CULTURA

Las tres candidatas al Premio Nacional de Literatura tras siete décadas sin que una mujer poeta obtenga el galardón

Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández comparten una sólida obra y, de ser elegida alguna de ellas, se pondría fin a siete décadas sin que una mujer poeta obtenga el galardón (la última fue Gabriela Mistral, en 1951). Antes de ellas, otras como Winétt de Rokha, María Monvel, Stella Díaz Varín, Eliana Navarro y Delia Domínguez, e incluso la propia Violeta Parra, no lo obtuvieron, a pesar de sus méritos. En suma, solo cinco mujeres han logrado el galardón desde su creación en 1942. «Han sido generalmente los hombres quienes han podido vivir de la literatura y escasamente las poetas, por la manera como se las intenta posicionar. Hay derecho a vivir de lo que se sabe hacer bien. Debiéramos felicitar a las mujeres que han persistido en su obra a pesar de no ganar ningún premio», señala la académica y crítica de la UC, Magda Sepúlveda Eriz.

Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández son las tres poetas candidatas al Premio Nacional de Literatura, que se entrega en septiembre próximo.

Las tres comparten una sólida obra y, de ser elegida alguna de ellas, se pondría fin a siete décadas sin que una mujer poeta obtenga el galardón. La última fue  Gabriela Mistral, en 1951. Un factor que fue objeto de un reclamo reciente de un colectivo de autoras.

Antes de ellas, otras como Winétt de Rokha, María Monvel, Stella Díaz Varín, Eliana Navarro y Delia Domínguez, e incluso la propia Violeta Parra, no lo obtuvieron, a pesar de sus méritos. En suma, solo cinco mujeres han logrado el galardón desde su creación en 1942.

La profesora chilota

Para la académica y crítica Raquel Olea, las tres candidatas son muy buenas poetas, y merecen el premio.

Muñoz (Ancud, 1960), profesora de castellano titulada en la Universidad Austral de Chile, por ejemplo, en palabras de Olea, «poetiza el mundo de la comunidad». Ella ha ganado el Premio Pablo Neruda (2000), Consejo Nacional del Libro (2002) y Altazor (2013). Debutó con Canto de una oveja del rebaño (El Kultrún, Valdivia), en 1981.

«Es una poesía más de lo cotidiano, la historia, la cultura de Chiloe, desde una mirada femenina que incorpora los espacios y las funciones más privadas, más íntimas», explica Olea.

La académica y crítica de la UC, Magda Sepúlveda Eriz, señala que Muñoz ha desarrollado una escritura que indaga sobre las decisiones complejas de las mujeres, entre ellas, el embarazo no deseado.

«Su mirada no es la de una jueza ciega ante la vara en su ojo, sino la mirada empática de quien comprende», dice, y cita el siguiente pasaje.

Esta, la de la foto, es la misma que jugaba con su muñeca todo el día y en la noche, la arropaba para que no sintiera frío ni miedo. Se resistió a tirarla cuando perdió un ojo. Siguió negándose cuando cayó sobre la estufa y se quemó el brazo de goma. Y cuando se le apelmazó el pelo. Y cuando quedó con una sola pierna. Es la misma. Sin señales de pena, posa con los restos del recién nacido sobre los trapos con los que limpió el piso”.

Para ella, «la empatía de la voz consiste en llevar hasta el lenguaje poético una expresión común: ‘Es muy niña mamá"». Muñoz «logra mostrar poéticamente las decisiones que deben tomar mujeres de diferentes edades».

Hernández, polémica

Hernández (Lebu, 1951), en cambio, para Olea se inscribe más en la tradición poética chilena. Ella estudió primero Filosofía, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile (hoy UMCE), y luego Literatura en la Casa de Bello.

Marcada por una detención de manos de la CNI en 1979, aparentemente por error, su obra ha merecido reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier (2018) y Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2018).

