuerpos, sí vi muertos. No es como en la película, que están puestos ahí como señuelos, no, pero yo no lo incorporo en mis charlas porque desvirtúa de lo que se trata.

La muerte es algo que está presente minuto a minuto, tú lo sientes, se siente una cosa fuerte y pesada. Uno no va subiendo y llega arriba gritando de la alegría, nadie te aplaude, nadie te espera con banderas; es un desgaste, un sufrimiento llegar hasta el campamento tres y cuatro, que tú vas viendo todo ese sufrimiento en el camino. Y yo sí me encontré con un humano, un ruso, que murió, un señor ya más mayor que iba solo, y con un escalador japonés muy famoso, que estaba intentando una ruta nueva y que cayó los dos mil metros de desnivel. La muerte está, los accidentes están a cada rato y uno va ahí, en esta línea continua de escaladores, pero no es una fiesta, es un trabajo súper concentrado, por lo menos para mí. Yo no iba conversando con nadie: cuando descansas, descansas, cuando tomas agua, tomas agua.

-¿Nunca consideraste una expedición sin oxígeno suplementario?

-No, jamás. No estaba dentro de mis ambiciones batir ningún récord. Además, yo estaba con mis hijas: queríamos que esto fuera una fiesta, no una tragedia. Para hacerlo sin oxígeno, habría que haber tenido un estado físico maravilloso y, por el otro lado, las secuelas intelectuales y mentales son súper altas.

-Hay gente que erróneamente creo que con oxígeno es fácil subir.

-Incluso con oxígeno, se requiere un trabajo y un entrenamiento brutal. No es menor el daño que se puede producir.

-¿Llevaban repuestos de cocinilla, sacos, etc, para el campamento en el Collado Sur, el último antes de la cumbre?

-Llevábamos repuestos de batería para las radios y el satelital, muchas baterías, pero no sacos de dormir extra. Y repuestos de oxígeno. También yo llevaba en mi mochila dos pares de guantes extras, porque se caen y se vuelan. El agua la llevaba adentro de mi parka pero se congeló totalmente. Sugiero no llevar botellas de agua, sino que llevar termo.

-¿Qué llevabas en tu mochila durante el ataque a la cumbre?

-El agua que te dije, que fue un peso extra. En tu mochila va la botella de oxígeno, una máscara de oxígeno de repuesto, porque de eso depende tu vida, más que del agua. Llevaba mi celular, porque con ese celular sacamos las fotos de la cumbre. Linterna, porque salimos a las ocho de la noche del día anterior; baterías para esa linterna, porque no sabes si te va a topar la noche en el regreso.

-Dijiste que, en el ataque a la cumbre, apenas comieron y que el agua se congeló. ¿Cómo es posible que el organismo resista, en esas condiciones, sin algo tan esencial como el agua?

-Primero quiero aclarar que el ataque a la cumbre se empieza a gestar desde el día anterior porque el día del campamento tres tú llegas ahí a las dos de la tarde y empiezas a tomar agua y a comer muy liviano, en realidad no tienes mucha hambre y ya estás sobre siete mil, en medio de la pared del Lhotse, pronto a llegar al Collado Sur: esa es la última noche que duermes y ahí comes comida liofilizada, que es más liviana de llevar, y tomas té y agua hasta las nueve de la noche, hasta que te quedas dormida total. En la mañana te despiertas a las tres, donde empiezas a tomar desayuno y a calentar, lo cual consiste en té, agua; después, llenas tus cantimploras y llevas las barritas. A las cinco de la mañana empiezas a subir. Está recién amaneciendo, hay muy poca luz, porque la pared del Lhotse da al sur, entonces hay sombra, el sol tiene que estar muy arriba para calentarte. Y subes, subes, y diez horas después llegas al Collado Sur como a las cinco de la tarde. Ahí vuelves a tomar agua, a hacer té, a rellenar las cantimploras. Yo me cambié de calcetines, de ropa, y descansé tres horas antes de partir a la cumbre. En total, son 48 horas maratónicas. Es muy largo, no te da hambre, vas con el oxígeno, eso te produce una sed. Yo iba comiendo unas gomitas energéticas. Además, llevábamos litros de agua en los termos.

-Cristián García Huidobro, cuando alcanzó la cumbre del K2, se tomó una copa de vino. ¿Llevaste algo que se podría considerar innecesario?

