Opinión

Tres actos y Stefan Kramer

El hecho político de la semana fue el video que viralizó Stefan Kramer. En solo un minuto, mostró las contradicciones de Jaime Mañalich y el Gobierno, a través de un juego de frases que mostraban a un ministro argumentando con vehemencia que no era necesario asumir algunas acciones preventivas, las que luego terminaba implementando. El comediante se atrevió a decir lo que mucha gente percibe, pero que ni la oposición es capaz de expresar. En este ambiente de cadena nacional permanente y temor a los otros, se ha vuelto a cerrar la válvula de escape abierta hace cinco meses. El miedo ha sido más fuerte. La incertidumbre hace que esperemos instrucciones. Pero eso no es equivalente a que perdamos la capacidad de armarnos una opinión sobre la conducción de las autoridades a las que estamos confiando nuestra seguridad y la vida de nuestras familias.

Está claro que en el mundo y Chile en particular, se vive una crisis insospechada y de proporciones ni siquiera imaginadas por los mejores creativos del cine o Netflix. Está claro que en una emergencia todos debemos ser conscientes del autocuidado y del cuidado de los demás, cooperando con las autoridades del país, partiendo por los que más comprenden las necesidades de la gente, lo alcaldes, y por supuesto el Gobierno central. Está claro que todos los estamentos de la sociedad –incluidos el mundo político y las organizaciones sociales– tienen que hacer el esfuerzo de poner lo mejor de ellos más allá de las posiciones ideológicas.

Está claro, también, que los medios de comunicación, los tradicionales, esos de alcance masivo, deben ser capaces de informar y orientar a la población. Pero distinto es asumir una posición uniforme, casi oficialista. Negar la realidad, la disidencia o las inquietudes de la gente es muy poco sano para la sociedad y la democracia y, claro, la pasada de cuenta después puede ser grande.

Por algo, el valor que han adquirido los medios independientes, digitales, las radios y redes sociales –desde el 18 de octubre en adelante– para reflejar y representar mejor a una población cansada de los lugares comunes, de los matinales lacrimógenos, por estos días llenos de panelistas que no aportan a generar una posición país en un momento en que se requiere unidad, como es la inclusión de la polémica Marcela Cubillos en Canal 13. Y aunque hay excepciones, como el alcalde Joaquín Lavín, que juega un rol más informativo y proyecta una posición más flexible, la Contraloría criticó la participación de los jefes comunales en programas de ese tipo.

[cita tipo=»destaque»]En tercer lugar, el Gobierno comenzó a implementar lo que podríamos denominar su plan piloto, su ensayo, para cuando venga el confinamiento de gran parte del país. Porque la verdad es que la puesta en escena pareció más bien un simulacro mal diseñado, abusando de la improvisación, con muchos desaciertos y una sensación de desorden que en momentos críticos aumenta la inseguridad y los miedos, pese a las semanas de las que dispusieron para ello. Alcaldes que se enteraron unos minutos antes y no participaron del diseño –algo inexplicable–, autoridades que no sabían qué responder a la prensa –“voy a preguntar y vuelvo a llamarlos”, dijo en una entrevista el intendente Felipe Guevara–, gente corriendo a ponerse a una fila en el supermercado a 10 cm unos de otros, y el anuncio de una cuarentena de siete días cuando todos sabemos que son de dos semanas, como mínimo.[/cita]

En ese contexto, cuatro hechos marcaron la agenda política de la segunda semana de la crisis.

En primer lugar, los múltiples proyectos anunciados por distintos parlamentarios, en un ataque de populismo y evidente necesidad de acaparar cámaras. Y aquí no ha habido distinción entre izquierda y derecha, todos se pusieron estatistas y pidiendo que el Gobierno asuma casi toda la cuenta de esta tragedia.

Sin embargo, La Moneda intentó tramitar un proyecto llamado “de protección del empleo”, que permitiría que los trabajadores fueran desvinculados temporalmente para recibir el seguro de cesantía. Fue rechazado en la Cámara de Diputados, después que la Dirección del Trabajo emitiera un dictamen que permite a empresas acogerse a “fuerza mayor”, dejando de pagar salarios, pero sin despedir a su gente. Dos medidas que no se ve por dónde aportan al “cuidado del empleo”.

En segundo lugar, el Gobierno logró apagar el incendio de los alcaldes y el Colegio Médico. La constitución de la “Mesa Social COVID-19” dejó tranquilos a quienes, durante una semana completa, habían exigido que La Moneda impusiera medidas más drásticas, partiendo por la cuarentena total. Y se descomprimió el ambiente, a tal grado, que los alcaldes y la doctora Izkia Siches bajaron sus expectativas, pidiendo confinar solo a la Región Metropolitana, para después ser sorprendidos el día miércoles –luego de reunirse el martes con el ministro Gonzalo Blumel– con el anuncio de la cuarentena a siete comunas de Santiago, sin haber tenido ninguna participación ni en la decisión ni en las medidas adoptadas. Gol de La Moneda.

