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Autores y editoriales independientes critican duramente a Filsa 2015 y ponen en duda futura participación

Autores y editoriales independientes critican duramente a Filsa 2015 y ponen en duda futura participación

«Un insulto», «una farsa», «un desacierto» son algunos de los calificativos que han expresado con vehemencia diversos autores tras la polémica decisión de la Cámara Chilena del libro de cobrar por las «invitaciones» a lanzamientos de libros, una inusual e impopular medida que revivió la tensa relación entre la Filsa y las editoriales independientes por el carácter elitista de la feria. En la Cámara Chilena del Libro, responsable del evento, aseguran que todo se trató de un malentendido.


El viernes pasado, en el lanzamiento de su libro “Rabiosa”, el escritor Gustavo Bernal vivió una situación que le amargó el evento.

Cuando llegó con varios invitados suyos -que según un acuerdo previo entre la Cooperativa de Editores de la Furia (CEF, que incluye a la editorial de su libro, Librosdementira), la Asociación de Editores de Chile (AECh) y la Cámara Chilena del Libro (CChL)- iban a poder entrar de manera gratuita a la presentación en el espacio Foro del Autor, fueron obligados por un empleado a cancelar la mitad de la entrada ($3.000) para poder entrar.

“’Aquí no hay nada gratuito’, nos dijo”, recuerda Bernal. “Me pasó una credencial a mí y dijo: ‘tú puedes entrar gratis, pero los demás tienen que pagar’”. Lo mismo ocurrió ese día con un segundo lanzamiento de la editorial independiente Edicola.

El propio Bernal denunció la situación durante el lanzamiento, lo que causó la protesta de los miembros de la CEF, liderados por su presidente, Marcelo Montesinos. Decidieron cerrar su stands anticipadamente ese día, debido al suceso “junto a otra serie de sucesos y actitudes hostiles hacia nuestros miembros por parte del equipo de producción de la CChL”, según un comunicado de ayer.

“Fue la gota que rebalsó el vaso”, afirma el poeta y editor Camilo Brodsky, para quien llama la atención que además haya ocurrido justo en el primer lanzamiento de las editoriales independientes, casi como una muestra de poder.

¿Error?

La polémica quedó servida. Según señaló ayer a este medio Alejandro Melo, presidente de la CChL, se trató de un “error involuntario”. “Ya lo conversamos con la directiva de la Furia, tuvimos una reunión”, explicó ayer. “No hubo un quiebre de acuerdos ni mucho menos”.

“Lo que pasó ese día con las entradas fue una falta de información en la boletería. Hubo gente que llegó con su invitación, quiso canjearla y por error de información se dirigió a la boletería que no correspondía y la boletería no estaba informada”, asegura.

“Si se hubiera conversado se habría aclarado inmediatamente el error, a la gente se le hubiera devuelto el dinero de la entrada y no hubiera habido ninguna dificultad”, remata, para agregar que todos los acuerdos siguen vigentes, incluido éste.

¿Su verdadera naturaleza?

Sin embargo, el daño quedó hecho y encendió el debate. Al propio Bernal le recordó los problemas que tuvo los dos años anteriores que estuvo como editor en FILSA. “Lo pasé pésimo. Siempre había algún tipo de bloqueo, de boicot, de tratar de invisibilizar a las editoriales pequeñas. Cero cariño con nosotros”.

La situación del viernes “fue absurda. En la FILSA se habla de un fomento al lector, usan un slogan buena onda (en referencia al lema ‘Sí al autocultivo’), pero es una farsa”, señala.

Otros autores y editores comparten su indignación.

“Fue un insulto”, lamenta la escritora Pía Barros. En su opinión, con el cobro de las invitaciones “cada vez buscan más formas para, en el fondo, ayudar a las transnacionales  y de destruir a las editoriales artesanales”, en otro ejemplo de “inequidad” frente al libro.

“Hay una lógica de ganar plata como sea”, dispara Brodsky. “Reciben plata del Estado (a través del CNCA), les rebajan el arriendo de la Estación Mapocho, cobran entrada y piden (a las editoriales) un precio altísimo por los stands”.