-Huidobro se puede dar esos lujos: yo llevé lo estrictamente necesario, porque incluso mi sherpa me revisó la mochila, precisamente para no llevar nada extra, ningún papel, nada extra.

-El ascenso a la cumbre dura casi todo un día. ¿Como lo haces si te dan ganas de ir al baño?

-Creo que el cuerpo y la mente… A ver, es tan extremo lo que te toca vivir que la mente hace un switch y se pone en modo básico, en el sentido que no vas a hacer nada que signifique gastar energía. Nunca tuve ganas de ir al baño en esas 24 horas.

En un momento de la expedición, cuando estabas cerca de la cumbre, uno de los sherpas que te acompañaba te dijo que ya era muy tarde. Sin embargo, tras una ceremonia budista, decidió continuar. ¿Cómo te sentiste, dejando en manos de la religión, y no de la ciencia, una decisión tan crucial como continuar hasta la cumbre del Everest?

-Eso forma parte de lo que yo llamo soltar el control; es algo que aprendemos en la montaña, que nos cuesta mucho aquí, en Santiago, poner en práctica, porque en general queremos controlarlo todo. En la montaña, aquí, con este sherpa, yo tenía plena confianza en que lo que él dijera iba a ser lo correcto. En eso, yo iba a ser muy disciplinada porque ya lo habíamos conversado con mis hijas en el campamento base: ir a la cumbre era opcional, pero volver al campamento base era obligatorio. Por lo tanto, no había el tema de que vamos a empujar… Cuando empujas más de la cuenta, ocurren accidentes.

-¿Cuánta gente cabe en la cumbre del Everest?

-Lo que pasa es que es una cumbre como las que uno dibujaría a mano, a lápiz; es una pirámide, por lo tanto cabe una persona arriba, solamente una persona. Pero, dónde termina la cumbre es súper relativo… Hacia abajo pueden haber veinte personas, pero ya estás muy abajo de la loma.

-Dijiste que estuviste veinte minutos en la cumbre y que era peligroso estar de pie. ¿Cómo fue tu interacción con los sherpas en ese momento, qué se dijeron?

-Ellos son muy lindos y estaban muy contentos. Eran, además, hermanos. El mayor, que tiene 32 , era su séptima vez en la cumbre. El otro, el pequeño, que hablaba muy poco inglés, era muy dulce y establecimos comunicación a través de señas. Él tiene 24 años y era su tercera vez en el Everest. Para ellos es un tremendo logro y les ayuda mucho en su carrera, porque pasan a ser guías de alta montaña con mucha experiencia y se les paga mucho mejor. Como dije, estaban muy contentos y allá arriba nos abrazamos los tres, y yo en realidad no me acordé de nada…

-¿Te olvidaste de sacar fotos?

¡Él se acordó que teníamos que llamar y sacar fotos! Arriba había mucho viento, éramos los únicos porque éramos los últimos. En general, como se llega en un montón grande hasta arriba, suben alrededor de 80 personas al día y nosotros llegamos una hora después, nos pillamos con ellos cuando iban bajando. Arriba, sola, es muy impactante, estar ahí con todo el tiempo del mundo para ti, pero sola, es fuerte. Tú igual, aunque estás en la cumbre, estás anclado a una cuerda. Yo estaba sentada porque estaba destruida. En todo el camino no te puedes sentar, es muy inclinado, la pendiente es muy grande, nunca puedes descansar.

-Muchas cámaras simplemente no funcionan con el frío, ¿qué cámaras utilizaron para sacar fotos en la cumbre? ¿Había una de repuesto?

-Es muy curioso, pero sacamos las fotos con celular. A mí me ha pasado que los celulares, aquí, no funcionan. Allá, llevábamos tres celulares, llevaba también una cámara chiquitita, pero esa no la ocupé, solo sacamos el celular. Todas las fotos de la cumbre son con celular y estuvimos ahí veinte minutos con 40 grados bajo cero.

-Muchos montañistas dicen que no se siente nada en la cumbre, por el desgaste. ¿Sentiste algo?

