CULTURA|OPINIÓN

Cómo la pandemia evidencia la necesidad de una industria nacional basada en el conocimiento

En Chile existe una comunidad científica pequeña, pero altamente capacitada, con Universidades en el top latinoamericano, laboratorios y centros con estándares internacionales y por cierto muchas ganas de ser un aporte. Pero no bastan solo las ganas, si no hay una política pública que sea capaz de despegarse de las recetas económicas neoclásicas, donde el Estado debe intervenir lo menos posible y las políticas de estímulo son contraproducentes.

Históricamente, desde el mundo de la ciencia y la investigación, hemos abogado por una estrategia productiva nacional que incluya la manufactura de productos de alta complejidad. Al menos, más complejos que “commodities 3P” (piedras, palos y pescados) que hoy exportamos. Un argumento habitual para oponerse a dicha estrategia, es que a la larga no es posible competir con los grandes centros tecnológicos mundiales, lo que hace que siempre sea más caro producir que importar. Pero las razones no son sólo monetarias, sino también estratégicas. Detrás de la idea de la elaboración nacional de productos complejos subyace la idea de que el país tenga la capacidad de garantizar cierta estabilidad frente a los vaivenes económicos y geopolíticos internacionales. La implicancia más obvia es la independencia económica, pero por otro lado, está la tanto o más importante capacidad de proveer ciertos derechos fundamentales a la población, sin depender de lo que ocurra en el resto del mundo. Algunos de estos derechos son la salud, la alimentación, el empleo de calidad o la respuesta frente a crisis, como la que provoca el cambio climático o la aparición de nuevas enfermedades.

[cita tipo=»destaque»]Pensar en una economía basada en conocimiento, donde se produzcan productos más complejos que los commodities 3P, implica necesariamente políticas industriales con un horizonte a mediano y largo plazo, repensar completamente el financiamiento a la investigación y a las Universidades, y por supuesto, valorizar las compensaciones directas e indirectas al corto y largo plazo que estos productos generan, y no sólo contemplar la ganancia directa e inmediata como único incentivo.[/cita]

Por años, los economistas neoliberales, replicaron que da lo mismo ser dependientes, porque el mundo será cada vez más globalizado y que solo pensar en algún evento donde se requiera esta independencia, es -para estos defensores del modelo- un anacronismo. Pero la cruda realidad que nos está demostrando la pandemia de COVID-19, es que esa situación no era una fantasía. Hoy, cuando más lo necesitamos, se empiezan a acabar los reactivos para hacer test PCRs para detectar el SARS-CoV-2, los elementos de protección personal de los hospitales ya escasean,  mientras el sistema de salud se acerca peligrosamente a su saturación. Con la pandemia encima, el gobierno ha debido realizar operaciones complejas plagadas de incertidumbre para poder traer mascarillas, ventiladores o reactivos desde distintas partes del mundo, que no sabemos si darán a basto.

En Chile existe una comunidad científica pequeña, pero altamente capacitada, con Universidades en el top latinoamericano, laboratorios y centros con estándares internacionales y por cierto muchas ganas de ser un aporte. Pero no bastan solo las ganas, si no hay una política pública que sea capaz de despegarse de las recetas económicas neoclásicas, donde el Estado debe intervenir lo menos posible y las políticas de estímulo son contraproducentes. De hecho, desde finales de los años 90 hemos tenido  políticas públicas que intentan tímidamente apalancar emprendimientos e innovaciones basadas en conocimiento, pero sin cambiar el carácter subsidiario y no-interventor del Estado.

No es posible pensar en despegar hacia esta nueva economía si no se le da un giro a la forma en que se financia la investigación nacional permeada por la teoría del capital humano y homo economicus. Las y los investigadores compitiendo día a día por algún fondo para investigar, y las Universidades y Centros también compitiendo entre ellas, como si fuera todas iguales, termina generando un clima de hostilidad e incertidumbre, donde finalmente cada uno se salva como puede individualmente. Los fondos para innovación, emprendimiento y transferencia tecnológica, terminan convirtiéndose en un salvavidas para aquellos que puedan acceder, y no en un impulso para pasar a otra etapa. De hecho, muchos de estos emprendimientos tecnológicos y start-ups, solo viven gracias a los aportes de CORFO, una vez éstos se acaban, se acaban también esos proyectos, lo que habla de la fragilidad del sistema. También se dan muchos casos de abusos donde empresas grandes se hacen pasar por emprendedores, o se exageran resultados o proponen cosas imposibles de escalar, todo para agarrar una tajada de los subsidios, frente a este clima de eterna incertidumbre en la academia.

