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Vinos de alta gama: Vuelos de altura en medio del confinamiento Opinión

Vinos de alta gama: Vuelos de altura en medio del confinamiento

Pablo Ugarte
Por : Pablo Ugarte Director de Catad'Or
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En medio de esta selva oscura es posible encontrar el camino que nos lleve a la colina.

En estos tiempos sin precedentes, no somos pocos los comensales que hemos optado por descorchar ese vino de alta gama que teníamos súper guardado y evidentemente para una ocasión especial, y es que, para mitigar el claustro, llegado el momento todo vale, y es ahí cuando sin ningún remordimiento llevamos esa joya a la mesa, con la ilusión de ascender a las alturas del placer.

Al parecer, todos los expertos coinciden en afirmar que un vino de alta gama nace en el viñedo, recorre todas las etapas de elaboración y crianza, para luego coronarse con un gran envase y etiqueta que estén a la altura de lo que hay dentro de la botella.

Estos vinos deben ser capaces de elevar una cena o una reunión a la categoría de arte. No pueden ser tomados y pasar desapercibidos. Si un vino de alta gama no emociona a quien lo bebe, algo no se está cumpliendo, probablemente a causa del vino y no del comensal, porque estos caldos deben ser capaces de afectar positivamente los sentidos de los más insensibles paladares.

Un vino de alto vuelo debe crear por sí mismo lo que los blogueros de NYC llaman un “Wine Moment”. Eso que va más allá del mero acto de consumo de un rico jugo de uva fermentando, debe ser algo que te conecte con tus emociones y que quede grabado en tu memoria como un momento único.

Según los expertos debe ser un vino que provenga de frutas excepcionales de los mejores cuarteles de un viñedo, que las técnicas de elaboración acompañen esta virtud y que la crianza sea criteriosa, evitando sobreexponer el mosto a la influencia de la barrica para no eclipsar la identidad territorial que la fruta trae consigo.

Estos vinos deben expresar aromas diversos venidos de las distintas etapas de la elaboración, perfumes que tienen que estar muy bien equilibrados, deben convivir armoniosamente las notas frutales y florales, las especies, las notas minerales y aquellas que aporta la madera como el cuero, el tabaco y el chocolate, por ejemplo. Todos estos descriptores deben conversar entre sí, con voz clara y sin estridencias, para componer una sinfonía aromática digna de la partitura de una obra maestra.

En boca deben ser estructurados, equilibrados, pero a la vez complejos y elegantes, un péndulo perfecto entre la fruta, la madera, la acidez, la suavidad y sedosidad de sus taninos. En ningún caso serán vinos obvios como una canción de música popular, que puede estar muy bien hecha, pero sabemos de antemano cómo comienza y cómo termina. No, la alta gama exige experiencias que nos lleven más allá de nuestra imaginación, que nos hagan viajar, que nos transporten a un lugar distinto del que comenzamos, que el vino se exprese en sí mismo y no en boca de sus creadores, que sea la copa la que hable.

Por último, y quizás lo más importante, es que estos vinos deben ser el producto de una ecuación perfecta entre el suelo, el clima y el ser humano, expresión de una viticultura tan honesta y leal a su terruño como apasionada y dedicada en su vinificación y crianza, siendo el fiel reflejo de un grupo humano lúcido y consciente de estar detrás y no adelante de una fruta que será elaborada en la alquimia de algo que está destinado a lo sublime.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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