“En la FILSA están los mercaderes del libro, así como están los mercaderes de la ropa, como Falabella, los mercaderes del dinero, como los bancos”, critica Mario Ramos, uno de los miembros de Editorial Quimantú. “La FILSA es un mall, un supermercado del libro, que es para una élite. No tienen acceso los sectores populares, no caben ahí. El libro, como la misma FILSA, es la representación política de la élite chilena”, dice.

Para Guido Arroyo, vocero de la CEF, el hecho fue un ejemplo de la naturaleza propia de la Feria, que impide que dé un giro para ser un evento cultural más que comercial. “Lamentablemente la FILSA es una feria que históricamente ha estado al servicio de una suerte de mall en torno al libro”, dice.

Otros son más benevolentes. La escritora Nona Fernández entiende lo ocurrido como otra consecuencia de la “externalización” de servicio, en este caso, con una falta de comunicación entre la Cámara y la productora del evento, “lo que es lamentable. Ese tipo de cosas no pueden pasar en un evento cultural que no es lo mismo que una fiesta o un recital. Son eventos de leyes particulares, que requieren cierta delicadeza. Fue un desacierto”.

Marisol Vera, presidenta de la AECh, destacó la buena disposición de Melo para solucionar el problema y avanzar en el camino “de un trato más igualitario” para todas las editoriales. El problema, estima, fue más del equipo de la Cámara que de su presidente.

Temas de fondo

Con todo, el incidente apunta a varios temas de fondo son varios: no sólo el cobro de la entrada, sino además a la tensa relación entre la Cámara –que agrupa a las transnacionales y posee el 85% del mercado- y las editoriales independientes, donde estas últimas suelen acusar a los primeros de ver la literatura meramente como un negocio, apostando sólo por autores reconocidos y sin tomar los riesgos que ellos sí corren.

Para Brodsky, es contraproducente que un evento que afirma querer acercar la cultura a la gente cobre una entrada. Pone como ejemplo que una familia promedio de cinco personas gasta $15.000 sólo para entrar, “sin siquiera haber abierto un libro”.

Melo se defiende diciendo que la Feria incluye múltiples actividades que se financian con esa entrada. “Hacer esta feria de dieciocho días de duración, con 120 escritores invitados, 140 expositores”, además del arriendo de la estación, “significa una inversión importante y hay que financiarla de alguna forma. Tener quinientas actividades necesita un apoyo y un sustento, y eso también se hace a través de las entradas”, algunas de las cuales además son gratuitas para algunos, como los profesores.

Futura participación en duda

Al final, para muchos la FILSA además se ha desdibujado, pasando de ser un encuentro de escritores, editores y otros actores del mundo del libro a un simple mercado. “Hoy sólo tiene que ver con la industria cultural. Le están quitando cada vez más el protagonismo al libro como tal y a sus creadores. Es una industria que borra de un plumazo los movimientos culturales”, critica Barros.

Por todo esto, según la declaración de la CEF, la entidad “decidió replantear su participación de FILSA en los años venideros”, si bien reconocen también “los esfuerzos de la nueva directiva de la Cámara Chilena del Libro, encabezada por Alejandro Melo, por mejorar las condiciones para los editores nacionales en FILSA y hacer este espacio más digno que los anteriores acogiendo algunas de las propuestas presentadas por la CEF y AECh”.

“Se entiende que no hay interés por parte suya de romper el acuerdo ni desconocerlo. Pero creemos que es la misma inercia y naturaleza de FILSA la que nos ha empujado a repensar nuestra posición frente a este evento, y es por lo mismo que llamamos a que las autoridades y el Estado reflexionen acerca del destino que acaban teniendo, en definitiva, las partidas presupuestarias para apoyar estas actividades, que a pesar de acoger los conceptos ‘cultura’ y ‘diversidad’, no saben dejar de lado las costumbres bárbaras y usureras del puro mercado y el lucro”.

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