En tanto para las Universidades también se generan problemas, especialmente para las estatales y su crónico desfinanciamiento. Recordemos que en promedio las estatales reciben un 15% de su presupuesto del Estado, el resto lo deben autogenerar entre cobro a los/as estudiantes y fondos de todo tipo. Entonces, los fondos para innovación y emprendimiento se convierten en un imán de iniciativas, y termina muchas veces desvirtuando el rol de departamentos y facultades, que es generar conocimiento público para la sociedad, no generar bienes de mercado. Por cierto, dentro de este rol puede estar la producción de bienes y servicios, pero no puede ser ni su único ni su más importante rol.

Pensar en una economía basada en conocimiento, donde se produzcan productos más complejos que los commodities 3P, implica necesariamente políticas industriales con un horizonte a mediano y largo plazo, repensar completamente el financiamiento a la investigación y a las Universidades, y por supuesto, valorizar las compensaciones directas e indirectas al corto y largo plazo que estos productos generan, y no sólo contemplar la ganancia directa e inmediata como único incentivo.

Está lleno de libros y estudios que muestran cómo los países desarrollados, multiplicaron sus industrias complejas a punta de proteccionismo, incentivos y creación de instituciones desde cero. Y si miramos a nuestros vecinos latinoamericanos, encontramos también ejemplos interesantes de políticas industriales. Obviamente no se trata de copiar irreflexivamente medidas que funcionan en otras realidades, o de volver a las viejas recetas de la industrialización de mediados del siglo XX, que entre otras cosas, ignoraban por completo los efectos en el medioambiente. Pero si a mirar “fuera de la caja” cómo dicen los siúticos, lo que en este tema significa mirar fuera de la ortodoxia económica de los neoliberales. Pensando así es como en Argentina tienen dos fábricas de respiradores artificiales, que empezaron a dirigir toda su producción al consumo interno. Y la misma Argentina, Brasil o México son capaces de fabricar sus propios reactivos para hacer PCR, entre otros exámenes. En Chile, hubo que hacer un concurso rápido, con ya varios cientos de contagiados, para que los grupos que ya habían empezado a fabricar prototipos de respiradores compitieran por recibir apoyo estatal. El Estado llega a lo menos tarde, considerando que estas iniciativas no necesitan solo un subsidio, sino años de investigación transdisciplinaria, desarrollo cooperativo, pruebas y validaciones experimentales.

En tanto los reactivos claves que forman parte de los kits de diagnóstico corresponden a los productos habituales en diferentes líneas de investigación en nuestro país, y que podrían ser estandarizados y producidos bajo una normativa internacional que nos permita dejar disponible un stock nacional de estos reactivos claves para el diagnóstico de esta pandemia y otras enfermedades emergentes.

En este caso, podríamos llegar un poco menos tarde que a la fabricación de ventiladores. Aunque probablemente hacer estos reactivos localmente igual será más caro -en dólares- que importarlos del sudeste asiático, pero serán mucho más baratos si lo valorizamos en la celeridad para responder a emergencias como la que nos presenta el coronavirus, u otras emergencias que puedan emerger en el futuro. Además de dar solución a un problema de salud pública, como es la disponibilidad de stock para realizar exámenes, desarrollar esta área biotecnológica generaría una alternativa de trabajo de calidad para los y las jóvenes profesionales, cosa que no ocurre con la importación, que genera muchos menos empleos y menos especializados.

La CEPAL ha calculado que la pandemia del COVID-19 llevará a la mayor contracción de la actividad económica en la historia de la región que, anuncian, caerá 5,3% en 2020. Frente a esta situación, la diversificación de la economía y migrar parte de la matriz productiva a una economía basada en conocimiento podría permitir al país exportar productos elaborados que generan mejores márgenes de ganancia -en el amplio sentido- para la sociedad chilena que los commodities 3P. Las crisis son oportunidades, y si el estallido social no fue suficiente para convencernos de la necesidad de estos cambios, que la crisis del coronavirus lo sea. El momento es hoy.

Bernardita Valenzuela Guerrero, Doctora en Ciencias Aplicadas

Florencia Tevy, Doctora en Bioquímica, CEO Gedis Biotech

Rodrigo Dover Aburto, Licenciado en Biología

Frente por el Conocimiento