-Fíjate que haciendo un recuerdo de qué es lo que pasó allá arriba, porque hay muchos pedazos del camino a la cumbre que los tengo borrados, te podría decir que uno no va sacando fotos, es muy difícil hacer eso. Cuando estoy arriba, en la cumbre, cuando llego, me sobrecoge el lugar, pero me dan ganas de bajar muy rápido porque todavía estoy consciente de en el lugar donde estoy. Llegar a la cumbre no es ese júbilo que uno tiene cuando llega aquí a una cumbre menor y que te abrazas, sacas fotos, miras, descansas, tomas agua. Todo eso no ocurre allá y la llamada por radio con la Natalia, mi hija, me llenó de humanidad. Llevaba muchos días en este mundo aislado, súper concentrada en caminar diez horas, mirar nieve, mirar los crampones, dormir, en fin, una cosa súper técnica. Escuchar la voz de mi hija me volvió a conectar con lo que estaba haciendo ahí. Me volvió el sentido.

-En la cumbre también hablaste “de las mujeres de Chile”…

-Eso me salió… Ese era como el sentimiento que tenía. Que éramos todas.

-Después de la cumbre tu pie sufrió un principio de congelamiento y no lograste bajar a pie hasta el campamento base. ¿Me puedes describir cómo fue subirte a ese helicóptero?

-Yo me doy cuenta de eso cuando llegamos al campamento cuatro, desde la cumbre. Llegamos y me saco los zapatos, me cambio de ropa para meterme al saco. Ahí vamos a pasar una noche, la primera vez que dormimos después de dos días, y vamos a dormir unas siete horas. Los tres caemos absolutamente rendidos. Tomamos un poco de sopa y ahí me doy cuenta, recién, que mi pie esta malo: estaba muy rojo. Y entonces lo seco, lo abrigo y me pongo una botella con agua caliente, y me quedo dormida. No me dio para más. Y avisamos abajo que tengo este principio de congelamiento, por lo tanto al día siguiente necesitaría evacuación. Al día siguiente bajamos del campamento cuatro hasta el campamento dos, bajamos directo y son muchas horas, es muy largo y no siempre depende de tu estado físico porque hay mucha gente bajando, entonces vienes lento para no caerte. Es tremendamente peligroso, todo ese pedazo que es la pared del Lhtose.

-¿Te ayudaron tus sherpas?

-No, a esa altitud, nadie ayuda a nadie. Eso te tiene que quedar súper claro… ni siquiera para cambiarte de cuerda te pueden ayudar. Muchas veces coincides con alguien y tienes que cambiar tu seguro, y eres tú o eres el otro, entonces se produce ahí que yo no me muevo, se produce algo curioso. Nadie te ayuda porque humanamente no puedes hacer nada. Tienes que bajar tú por tus propios medios. Ese helicóptero se coordinó desde el campamento base y fue a buscarme al campamento dos y me llevó al base, donde me reuní con todo el equipo y desde ahí me fui a Katmandú para hacer el tratamiento. Y es ahí, en esa bajada, entre el campamento cuatro y el tres, en que yo me encuentro con el cuerpo de este escalador ruso. Es impactante porque es de otra dimensión, porque te encuentras… él estaba todavía anclado a la cuerda, eso había ocurrido hace muy poco rato, él estaba con un sherpa y el sherpa estaba avisando que este señor estaba muerto, le estaba tomando el pulso, y todos vamos por la misma cuerda…

Y al bajar me encuentro con que él está anclado ahí, en la cuerda, y para yo seguir bajando, tengo que pasar por arriba de él. No es que él esté al lado. Nadie puede moverte, porque es mucho el esfuerzo: con dificultad te agachas a cambiarte a la otra cuerda, sobre todo si vienes desde la cumbre, ya que estás en modo automático bajando.

-Pareciera que este fue uno de tus momentos más difíciles en la montaña.

-Es que me impactó demasiado porque tenía que pasar por arriba de él, pero no podía porque para pasar por él tenía que sacar la cuerda y pasar por encima y era una situación súper fuerte: su equipo de oxígeno todavía estaba funcionando, era una persona que en la mañana había salido con nosotros para arriba, tenía restos de crema… ¡y yo no podía hacer nada y nadie podía hacer nada! No lo podían bajar en ese minuto, no lo podíamos acomodar un poco más al lado, sino que todos los que veníamos bajando íbamos a pasar por el lado de él e íbamos a seguir de largo; eso es súper fuerte porque es algo que uno no haría aquí, pero yo no me podía detener a hacer nada, no podía hacer nada, apenas me podía mover yo…y eso te cambia, cambia tu postura frente a la vida y la muerte.

-¿A qué te refieres cuando dices que te cambia?