«Trabaja la historia, las represiones de lo minoritario», explica Olea. «Busca escribir sentidos históricos desde perspectivas críticas, escribe acontecimientos notables».

Para Sepúlveda Eriz, esta artista crea una poesía que polemiza con el imaginario nacional creado desde lo masculino, por ejemplo, en relación con la bandera de Chile. De hecho, se hizo famosa con este estreno en sociedad, el poemario La bandera de Chile, de 1981.

«Ella compara la bandera inmensa que se tiende frente a La Moneda con la genitalidad mujeril cuando dice ‘se infla su tela como una barriga ulcerada‘, ‘con las piernas al aire tiene una rajita al medio/ una chuchita para el aire/ un hoyito para las cenizas del General O’Higgins‘».

«La bandera es descrita con palabras coloquiales informales de la genitalidad femenina. Todas las palabras que la poeta usa son a la vez usadas en expresiones de insulto. Es decir, la bandera y la mujer son, para la cultura dictatorial de ese momento, un espacio vacío, llenable con cualquier discurso de apropiación. La tela de la bandera y el género mujer están puestos por la poeta en el mismo lugar: un punto para ser vulneradas y violadas», comenta.

Berenguer, contra el neoliberalismo

Finalmente, Berenguer (Santiago, 1946), irrumpió en la poesía especialmente a partir de los años 80, en plena dictadura, como parte de una bohemia santiaguina que incluía a Los Prisioneros, el colectivo Yeguas del Apocalipsis (de Pedro Lemebel). Entre sus pergaminos cuenta la Beca Guggenheim (1997) y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2008).

Debutó en 1983 con Bobby Sands desfallece en el muro, un homenaje al militante irlandés del IRA de 27 años que murió en una huelga de hambre en una prisión británica, dos años antes.

Allí escribe:

«Entrego mi vida como una acción de amor./ Me entrego a una agonía lenta/ como único modo de cambiar/ la pólvora por jardines de paz/ como única forma de esperar la alondra/ y nuevas primaveras/ como único sostén para limpiar/ las heridas de Cristo torturado«.

«Es una poeta urbana, escribe hablas callejeras, la ciudad, sus cambios, siempre críticamente frente a los poderes», comenta Olea.

Además de esto, es «una crítica del neoliberalismo en todas sus dimensiones. Trabaja explorando la lengua, las lenguas desde lo fónico, los significantes».

Sepúlveda de hecho señala que Berenguer ha inventado un lenguaje para hablar de la ciudad desde una perspectiva de mujer.

«Por ejemplo, describe a Santiago neoliberal como ‘patipelá’ y ‘empielada ramera’, con esto nombra la condición de pobreza disfrazada de riqueza de la urbe, una ciudad que tiene los pies desnudos a pesar de que luzca pieles en su parte de arriba», analiza.

«Es una poesía que metaforiza la ciudad como un cuerpo de mujer y ahí hay un aporte en tanto Berenguer discute cómo mujer y ciudad son territorios a los que se busca dominar e imponer un programa político».

Berenguer es apoyada explícitamente por la crítica Soledad Bianchi en su postulación.

«Me interesa mucho su poesía porque ha sido muy política», expresa. Para ella tiene una característica, que ya se ve en su primer libro, pero que se conserva, y es «la relación entre lo que se dice y cómo se dice».

En el caso de su debut, «los poemas son muy breves, como de una persona con hambre que no puede decir más que eso, porque está sin fuerza», a lo que se agrega que fue publicado en su momento sin pedir la autorización respectiva obligatoria de la época en la tristemente célebre División de Comunicación Social (Dinacos).

«Lo interesante es que era un libro que hablaba de Bobby Sands, pero en el fondo podía hablar de cualquier, no solo de cualquier huelguista de hambre, sino de cualquier chileno que estaba en contra del sistema», recalca.

En su poesía hay, a su juicio, «una búsqueda constante y eso me interesa. Además ella no ha tenido miedo de romper, con su lenguaje, con su escritura, y ha seguido buscando».

