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Bachelet al alza y la derecha en el suelo Opinión

Bachelet al alza y la derecha en el suelo

Osvaldo Torres
Por : Osvaldo Torres Antropólogo, director Ejecutivo La Casa Común
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La derecha intentará resistir los cambios recurriendo a lo de siempre: las campañas mediáticas del miedo; el protegerse con instituciones cuyos directivos no son electos (PUC, iglesias, Tribunal Constitucional) y con la elite empresarial. Probablemente seguirán denostando “a la calle”, exigiendo moderación (maquillajes) y refugiándose en la Constitución pinochetista.


La reciente encuesta de Adimark saca a la Presidenta de la picada en las encuestas y la vuelve a elevar en un movimiento de loop aéreo, que puede llevarla nuevamente a recuperar su popularidad circunstancial. Circunstancial, pues las encuestas miden momentos y no decisiones meditadas, como las que le dieron el sólido respaldo en las elecciones presidenciales para realizar las reformas estructurales.

Lo significativo de esta encuesta es que en el mes más reformista del gobierno, éste vuelve a recuperar aliento contra todos los agoreros que –inclinados ante la CEP de noviembre– comenzaron a exigir cambio de gabinete y de rumbo. Eran los tiempos de Escalona y Gutenberg, de la ofensiva antirreformista de Ignacio Walker y de la derecha intentando sacar a los apoderados a la calle. Los tiempos de los empresarios agitando la batea de lo mala que resultó la reforma tributaria.

[cita]El cuadro ha cambiado. La derecha sin respaldo electoral y debilitada política y moralmente, vive una crisis de proyecto. Sus “poderes fácticos” organizados al alero del saqueo del Estado durante la dictadura, siguen la “filosofía” del grupo madre de todos ellos: “los pirañas” del grupo Cruzat-Larraín, especuladores financieros –que no crean riqueza productiva– cuya cuna es la escuela de economía de la U. Católica, la misma de los “Chicago Boys” y los “Penta Boys”.[/cita]

Hoy el cuadro ha cambiado. La derecha sin respaldo electoral y debilitada política y moralmente, vive una crisis de proyecto. Sus “poderes fácticos” organizados al alero del saqueo del Estado durante la dictadura, siguen la “filosofía” del grupo madre de todos ellos: “los pirañas” del grupo Cruzat-Larraín, especuladores financieros –que no crean riqueza productiva– cuya cuna es la escuela de economía de la U. Católica, la misma de los “Chicago Boys” y los “Penta Boys”; los que no profesan “objeción de conciencia personal ni institucional” si de defraudar al Estado se trata, con tal de incrementar las utilidades privadas. En este sentido, el maridaje social, económico y político de la derecha tomará tiempo en disolverse, para llegar a que sus políticos piensen en el país y el rol que juegan en él las empresas y no actúen como si el país fuese una empresa o que el interés de la empresa es el interés de Chile.

La derecha intentará resistir los cambios recurriendo a lo de siempre: las campañas mediáticas del miedo; el protegerse con instituciones cuyos directivos no son electos (PUC, iglesias, Tribunal Constitucional) y con la elite empresarial. Probablemente seguirán denostando “a la calle”, exigiendo moderación (maquillajes) y refugiándose en la Constitución pinochetista.

Por su parte, la Nueva Mayoría se encamina a una definición más permanente, pues el camino de las reformas –si se quiere resolver el problema de la desigualdad y el desarrollo futuro del país– recién ha comenzado. Toda vez que las cuestiones laborales, de salud y previsión se hacen cada vez más impostergables. Esto empujará a los partidos a optar por ser alianza electoral o proyecto estratégico: si se entiende que el nuevo ciclo es largo es importante sostener y ampliar las alianzas; si se cree que lo reformado es suficiente, se buscará restringir los acuerdos a cuestiones electorales.

Es en el contexto anterior que las elecciones en la DC y el PS son tan importantes. En lo que respecta al PS, es claro que la candidatura de Escalona pierde impulso en la misma medida que han avanzado las reformas y el gobierno sube en las encuestas, pues su lógica sólo era fértil si el gobierno se estancaba en su reformismo producto de los líos internos y la obstaculización de la derecha, dándole la razón a que la estabilidad estaba en un acuerdo conservador –sin opio y con realismo– que abarcara a la DC, RN y a los empresarios y que, para ello, se requería del personal político que la vieja concertación tiene de sobra; de ahí que les era importante haber forzado el cambio de gabinete en noviembre.

Pero en las elecciones del PS están en juego otras cosas más. Por una parte, el rol que debe jugar en el proceso, si es de impulsor de los cambios en el modelo neoliberal o articulador de consensos para mellar sus aristas más abusivas. Si es la “casa común” de la izquierda que alienta el recambio generacional y programático, abriéndose desde la Nueva Mayoría a acuerdos con RD, IA y PRO o es un resto fosilizado de las viejas facciones de la transición.

La DC tendrá también que resolver lo suyo: modernizar la tradición reformista apoyando propuestas progresistas originarias del proyecto de “revolución en libertad” o tentarse a sostener el discurso del liberalismo económico con asistencialismo social, hipotecando su tradición.

Ambos partidos disputan su orientación estratégica en las próximas elecciones. Si se considera la crisis de legitimidad del sistema político, de devaluación del Parlamento, el desprestigio de los partidos y la desconfianza profunda en la dirigencia del país, el resultado debiese inclinarse en favor de los reformistas y ello puede ser un paso en la recuperación de credibilidad. La relegitimación pasará por la capacidad de entrar en sintonía con la ciudadanía, sin el miedo a ser acusados de “populistas” porque se respetan las demandas ciudadanas, que, de paso, son las que sí pagan los impuestos. Los ejemplos de Syriza y Podemos muestran –incluso en el viejo continente– que las formaciones políticas no tienen asegurado su futuro ni fortaleza cuando la ciudadanía despierta a la política.

En este caluroso verano, bien vale el looping de la hija del general de aviación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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