Opinión

La hora de la política digna

El reciente episodio de la elección de la directiva de nuestra Cámara de Diputados puede ser considerado como otro de los retos de esta guerra y nos ha confrontado con nuestra propia realidad, en cuanto a la unidad y la altura de miras que demanda la emergencia que estamos viviendo. La definición de instancias tan cruciales como esta, nos impone el desafío de demostrar qué tan dispuestos estamos a dejar la mezquindad de anteponer los intereses propios al interés general. Ese interés general que hoy nos reclama unidad y respeto por las instituciones permanentes del Estado, principalmente de parte de las clases y elites políticas de nuestro país.

En Japón el concepto de crisis está representado por dos ideogramas que significan peligro y oportunidad, lo que grafica la mirada de su cultura ante las dificultades que han enfrentado a través de la historia y que explica, en gran medida, el resurgimiento de su nación después de cada crisis.

Como casi todo el mundo hoy, las chilenas y los chilenos nos vemos enfrentados a una de las mayores crisis, representada por una amenaza directa a los bienes más preciados que poseemos: la salud y la vida misma, una difícil prueba a nuestras capacidades, un desafío existencial como pocas veces antes se nos ha presentado. Como lo ha señalado la propia OMS, esta es la auténtica guerra de nuestros tiempos, contra un enemigo invisible a los ojos, que no distingue fronteras, géneros, etnias, clases ni credos.

Pero, más allá de los medios y recursos que se deben proporcionar adecuadamente para ganar una guerra como esta, debemos tener la suficiente claridad sobre la forma en que debemos combatir. Y aquí lo primero, tal vez lo más importante, es que tenemos que hacerlo en unidad. La unidad podrá salvarnos y hará posible el triunfo de todo Chile sobre el enemigo despiadado que tenemos el frente.

[cita tipo=»destaque»]Nuestra propia historia reciente también puede enseñarnos mucho al respecto. Si con la Concertación pudimos tener uno de los períodos de mayor estabilidad y crecimiento como país, fue porque en algún momento se impuso en el país una visión de Estado que privilegió la unidad, que sin perjuicio de las válidas diferencias entre los sectores y del respeto a las distintas formas de pensamiento, se trabajó por encontrar aquellos puntos de unidad y entendimiento, sobre todo respecto a los grandes temas nacionales. Ello es lo que hace la diferencia entre una coalición política real y una mera agrupación de intereses políticos puntuales, que no converge más allá de estos, pero que es incapaz de desarrollar una visión de Estado que haga posible la unidad.[/cita]

El reciente episodio de la elección de la directiva de nuestra Cámara de Diputados puede ser considerado como otro de los retos de esta guerra y nos ha confrontado con nuestra propia realidad, en cuanto a la unidad y la altura de miras que demanda la emergencia que estamos viviendo. La definición de instancias tan cruciales como esta, nos imponen el desafío de demostrar qué tan dispuestos estamos a dejar la mezquindad de anteponer los intereses propios al interés general. Ese interés general que hoy nos reclama unidad y respeto por las instituciones permanentes del Estado, principalmente de parte de las clases y elites políticas de nuestro país.

Se quiera o no, la nueva directiva de la Cámara de Diputados resultó electa legítimamente, en el marco de una votación reglamentaria y con las debidas garantías de transparencia, siendo entonces un procedimiento eleccionario democrático e incuestionable. Si las disquisiciones internas de la oposición no posibilitaron un resultado distinto, aún con mayoría nominal de votos a su favor, ello no resta integridad del proceso, mucho menos a la instancia encabezada por el diputado Diego Paulsen (RN). Por lo tanto, la directiva así elegida es absolutamente legítima y el ejercicio de su mandato a la cabeza de la Corporación debe ser reconocido y respetado como tal.

Este respeto y reconocimiento constituyen un elemento fundamental para la estabilidad institucional que se hace tan necesaria hoy y más que nunca. Serán la fianza de unidad imprescindible en los momentos de crisis, pero también serán una de las ventanas de oportunidades que no debemos dejar de observar para salir fortalecidos como país después de la guerra que nos mantiene en la lucha.

¿Podemos ganar esta guerra? Por supuesto que sí. Pero paradójicamente para ello debemos abandonar las trincheras y dejar atrás la lógica del parapeto interno. La historia, en su infinita función pedagógica, nos enseña que aún las naciones más poderosas en armas y recursos han fracasado cuando enfrentaron sus conflictos en desunión interna y mezquindad, con prevalencia de los intereses propios por sobre los comunes.

Nuestra propia historia reciente también puede enseñarnos mucho al respecto. Si con la Concertación pudimos tener uno de los períodos de mayor estabilidad y crecimiento como país, fue porque en algún momento se impuso en el país una visión de Estado que privilegió la unidad, que sin perjuicio de las válidas diferencias entre los sectores y del respeto a las distintas formas de pensamiento, se trabajó por encontrar aquellos puntos de unidad y entendimiento, sobre todo respecto a los grandes temas nacionales. Ello es lo que hace la diferencia entre una coalición política real y una mera agrupación de intereses políticos puntuales, que no converge más allá de estos, pero que es incapaz de desarrollar una visión de Estado que haga posible la unidad.

Esta crisis que se cierne sobre nosotros se nos presenta como una guerra en contra de la oscuridad y una lucha por la vida. Debemos ganarla en unidad, conservando siempre una mirada crítica y constructiva en su esencia, alejada de los ataques descalificativos y destructivos. La sombra de la guerra no puede oscurecer nuestras mentes ni comprometer la buena fe de nuestras voluntades, porque es preciso fortalecer la institucionalidad del Estado para hacer frente al enemigo común de manera organizada, con serenidad, pero con determinación y firmeza a la vez.

La milenaria cultura del Japón debe servirnos como ejemplo a seguir, para ver en esta crisis, además del peligro y la amenaza, el conjunto de oportunidades que se nos presentan para salir fortalecidos de ella.

Como dijo Winston Churchill: “Construir puede ser la tarea lenta y laboriosa de muchos años. Destruir puede ser el acto irreflexivo de un solo día” .