-Te cambia así como te cambia el cáncer, porque te enfrentas de verdad a algo que crees muy lejano, que es la muerte. Estaba ahí, encima y tuve que moverle el brazo a este señor para sacar la cuerda, para poder seguir. No es algo que te cuenten, no es algo que ves en las películas. Con respecto al escalador japonés, ese gran escalador, de 34 años, yo estaba en el campamento dos esperando mi helicóptero y estaban recuperando el cuerpo de él, porque cayó la pared completa y llegó hasta el campamento dos. Su muerte debe haber sido el día anterior.

-¿Cuánta gente murió durante esa temporada?

-Hubo cinco muertes, que es muy bajo para el número de personas que suben. Y fueron a rescatar el cuerpo de este japonés y sucede que estamos los dos esperando que el helicóptero nos rescate y otra vez me encuentro, con 12 horas de diferencia, con que quieren bajar al señor japonés y yo estoy peleando un puesto en el helicóptero porque necesito bajar urgente, ¡porque tengo mi pie malo! Son helicópteros muy pequeños, por razón de la altitud, y cabe solamente una persona.

Me veo discutiendo con el guía del japonés, y mi guía, entre un inglés y un nepalés, diciendo quién tiene la prioridad para irse para abajo, ¡qué fuerte! Porque en general uno habría dicho que se vaya el señor que se murió porque abajo lo están esperando sus compañeros de equipo, pero yo necesitaba bajar urgente porque tenía mi pie malo… y el señor ya se murió. Es súper raro como se da la relación entre esto de existir y no existir. En general, no te pones nunca en esa situación.

El Everest me hizo ponerme en una situación en que era yo primero: tenía que bajar y no podía ayuda al ruso, porque si yo me accidentaba iba a ser un problema para otros. Y abajo, estar peleando por un cupo… te cambia la manera de ver el mundo, no sé si para mejor, pero lo enfrentas de otra manera, porque no te queda otra. Y yo creo que afortunadamente no nos toca ponernos mucho en esa situación, porque seguro que aquí en Santiago uno priorizaría el dolor de otros frente a un pie tuyo, entonces la montaña sí tiene su parte dura, muy dura. Es muy difícil ver a los sherpas, y a los sherpas compañeros de los sherpas que murieron, el dolor que sienten, ¡el dolor de esa gente!, gente que arriesga su vida para que tú… subas un cerro. Hay cosas que me surgen como preguntas. A mí solo me hace sentido el Everest con respecto a la campaña, que pudiera salvar vidas en nuestro país.

-¿Fue un error subir el Everest?

-Yo no creo que haya sido un error subirlo, fue una apuesta muy grande. Probablemente, si lo pensara de nuevo, no iría. Si me dijeran que acompañara a alguien, creo que me costaría mucho hacerlo. Es duro, muy duro.

-¿Cuál tramo de la expedición fue el más técnico, más difícil?

-La pared de hielo no era técnicamente difícil, solo necesitaba mucha fuerza, que finalmente apareció en mí. Después dejó de ser un obstáculo. Pasé tres veces por ahí y no volvió a ser tema. Técnicamente, para arriba, no hay nada difícil, solo tener que aprender a trabajar con el yumar. Lo que necesitas es resistencia a largas jornadas, necesitas estar totalmente activo 8 horas, trabajando.

-El piolet sirve para frenar caídas. ¿Tuviste que usarlo alguna vez con este propósito?

-No, no lo usé nunca porque están las cuerdas fijas y tú vas con tu yumar, o usas un ocho para desescalar la pared alta.

-¿En qué parte del recorrido había más basura?

-En el Collado Sur y en el campamento dos. Hay todo un sistema de recolección de basura, sacan toneladas de basura todos los años, incluso en la entrada hacia la cascada, donde hay una especia de guardia que te deja entrar si es que tienes el permiso y si es que vas con tu sherpa. Ahí también se hace un acopio de basura, que se trae desde arriba. Los helicópteros también bajan basura. En el campamento cuatro hay muchos restos de carpas.

-Eres musicóloga, ¿hubo canciones que te acompañaron en tu expedición?

-Yo no voy escuchando música y aquí tampoco me acuerdo de haber recordado ninguna canción. Mi mente iba solo enfocada en el paso, iba exclusivamente en eso, no gastaba nada de energía en otra cosa. No fue algo consciente… pero no iba pensando ni en la playa, ni en los pajaritos, ni en lo que estaban haciendo las niñitas después. Mi único objetivo del día era llegar al otro campamento.

