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Nuevas trincheras

por 22 diciembre, 2010

Sospecho que estarían felices de que fuéramos una prolongación mediática de las agendas medioambientales, tal como otra prensa lo es de los intereses empresariales. Un lindo empate que otorga certezas y hace el mundo más simple y ordenado. La página en blanco como un espacio saturado de respuestas y ausente de preguntas.
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En las últimas semanas han llegado, por distintas vías, todo tipo de comentarios a El Mostrador apuntando la molestia por un aviso que HidroAysén puso en nuestra página.

El tono de la queja es que esto evidenciaría que el diario “se vendió al capitalismo”, que es “el fin de la  independencia” (editorial supongo), que nadie escapa del “poder de las transnacionales”, etc. (entrecomillo lo que llegó por e-mail).

El asunto podría quedar en un tema de libertad formal y hasta ahí todo bien: usted  tiene derecho a decir lo que le venga en gana, y nosotros a publicar los  avisos que nos paguen de acuerdo a las tarifas. Punto.

También podría haberme sentido impelido a responder desde la literalidad y entonces salir al pizarrón a contar con peras y manzanas que la publicidad en un medio de comunicación la ve el área comercial y que prensa funciona con autonomía de ésta. Que yo tengo que dar explicaciones por los artículos, no por los avisos,  que trabajan con autonomía, etc.  Y que hay que pagar la luz, y los sueldos y que por último nadie trabaja gratis, al menos en el capitalismo, que es, hasta donde yo sé, donde vivimos todos. Incluso el Viejo Pascuero.

Este no es un hecho aislado sino uno de los síntomas más nítidos de la decadencia de la discusión pública en Chile, convertida en un espacio sin espontaneidad ni alma, donde todos recitan clichés y frases huecas calculadas por asesores bien pagados. Un lugar donde nadie está dispuesto a dejarse convencer, ni a escuchar, ni menos seducir.

Por último podría haberme sentido tocado en lo estructural y entonces lo que correspondería es recordar que somos una empresa, que vivimos en el mercado (menos mal), que no recibimos subsidios de nadie ni hemos estado nunca en la pauta publicitaria del Estado. Ni con este gobierno ni con los anteriores. Que nos ganamos el derecho a tener publicidad legal luego de una batalla en los tribunales, etc.

Pero lo que verdaderamente me irritó, lo que me quedó dando vueltas en la cabeza, no es lo que dicen esos e-mails y quejas de café, sino los supuestos sobre la prensa, o sobre cierta prensa, que están detrás de la perplejidad de dichos lectores.

Y es que el grito en el cielo ha sido por la publicidad de la hidroeléctrica pero nadie ha protestado por el banner de determinada universidad o el aviso llamando a un evento de un partido político. Y yo considero que tan importante como aproximarse de modo independiente a la realidad de los conflictos medioambientales es tener autonomía para discutir sobre  nuestro sistema de educación superior o más aún, ventilar los trapos sucios (y también aplaudir las buenas iniciativas) del sistema político.

Lo único que puedo colegir de esto es que en rigor ciertos lectores no desean información, o punto de vista crítico -y verdaderamente independiente por tanto-, sino militancia. Ya tienen un juicio definitivo e inamovible sobre los males del proyecto, han sentenciado lo espurio que resulta la central en la Patagonia, y su deseo es que cierto periodismo sea un apéndice o caja de resonancia de esa conclusión. Sospecho que estarían felices de que fuéramos una prolongación mediática de las agendas medioambientales, tal como otra prensa lo es de los intereses empresariales. Un lindo empate que otorga certezas y hace el mundo más simple y ordenado. La página en blanco como un espacio saturado de respuestas y ausente de preguntas.

Lo desolador de esta perspectiva es que expresa una mentalidad estrecha,  amante de las consignas y enemiga del diálogo. Una actitud que se siente muy cómoda en el blanco y negro, y descolocada con los matices.

De nuevo: cada uno es libre de cargar con cuanto juicio o prejuicio estime conveniente y nadie está obligado a buscar más antecedentes, a asumir sus convicciones como provisorias, a replantearse sus tesis a la luz de nuevos datos.

El punto es que este no es un hecho aislado sino uno de los síntomas más nítidos de la decadencia de la discusión pública en Chile, convertida en un espacio sin espontaneidad ni alma, donde todos recitan clichés y frases huecas calculadas por asesores bien pagados. Un lugar donde nadie está dispuesto a dejarse convencer, ni a escuchar, ni menos seducir.

Y aunque uno esté cada vez más viejo y por lo mismo crea cada vez en menos cosas, en lo que sí sigo comulgando a pie juntillas es en el periodismo que cuenta buenas historias sin calcular objetivos. En el periodismo que se hace sin razón de Estado, en el periodismo que renunció a cambiar el mundo, pero quiere comprender los procesos. En el oficio que se resiste hasta el final al guión de los buenos contra los malos y tiene clara conciencia de sus limitaciones y falibilidades. Que vive feliz en la incertidumbre y se niega a disparar desde una trinchera preestablecida, como lo fue la prensa partisana del siglo XX.

Sorry si los decepciono pero no escribo calculando la huella de carbono del notebook. Perdón si duermo tranquilo y no tengo pesadillas por el duopolio ni me deprimo por el avance de las transnacionales. Excúsenme si abuso de mi libertad de responder.

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