En tercer lugar, el Gobierno comenzó a implementar lo que podríamos denominar su plan piloto, su ensayo, para cuando venga el confinamiento de gran parte del país. Porque la verdad es que la puesta en escena pareció más bien un simulacro mal diseñado, abusando de la improvisación, con muchos desaciertos y una sensación de desorden que en momentos críticos aumenta la inseguridad y los miedos, pese a las semanas de las que dispusieron para ello. Alcaldes que se enteraron unos minutos antes y no participaron del diseño –algo inexplicable–, autoridades que no sabían qué responder a la prensa –“voy a preguntar y vuelvo a llamarlos”, dijo en una entrevista el intendente Felipe Guevara–, gente corriendo a ponerse a una fila en el supermercado a 10 cm unos de otros, y el anuncio de una cuarentena de siete días cuando todos sabemos que son de dos semanas, como mínimo.

Sin duda, comunicar una decisión de esta magnitud no es fácil. Sin embargo, hay una diferencia de los eventos que estamos más acostumbrados a vivir, como los terremotos, que toman por sorpresa a un Gobierno con el riesgo de cometer errores muy caros, como le pasó a Michelle Bachelet hace diez años en medio de la noche, en la oscuridad y con falta de información, sin la tecnología y comunicaciones que tenemos hoy.

Tampoco era una novedad la cuarentena. Todos los países del continente –con la excepción de un Bolsonaro que parece haber enloquecido a costa de la salud de su gente– ya están en esa fase. Además, estaba la experiencia de China, Corea, Italia y otros países con sus luces y sombras, que obviamente podrían servir de aprendizaje. Incluso habían pasado 10 días desde que los alcaldes y el Colmed plantearan con fuerza la necesidad de la medida. Tiempo para preparar la logística y las comunicaciones hubo.

Y aunque la vocería de La Moneda recibió un buen refuerzo con la subsecretaria Katherine Martorell, hubo exceso de confusión inicial que recién logró revertirse el segundo día, a pocas horas de que empezara el confinamiento total.

Incluso, vimos al ministro de Salud llegar a decir que los problemas de falta de información no eran de su competencia. Lo esperable era que la Segegob hubiera tenido infografías, materiales para enviar en ese momento a los medios, un pregunta y respuesta, incluso se podría haber evaluado utilizar el sistema que nos avisa a los teléfonos –geolocalizando– cuando hay una alerta de tsunami. Creatividad y buena preparación resultan fundamentales para desplegar una estrategia comunicacional en un momento así.

Pero el hecho político de la segunda semana de esta crisis fue el video que viralizó Stefan Kramer en redes sociales. En solo un minuto, el comediante mostró las contradicciones de Jaime Mañalich y el Gobierno, a través de un juego de frases que mostraban a un ministro argumentando con vehemencia que no era necesario asumir algunas acciones preventivas, las que luego terminaba implementando. Incluso el médico llegó a señalar, hace 10 días, que la cuarentena era una exageración y que el virus podía evolucionar e incluso “volverse bueno”. Todavía nadie ha logrado descifrar a qué se refería, porque, si era una broma, no fue muy adecuada.

Kramer se atrevió a decir lo que mucha gente percibe, pero que ni la oposición es capaz de expresar. En este ambiente de cadena nacional permanente y temor a los otros, se ha vuelto a cerrar la válvula de escape abierta hace cinco meses. El miedo ha sido más fuerte. La incertidumbre hace que esperamos instrucciones. Pero eso no es equivalente a que perdamos la capacidad de armarnos una opinión sobre la conducción de las autoridades a las que estamos confiando nuestra seguridad y la vida de nuestras familias.

Y aunque Piñera ya se convenció de que el 18 de octubre fue solo una pesadilla, el video de Kramer devolvió el espíritu crítico, sintetizando el zigzagueo de las decisiones tomadas por el Gobierno chileno en estas semanas. Si la comunidad científica, los alcaldes y el Colegio Médico creen que las decisiones han sido lentas, ¿no habremos perdido 10 días valiosos en la lucha contra el COVID-19?

En un par de semanas podríamos pasar a una etapa muy compleja, en que los shows mediáticos, como el montado en torno al Espacio Riesco –que trajo de vuelta la sensación de desigualdad–, no servirán de nada. Ya no ayudarán los matinales y las entrevistas diarias, porque la verdadera prueba será verificar si el sistema de salud no entra en un colapso total. Recién ahí podremos empezar a dilucidar si Mañalich estaba en lo correcto al demorarse tanto en tomar la decisión o Kramer por mostrar, con humor, las contradicciones del ministro. Si no lo hacía Stefan, ¿quién?