-¿Cuál, de las enseñanzas de Claudio Lucero, fue la que más te ayudó en el Everest?

-Él es muy bello; todo lo que sé de la montaña lo sé por él. Me mandó un mensaje muy lindo, diciendo que cuando llegara al Hillary Step me acordara que en Chile había mucha gente que me quería mucho. Que si estaba ahí y no podía seguir, no importaba nada y me podía devolver, porque no pasaba nada. Eso me dio mucha confianza y cuando llegué al Hillary Step me acordé mucho de él.

-La relación entre los sherpas y los occidentales no ha estado exenta de conflictos, de hecho en más de 100 ocasiones, algunas más recordadas que otras, los sherpas han atacado a montañistas, muchas veces por las provocaciones de estos últimos. ¿Por qué existe esta tensión?

-Primero los sherpas son un pueblo que vive ahí, en el Valle del Khumbu. Son personas extremadamente cariñosas y fieles, son entregados a mil. Ellos se hacen cargo de ti ,eres casi de su propiedad, incluso en el campamento uno, la primera vez que fuimos, yo quería solo dormir y mi sherpa, que estábamos en la misma carpa, me despertaba cada dos horas y me miraba para saber si yo estaba respirando, porque ocurren que a veces se despiertan con un cliente que después no está.

-¿No te dejaba dormir?

-Me despertaba y me daba agua, hasta que le pedí que por favor parara porque necesitaba dormir. Los sherpas son increíbles, la capacidad física que tienen es increíble especialmente considerando la poca preparación. Además, han tenido una infancia dura, una mala alimentación. Lo que hacemos en el Everest, para ellos, es un trabajo, donde arriesgan la vida. Es muy serio, no es un deporte, y te lo hacen saber súper bien. La plata que ellos te cobran vale eso y mucho más. Ellos suben diez veces el cerro y tú vas y subes y bajas. Por eso me molesta cuando algunos dicen que subieron sin sherpa y apoyo logístico, eso hasta por ahí nomás, porque todas las cuerdas fijas hasta la cumbre las puso el sherpa y tú las usas. Sin ayuda externa, eso no es real.

Para los sherpas esto es una fuente de trabajo que les permite sacar a su familia adelante. Es un pueblo muy pobre, que tiene poca educación formal, por lo tanto muchas veces sus trabajos pueden ser de porteador de altura, que es durísimo para el cuerpo y, por lo tanto, mueren muy jóvenes. Para ellos es una fuente de trabajo, y para los occidentales, una montaña deportiva.

-Además del proceso de aclimatación básico, que consiste en hacer ascensiones a campamentos de altura y luego descender, ¿qué otros consejos de aclimatación te dieron los sherpas?

-Uno parte el trekking desde un lugar que se llama Lukla, que es donde te deja la avioneta. Desde ahí son diez días. Pero lo más importante que ellos dicen es ir lento y caminar tranquilo.

-Si alguien tiene como sueño subir el Everest, ¿qué montañas debería subir en Chile para entrenarse?

-La aclimatación se pierde, no sacas nada con irte a vivir a la cumbre del Aconcagua y quedarte ahí un mes y después pasar acá seis meses. Lo que sirve mucho es subir y bajar porque tu cuerpo se va a ir adaptando mejor a la altitud. Mientras más tiempo pases arriba, haciendo actividad, sirve, porque si vas a ir al cerro El Plomo a dormir, no de nada, tienes que estar moviéndote.

-¿Se comunicó el mensaje de la expedición?

-Lo sigo haciendo, lo estoy comunicando, esto es para el resto de la vida, así que donde puedo lo digo, porque esto no pasa de moda. Todos lo días hay gente que se le detecta cáncer, pero para estas enfermedades que son tan feas, la detección precoz es indispensable. Conozco la muerte por cáncer de muy cerca, mi mama murió de esto… No podemos prevenir el cáncer, pero sí una muerte por cáncer. Si podemos hacer algo para llegar a tiempo, creo que todos nos merecemos saber que tiene cura.

-¿Cuánto costó la expedición?

-La expedición total, con todo mi equipo, costó 100 mil dólares.

-¿Qué piensas hoy de tu logro?

-Todavía no logro percibir la importancia del logro del Everest en sí. Cuando veo la montaña digo que barbaridad, que brutalidad de montaña, qué bonita montaña, la disfruta ahora, no cuando estaba ahí. Si no hubiese sido por el cáncer, jamás hubiera ido.

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