Bianchi cita además su texto Sayal de pieles (1993) que «usa un lenguaje que no existe, ella inventa un lenguaje. Un lenguaje no productivo, una cosa así, pero que perfectamente, a pesar de que prima tal vez el sonido, va creando un mundo de lenguaje, pero también de sentido. Hay algo muy erótico, muy de juego, muy de roce. Las palabras chocan, pero de ahí surgen otras».

Las poetas que faltaron

Las críticas además se refieren al hecho de las poetas que ha habido en Chile en las últimas décadas, y que han merecido el máximo galardón nacional.

«Antes los jurados eran mayoritariamente masculinos», precisa Bianchi, para quien es hora de premiar a una mujer porque «hay una obra muy interesante» en las poetas.

Entre aquellas que deberían haber ganado, ella nombra a Eliana Navarro (1920-2006), «una excelente poeta que este año cumpliría cien años».

«Ella perteneció al grupo Fuego y tal vez (le afectó) estar casada con otro poeta, José Miguel Vicuña», en una época en que las mujeres «ocupaban un lugar bastante secundario, se consideraba mucho más a los hombres, y en un matrimonio debe haber sido aún mucho más difícil».

«Las mujeres históricamente han participado menos de la vida literaria pública», lamenta Olea por su parte.

«El prejuicio de que solo escribían desde una perspectiva romántica y lírica hacía que fueran menos leídas por sus pares, no se las antologaba, la crítica no leía su singularidad, no se estudiaban en la Universidad, permanecían invisibles», critica.

«Además los jurados del Premio nunca han sido expertos en literatura. Es una gran falta cultural no haber premiado ninguna otra poeta», dice.

Para Sepúlveda, los estilos poéticos que se han privilegiado son los masculinos, «la poesía de gran tono, la poesía épica o la poesía ante la muerte, que está bien y que tiene grandes voces hasta el día de hoy».

«Esa poesía nos ha dado grandes reconocimientos internacionales, pero hay espacio también para la poesía cultivada principalmente por mujeres de los 80 que han desarrollado un lenguaje experimental, volcado a discutir la construcción de sentidos patriarcales que a veces tenemos naturalizados, como el concepto de patria, de ciudad o de maternidad solo asociada a la mujer», enfatiza.

Perjudicadas

Las críticas además indican que el no ser premiadas sin duda influyó en que no lograran el reconocimiento que eventualmente merecían.

«No haber premiado a esas mujeres afectó a la historia de la literatura chilena, que tiene un canon muy masculino y muy patriarcal, (donde) se habla de padres de la literatura», afirma Olea.

«La institución literaria preservó la palabra poética para un creador masculino: el vate. Además es una gran injusticia haber dedicado la vida a la literatura sin reconocimiento. A algunas afectó seguramente su economía, no olvidemos que este premio se fundó con el fin de compensar económicamente el déficit económico que significa vivir del arte. Chile ha perdido, la cultura chilena ha sido privada de la palabra poética de las mujeres», advierte.

Sepúlveda menciona que el premio facilita la pertenencia al campo cultural, en relación con ser publicada y que la obra reciba estudios críticos. Implica también salir del papel de musa en que habitualmente se sitúa a las mujeres, «incluso a Winétt de Rokha se la llama la musa en sitios ampliamente consultados por quienes buscan información», comenta.

«Escuchaba la semana pasada la exposición de una artista y al terminar un varón de la audiencia le dice: ‘Me enamoré de ti’, eso es volver a colocarnos en el sitio de objeto, pues no se conversa acerca de la obra. No sé qué pasaría si una mujer dijera ‘me enamoré de ti"».

Para ella, «han sido generalmente los hombres quienes han podido vivir de la literatura y escasamente las poetas por la manera como se las intenta posicionar. Hay derecho a vivir de lo que se sabe hacer bien».

«Debiéramos felicitar a las mujeres que han persistido en su obra a pesar de no ganar ningún premio», concluye.